La insensatez de los “hombres de los aranceles”

Las políticas proteccionistas del presidente Trump son erráticas, mal definidas e incoherentes.
10 de abril, 2025

La agenda arancelaria del presidente Donald Trump no evidencia signos de un mandato popular. Una encuesta reciente reveló que el 61% de la población considera que el aumento de los aranceles perjudicará al estadounidense promedio, frente a solo el 14% que los estima útiles. El 76% espera que los aranceles incrementen los precios en las tiendas. Una clara mayoría también se opone a las medidas arancelarias específicas de Trump contra Canadá y México. Los economistas de la corriente dominante han criticado las afirmaciones de la administración de que su programa de aranceles “reducirá sustancialmente el déficit comercial de EE. UU.”. A diferencia de aranceles anteriores, que generalmente contaban con el respaldo de grupos de interés en las industrias beneficiadas, ni siquiera parece haber un esfuerzo coordinado de lobby detrás de la agenda actual de Trump

La economía también ha emitido un duro veredicto sobre la agenda comercial de la Casa Blanca. En el último mes, el sube y baja de caídas y recuperaciones en el mercado bursátil tras cada nuevo anuncio de aranceles ha sido sustituido por una caída libre de la economía. En el momento de escribir estas líneas, el índice Dow Jones ha perdido más del diez por ciento de su valor desde que Trump asumió el cargo en enero y el índice S&P 500 ha perdido cerca del quince por ciento. La incertidumbre arancelaria ha aniquilado la confianza de los consumidores estadounidenses y las cadenas de suministro internacionales se preparan para una sacudida inducida por los aranceles. Al mercado no le gustan los aranceles en general, pero también detesta la incertidumbre creada por este despliegue desordenado.

En el nivel más básico, el obstinado apego del presidente a los aranceles proviene de una creencia ideológica. Después de todo, Trump se describe a sí mismo como un “hombre de aranceles”, y la defensa del proteccionismo puede ser el componente más estable de su sistema de creencias políticas en los últimos cuarenta años. Sin embargo, la actual política arancelaria de Trump también es errática, mal definida e incoherente. Su justificación oscila entre los objetivos mutuamente excluyentes de proteger a las industrias mediante la exclusión de importaciones del exterior, por un lado, y recaudar ingresos fiscales de las mismas importaciones como parte de un plan para sustituir el impuesto sobre la renta, por el otro.

…. Soy un hombre de aranceles. Cuando personas o países vienen a saquear la gran riqueza de nuestra nación, quiero que paguen por el privilegio de hacerlo. Siempre será la mejor manera de maximizar nuestro poder económico. Ahora mismo estamos recibiendo miles de millones de dólares en aranceles. HAGAMOS A AMÉRICA RICA DE NUEVO

— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) December 4, 2018

Cuando Trump lanza una amenaza arancelaria y luego se retracta para obtener concesiones diplomáticas, los aranceles no son más que un mecanismo de negociación. Cuando aprieta el gatillo arancelario sobre la misma nación unos días más tarde, se nos dice que es para hacer frente a una “emergencia” de seguridad nacional en la frontera o parte de un plan para compensar de alguna modo la producción de acero chino gravando el acero canadiense. Cuando los mercados se desploman, todo forma parte de una elaborada partida de ajedrez de cuatro dimensiones para reestructurar la economía mundial. Los argumentos de la Administración sobre los peligros de una recesión inducida por los aranceles cambian cada hora, desde negar cualquier amenaza de agitación económica hasta insinuar que se está llevando a cabo un “reinicio” económico intencionado del sistema de comercio mundial.

La volatilidad resultante de políticas y mensajes contradictorios guarda poca semejanza con los aranceles al acero del primer mandato de Trump. Aquellos gravaron a los consumidores con precios más altos y costaron al país unos 142.000 empleos netos, pero también se limitaron a unos pocos objetivos de política exterior bien definidos. En esta ocasión, la aplicación ha sido un auténtico caos.

Esta confusión es el resultado de una batalla ideológica que se libra dentro de la Casa Blanca. Aunque Trump reunió a un equipo económico de “hombres de los aranceles” de ideas afines para promulgar sus políticas, sus asesores parecen estar en desacuerdo sobre lo que se supone que deben lograr los aranceles que defienden. La caótica aplicación de los últimos dos meses refleja sus objetivos contrapuestos, que incluyen el proteccionismo clásico, la generación de ingresos y un plan general para devaluar el dólar y “reiniciar” la economía internacional. En lugar de formar una agenda arancelaria cohesionada, compiten por el oído del presidente y le conducen por caminos contradictorios.

En la actualidad, parece haber unos cinco bandos arancelarios diferentes dentro de la administración Trump. Dado que la profesión económica rechaza abrumadoramente los aranceles, casi todos los “hombres de los aranceles” de Trump proceden de los márgenes de la disciplina. Pero estas perspectivas periféricas no coinciden entre sí, como revelará un breve repaso al panorama arancelario.

Proteccionistas clásicos

Este punto de vista es el que mejor se aproxima a las propias creencias de Trump, así como a las de su asesor comercial Peter Navarro. El proteccionismo clásico sostiene que el comercio internacional es un juego de suma-cero determinado por el mantenimiento de un superávit de exportaciones frente a importaciones. Los partidarios de este punto de vista en la Casa Blanca ven los déficits comerciales como una prueba de que los acuerdos comerciales están amañados para perjudicar a Estados Unidos. Los aranceles, por tanto, son el mecanismo político empleado para revertir este supuesto desequilibrio protegiendo a los fabricantes nacionales y penalizando a sus competidores extranjeros con un impuesto.

El proteccionismo de este tipo se basa en un malentendido de una identidad contable básica. Los halcones del déficit comercial miden los gastos en bienes y servicios foráneos sin tener en cuenta los correspondientes ingresos de inversión extranjera. También asumen incorrectamente que los aranceles perjudican principalmente a los productores extranjeros al imponer un impuesto punitivo sobre sus productos. Esta era la premisa en la que se basaba la ampliamente ridiculizada “fórmula de reciprocidad” de Trump, que imponía aranceles astronómicos a cualquier país con el que Estados Unidos tuviera un déficit comercial bilateral (además de una tasa mínima del diez por ciento para aquellos con los que tuviera superávit).

Esta fórmula confunde la existencia de un déficit comercial con barreras comerciales externas, y luego calcula una “tasa” sin sentido dividiendo la diferencia neta entre exportaciones e importaciones por el valor de las importaciones y reduciendo el resultado a la mitad. Se trata de un ejercicio de alquimia económica basado en una asombrosa incompetencia económica y en ningún principio subyacente inteligible. Navarro supuestamente lo ideó él mismo y desde entonces se ha convertido en su principal exponente en los medios de comunicación, revelando en el proceso que no entiende aritmética de primaria, por no hablar de economía comercial.

Navarro’s arbitrary tariff formula

Ilustración de la arbitraria fórmula arancelaria de Navarro (fuente: BBC)

Sin embrago, las cargas de la artimaña estadística de Navarro impondrán efectos profundos y negativos sobre la mayoría de los estadounidenses. Contrariamente a lo que afirman los proteccionistas clásicos, los costos de un arancel se trasladan inevitablemente a los consumidores, ya sea a través de subas de precios utilizadas para absorber el propio impuesto o mediante el desplazamiento de las compras de los importadores a las empresas nacionales “protegidas”, que entonces elevan sus precios a un nivel que se corresponde con el impuesto.

Y lejos de revertir los déficits comerciales, los aranceles de este tipo acaban imponiendo penalizaciones contraproducentes a los exportadores estadounidenses. En primer lugar, porque los exportadores son tomadores de precios en un mercado mundial y, por tanto, deben absorber cualquier aumento de los costos de sus materias primas generado por los aranceles. Y, en segundo lugar, porque los aranceles tienden a desencadenar guerras comerciales de represalia en el extranjero, en las que otros países atacan a los exportadores estadounidenses con gravámenes punitivos, aislándolos así del mercado internacional.

Neo-mercantilistas

Aunque los neo-mercantilistas se encuentran estrechamente relacionados con los proteccionistas clásicos en su enfoque del déficit comercial, adoptan una perspectiva histórica de la defensa de los aranceles. El propio Trump ha adoptado algunos de estos argumentos a través de su peculiar rehabilitación de William McKinley, el homónimo de un arancel altamente proteccionista en 1890, y luego presidente de EE.UU. de 1897 a 1901. Otras voces neo-mercantilistas en la Administración son el vicepresidente J.D. Vance y el asesor de política interior de Trump, Wells King, antiguo empleado de Vance en el Senado y director de investigación del ‘think tank’ de defensa de los aranceles American Compass. El secretario de Estado de Trump, Marco Rubio, también ha coqueteado con este punto de vista durante su carrera en el Senado.

Los neo-mercantilistas atribuyen el desarrollo económico de Estados Unidos a una oscura ideología arancelaria del siglo XIX conocida como el “Sistema Estadounidense”. Propuesto por primera vez por el senador de Kentucky Henry Clay en 1824, el Sistema Estadounidense pretendía lograr una “armonización” económica de la economía nacional mediante un conjunto de aranceles, regulaciones y subvenciones gubernamentales. La esencia de la teoría sostiene que la planificación gubernamental puede alinear a los productores nacionales de materias primas con los fabricantes nacionales, obviando la necesidad de importaciones extranjeras y -supuestamente- creando una economía interna autosuficiente y casi autárquica.

El programa de Clay tuvo muchos adeptos en el siglo XIX, aunque Thomas Jefferson y James Madison vivieron lo suficiente para denunciarlo como una traición a los principios fundacionales de Estados Unidos. Se impuso durante varias décadas después de la Guerra de Secesión e influyó enormemente en la política arancelaria estadounidense hasta la Segunda Guerra Mundial. El Sistema Estadounidense fue la ideología subyacente a la desastrosa Ley de Aranceles Smoot-Hawley de 1930. Ante el desplome del mercado bursátil de 1929, los partidarios del Sistema Estadounidense recetaron aranceles como un paquete de “estímulo” que aislaría al país de los estragos de la recesión mundial. En lugar de ello, provocaron un colapso retaliativo en el comercio mundial y ayudaron a intensificar los vientos en contra de la recesión, contribuyendo a una Gran Depresión que se extendió durante una década. El cambio hacia el libre comercio tras la Segunda Guerra Mundial, del que hoy se lamentan los defensores de los aranceles, se produjo como respuesta directa a los fracasos de la Ley Smoot-Hawley.

Los neo-mercantilistas actuales restan importancia a este dudoso legado y afirman, en contra de toda evidencia empírica, que los aranceles en verdad impulsaron la industrialización estadounidense a finales del siglo XIX. Un persistente aire de resentido conspiracionismo rodea a los partidarios contemporáneos del sistema estadounidense, evidente en la retórica de Trump sobre otros países que “se aprovechan de Estados Unidos” con el libre comercio y en los enrevesados relatos sobre una red de contrabando de drogas en gran medida imaginaria en la frontera norte con Canadá. Acusaciones como éstas son una característica de larga data de estos debates, que se remontan a la anglofobia del siglo XIX y revivieron en el siglo XX con el populismo económico de Pat Buchanan en la década de 1990 y la paranoia histriónica del culto político de Lyndon LaRouche. (Los larouchianos sostenían que los aranceles protectores eran necesarios para aislar la economía estadounidense de un complot internacional dirigido por los británicos para inundar EEUU de opiáceos).

Los neo-mercantilistas de hoy creen que la liberalización comercial del siglo XX fue el producto de una conspiración internacional diseñada para subordinar la economía estadounidense, y que la profesión económica estaba en el complot. Sostienen que la corriente económica dominante está controlada por dogmáticos del libre comercio que se oponen a los aranceles por devoción religiosa. Estos y otros argumentos similares se han convertido en un pilar para Oren Cass, del American Compass, que hace proselitismo de su mensaje arancelario en seminarios para el personal del Capitolio y ha asumido un papel destacado en la defensa del plan arancelario del “día de la liberación” de la administración Trump en los medios de comunicación.

En términos de influencia cotidiana, esta peculiar facción no se encuentra diseñando las tarifas y políticas de la administración. La artificiosa fórmula de reciprocidad de Navarro -disfrazada con letras griegas y citas tergiversadas de publicaciones económicas- es un faro de aritmética cuando se compara con los argumentos de los neo-mercantilistas. Sin embargo, los neo-mercantilistas han proporcionado a Trump un marco epistémico alternativo con el que justificar el despido de la abrumadora mayoría de economistas profesionales que se oponen a las políticas arancelarias del presidente.

Sustituidores del impuesto sobre la renta

En otras áreas de la Administración, otra facción de los “hombres de los aranceles” de Trump ha esgrimido un argumento histórico diferente para su causa. Señalan que antes de la adopción del impuesto federal sobre la renta en 1913, los aranceles proporcionaban la mayor parte de los ingresos fiscales federales. Para los partidarios de la sustitución de los impuestos, los aranceles representan una fuente de ingresos sin explotar que, con el tiempo, permitirá la abolición del Servicio de Impuestos Internos (IRS es su sigla en inglés) y la restauración de este sistema fiscal del siglo XIX. El secretario de Comercio, Howard Lutnick, se ha erigido en uno de los principales defensores del argumento del intercambio de impuestos (aunque también adopta argumentos de los otros bandos), y Trump ha hecho uso de la misma retórica. El discurso de investidura del presidente propuso sustituir el IRS por un “Servicio de Ingresos Externos”, lo que indica que comparte este punto de vista, al igual que la propuesta más reciente de Lutnick de eliminar los impuestos sobre la renta para quienes ganen menos de 150.000 dólares.

El argumento de la sustitución del impuesto sobre la renta plantea varios problemas. Aunque los aranceles financiaron en su día al gobierno federal, este sistema también reflejaba los niveles de gasto federal del siglo XIX. Si se traslada a la actualidad, las matemáticas de un canje de aranceles sencillamente no cuadran. Los impuestos federales sobre la renta recaudan actualmente unos 2,5 billones de dólares (trillones en inglés) al año, mientras que el valor total de los bienes importados es de unos 3 billones de dólares (trillones en inglés). Eso implica que necesitaríamos un arancel nacional del 83% sobre todas las importaciones para compensar la diferencia, y sólo bajo el supuesto poco realista de que el volumen de comercio no disminuiría debido a la penalización tributaria.

Aquí nos encontramos con el segundo problema de la estrategia de intercambio de impuestos. Para obtener ingresos de los aranceles, los bienes importados deben cruzar físicamente la frontera para que se recaude un impuesto. Esto pone a los sustitutos de los impuestos en directa contradicción con los campos proteccionistas clásicos y neo-mercantilistas, cuyo objetivo es obstruir la importación y redirigir el consumo hacia las empresas nacionales a precios más elevados. En términos más sencillos, los aranceles pueden servir para maximizar los ingresos o para proteger fuertemente, pero no para ambas cosas. Los políticos del siglo XIX entendieron esta disyuntiva y, en consecuencia, mantuvieron las tasas arancelarias específicas por debajo de su nivel proteccionista óptimo para garantizar un rendimiento suficiente de las importaciones. Los actuales partidarios de sustituir el impuesto sobre la renta no parecen haber asimilado esta lección histórica, lo que deja a Lutnick en un estado de perpetua vacilación entre los objetivos antitéticos de ofrecer protección a las industrias y, al mismo tiempo, sustituir el impuesto sobre la renta.

Farsantes de la negociación

Una cuarta facción dentro de la administración parece considerar los aranceles como una herramienta de negociación a fin de alcanzar objetivos estratégicos en la arena internacional. Al utilizarlos para amenazar tanto a aliados como a adversarios, Trump pretende persuadirlos a implementar una serie de reformas políticas a cambio de la eliminación de dichas amenazas: control migratorio y antidrogas en las fronteras norte y sur, aumento del gasto en la OTAN y otras obligaciones militares, y la eliminación de las barreras arancelarias e impositivas impuestas contra Estados Unidos a cambio de “reciprocidad”. Los aranceles incluso están siendo utilizados para presionar a países que comercian con regímenes hostiles como Venezuela. En consecuencia, si otros países ceden a las amenazas arancelarias modificando sus políticas, pueden eludir la amenaza punitiva de un gravamen del 25 % sobre sus importaciones a Estados Unidos. Y si aceptan reducciones recíprocas de los aranceles existentes, Estados Unidos podría incluso recompensarlos con un estatus de socio comercial preferencial.

El director del Consejo Económico Nacional, Kevin Hassett, ha emergido como uno de los principales portavoces de la reciprocidad arancelaria, y varias declaraciones y cambios de política del propio Trump han dado a entender este enfoque de incentivos y castigos. Cabe destacar que Hassett parece ser el único alto funcionario que muestra regularmente cierto escepticismo respecto al proteccionismo ideológico. En las últimas semanas, ha argumentado que la Casa Blanca busca un sistema comercial más libre a largo plazo, donde los aranceles sirvan como incentivo para que otros países eliminen las barreras injustas contra Estados Unidos.

Este enfoque presenta dos problemas. En primer lugar, los aranceles y las barreras no arancelarias de Estados Unidos ya están entre los más altos en comparación con otras economías desarrolladas. El Reino Unido, Australia, Canadá y la Unión Europea ocupaban puestos superiores a los de Estados Unidos en la mayoría de los índices de liberalización comercial antes de que Trump asumiera el cargo. Por lo tanto, una verdadera negociación recíproca requeriría que Estados Unidos redujera sus propios aranceles y barreras comerciales para equipararlos con los de sus principales socios comerciales.

En segundo lugar, si bien una reducción recíproca exitosa lograda mediante engaños negociadores sería el resultado económico menos perjudicial de la actual guerra arancelaria, para que la estrategia de negociación funcione, la amenaza arancelaria debe ser un engaño creíble. La estrategia de Trump consiste esencialmente en crear una confrontación internacional de alto riesgo con la esperanza de que otros países cedan y accedan a sus demandas. Si no lo hacen, el mundo queda atrapado en una carrera hacia el abismo y en una espiral de represalias, tal como la que Estados Unidos está experimentando actualmente con Canadá. Y una vez que el engaño se ha utilizado con éxito, deja de ser una táctica eficaz. El efecto de vaivén de los cambios en la política arancelaria también socava la posición negociadora de la Casa Blanca al crear un blanco cambiante de objetivos recíprocos y degradar la confianza en la disposición de Estados Unidos a cumplir su palabra en un acuerdo previo.

Desafortunadamente, parece que Trump ya ha desperdiciado su ventaja negociadora en materia arancelaria durante sus primeros dos meses en el cargo, con poco que mostrar a cambio, salvo una pérdida significativa de confianza al incumplir las pausas arancelarias existentes y decidir proceder con nuevas amenazas arancelarias. Jugó todas sus cartas durante los primeros dos meses de su administración, procedió a pesar de todo con sus aranceles de “día de la liberación”, y ahora se enfrenta a una desconfianza justificada por parte del resto del mundo.

El enfoque de negociación engañosa también genera tensión entre sus defensores y las facciones proteccionistas y fiscales de la administración. Una amenaza arancelaria no puede lograr ninguno de los dos objetivos si es rescindida antes de su entrada en vigor, y una verdadera reducción recíproca requeriría que Estados Unidos renuncie a algunas de sus barreras arancelarias y no arancelarias existentes sobre los productos de otros países.

Partidarios del reequilibro comercial

Los reequilibradores comerciales son posiblemente la facción arancelaria más peligrosa de la Casa Blanca, debido a los ambiciosos planes que se proponen lograr con la agenda arancelaria de Trump. Esta facción emergente pretende utilizar los aranceles como medio para reestructurar la economía y el sistema de intercambio internacionales. El principal defensor de este enfoque es Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos (CEA) de Trump. Miran escribió una “Guía del Usuario para la Reestructuración del Sistema de Comercio Global” poco antes de su nombramiento, y algunos han argumentado que es el modelo para la ambiciosa agenda arancelaria del gobierno. El propio discurso de Trump ha insinuado planes similares, como el “día de la liberación” que añadió a su anuncio del 2 de abril.

Al igual que los proteccionistas clásicos, los defensores del reequilibrio rechazan los déficits comerciales, pero discrepan sobre su origen. Consideran que los déficits se deben a una “persistente sobrevaluación del dólar” en la economía internacional, debido a su estatus de facto como moneda de reserva mundial. En consecuencia, Miran ha promovido un “Acuerdo de Mar-a-Lago” con el objetivo intencionado de “reequilibrar” el comercio mediante una devaluación controlada del dólar en el marco de un acuerdo multilateral de paridad cambiaria.

La propuesta de Miran plantea un dilema para los proteccionistas clásicos. Bajo un sistema cambiario flotante, un arancel generalmente fortalecerá la posición del dólar frente a otros países afectados por los aranceles y, por lo tanto, anulará sus supuestos efectos de equilibrio comercial. Para sortear este obstáculo, los defensores del reequilibrio creen que pueden utilizar amenazas arancelarias adicionales y ofertas de reciprocidad para persuadir a los países más pequeños a implementar una paridad cambiaria preferencial con el dólar estadounidense. Creen que esto permitiría la aplicación simultánea de aranceles agresivos con fines proteccionistas y de recaudación de ingresos —quizás hasta un arancel de “referencia” del veinte por ciento, según la propuesta de Miran— mientras que también se gestiona una devaluación de la posición del dólar y se superpone a ella un canje inducido de las actuales tenencias de bonos del Tesoro estadounidense a corto plazo por parte de otros países por bonos a un siglo de plazo.

Este fantasioso plan de reequilibrio es casi con certeza inviable en la práctica, ya que presupone un nivel de aceptación internacional inexistente. Incluso en teoría, el plan trata la economía internacional como un círculo cerrado donde las obvias presiones arancelarias sobre los precios pueden compensarse con un plan de manipulación cambiaria cuidadosamente ejecutado y una buena dosis de ilusiones.

En un discurso confuso tras el anuncio de Trump del “día de la liberación”, Miran declaró que el consenso económico contra los aranceles es “erróneo”. No ofreció prueba alguna para esta afirmación, más allá de reiterar sus propias opiniones heterodoxas como si fueran un hecho comprobado. En cambio, el presidente del CEA anunció que otros países solo podrían obtener alivio del régimen arancelario de Trump si accedían a una lista de exigencias extorsivas: pueden “aceptar los aranceles” y pagarlos; “pueden detener las prácticas comerciales injustas y perjudiciales”, como alega, pero rara vez explica, la administración Trump; pueden comprar armas y otros equipos militares de Estados Unidos como una forma de compensación por participar en el comercio internacional bajo el paraguas de seguridad estadounidense; sus gobiernos pueden reubicar fábricas en Estados Unidos, adoptando en esencia una planificación económica centralizada; y los gobiernos extranjeros “podrían simplemente emitir cheques al Tesoro que nos ayuden a financiar bienes públicos globales”. Sigue sin estar claro cómo alguna de estas concesiones obtenidas mediante amenazas lograría los objetivos de la administración Trump, o si el propio Trump siquiera cumpliría con un intento de alcanzarlos.

El reequilibrio comercial es esencialmente Teoría Monetaria Moderna (TMM) para la derecha fundamentalista arancelaria, y Miran se está convirtiendo rápidamente en su Stephanie Kelton. Y al igual que con el movimiento de la TMM que llevó al gobierno de Biden a la peor crisis inflacionaria en cuarenta años, muchos de los argumentos a favor del reequilibrio se basan en una comprensión errónea de conceptos económicos básicos. Por ejemplo, los autores del artículo que Miran utiliza para su arancel de referencia del 20% lo han acusado públicamente de mal uso de su trabajo.

Más recientemente, Miran presentó una defensa heterodoxa de los aranceles en Bloomberg que sugería que malinterpreta conceptos básicos como los efectos de la elasticidad del precio en la incidencia fiscal. Cree erróneamente que los países extranjeros soportan la mayor parte de la carga arancelaria, en contraste con los conocidos efectos de la traslación que cargan a los consumidores estadounidenses, y especialmente a los exportadores estadounidenses, con precios más altos. Pero, al igual que las fantasías de impresión de dinero de la TMM en la izquierda, podría producirse un daño económico inmenso si la administración Trump intentara devaluar intencionalmente el dólar en serio mediante la intimidación con aranceles y paridades cambiarias forzadas.

Si bien la calculadora de aranceles de la USTR cita los hallazgos de Cavallo, Gopinath, Neiman y Tang (2021), no está del todo claro cómo utilizan nuestros hallazgos. Según nuestra investigación, la elasticidad de los precios de importación con respecto a los aranceles se acerca más a 1. Si se utilizara esa cifra en lugar de…

— Alberto Cavallo (@albertocavallo) 4 de abril de 2025

Actualmente, no está claro cuál de estas cinco facciones arancelarias domina la Casa Blanca. Y ahí radica el problema. Cada una de las cinco ideologías arancelarias en pugna es económicamente peligrosa en sí misma, aunque de maneras ligeramente diferentes. El proteccionismo clásico podría desencadenar una guerra comercial de represalia. Una estrategia de intercambio de impuestos podría ser contraproducente, ya que su rendimiento fiscal es inferior, lo que significa que los estadounidenses tendrían que pagar una doble tributación con los nuevos aranceles y el actual sistema federal de impuestos sobre la renta. Llevado al extremo, un plan de devaluación monetaria basado en aranceles, ejecutado mediante las desafortunadas herramientas políticas y el estilo errático de la Casa Blanca de Trump hasta la fecha, podría desencadenar una recesión global. Y las maniobras negociadoras de los últimos meses parecen haber llegado ya a su fin, dejando la credibilidad de Estados Unidos en el exterior por el piso.

Otra complicación comienza a surgir debido a las discrepancias dentro de las propias filas de Trump. En medio del desplome de la bolsa, precipitado por los aranceles del “Día de la Liberación” de Trump, ha estallado una disputa pública entre Peter Navarro y Elon Musk, asesor de Trump en el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE es su sigla en inglés). En una publicación en X, Musk acusó a Navarro de incompetencia y sugirió que sus propios objetivos incluyen la eliminación de las barreras comerciales con varias de nuestras principales potencias comerciales. Mientras Navarro siga teniendo la influencia del presidente, las relaciones con el principal recortador de gastos de la administración se tensarán.

PETER NAVARRO SOBRE ELON MUSK:

“Todos en la Casa Blanca entendemos (y el pueblo estadounidense lo entiende) que Elon es fabricante de automóviles. Pero no es fabricante de automóviles, es ensamblador de automóviles. En muchos casos, si vas a su planta de Texas, buena parte de los motores que consigue…

— Ron Pragides  (@mrp) 8 de abril de 2025

Las payasadas de los “hombres de los aranceles” están empezando a poner en peligro otras prioridades políticas, como la reducción del déficit. Objetivos futuros como la renovación de los recortes del impuesto sobre la renta del primer mandato de Trump probablemente se enfrentarán a obstáculos similares mientras las guerras comerciales sigan dominando la agenda económica del presidente. Pero hay otra lección que aprender de la variedad de objetivos en competencia y de hombres de los aranceles enfrentados entre sí en la órbita de Trump. Cuando se persiguen simultáneamente, sus objetivos contrapuestos se convierten en una maraña incoherente de políticas contradictorias y vacilaciones caóticas. El resultado es una incertidumbre arancelaria y un caos en materia de aranceles, con un impacto proporcional en la salud de la economía estadounidense.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Investigador Asociado del Independent Institute y titular de la Cátedra David J. Theroux de Economía Política.

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