Con una administración entrante en Washington que pide medidas gubernamentales mucho más intrusivas en nombre de la "igualdad", la extraordinaria e inquietante película independiente de ciencia ficción (2009), 2081: Everyone Will Finally Be Equal (disponible en DVD) no podría ser más oportuna. Basada en el cuento corto de Kurt Vonnegut "Harrison Bergeron", extraído de su libro "Welcome to the Monkey House", esta poderosa e incisiva película retrata la realidad del socialismo/estatismo igualitario en el cual la "igualdad" es la única norma legal y todas las libertades individuales, la responsabilidad personal y el estado de derecho son eliminados.

El "control social" del gobierno es utilizado para colectivizar y penalizar a cualquiera que de alguna manera pueda ser más inteligente, saludable, bello, fornido, coordinado, etc., creando una pesadilla incoherente, disfuncional y totalitaria. Aquí puede verse el tráiler de 2081:

El sitio web de la película señala:

2081 describe un futuro distópico en el que, gracias a la enmienda 212 de la Constitución y a la incesante vigilancia del General ‘Handicapper’ de los Estados Unidos (encargado de atontar e incapacitar a los que están por encima de la media), todo el mundo es "por fin igual...." Los fuertes acarrean pesas, los guapos llevan máscaras y los inteligentes usan auriculares que emiten sonidos estruendosos para evitar que saquen injustamente ventaja de sus cerebros. Es un relato poético del triunfo y tragedia de una familia desintegrada, un gobierno brutal y un acto de rebeldía que lo cambia todo.

"Con una banda sonora original interpretada por el mundialmente conocido Kronos Quartet ( Requiem for a Dream ) y la narración de la nominada al Oscar Patricia Clarkson (Far From Heaven, Goodnight and Good Luck), 2081 está protagonizada por James Cosmo (Braveheart, Trainspotting), Julie Hagerty (Airplane!, What About Bob?) y Armie Hammer (The Social Network).

Vonnegut es uno de los pocos escritores modernos que ha explorado adecuadamente la tiranía igualitaria. Otro es C. S. Lewis, cuyas similares ideas se encuentran repetidamente a lo largo de su obra de ficción y de no ficción, basadas en su devoción a la comprensión cristiana de la ley natural. Por ejemplo, en su ensayo "Equality" (de su libro, Present Concerns), Lewis señala lo siguiente:

Gran parte del entusiasmo democrático se origina en las ideas de personas como Rousseau, que creían en la democracia porque consideraban que la humanidad era tan sabia y buena que todo el mundo merecía participar del gobierno. El peligro de defender la democracia en base a esos motivos es que no son ciertos. Y siempre que su debilidad queda expuesta, quienes prefieren la tiranía capitalizan esa exposición. Encuentro que no son ciertos sin mirar más allá de mí mismo. No merezco participar del gobierno de un gallinero, mucho menos de una nación. Tampoco lo merece la mayor parte de las personas—todos los que creen en la publicidad, y piensan en muletillas y esparcen rumores. La verdadera razón para estar a favor de la democracia es justamente lo contrario. El hombre es tan imperfecto que a ninguno se le puede confiar un poder sin límites sobre sus semejantes. Aristóteles afirmaba que algunas personas sólo eran aptas para ser esclavos. Yo no lo contradigo. Pero rechazo la esclavitud porque no veo a ningún hombre apto para ser amo.
Esto introduce una visión de la igualdad bastante diferente de aquella en la que hemos sido formados. No creo que la igualdad sea una de esas cosas (como la sabiduría o la felicidad) que son buenas simplemente en sí mismas y por sí mismas. Creo que se encuentra en la misma clase que la medicina, que es buena porque estamos enfermos, o la ropa, que es buena porque ya no somos inocentes, no creo que la antigua autoridad en los reyes, sacerdotes, maridos o padres, y la antigua obediencia en los súbditos, laicos, esposas e hijos, fuera en sí misma una cosa degradante o mala en absoluto. Creo que era intrínsecamente tan buena y hermosa como la desnudez de Adán y Eva. Se la eliminó, con razón, porque los hombres se volvieron malos y abusaron de ella....
Pero la medicina no es buena. No hay sustento espiritual en la igualdad plana. Es el escaso reconocimiento de este hecho lo que hace que gran parte de nuestra propaganda política suene tan débil. Intentamos embelesarnos con algo que no es más que la condición negativa de la buena vida. Y es por eso que la imaginación de la gente es tan fácilmente capturada apelando al ansia de la desigualdad, ya sea en la forma romántica de las películas sobre cortesanos leales o en la forma brutal de la ideología nazi. El tentador siempre trabaja sobre alguna debilidad real de nuestro propio sistema de valores: ofrece alimento a alguna necesidad de la que estamos hambrientos.
Cuando la igualdad es tratada no como una medicina o un dispositivo de seguridad, sino como un ideal, empezamos a engendrar ese tipo de mente atrofiada y envidiosa que odia toda superioridad. Esa mente es la enfermedad especial de la democracia, como la crueldad y el servilismo son las enfermedades especiales de las sociedades privilegiadas. Nos matará a todos si crece sin control.

Y en "Membership" (de su libro, The Weight of Glory), Lewis afirma que:

Creo en la igualdad política. Pero hay dos razones opuestas para ser un demócrata. Usted puede pensar que todos los hombres son tan buenos que merecen una participación en el gobierno de la nación, y tan sabios que la nación necesita su consejo. Es decir, en mi opinión, la doctrina falsa y romántica de la democracia. Por otra parte, usted puede creer que los hombres imperfectos son tan malvados que a ninguno se le puede confiar algún poder irresponsable sobre sus semejantes.
Creo que ese es el verdadero fundamento de la democracia. No creo que Dios haya creado un mundo igualitario. Creo que la autoridad de los padres sobre los hijos, de los esposos sobre las esposas, de los sabios sobre los simples, formaba parte del plan original tanto como la autoridad del hombre sobre la bestia. Creo que si no hubiéramos caído, Filmer tendría razón, y la monarquía patriarcal sería el único gobierno legítimo. Pero desde que conocimos el pecado, hemos descubierto, como dice Lord Acton, que "todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente". El único remedio ha sido quitar los poderes y sustituirlos por una ficción legal de igualdad. La autoridad del padre y del marido ha sido correctamente abolida en el plano legal, no porque esta autoridad sea en sí misma mala (por el contrario, es, sostengo, de origen divino), sino porque los padres y los maridos son malos. La teocracia ha sido correctamente abolida no porque sea malo que los sacerdotes eruditos gobiernen a los laicos ignorantes, sino porque los sacerdotes son hombres malos como el resto de nosotros. Incluso la autoridad del hombre sobre la bestia ha tenido que ser interferida porque es constantemente abusada.
No me malinterpreten. No estoy menospreciando en absoluto el valor de esta ficción igualitaria que es nuestra única defensa contra la crueldad de los demás. Vería con la mayor desaprobación cualquier propuesta de abolir el sufragio masculino, o la Ley de Propiedad de la Mujer Casada. Pero la función de la igualdad es puramente protectora. Es una medicina, no un alimento. Tratando a la persona humana (desafiando juiciosamente los hechos observados) como si todos fueran la misma clase de cosa, evitamos innumerables males. Pero no es de esto de lo que estamos hechos para vivir. Es ocioso decir que los hombres tienen el mismo valor. Si el valor se toma en un sentido mundano -si queremos decir que todos los hombres son igualmente útiles o bellos o buenos o entretenidos- entonces es un sinsentido. Si significa que todos tienen el mismo valor como almas inmortales, entonces creo que esconde un peligroso error.

Para un examen crítico exhaustivo del igualitarismo y la tiranía, véase el galardonado libro del Indepemdent Istitute:

In All Fairness: Equality, Liberty, and the Quest for Human Dignity, editado por Robert M. Whaples, Michael C. Munger y Christopher J. Coyne, y prolog de Richard A. Epstein

Traducido por Gabriel Gasave


David Theroux (1949-2022) fue el fundador, presidente y director general del Instituto Independiente.