Los votos obtenidos por los candidatos presidenciales de centro-derecha en las recientes elecciones de Bolivia suman casi el 80 %, mientras que los dos candidatos de izquierda no obtuvieron más del 11 % en total.
La izquierda se encuentra tan desacreditada en el país cuya política y vida institucional dominó en las últimas dos décadas que sus dos principales figuras no pudieron postularse en los comicios. El actual presidente, Luis Arce, decidió no presentarse a la reelección porque no tenía posibilidades, y al expresidente Evo Morales, una de las icónicas figuras populistas de América Latina, se le prohibió ser candidato porque el Tribunal Constitucional y otras entidades jurídicas dictaminaron que la Constitución solo permite dos mandatos presidenciales, y él había tenido tres (y había intentado ilegalmente conseguir un cuarto) cuando era presidente. Morales se encuentra atrincherado en la región cocalera del Chapare, rodeado por una guardia pretoriana de bien pertrechados seguidores, evitando ser arrestado por presuntamente violar a una niña de quince años. Los tribunales nunca se habrían atrevido a fallar en contra de Morales y el fiscal general a ordenar su detención cuando él y la izquierda unida controlaban el sistema, lo que hicieron hasta hace muy poco.
Quien resulte vencedor en la segunda vuelta electoral de octubre —ya sea Rodrigo Paz Pereira, el centrista hijo de un expresidente que representa al Partido Demócrata Cristiano, o Jorge Quiroga, el líder de centro-derecha de la alianza Libre— llegará al poder porque los bolivianos padecen hoy las graves secuelas del modelo socialista-populista aplicado durante dos décadas. Dicho modelo se sustentó en la venta de gas natural a Brasil y Argentina a precios por encima del mercado durante el auge de las materias primas de los años 2000, utilizando los ingresos extraordinarios para disparar el gasto público; nacionalizar decenas de empresas de distintos sectores; imponer controles de precios respaldados por fuertes subsidios, y tejer una extensa red clientelista que asegurara la reelección indefinida del oficialismo. Paralelamente, el Gobierno central consolidó su poder al someter a fiscales y jueces, y al emplear la justicia como herramienta de persecución contra los opositores políticos.
La situación comenzó a desmoronarse en 2019, cuando Evo Morales intentó asegurarse un tercer mandato recurriendo al fraude electoral, hecho denunciado por observadores internacionales. A continuación, dimitió y huyó del país. Sin embargo, el caos resultante creó las condiciones que permitieron su retorno. En las elecciones celebradas para elegir al sucesor de la presidenta interina Jeanine Áñez, un aliado de Morales llamado Luis Arce ganó y asumió el poder. Con el tiempo, Arce se distanció de Morales, lo que provocó una amarga lucha por el poder que fracturó el partido gobernante Movimiento al Socialismo (MAS). Finalmente, surgió una tercera facción, liderada por Andrónico Rodríguez, presidente del Senado, lo que selló el declive del otrora poderoso partido MAS.
La implosión se produjo en el contexto del colapso del modelo socioeconómico implantado por Morales y Arce, quien fue ministro de Finanzas del primero durante muchos años antes de convertirse en presidente en 2020. El país se ha quedado sin dólares y sufre una grave inflación (24 %) y escasez de diésel, gasolina y alimentos básicos. Las finanzas del Gobierno se encuentran en una situación desesperada: el déficit fiscal ha alcanzado el equivalente al 10 % del PBI del país y el gasto público asciende al 80 % del tamaño de la economía. La mayoría de las cien empresas estatales se encuentran paralizadas debido a la falta de energía. La producción de gas se ha reducido casi a la mitad desde 2014, y las vastas reservas de litio permanecen inactivas en su mayor parte en el subsuelo en virtud de la falta de capital y a las protestas de las comunidades locales, pese a los contratos firmados con compañías rusas y chinas.
Tal es el legado de veinte años de socialismo populista por enésima vez en América Latina. ¿Aprenderán la lección esta vez los bolivianos? Mucho dependerá de cuán valiente y eficiente sea el próximo presidente a la hora de reformar el modelo y de si los líderes de las numerosas fuerzas de centro-derecha mantienen un alto grado de convivialidad y unidad. De lo contrario, el MAS resurgirá y, con él, comenzará un nuevo y perjudicial ciclo de socialismo populista.
Traducido por Gabriel Gasave
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