En épocas de elecciones, muchos economistas sentimos como si estuviésemos atrapados en la película “Groundhog Day” (conocida en español como “El Día de la Marmota”).

Las promesas de campaña y las iniciativas electorales ignoran las leyes de la economía elección tras elección. No importa cuántas veces los economistas explicamos las consecuencias negativas de algunas políticas, nos vemos obligados a hacerlo una y otra vez. En ninguna otra parte es esto más evidente que con las leyes de salarios mínimos.

En una encuesta del American Economic Review, el 90 por ciento de los economistas coincidían en que las leyes de salarios mínimos elevan la desocupación entre los trabajadores menos capacitados. No obstante, en la actual elección abundan las propuestas para incrementar el salario mínimo.

John Kerry favorece incrementar el salario mínimo federal en más de un 35 por ciento. Desee elevar el mínimo por hora de los actuales $5,15 a $7 en 2007 y a partir de allí ordenar incrementos anuales iguales al índice de inflación.

Bush no ha sido específico, pero un vocero de su campaña le dijo al Washington Post que “el presidente apoya una propuesta razonable que incrementaría el salario mínimo durante un extendido período.” Si la mayoría de los economistas fuésemos convocados para definir “razonable,” ello podría significar nada más que “cero incremento y supresión del requisito existente.” Dudo que esa sea la definición de Bush.

Se vuelven perjudiciales

Los economistas nos oponemos a las leyes de salarios mínimos debido a que las mismas perjudican justamente a la mayoría de los individuos a los que se proponen ayudar: los trabajadores poco capacitados.

El salario de un trabajador está limitado por su productividad. Toda vez que una ley ordena un salario más alto que la productividad de un trabajador individual, su empleador debe despedir al trabajador o sufrir pérdidas. Todos entendemos que si el salario mínimo fuese de $100 por hora, la mayoría de nosotros perderíamos nuestros empleos. Desafortunadamente, algunos trabajadores con pocas habilidades que son menos productivos, enfrentan exactamente este mismo problema cuando los salarios mínimos se encuentran en sus niveles actuales.

Por suerte, la vasta mayoría de quienes trabajan por un salario mínimo no están atrapados por siempre en salarios bajos. Más de la mitad de quienes cobran el salario mínimo tienen menos de 25 años de edad. Alrededor de 500.000 de los 2,1 millones de trabajadores con un salario mínimo tienen tan sólo entre 16 y 19 años de edad. Muchos de estos jóvenes trabajan en empleos de un nivel inicial, a menudo solamente de media jornada. A medida que ganen habilidades y experiencia, sus salarios subirán.

Limitan la experiencia

Lamentablemente, cuando las leyes de salarios mínimos son sancionadas las mismas desemplean a los trabajadores de media jornada y de los niveles iniciales, interrumpiéndoles así el proceso de generar aquellas habilidades que puedan hacerlos acceder a salarios más altos y los torna más proclives a quedar estancados en ingresos más bajos.

Arnold Schwarzenegger, un ex estudiante de economía, tuvo el buen tino de vetar una ley en California que hubiese incrementado el salario mínimo. Esperemos que nuestros candidatos presidenciales y los votantes de Nevada y Florida aprendan las mismas lecciones que Schwarzenegger aprendió en sus clases de introducción a la economía mucho tiempo atrás.

Tal vez, si lo hacen, los economistas no tendremos que despertarnos con el mismo reloj despertador de la película “El Día de la Marmota” después de esta elección.

Traducido por Gabriel Gasave


Benjamin Powell, es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Free Market Institute de la Texas Tech University.