El desempeño de los candidatos republicanos en las recientes elecciones legislativas ha creado una oportunidad de oro para que el Partido Republicano supere la visión nacionalista-populista de Donald Trump y vuelva a consagrarse al libre comercio, la empresa competitiva, la prudencia fiscal y monetaria, la desregulación y el fomento de la inmigración legal.

De forma confusa, la marca ''trumpiana'' del republicanismo abrazó algunos de estos principios económicos (impuestos más bajos, desregulación), pero en ausencia de una consistente visión de libre mercado, desperdició los beneficios de estas políticas al acoger también el nacionalismo económico, el despilfarro fiscal y el nativismo.

Con el supuestamente conservador Trump, los aumentos del gasto federal fueron en promedio de casi el 7% anual -más de 365 mil millones de dólares al año en dólares constantes de 2021 (billones en inglés) y mucho más que bajo el presidente Barack Obama, un "gran derrochador" progresista. Como es lógico, la deuda también aumentó significativamente bajo el mandato de Trump, pasando de 19,9 billones de dólares cuando asumió el cargo a 27,7 billones (trillones en inglés) cuando le sucedió Joe Biden.

Parte de este gasto de la era Trump fue una financiación de emergencia para mantener la economía en marcha y sufragar el rápido desarrollo de vacunas después de que el COVID-19 llegara a las costas estadounidenses.

Sin embargo, el gasto federal en el ejercicio fiscal 2019 (dos años de la presidencia del Sr. Trump y el año anterior a la pandemia) había aumentado a casi 4,5 billones de dólares, más del 10% por encima de los 4 billones (trillones en inglés) gastados en el año fiscal 2017, el último año presupuestario del presidente Obama.

Si los republicanos desean defender un gobierno pequeño, deberían ver lo descabellado que es esto. De nada sirve bajar los impuestos si se lleva el gasto y la deuda a niveles explosivos.

Hubo un tiempo en el que los republicanos, bajo la influencia del “economista de la oferta” Arthur Laffer, creían que los déficits se resolverían solos si se bajaban los impuestos, provocando un robusto crecimiento económico. Y eso sería cierto: si el gasto se contuviera. Pero la contención del gasto es siempre una ilusión.

Hemos visto recientemente la insensatez de este planteamiento en el Reino Unido, cuando Liz Truss, que duró 45 días como primera ministra, anunció un plan para bajar los impuestos y, al mismo tiempo, no recortar ningún gasto en un país donde el gobierno ya consume el 44,6% del producto bruto interno.

Naturalmente, los mercados reaccionaron con furia. Los fondos de pensiones, por nombrar a una de las principales víctimas, vieron cómo colapsaban sus activos (en su mayoría bonos del Estado), mientras que la moneda británica, la libra esterlina, sufrió una caída en picada de la que todavía no se ha recuperado.

No me malinterpreten: los mejores impuestos son los bajos. El sensacional milagro económico de Irlanda debe mucho a su competitiva tasa impositiva para las empresas, y las economías de Europa Central y Oriental que han superado a sus vecinos de Europa Occidental lo han hecho gracias a unos impuestos bajos, y en algunos casos planos.

Pero la prudencia fiscal y monetaria tiene que ser una parte clave del paquete. En una famosa conferencia de prensa en febrero de 1953, el presidente Dwight Eisenhower dijo que "el objetivo de la reducción de impuestos es absolutamente esencial", pero continuó explicando que el mantenimiento de los déficits abarataba la moneda y aumentaba el costo del gobierno, generando así la necesidad de más impuestos, razón por la cual para reducir los impuestos el gasto gubernamental debe bajar también.

Es hora de que los republicanos hagan un serio examen de conciencia. La estridente postura antiinmigración de los últimos años va en contra de la realidad económica.

Todos tienen que entender que si queremos evitar el estancamiento económico en los Estados Unidos, se necesitarán niveles significativos de migración legal para compensar la disminución de la tasa de participación en la fuerza laboral entre los trabajadores nacidos en el país, debido en gran parte al envejecimiento de la generación del ''baby boom''.

Se prevé que la población estadounidense nativa en edad de trabajar disminuya en más de 8 millones de personas entre 2015 y 2035. A falta de un nuevo ''baby boom'' -y no parece haber ninguno en el horizonte- los inmigrantes serán indispensables si los Estados Unidos desean mantener una economía robusta.

¿Está el ethos nativista, nacionalista y populista tan arraigado en la base y la conducción del Partido Republicano que es imposible volver a los principios sensatos?

Si no desean suicidarse políticamente y privar al país de una alternativa a los demócratas de izquierdas, los republicanos deben dar una respuesta valiente a esta pregunta.

Traducido por Gabriel Gasave


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.