Para quienes hemos experimentado las consecuencias devastadoras de someter al banco central a presiones políticas (en mi caso, en el Perú de los años 80, donde esto condujo a una hiperinflación), la campaña incesante liderada por el presidente Trump contra el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, dirigida a forzarlo a reducir las tasas de interés, resulta alarmante.
Por supuesto, ni Powell ni ningún banquero central -ni ningún presidente, dicho sea de paso- pueden saber definitivamente cuál es la tasa de interés “correcta” para una economía en la que se producen bienes y servicios por valor de billones de dólares a través de millones de decisiones independientes cada día. El riesgo de equivocarse es inherente a la naturaleza misma de la banca central. Poco puede hacerse respecto a este riesgo, a menos que la institución sea desmantelada por completo o que su papel se reduzca a suministrar reservas en casos excepcionales y cobrar la tasa de interés de mercado.
Someter a la Fed, cuyo papel ha sido nefasto en las últimas décadas, a tanta presión política sólo puede significar dos cosas. Primero, que no se han aprendido las lecciones de la supresión monetaria en Estados Unidos. En segundo lugar, los graves problemas que enfrenta la economía estadounidense —endeudamiento excesivo, ahorro insuficiente, altos costos de producción, baja productividad, precios de activos distorsionados e inflación persistente— probablemente se agraven.
Consideremos lo siguiente: los costos laborales unitarios se han incrementado un 65% desde 1992. Esta tendencia ha hecho que Estados Unidos sea menos competitivo, en gran medida debido a la inflación. Alentar a la Reserva Federal a fomentar aún más la inflación aumentaría aún más los costos laborales unitarios, debilitaría la competitividad y ampliaría el déficit comercial.
Sea cual sea el indicador que utilicemos, los precios han subido muy por encima del 2% en el último año. (¿A quién se le ocurrió la idea de que una inflación anual del 2% es buena?) Según el Índice de Precios de Gasto en Consumo Personal Subyacente (PCE Subyacente), subieron un 2,6% en los últimos 12 meses. El IPC promedio recortado del 16%, que elimina la volatilidad y es probablemente una mejor referencia, lo sitúa por encima del 3%. Incluso si aceptamos el objetivo de inflación del 2% -que de alguna manera se ha convertido en dogma- no hay justificación para recortar las tasas ahora.
Más importante aún, utilizar la presión política para forzar recortes de tasas ignora lo que ha ocurrido desde finales de la década de 1980, cuando unas tasas de interés artificialmente bajas se convirtieron en la norma. Esa senda política acabó alimentando el ajuste inflacionario que desencadenó el endurecimiento monetario en marzo de 2022.
Desde 1987, se ha creado dinero de la nada a una velocidad más de cinco veces superior al ritmo de crecimiento de la economía si lo medimos por el tamaño del balance de la Reserva Federal. Si el balance hubiera crecido aproximadamente al mismo ritmo que la economía, el Tesoro no habría sido capaz de endeudarse por colosales cantidades de dinero, es decir, la Reserva Federal no habría monetizado billones de deuda pública. Los políticos al mando habrían tenido que acudir al mercado e intentar endeudarse con el sector privado, lo que habría disparado las tasas de interés y, por tanto, obligado al gobierno a poner la casa en orden. El gobierno federal de Estados Unidos no debería 36 billones de dólares actualmente, ni estaría gastando cada año aproximadamente un billón de dólares sólo en intereses (¡una suma no muy diferente de la de todo el presupuesto de defensa!).
Las políticas de dinero fácil han distorsionado los precios de los activos y han inflado las burbujas especulativas, enriqueciendo a la élite mientras socavaban la economía real. Estas distorsiones han alimentado el resentimiento entre la clase media y han contribuido a impulsar el nacionalismo económico y el populismo que vemos en la sociedad estadounidense. Los activos financieros de los hogares y las organizaciones sin fines de lucro suman hoy unos 180 billones de dólares en total, más de seis veces el tamaño de la economía, una proporción que ha explotado en gran medida en las últimas décadas debido a la ingeniería financiera y la inflación de activos causada por las políticas de la Fed.
Si el presidente Powell sucumbe a la presión del presidente Trump y revierte el curso del ajuste que inició en 2022, los problemas económicos que aquejan a Estados Unidos no harán más que profundizarse -de forma dramática-.
Traducido por Gabriel Gasave