Los estadounidenses están despertando finalmente al fracaso de la política de su país en Irak

20 de June, 2005

Pese a que el pueblo estadounidense se durmió durante el superficial debate nacional acerca de si la administración Bush debía invadir Irak y durante el esclarecimiento de las justificaciones para hacerlo durante la post-invasión, el publico finalmente se está despertando a la pesadilla de la política estadounidense en Irak. Y sus representantes en el Congreso, muchos de los cuales previamente se escondían entre los arbustos, están actualmente teniendo el coraje para finalmente hablar.

Un reciente sondeo de opinión realizado por el New York Times muestra cuan profundo se ha hundido el apoyo para la aventura en Irak de la administración Bush. El sesenta por ciento del publico estadounidense considera que el esfuerzo de los EE.UU. para llevar la estabilidad a Irak no está saliendo bien, el cincuenta y nueve por ciento desaprueba la manera en la que el Presidente Bush está manejando la situación, y el 51 por ciento cree actualmente que los Estados Unidos deberían haber permanecido fuera de Irak en primer lugar. Todas estas mediciones del apoyo al esfuerzo bélico se han deteriorado gradualmente a lo largo del tiempo y puede esperarse que declinen aún más en la medida que la matanza continúe.

Esta erosión del apoyo ha envalentonado a algunos miembros pensantes del Congreso para proponer un pedido de resolución tendiente a que el presidente comience el retiro de las tropas estadounidenses de Irak el 1 de octubre de 2006. Los patrocinadores de la resolución provienen de todo el espectro político, incluido un liberal, un moderado, un conservador, y un libertario. A pesar de que la resolución no especifica una fecha para la finalización del retiro, resulta un ejercicio largamente debido del poco utilizado rol constitucional del Congreso de determinar si, cuándo, y dónde las fuerzas de los EE.UU. se encuentran en peligro alrededor del mundo. La última vez que el Congreso flexionó sus músculos y le puso fin a un innecesario atolladero iniciado por el Poder Ejecutivo fue al concluir con el financiamiento para la Guerra de Vietnam. Desde entonces, un Congreso acobardado ha cooperado ciegamente con muchas intensas guerras presidenciales mal aconsejadas.

El representante Walter B. Jones (republicano por Carolina del Norte), un conservador, Ron Paul (republicano por Texas), un libertario, Neil Abercrombie (demócrata por Hawai), un moderado, y Dennis Kucinich (demócrata por Ohio), un liberal, se encuentran loablemente procurando restablecer la concepción original de los Padres Fundadores de un sustancial rol parlamentario en materia de política exterior. El apoyo de Jones al proyecto de ley es el más significativo en virtud de que es un conservador y miembro del Comité sobre Servicios Armados de la Cámara, representa a la base Camp Lejune Marine, y originalmente votó en favor de la guerra.

De manera similar, Nancy Pelosi (demócrata por California), la Líder de la Minoría en la Cámara, intentó sin éxito introducir una medida que le exigiría a la administración suministrarle al Congreso los criterios para determinar cuándo las tropas estadounidenses podrían ser retiradas de Irak. Más y más fuertes acciones parlamentarias para terminar la guerra surgirán a medida que el apoyo popular para el conflicto continúe erosionándose.

Tal oposición parlamentaria al entremetimiento presidencial en las intensas guerras de su elección es esporádica y por lo general demorada. Inicialmente, en cualquier acción militar, el publico usualmente le otorga al presidente el beneficio de la duda y los miembros del Congreso, aun si consideran que la intervención en el exterior es innecesaria o atolondrada, tienen miedo de ser etiquetados como “no patrióticos” si se oponen a la guerra. Pero si los Estados Unidos comienzan a perder el conflicto o si es percibido que lo están perdiendo, que les insume mucho tiempo ganar, o que experimentan demasiadas victimas fatales, la guerra puede rápidamente volverse impopular—como se ha vuelto en Irak. Las democracias que pelean guerras que no son criticas para su seguridad se encuentran siempre en desventaja. Los movimientos guerrilleros tan solo precisan mantener un ejército en el campo y esperar hasta que la opinión publica en el país invasor se ponga en contra de la guerra. En otras palabras, si los guerrilleros no pierden, tienen una buena probabilidad de ganar.

Los guerrilleros iraquíes poseen amplia evidencia de que el publico estadounidense eventualmente reaccionará a las victimas crecientes y a la victoria elusiva. En las últimas tres décadas y pico, los Estados Unidos no solamente se retiraron de Vietnam, sino que también abandonaron Somalia y el Líbano debido a la desaprobación publica de las excesivas bajas en guerras distantes.

La administración Bush está depositando todas sus esperanzas en Irak sobre una eventual participación sunnita en el proceso político y en el rápido establecimiento de unas fuerzas de seguridad iraquíes competentes. Pero los guerrilleros árabe-sunnitas estarían mejor si los Estados Unidos se marchan. Tienen pocos incentivos para deponer sus armas y unirse a un proceso político que no garantiza que un gobierno shiíta-kurdo respaldado por los EE.UU. se abstendrá de vengarse por los abusos del régimen sunnita de Saddam Hussein. También, las fuerzas de seguridad iraquíes necesitan desesperadamente ser plenamente capaces antes de que el publico estadounidense pierda inevitablemente la paciencia con la guerra. Emplear a los servicios de seguridad locales para sofocar una rebelión es algo suficientemente arduo, pero la administración Bush se encuentra ahora tratando de reconstituir a las fuerzas de seguridad que la misma desbandara tras la invasión inicial, mientras que los insurgentes toman a los reclutas como blanco. Varios expertos concuerdan en que se requerirán años para volver a esas fuerzas plenamente funcionales.

El pueblo estadounidense y sus representantes parlamentarios es improbable que esperen tanto. La administración debería al menos ser honesta consigo misma, si no lo es con el publico, y percatarse que la guerra se ha perdido. Debería seguir la propuesta del grupo parlamentario precedentemente mencionado, establecer un cronograma para el retiro, e iniciar negociaciones con todos los grupos iraquíes—incluidos los guerrilleros sunnitas—a favor de un amplio acuerdo de paz.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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