Resulta interesante pensar acerca de lo que las futuras generaciones recordarán y pensarán: «Qué bárbaros y atrasados. ¿De verdad creía esa gente en _______?». Desde nuestro actual punto de vista, por ejemplo, vemos a la religión de esa manera. Durante miles de años, la Iglesia y el Estado estuvieron simbióticamente vinculados, pero actualmente muchos ven a la separación de la Iglesia y el Estado como una condición necesaria para un gobierno estable y liberal.
¿Y ahora qué? Argentina tiene un nuevo presidente «libertario», Javier Milei. Una parte importante de la plataforma de Milei era la «dolarización», o el abandono de un peso carente de valor en favor de la recodificación de las cuentas y activos que pasarían a estar valuados en dólares estadounidenses (USD).
Sin embargo, parece ahora que cuando Milei asuma el cargo el 10 de diciembre no llevará adelante una dolarización plena, al menos no en lo inmediato y tal vez no lo haga nunca. Argentina es, en muchos sentidos, una nación avanzada con un gobierno imbécil, cargado con las tontas ilusiones del peronismo. Argentina tiene una tasa de recaudación y cumplimiento tributario inferior al 40%, más propia de una nación del tercer mundo. Como Leonidas Zalmanovitz señalaba la semana pasada, el verdadero problema es el de lograr una consenso para reducir la inflación, no manipular las reglas.
Sin embargo, las reglas y las instituciones importan. Combinar la «generosidad» del peronismo, si bien una generosidad con el dinero de otros, y la incapacidad de recaudar impuestos, ha significado que el gobierno destripara sistemáticamente el valor del ya andrajoso peso. Esa cuestión, más que ninguna otra, es la razón de que un outsider como Milei fuese capaz de ganar con casi el 56% de los votos, un arrollador rechazo a la ortodoxia. Vale la pena dar un paso atrás y considerar las fuentes de esta «Argentina agonista», y pensar en la promesa central de Milei: la separación del dinero y el Estado. Me pregunto si las futuras generaciones mirarán atrás y se preguntarán: «¿Por qué tardaron tanto?».
Fundamentos de las finanzas públicas
Como un ciudadano de a pie, si deseo gastar más de lo que me ingresa, tengo dos opciones:
- Puedo generar más ingresos, trabajando más horas o encontrando un trabajo mejor remunerado; o
- Puedo endeudarme, asumiendo que pueda encontrar a alguien dispuesto a prestarme efectivo a una tasa de interés que yo esté dispuesto a pagar.
Si no devuelvo el préstamo, incluidos los intereses pactados en el contrato, es probable que renuncie a futuras oportunidades de utilizar la opción de «pedir prestado», porque habré revelado el hecho de que no se puede confiar en mí para devolver un crédito.
Los gobiernos que desean gastar más de lo que ingresan tienen algo análogo a las dos primeras opciones:
- pueden subir los impuestos,
- pueden vender bonos, o promesas de devolver un préstamo en el futuro o
- Pero también pueden simplemente: imprimir carradas de moneda nacional y luego gastarla.
Como lo han señalado muchos teóricos heterodoxos, la opción 3 en realidad no difiere en demasía de la 2. Las monedas fíat no son más que bonos cupón cero, que prometen que el Estado te pagará una unidad de esa moneda si quieres liquidarla. Como era de esperar, al igual que con los bonos comunes, puedes sufrir una pérdida de capital si conservas bonos monetarios durante un período de inflación.
Y hay otra relación: Del mismo modo que el incumpliendo en el pago de una deuda por parte de un ciudadano común y corriente se traduce en su incapacidad para poder endeudarse, el fracaso de un Estado en mantener el valor de la moneda se traduce en una negativa a aceptar el pago con esa moneda a su valor nominal. Si deseas cancelar las deudas utilizando esa moneda, los acreedores exigirán un descuento, lo que significa que se necesitará más moneda para compensar la inflación.
La «solución» es que el Estado se ate las manos de alguna manera, que prometa de manera creíble que nunca utilizará la opción 3 para financiar un gasto superior a sus ingresos. Esa es la justificación explícita para crear un banco central «independiente», una clerecía de chamanes monetarios cuyo sacramento ritualizado es mantener el valor de la moneda. El problema es que los funcionarios políticos están muy tentados de presionar a los chamanes para que generen inflación, a efectos de escapar de la carga de la deuda resultante de utilizar el gasto público para comprar votos en cada elección, o para rescatar a los bancos que han asumido un excesivo riesgo de cartera como forma de elevar el precio de sus acciones.
Hay muchas críticas al capitalismo que objetan a esa maximización de los beneficios a corto plazo de los directores generales de las empresas pagados con opciones de compra de acciones. Pero los políticos pueden ser peores: el horizonte temporal político nunca va más allá de las próximas «elecciones más importantes de nuestras vidas». Los políticos estadounidenses, lo máximo que miran hacia delante son 729 días, y eso sólo el miércoles posterior a los comicios.
La Argentina ha utilizado la estrategia 3 para la financiación del déficit -imprimir montones de dinero- de una forma que no es innovadora, pero que resulta bastante eficaz. En el corto plazo, la creación de dinero permite al gobierno «vender» bonos pesos a su valor nominal, reconociendo que la promesa de aceptar los pesos más tarde será mucho más barata por la fuerte caída del valor de capital de esos pesos a causa de la inflación.
La inflación ha sido la savia misma del peronismo. Desde 1980 hasta 2022, la tasa de inflación promedio superó el 200 por ciento. No es difícil ver cómo funciona esto como estrategia de reembolso de la deuda: Si te pido prestados 1.000 dólares y luego de un año te devuelvo 1.000 dólares, una inflación del 200 por ciento significa que estoy devolviendo un valor equivalente de sólo 250 dólares, habiéndote robado 750 dólares. La Argentina puede a menudo estafar a los organismos internacionales de este tipo de préstamos, pero por lo general los políticos han elegido eliminar a los intermediarios y simplemente robar el valor de su propia moneda a sus propios ciudadanos. Sigamos la pista del dinero.
¿Por qué el DINERO?
Todos hemos aprendido que la política monetaria -la administración de la moneda- se encuentra separada de la política fiscal -las políticas tributarias y los gastos-.
De hecho, el argumento a favor de un banco central intervencionista asume que hay dos entidades distintas, algo así como un «Departamento del Tesoro» que gestiona los mercados de la deuda pública, y algo como un «Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal» que gestiona la oferta monetaria. Obviamente, ambas actividades pueden estar conectadas.
Pero esa división de jurisdicciones puede colapsar. Los Estados Unidos intentaron jugar limpio (más o menos), haciendo que el Departamento del Tesoro «vendiera» nueva deuda para financiar el déficit, pero en el entendimiento de que gran parte de la nueva deuda sería adquirida directamente por la Reserva Federal, utilizando su cuenta corriente ilimitada. Esto era, y es, «dinero nuevo», lo que significa que el gobierno estaba comprando su propia deuda con dinero impreso.
Como resultado, el «balance» de la Fed, la lista de activos que ha «adquirido» con dinero fíat, pasó de alrededor de 1 billón de dólares en 2007 a casi 9 billones de dólares en 2022 (trillones en inglés). La mayor parte de esos activos son pagarés, promesas de pedir prestado aún más dinero en el futuro para pagar las letras del Tesoro que la Fed compró para financiar los actuales déficits.
La Argentina no tuvo paciencia para ese tipo de danza kabuki financiera. Eliminaron al intermediario y simplemente emitieron nueva «deuda» directamente bajo la forma de ese bono especializado llamado pesos. La separación entre la política fiscal y la monetaria se evaporó. Si alguien le preguntaba a la interminable serie de regímenes peronistas: «¿Cuántos pesos tiene?», la respuesta era siempre: «¿Cuántos necesita?». Como resultado, el peso argentino ha perdido el 93 por ciento de su valor en tan sólo los últimos 4 años. (Por favor, lea la frase otra vez, puedo esperar. En serio: 93 por ciento).
En un estupendo podcast en Econtalk hace un año, Devon Zuegel describió los problemas de gestionar incluso transacciones básicas en un entorno hiperinflacionario. Cualquiera que podía realizar transacciones en dólares siempre lo hacía; mantener pesos no era algo muy distinto a prenderle fuego a tu patrimonio. Pero «dolarizarse» de verdad, como han hecho el Ecuador, El Salvador y Panamá, requiere una importante reserva de efectivo en dólares para gestionar la liquidez. La Argentina, por supuesto, no la tiene, al menos no en manos del gobierno. Así pues, la promesa electoral de Javier Milei de dolarizar no es factible.
Lo interesante es que Milei no es en realidad un fanático de los dólares, precisamente porque la moneda estadounidense también está manejada por la discrecionalidad politizada de un banco central. Su objetivo parece ser un cambio en la propia constitución económica de la Argentina, forzando una separación permanente entre el dinero y el Estado. La ventaja de los dólares, al menos a corto plazo, es que es poco lo que Argentina puede hacer para afectar al valor de los dólares, o para crear nuevos dólares de forma que le permita «cancelar» las deudas depreciando el valor de las mismas. Por lo tanto, la dolarización no es una separación total del dinero y el Estado, pero es un paso significativo en esa dirección.
La paradoja, y la esperanza central del programa económico de Milei, es que la eliminación de la capacidad de defraudar las deudas reducirá drásticamente el costo de los préstamos. La Argentina tiene enormes problemas, pero también posee un gran número de personas altamente formadas y motivadas, así como con una impresionante variedad de recursos naturales. El nivel de cambio social que será necesario implica que el éxito está a años luz, si es que llega a producirse. Pero lograr la separación del dinero y el Estado es un primer paso importante.
Traducido por Gabriel Gasave
La Argentina agonista
Resulta interesante pensar acerca de lo que las futuras generaciones recordarán y pensarán: «Qué bárbaros y atrasados. ¿De verdad creía esa gente en _______?». Desde nuestro actual punto de vista, por ejemplo, vemos a la religión de esa manera. Durante miles de años, la Iglesia y el Estado estuvieron simbióticamente vinculados, pero actualmente muchos ven a la separación de la Iglesia y el Estado como una condición necesaria para un gobierno estable y liberal.
¿Y ahora qué? Argentina tiene un nuevo presidente «libertario», Javier Milei. Una parte importante de la plataforma de Milei era la «dolarización», o el abandono de un peso carente de valor en favor de la recodificación de las cuentas y activos que pasarían a estar valuados en dólares estadounidenses (USD).
Sin embargo, parece ahora que cuando Milei asuma el cargo el 10 de diciembre no llevará adelante una dolarización plena, al menos no en lo inmediato y tal vez no lo haga nunca. Argentina es, en muchos sentidos, una nación avanzada con un gobierno imbécil, cargado con las tontas ilusiones del peronismo. Argentina tiene una tasa de recaudación y cumplimiento tributario inferior al 40%, más propia de una nación del tercer mundo. Como Leonidas Zalmanovitz señalaba la semana pasada, el verdadero problema es el de lograr una consenso para reducir la inflación, no manipular las reglas.
Sin embargo, las reglas y las instituciones importan. Combinar la «generosidad» del peronismo, si bien una generosidad con el dinero de otros, y la incapacidad de recaudar impuestos, ha significado que el gobierno destripara sistemáticamente el valor del ya andrajoso peso. Esa cuestión, más que ninguna otra, es la razón de que un outsider como Milei fuese capaz de ganar con casi el 56% de los votos, un arrollador rechazo a la ortodoxia. Vale la pena dar un paso atrás y considerar las fuentes de esta «Argentina agonista», y pensar en la promesa central de Milei: la separación del dinero y el Estado. Me pregunto si las futuras generaciones mirarán atrás y se preguntarán: «¿Por qué tardaron tanto?».
Fundamentos de las finanzas públicas
Como un ciudadano de a pie, si deseo gastar más de lo que me ingresa, tengo dos opciones:
Si no devuelvo el préstamo, incluidos los intereses pactados en el contrato, es probable que renuncie a futuras oportunidades de utilizar la opción de «pedir prestado», porque habré revelado el hecho de que no se puede confiar en mí para devolver un crédito.
Los gobiernos que desean gastar más de lo que ingresan tienen algo análogo a las dos primeras opciones:
Como lo han señalado muchos teóricos heterodoxos, la opción 3 en realidad no difiere en demasía de la 2. Las monedas fíat no son más que bonos cupón cero, que prometen que el Estado te pagará una unidad de esa moneda si quieres liquidarla. Como era de esperar, al igual que con los bonos comunes, puedes sufrir una pérdida de capital si conservas bonos monetarios durante un período de inflación.
Y hay otra relación: Del mismo modo que el incumpliendo en el pago de una deuda por parte de un ciudadano común y corriente se traduce en su incapacidad para poder endeudarse, el fracaso de un Estado en mantener el valor de la moneda se traduce en una negativa a aceptar el pago con esa moneda a su valor nominal. Si deseas cancelar las deudas utilizando esa moneda, los acreedores exigirán un descuento, lo que significa que se necesitará más moneda para compensar la inflación.
La «solución» es que el Estado se ate las manos de alguna manera, que prometa de manera creíble que nunca utilizará la opción 3 para financiar un gasto superior a sus ingresos. Esa es la justificación explícita para crear un banco central «independiente», una clerecía de chamanes monetarios cuyo sacramento ritualizado es mantener el valor de la moneda. El problema es que los funcionarios políticos están muy tentados de presionar a los chamanes para que generen inflación, a efectos de escapar de la carga de la deuda resultante de utilizar el gasto público para comprar votos en cada elección, o para rescatar a los bancos que han asumido un excesivo riesgo de cartera como forma de elevar el precio de sus acciones.
Hay muchas críticas al capitalismo que objetan a esa maximización de los beneficios a corto plazo de los directores generales de las empresas pagados con opciones de compra de acciones. Pero los políticos pueden ser peores: el horizonte temporal político nunca va más allá de las próximas «elecciones más importantes de nuestras vidas». Los políticos estadounidenses, lo máximo que miran hacia delante son 729 días, y eso sólo el miércoles posterior a los comicios.
La Argentina ha utilizado la estrategia 3 para la financiación del déficit -imprimir montones de dinero- de una forma que no es innovadora, pero que resulta bastante eficaz. En el corto plazo, la creación de dinero permite al gobierno «vender» bonos pesos a su valor nominal, reconociendo que la promesa de aceptar los pesos más tarde será mucho más barata por la fuerte caída del valor de capital de esos pesos a causa de la inflación.
La inflación ha sido la savia misma del peronismo. Desde 1980 hasta 2022, la tasa de inflación promedio superó el 200 por ciento. No es difícil ver cómo funciona esto como estrategia de reembolso de la deuda: Si te pido prestados 1.000 dólares y luego de un año te devuelvo 1.000 dólares, una inflación del 200 por ciento significa que estoy devolviendo un valor equivalente de sólo 250 dólares, habiéndote robado 750 dólares. La Argentina puede a menudo estafar a los organismos internacionales de este tipo de préstamos, pero por lo general los políticos han elegido eliminar a los intermediarios y simplemente robar el valor de su propia moneda a sus propios ciudadanos. Sigamos la pista del dinero.
¿Por qué el DINERO?
Todos hemos aprendido que la política monetaria -la administración de la moneda- se encuentra separada de la política fiscal -las políticas tributarias y los gastos-.
De hecho, el argumento a favor de un banco central intervencionista asume que hay dos entidades distintas, algo así como un «Departamento del Tesoro» que gestiona los mercados de la deuda pública, y algo como un «Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal» que gestiona la oferta monetaria. Obviamente, ambas actividades pueden estar conectadas.
Pero esa división de jurisdicciones puede colapsar. Los Estados Unidos intentaron jugar limpio (más o menos), haciendo que el Departamento del Tesoro «vendiera» nueva deuda para financiar el déficit, pero en el entendimiento de que gran parte de la nueva deuda sería adquirida directamente por la Reserva Federal, utilizando su cuenta corriente ilimitada. Esto era, y es, «dinero nuevo», lo que significa que el gobierno estaba comprando su propia deuda con dinero impreso.
Como resultado, el «balance» de la Fed, la lista de activos que ha «adquirido» con dinero fíat, pasó de alrededor de 1 billón de dólares en 2007 a casi 9 billones de dólares en 2022 (trillones en inglés). La mayor parte de esos activos son pagarés, promesas de pedir prestado aún más dinero en el futuro para pagar las letras del Tesoro que la Fed compró para financiar los actuales déficits.
La Argentina no tuvo paciencia para ese tipo de danza kabuki financiera. Eliminaron al intermediario y simplemente emitieron nueva «deuda» directamente bajo la forma de ese bono especializado llamado pesos. La separación entre la política fiscal y la monetaria se evaporó. Si alguien le preguntaba a la interminable serie de regímenes peronistas: «¿Cuántos pesos tiene?», la respuesta era siempre: «¿Cuántos necesita?». Como resultado, el peso argentino ha perdido el 93 por ciento de su valor en tan sólo los últimos 4 años. (Por favor, lea la frase otra vez, puedo esperar. En serio: 93 por ciento).
En un estupendo podcast en Econtalk hace un año, Devon Zuegel describió los problemas de gestionar incluso transacciones básicas en un entorno hiperinflacionario. Cualquiera que podía realizar transacciones en dólares siempre lo hacía; mantener pesos no era algo muy distinto a prenderle fuego a tu patrimonio. Pero «dolarizarse» de verdad, como han hecho el Ecuador, El Salvador y Panamá, requiere una importante reserva de efectivo en dólares para gestionar la liquidez. La Argentina, por supuesto, no la tiene, al menos no en manos del gobierno. Así pues, la promesa electoral de Javier Milei de dolarizar no es factible.
Lo interesante es que Milei no es en realidad un fanático de los dólares, precisamente porque la moneda estadounidense también está manejada por la discrecionalidad politizada de un banco central. Su objetivo parece ser un cambio en la propia constitución económica de la Argentina, forzando una separación permanente entre el dinero y el Estado. La ventaja de los dólares, al menos a corto plazo, es que es poco lo que Argentina puede hacer para afectar al valor de los dólares, o para crear nuevos dólares de forma que le permita «cancelar» las deudas depreciando el valor de las mismas. Por lo tanto, la dolarización no es una separación total del dinero y el Estado, pero es un paso significativo en esa dirección.
La paradoja, y la esperanza central del programa económico de Milei, es que la eliminación de la capacidad de defraudar las deudas reducirá drásticamente el costo de los préstamos. La Argentina tiene enormes problemas, pero también posee un gran número de personas altamente formadas y motivadas, así como con una impresionante variedad de recursos naturales. El nivel de cambio social que será necesario implica que el éxito está a años luz, si es que llega a producirse. Pero lograr la separación del dinero y el Estado es un primer paso importante.
Traducido por Gabriel Gasave
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