Las lecciones de Israel

10 de May, 2002

El gobierno israelí, totalmente agraviado por los atentados suicidas que toman como blancos a civiles israelíes, ha lanzado una robusta campaña militar para erradicar a los militantes palestinos y a sus armas. Esa acción militar, con sus concomitantes excesos, es probable que fracase y torne a Israel menos segura en el largo plazo. De manera similar, la campaña militar del presidente Bush contra al Qaeda se encuentra justificada, pero puede fallar si los excesos—por ejemplo, atacar a todos los grupos “terroristas” o a alguna de las naciones que integran el “eje del mal” que no demostraron estar vinculadas al 11 de septiembre—comienzan a ocurrir.

La acción militar, si bien se encuentra moralmente justificada por la provocación, debería tener un propósito realista—es decir, mejorar la seguridad a largo plazo de la nación que la conduce—y no ser emprendida por la ciega emoción. El público israelí está justificadamente exigiendo la acción militar para acorralar a los militantes que perpetraron los atroces ataques suicidas contra civiles inocentes. Pero para alcanzar esta meta, los militares israelíes han utilizado una fuerza excesiva, la que ha atacado a palestinos inocentes y a su propiedad. Los israelíes han utilizado la artillería en áreas urbanas, derribado las casas de las familias de aquellos sospechados de terrorismo, y causado una destrucción insensible y excesiva en el campo de refugiados de Jenin. No sólo esas acciones son moralmente cuestionables, sino que tienden a ser ineficaces.

Pese a todo el humo y el fuego, la ofensiva israelí ha alcanzado logros limitados. Los militantes sospechados, incluyendo un consejero senior del líder de la Organización Para la Liberación de Palestina, Yassir Arafat, han sido tanto aprehendidos como muertos. La ofensiva militar israelí ha capturado varios sitios en donde las bombas caseras eran construidas, sin embargo, ha capturado o destruido muy pocas armas pesadas. Eso es debido a que los palestinos poseen solamente una pequeña cantidad de tales armas y ellas no son la causa de las aflicciones israelíes. Lograr que jóvenes palestinos cometan suicidio a efectos de matar a muchos más civiles israelíes es más difícil que conseguir los materiales y el conocimiento técnico para elaborar los explosivos crudos que amarran a sí mismos para alcanzar su cobarde acto. Y lo anterior no ha sido difícil de conseguir últimamente.

Desafortunadamente, llegará a ser incluso más fácil alistar a palestinos para esos ataques suicidas si Israel continúa su enérgicas medidas militares con los excesos demostrados hasta la fecha. La campaña militar de Ariel Sharon, tal como un “toro en un closet de porcelana”, simplemente actuará como un afiche de reclutamiento para los terroristas suicidas en una futura comunidad palestina más radicalizada. Los militares israelíes—en gran medida los más poderosos de la región del Oriente Medio y acostumbrados a prácticamente ganar las guerras contra los ejércitos convencionales—encontrarán una guerra sin fronteras y un potente y fortalecido enemigo al que no puede derrotar.

En el largo plazo, Israel descubrirá que la única esperanza para reducir o eliminar tales ataques suicidas es removiendo la causa de la frustración palestina—la falta de un territorio independiente, reconocido como estado. Desafortunadamente, los excesos contra los civiles israelíes y palestinos, han provocado que el nivel de odio se arraigue y han disminuido dramáticamente las oportunidades de alcanzar una solución del problema a largo plazo. De hecho, las acciones de Sharon han jugado a favor de los palestinos radicales—quienes, como la mayoría de los terroristas, desean realmente una sobre reacción de la parte a la que atacan a fin de reclutar a más miembros.

De manera similar, Osama bin Laden quisiera que los Estados Unidos se extralimiten en su reacción en la estela de los ataques del 11 de septiembre. El Presidente Bush—como los israelíes—puede estar a punto de caer en la trampa del enemigo. El presidente ha ampliado la guerra desde una meramente contra al Qaeda a una contra todo el terrorismo, las armas de destrucción masiva y el “eje del mal.” Ha impuesto sanciones financieras sobre todos los grupos que aparecen en la nómina de terroristas del Departamento de Estado de los EE.UU.—y puede conducir eventualmente operaciones militares contra ellos—a pesar del hecho de que muchos de esos grupos no centran sus ataques contra los Estados Unidos. Se encuentra, en efecto, azuzando innecesariamente el avispero. Además, si Bush lanza un ataque contra otro país islámico – Irak – después de que los Estados Unidos atacaron Afganistán, y es percibido por el mundo islámico como patrocinando la guerra de Israel contra los palestinos, bin Laden podría hacer su agosto al reclutar islamistas radicales quienes estarían ahora deseosos de realizar actos terroristas. Además, los Estados Unidos no pueden afrontar una guerra más amplia contra el terrorismo o el “eje del mal” porque la misma distrae la atención y el esfuerzo de la necesidad vital de combatir al enemigo a las puertas del país—al Qaeda.

Como Israel, el gobierno de los EE.UU. tiene derecho a tomar—y probablemente no podría evitar tomarlas—acciones militares contra un enemigo que ha atacado su patria. Pero esa acción militar debe estar centrada en eliminar a la red terrorista de al Qaeda, la cual todavía tiene 10 de sus 12 principales líderes y poderosas capacidades alrededor del mundo. Es vital que los Estados Unidos no se distraigan en una pequeña y pobre nación, la cual fue seriamente malograda por la Guerra del Golfo y que no patrocina a grupos terroristas que centran sus ataques en los Estados Unidos. Irak, aún si posee o adquiere armas de destrucción masiva, no tendría ningún incentivo para atacar a una nación en la otra mitad del mundo del mundo si esa nación no interviniese militarmente de modo regular en la región del Golfo Pérsico.

Tanto Ariel Sharon como George Bush necesitan aprender que los excesos—aún en las guerras justificables—pueden reducir antes que realzar la seguridad de sus naciones.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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