El legado presidencial de Jimmy Carter

En vista de la noticia de que Jimmy Carter ha ingresado en un hospicio, ha llegado el momento de que los analistas y el pueblo estadounidense se replanteen seriamente su presidencia.
28 de February, 2023

Con el anuncio de que el ex presidente Jimmy Carter, de noventa y ocho años, no buscaría atención médica adicional, sino que viviría el resto de su vida bajo cuidados paliativos, la efusión de sentimientos, tanto de los expertos como del público, se centró en su post-presidencia estelar, que superó su fallida presidencia de un solo mandato. Los medios de comunicación destacaron, como es comprensible, su Premio Nobel por sus esfuerzos de paz en Oriente Medio tras su presidencia, su activa promoción de la organización Habitat for Humanity para construir viviendas para los más necesitados y su fundación Carter Center, que se enfoca en los derechos humanos, la prevención de conflictos, la supervisión de elecciones y la salud pública internacional. Pero ya es hora de que los analistas y el pueblo estadounidense reevalúen su presidencia.

La tendencia de los historiadores, politólogos y expertos es la de estar desde el principio predispuestos en contra de los presidentes que cumplieron un solo mandato. Al fin y al cabo, los votantes los rechazaron. Pero muchos presidentes de un solo mandato, incluido el tan denostado Carter, fueron buenos presidentes. Es cierto que cuando Carter asumió el cargo por primera vez, sin experiencia a nivel nacional, era casi demasiado honesto para Washington. Al principio no consiguió salirse con la suya en el Congreso, debido a que se negó a negociar proyectos de intereses particulares a fin de favorecer su agenda legislativa. Sin embargo, a medida que avanzaba su mandato, su creciente experiencia lo hizo más eficaz en el puesto.

Carter fue rechazado para un segundo mandato en gran medida porque fue incapaz de liberar a los rehenes retenidos en Irán durante la Revolución iraní y porque durante su mandato se produjo una estanflación económica, una combinación de inflación y lento crecimiento económico que tuvo lugar a finales de la década de 1970. Sin embargo, esas críticas a Carter en materia de política exterior y económica están fuera de lugar.

Tras el desastre de dos décadas de innecesaria y costosa intervención militar estadounidense en la guerra del Sudeste Asiático (58.000 vidas estadounidenses, millones de vidas vietnamitas, laosianas y camboyanas, y decenas de miles de millones de dólares), Carter decidió que había llegado el momento de llevar a cabo una política exterior más refrenada. Carter evitó enredarse en la guerra entre Somalia y Etiopía en el Cuerno de África y en otras guerras no estratégicas en el mundo en desarrollo. Devolvió sabiamente la zona del canal a Panamá, medió en los Acuerdos de Camp David para la paz en Oriente Medio y completó el esfuerzo de Richard Nixon por mejorar las relaciones con China. Como parte de esa política exterior menos intervencionista, en lugar de atacar Irán cuando los rehenes fueron tomados en la embajada estadounidense allí, él, anteponiendo la vida de los rehenes por encima de posturas machistas, intentó primero negociar su liberación y, cuando eso fracasó, ensayó un rescate militar; esta operación fracasó debido a fallas mecánicas de la misión militar. Carter fue luego culpado por el deterioro en la preparación de las fuerzas armadas, cuando quizás los presidentes obvios a los que había que culpar eran Dwight Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon, que agotaron a los militares estadounidenses enredándolos en un atolladero fallido en el sudeste asiático desde 1954 hasta 1973.

Las secuelas de la guerra en el sudeste asiático, las políticas monetarias expansivas de sus predecesores y la revolución iraní de 1978 y 1979, que disparó los precios mundiales del petróleo, contribuyeron enormemente tanto a la alta inflación como al decaimiento de la economía estadounidense durante el mandato de Carter. Inicialmente, Carter cargó con parte de la culpa de la elevada inflación porque designó como presidente de la Reserva Federal a G. William Miller, quien, en sólo poco más de un año en el cargo, exacerbó la inflación al aumentar la oferta monetaria estadounidense. Sin embargo, Carter luego lo reemplazó en agosto de 1979 por Paul A. Volcker, quien, en un “experimento monetarista”, apretó drásticamente las tuercas de la oferta de dinero, induciendo así una desaceleración económica que condenaría las posibilidades de reelección de Carter.

Volcker, a diferencia de Miller, se percató de que la inflación era un problema mayor que el lento crecimiento económico y la desangró con éxito de la economía. Las políticas monetaristas de Volcker -mucho más que el recorte fiscal por el lado de la oferta de Ronald Reagan en 1981, que produjo déficits presupuestarios asombrosos y una deuda nacional galopante sin los recortes presupuestarios acordes- condujeron a la “prosperidad Reagan” de la década de 1980 (de hecho, Reagan incrementó los impuestos en la mayoría de sus ocho años de presidencia, con lo que su reducción fiscal neta como porcentaje anualizado del PBI fue menor que la de cualquier otro presidente republicano posterior a Truman). Aunque los presidentes post-Truman que redujeron el gasto federal anualizado como parte del PBI han sido raros (sólo Bill Clinton y Dwight Eisenhower), de los otros diez presidentes durante ese tiempo, Carter tuvo el segundo mejor récord según esta medida de austeridad fiscal a la vez que reducía la deuda anualizada como parte del PBI (en contraste con Reagan). La mayoría de la gente piensa que la economía fue un desastre total durante la administración Carter, pero ocupó el cuarto lugar en crecimiento anualizado del PBI entre los presidentes posteriores a Truman.

En resumen, tras una etapa de presidentes progresistas desde John F. Kennedy hasta Richard Nixon (aunque era republicano, desde el punto de vista político era de izquierdas), a pasar de su afiliación partidaria, Carter fue el primero de una serie de presidentes conservadores desde Calvin Coolidge. Carter redujo los impuestos sobre las ganancias de capital en 1978 y desreguló la banca, las telecomunicaciones, la energía (petróleo y gas natural) y la industria del transporte (camiones, ferrocarriles y líneas aéreas). También inició el aumento del gasto en defensa tras la invasión soviética de Afganistán en 1979. Reagan continuó con la desregulación de Carter y los aumentos del gasto en defensa, aunque por lo general Reagan sólo morigeró la aplicación de las regulaciones (los futuros presidentes podían reanudar dicha aplicación, y de hecho lo hicieron), mientras que Carter solía cambiar las leyes subyacentes en las que se basaban las normativas de las agencias, haciendo que la desregulación fuera más permanente.

Carter también predicaba la responsabilidad personal, abogaba por la responsabilidad local, proponía reducir los subsidios a la agricultura y deseaba reformar la asistencia social porque consideraba que los programas de bienestar social gubernamentales erosionaban la familia y la ética del trabajo. Por último, como era un halcón presupuestario que priorizaba correctamente el recorte de la inflación sobre la reducción del desempleo, se resistió no sólo a la lista de deseos políticos de los sindicatos y otros grupos de interés demócratas, sino también a un gran estímulo fiscal que hubiese ayudado a sus posibilidades de reelección. Carter mantuvo en gran medida sus principios hasta la finalización de su presidencia.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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