Grover Cleveland fue el último presidente estadounidense conocido de manera válida como un liberal clásico. (Para el momento en que el “Silente Cal” Coolidge se convirtió en presidente, el caballo del gobierno grande se encontraba ya fuera del establo, y Ronald Reagan como presidente fue tanto el problema del gobierno grande como la solución.)

Un abogado que carecía de un temperamento filosófico y de educación, Cleveland derivó su devoción por el gobierno limitado de su reverencia por la Constitución de los EE.UU.. Un hombre honesto - un individuo extraordinariamente honesto para ser un político - tomó seriamente su juramento de “preservar, proteger, y defender” a ese documento.

Pese a que el gobierno del siglo diecinueve nos parece en la actualidad remarcablemente limitado, los políticos de aquellos días no eran menos depredadores y corruptos que los nuestros. Nuestros ancestros, sin embargo, mantenían al gobierno dentro de límites más estrechos debido a que muchos de ellos abrigaban una hostilidad ideológica por el gobierno grande, y de esa forma se negaban a menudo a tolerar programas gubernamentales fuera de esos límites, sin importar la justificación proferida. Algunas cosas eran aún vistas como “asuntos no adecuados para el gobierno,” una actitud que le permitió al menos a algunos políticos sobrevivir en la medida que rechazaban los ataques contra las billeteras del publico y las incursiones sobre las libertades del pueblo. Cleveland fue uno de dichos políticos sobrevivientes.

Como funcionario gubernamental, Cleveland demostró que mucho bien podía hacerse al simplemente oponerse a las picardías legislativas. Como Alcalde de Buffalo, Nueva York, durante 1882, se hizo conocido como el “alcalde del veto” por la virtud de negarle su sello de aprobación a los actos inescrupulosos de los concejales corruptos. Luego, tras asumir como gobernador del estado de Nueva York en enero de 1883, ganó reputación como el “gobernador del veto.”1 Durante sus dos periodos como presidente (1885-89 y 1893-97), vetó más leyes del Congreso que ningún otro presidente a excepción de Franklin D. Roosevelt (quien ocupó el cargo por más de doce años, contra los ocho de Cleveland), y tan solo siete de sus 584 vetos fueron invalidados por el Congreso. 2

Cleveland creía en mantener el gasto gubernamental en el nivel mínimo requerido para cumplir con las funciones constitucionales esenciales. “Cuando un hombre en el cargo desembolsa un dólar en extravagancias,” declaraba Cleveland, “actúa de modo inmoral para con el pueblo.”3 Luchó por disminuir los aranceles, a los cuales los republicanos habían elevado a niveles punitivos, y por contener la inundación de pensiones ficticias que los congresistas se encontraban otorgando a efectos de comprar votos y de complacer al Gran Ejército de la República, el grupo de presión más poderoso de fines del siglo diecinueve.

Por consiguiente, no debería haber sorprendido a nadie cuando Cleveland vetó la Ley de las Semillas de Texas a comienzos de 1887. Esta ley apropiaba $10.000 - una suma trivial incluso en aquellos días - para permitirle al Comisionado de Agricultura adquirir semillas para su distribución entre los granjeros de ciertos condados de Texas que habían padecido sequías.4 En el mensaje del veto presidencial se leía en parte:

No puedo encontrar justificación alguna en la Constitución para tal apropiación; y no creo que las facultades y deberes del Gobierno General deban ser extendidas para el alivio del sufrimiento individual, el cual no se encuentra de ninguna manera adecuadamente relacionado al servicio o beneficio del público. Una tendencia prevaleciente de desatender la limitada misión de estas facultades y deberes debiera ser, considero, firmemente resistida, hasta el extremo de que debería ser constantemente puesta en práctica la lección de que, pese a que el pueblo apoya al gobierno, el gobierno no debería apoyar al pueblo.5

Cleveland puntualizó que “la amabilidad y la caridad de nuestros coterráneos puede siempre ser confiada para aliviar a sus compatriotas en desgracia,” y por cierto que “la asistencia individual ha sido ya extendida a los damnificados mencionados en esta ley.” Además, sugirió que si los miembros del Congreso realmente deseaban enviarles semillas a los sufrientes tejanos, los congresistas podrían personalmente poner en práctica esta caritativa transferencia empleando las semillas que de manera rutinaria les eran proporcionadas a todos los miembros para distribuirlas a sus electores (a un costo de $100.000 en ese año fiscal). 6

Hombre Impopular

El segundo mandato presidencial de Cleveland tuvo un triste final, e incluso su propio partido se le puso en gran medida en contra. Tras luchar corajudamente durante cuatro años para preservar los mercados libres, el gobierno limitado, y una moneda sana contra aquellos que urgían recurrir panaceas estatistas durante el peor declive económico del país, Cleveland dejó el cargo como un individuo extremadamente impopular.7 A pesar de que su reputación se recuperó más tarde, especialmente después de su muerte (en 1908), nunca ha sido considerado como uno de los “grandes presidentes” del país.

En años recientes, los historiadores han tendido a menospreciar a Cleveland como un reaccionario que no logró nada de mucha significación (a diferencia, digamos, de Woodrow Wilson y de Franklin D. Roosevelt, a quienes la mayoría de los historiadores idolatran), y algunos han ido tan lejos como a condenar a Cleveland y a sus partidarios como “Demócratas Borbónicos” en confabulación con codiciosos hombres de negocios y banqueros.

Un veredicto más justo, sin embargo, fue alcanzado por el historiador Richard Welch, quien escribió de los demócratas de Cleveland: “Estaban convencidos de la superioridad de la empresa libre por sobre cualquier otro sistema económico; definían a la ''''reforma'''' en términos de mejoras en la moral pública y en la eficiencia administrativa; defendían la ''''moneda sana'''' y la preservación del patrón oro - pero estas convicciones eran compartidas por la mayoría de los estadounidenses de clase-media. Es falso para el contexto histórico de la Era Dorada de los Estados Unidos ver a tales inquietudes como indicativas de una colusión con las grandes empresas.” 8

Tal vez el elogio más alto provino de H. L. Mencken, quien escribió de Cleveland: “No es factible que veamos a alguien semejante otra vez, al menos en la presente era. La Presidencia está actualmente cerrada a la clase de carácter que él poseía tan abundantemente.” 9

Notas:

1. Matthew Hoffman, “Odyssey of a Statesman,” The Free Market, enero 1991, p. 6.

2. Para cifras sobre los vetos presidenciales, véase U.S. Bureau of the Census, Historical Statistics of the United States, Colonial Times to 1970 (Washington, D.C.: U.S. Government Printing Office, 1975), p. 1082; y U.S. Bureau of the Census, Statistical Abstract of the United States: 2001 (Washington, D.C.: U.S. Government Printing Office, 2001), p. 246.

3. Citado en Hoffman, p. 6.

4. Allan Nevins, Grover Cleveland: A Study in Courage, Vol. 1, Vol. 2 (New York: Dodd, Mead, 1932), p. 331.

5. Congressional Record, 49 Cong., 2d Sess., vol. XVIII, Pt. II, 1887, p. 1875.

6. Ibid.

7. Robert Higgs, Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American Government (New York: Oxford University Press, 1987), pp. 77-105.

8. Richard E. Welch, Jr., The Presidencies of Grover Cleveland (Lawrence, Kan.: University Press of Kansas, 1988), p. 220.

9. H. L. Mencken, “A Good Man in a Bad Trade” [1933], en H. L. Mencken, A Mencken Chrestomathy (New York: Vintage, 1982), p. 229.

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Higgs es Asociado Senior Retirado en economía política, editor fundador y ex editor general de The Independent Review