Los huracanes matan, al igual que pueden hacerlo los esfuerzos asistenciales ante un huracán

10 de October, 2005

Los economistas son gente diferente. Hallan compensaciones en todas partes y están deseosos de ver más allá de los efectos directos para descubrir las consecuencias más sutiles, indirectas y a menudo “no deseadas” de las acciones que los individuos llevan a adelante.

Algo denominado “riesgo moral” es uno de los conceptos más fructíferos que emergen de la manera económica de pensar. El término fue acuñado por el economista especializado en temas de la salud Mark Pauly para describir el comportamiento de aquellas personas que se han asegurado contra la enfermedad y las lesiones.

En virtud de que una enorme fracción de los costos de visitar a un médico, de ser hospitalizado o de adquirir remedios recetados es trasladado a otros asegurados, los individuos con seguros de salud tienden a consumir más de estos bienes y servicios de lo que lo harían si tuviesen que pagar la totalidad de sus facturas medicas de sus propios bolsillos. Y de ese modo, en lugar de recurrir a medicinas caseras para simples gripes o lesiones leves, reservan turnos para consultar a sus doctores o acuden a las salas de emergencias. Esta sobre utilización de los escasos recursos del cuidado de la salud impulsada por los seguros eleva los costos de la atención médica para todos, asegurados o no asegurados por igual.

El riesgo moral explica igualmente por qué, durante más de 20 años después de la introducción de la regla del bateador designado en la Liga Estadounidense de las Grandes Ligas del Béisbol, los bateadores en esa liga han enfrentado un riesgo substancialmente mayor de ser golpeados por los lanzadores, que aquellos bateadores que juegan en la Liga Nacional. Debido a que los lanzadores de la Liga Estadounidense ya no se alternan para batear, la regla del bateador designado los protege contra una venganza si ellos golpean pesadamente a un jugador rival, intencionadamente o no. Los lanzadores en la Liga Nacional carecen de dicha protección, y por ende tienden a ser más cuidadosos cuando arrojan pelotas rápidas arriba y adentro.

El Mismo Razonamiento para las Victimas

El mismo razonamiento se aplica a la ayuda para las victimas del huracán Katrina, el huracán Rita o cualquier otro desastre natural. Si algo es seguro, ni yo ni ningún otro economista en su sano juicio recomendaría no acudir de inmediato en ayuda de las personas que han perdido sus hogares, sus medios de vida y sus seres queridos como resultado de la furia destructiva de la naturaleza. La efusión de dinero, de provisiones de emergencia y de mano de obra que siguió en la estela de las recientes tormentas de esta estación demuestra ampliamente la compasión y la generosidad del pueblo estadounidense por aquellos en aprietos. La caridad comienza por casa, y muchos de los habitantes de Mississippi se movilizaron rápidamente para ofrecer asistencia y alivio a sus vecinos de la Costo del Golfo. Esa respuesta al desastre de cosecha propia debería ser motivo de celebración, no de menosprecio.

Un aspecto sombrío

Sin embargo, hay una nube oscura sobre este panorama. El hecho de resolver las necesidades inmediatas de las victimas del desastre natural es una cosa. La provisión de cientos de millones de dólares de los impuestos bajo la forma de donaciones absolutas, de prestamos a baja tasa de interés, y de otra asistencia dedicada a ayudar a que las finanzas retornen a la normalidad previa a la tormenta es algo muy distinto. La circunstancia de trasladarle una basta porción del costo de la recuperación a los contribuyentes alentará a que haya gente que reconstruya sus hogares, personas que no hubiesen elegido hacerlo si en cambio cargasen ellos mismos con el costo total. La perspectiva de recibir asistencia federal y estadual para la reconstrucción después de que la próxima tormenta importante toque tierra, proporciona incentivos para que otros reubiquen sus hogares y comercios no en las áreas internas comparativamente seguras, sino en las vulnerables áreas costeras.

Los individuos que voluntariamente se colocan a sí mismos en situaciones perjudiciales, asumen el riesgo adicional de vivir y trabajar en áreas propensas a un desastre, aseguran adecuadamente sus vidas y su propiedad contra el viento y la inundación—y pagan primas actuarialmente justas que reflejan ese mayor riesgo—tienen todo el derecho de esperar un pronto reembolso por los daños que han padecido y todo el derecho de reconstruir sus hogares si lo desean. Las victimas del desastre que meramente sumieron que sus pólizas cubrían el daño causado por las inundaciones no poseen tales derechos. El amenazar con abrogar los contratos de seguros puede ser que sume puntos políticos a favor del Fiscal General Jim Hood y del letrado de los demandantes Dickie Scruggs, pero ello garantiza también que menos individuos serán capaces de asegurarse contra el daño causado por las tormentas en el futuro.

Esto no implica sostener que los más de $200 mil millones (billones en inglés) en dinero federal no deben ser gastados para reconstruir a la Costa del Golfo. La lección del daño moral es simplemente la de que, al disminuir los costos de poblar las sendas de los huracanes conocidas, la ayuda ante un desastre tiene una consecuencia no querida: más vidas perdidas y mayores costos la próxima vez.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asesor de Investigación Distinguido en el Independent Institute y Profesor J. Fish Smith de Public Choice en la Utah State University.

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