Los argentinos abandonaron el peso hace ya mucho tiempo. Ahora poseen unos 200.000 millones de dólares en efectivo (billones en inglés), sólo superados por las tenencias en efectivo de los ciudadanos estadounidenses. Para colmo de males, con la expectativa de una inflación del 186% durante los próximos 12 meses, no debe sorprender que los argentinos apoyen cada vez más al candidato presidencial Javier Milei, quien ha prometido deshacerse oficialmente del peso en favor del dólar estadounidense. Se espera ahora que Milei resulte ser el más votado en los comicios generales del 22 de octubre, algo que antes se veía como una posibilidad remota.
La propuesta de dolarización de Milei se enfrenta a la trillada crítica de los llamados «expertos» que han dedicado su tiempo a contar dólares en el Banco Central de Argentina (BCRA). Cuando su recuento de dólares (27.500 millones de dólares en septiembre) no alcanza para cubrir los pasivos del banco central al tipo de cambio actual (79.700 millones de dólares), los expertos concluyen entonces que «la dolarización nunca podrá funcionar». Desgraciadamente, la idea ingresa así en una espiral mortal a medida que la errónea suposición de los expertos precipita una cascada de propuestas de políticas alternativas demenciales (más devaluaciones, intervenciones al comercio, controles de capital, incumplimiento en el pago de la deuda) que hacen que por asociación la dolarización luzca como algo nauseabundo.
Una vez que uno logra sortear la maniobra de distracción de suponer que los pasivos del banco central deben ser cancelados con la reserva de divisas, la dolarización se convierte en una propuesta mucho más razonable. Ténganse en cuenta dos principios: el dinero es, ante todo, una unidad de cuenta, y la mayor parte de la oferta monetaria se encuentra generada por el sistema bancario comercial.
Con la dolarización, los depósitos, los préstamos, los activos, los pasivos y el capital de los bancos en pesos pasan a denominarse en dólares al tipo de conversión, que, a efectos ilustrativos, supongamos que es de 350:1. De golpe, las empresas y los hogares argentinos tendrán otros 95.000 millones de dólares en depósitos, además de los 17.000 millones que ya poseen. Aquellos que estaban obligados a pagar el capital y los intereses en pesos estarán ahora obligados a hacerlo en dólares, y potencialmente a tasas mucho más bajas.
Estas nuevas deudas denominadas en dólares resultan pagables porque los ingresos locales se obtienen ahora en dólares. Los bancos liquidarán fácilmente entre ellos estos pagos en dólares por bienes, servicios, salarios y servicios de la deuda porque el stock de las reservas bancarias ahora denominadas en dólares permite que las compensaciones interbancarias funcionen igual que antes. En la medida en que la economía utilizaba el dinero bancario antes de la dolarización, puede seguir utilizando el dinero bancario después de la dolarización. El BCRA no precisa contar con liquidez para lograr esta conversión.
Además de las reservas bancarias, los otros pasivos del BCRA son los pesos en efectivo (15.100 millones de dólares) y una variedad de instrumentos a corto plazo en los que el BCRA mantiene deuda pública a corto plazo en manos del sistema bancario (61.000 millones de dólares). Hay reservas más que suficientes para redimir los pesos en efectivo. No se necesita liquidez adicional para pasar a dólares los créditos sobre la deuda pública.
Luego de estas operaciones, el banco central que subsiste será una entidad que posea activos denominados en dólares y pasivos denominados en dólares. El sistema bancario no enfrenta obstáculos para expandir la oferta monetaria: su actividad como prestamista crea ahora depósitos en dólares, los que salen de circulación cuando los saldos de capital en dólares son amortizados.
No obstante, si el volumen de los pagos interbancarios se expande junto con la oferta de dinero bancario, un aumento de la demanda de dinero de reserva incrementará las tasas de interés en el corto plazo, a menos que la oferta de dinero de reserva se expanda.
Si los bancos argentinos estuviesen conectados al mercado interbancario estadounidense – como ocurre en Panamá, por ejemplo – el problema se autocorrige. Las altas tasas de interés a corto plazo en Argentina ofrecen una oportunidad para que los bancos estadounidenses con exceso de reservas realicen préstamos. Por consiguiente, una importante función del BCRA tras la dolarización es operar como un conducto hacia el sistema de liquidación interbancario estadounidense que actúe como una especie de contraparte central que brinde confianza. La Reserva Federal sólo necesita asegurarse de la solvencia crediticia del BCRA, mientras que recae sobre el BCRA la tarea de supervisar la solvencia de los bancos con los que se encuentra conectado a nivel nacional.
A nivel macroeconómico, estos flujos entre los sistemas bancarios lucen como cambios en la balanza de pagos. Cuando los bancos estadounidenses prestan reservas a los bancos argentinos, esos bancos renuncian a un activo nacional a cambio de un activo extranjero, lo que se asemeja a un flujo de inversiones hacia la Argentina. El BCRA, que se interpone entre los sistemas bancarios, recibe un activo de reserva extranjero contra el cual emite dinero de reserva nacional. Así, los cambios en la base monetaria corresponden a cambios en los activos externos netos del banco central, que a su vez corresponden a cambios en la balanza de pagos. Los flujos de reservas externas no son un problema a ser resueltos en un régimen dolarizado, sino que son, en cambio, la consecuencia mecánica de conectar dos mercados interbancarios.
Con los mercados interbancarios conectados, la demanda de reservas de los bancos argentinos se satisface con la oferta monopólica de dinero de reserva por parte de la Reserva Federal. En el fondo, esto no difiere de lo que ocurre con los bancos en los Estados Unidos. De esta forma, una Argentina dolarizada «importa» la tasa interbancaria de los EE.UU., lo que esencialmente implica importar la política monetaria de la Reserva Federal. Las mismas conexiones con la oferta de dinero de reserva en dólares permiten la convertibilidad bidireccional entre las reservas por efectivo en dólares para los bancos argentinos y sus clientes.
En esta foto está ausente el gobierno, que ahora gasta dólares, recauda impuestos en dólares y pide prestado en dólares para cubrir sus déficits. Su situación es similar a la de un estado o municipio de los Estados Unidos porque carece de la capacidad de crear dinero por decreto, incluso cuando su presupuesto se convierte en dólares. En la medida en que el sistema bancario preste al gobierno – es decir, adquiera deuda pública – la oferta de dinero puede expandirse para apoyar el gasto público. De lo contrario, la capacidad del gobierno para gastar está estrictamente limitada por su capacidad para recaudar impuestos, y al apetito de los mercados internacionales de capitales para financiar su gasto deficitario.
La dolarización en Argentina no sólo es factible, sino deseable. Aunque las restricciones fiscales impuestas por la dolarización pudiesen ser motivo de consternación para los políticos argentinos, son un pequeño precio a pagar por la estabilidad monetaria que ha eludido al país durante todo el siglo XXI.
Traducido por Gabriel Gasave
Sí, Argentina puede reemplazar al peso por el dólar estadounidense
Los argentinos abandonaron el peso hace ya mucho tiempo. Ahora poseen unos 200.000 millones de dólares en efectivo (billones en inglés), sólo superados por las tenencias en efectivo de los ciudadanos estadounidenses. Para colmo de males, con la expectativa de una inflación del 186% durante los próximos 12 meses, no debe sorprender que los argentinos apoyen cada vez más al candidato presidencial Javier Milei, quien ha prometido deshacerse oficialmente del peso en favor del dólar estadounidense. Se espera ahora que Milei resulte ser el más votado en los comicios generales del 22 de octubre, algo que antes se veía como una posibilidad remota.
La propuesta de dolarización de Milei se enfrenta a la trillada crítica de los llamados «expertos» que han dedicado su tiempo a contar dólares en el Banco Central de Argentina (BCRA). Cuando su recuento de dólares (27.500 millones de dólares en septiembre) no alcanza para cubrir los pasivos del banco central al tipo de cambio actual (79.700 millones de dólares), los expertos concluyen entonces que «la dolarización nunca podrá funcionar». Desgraciadamente, la idea ingresa así en una espiral mortal a medida que la errónea suposición de los expertos precipita una cascada de propuestas de políticas alternativas demenciales (más devaluaciones, intervenciones al comercio, controles de capital, incumplimiento en el pago de la deuda) que hacen que por asociación la dolarización luzca como algo nauseabundo.
Una vez que uno logra sortear la maniobra de distracción de suponer que los pasivos del banco central deben ser cancelados con la reserva de divisas, la dolarización se convierte en una propuesta mucho más razonable. Ténganse en cuenta dos principios: el dinero es, ante todo, una unidad de cuenta, y la mayor parte de la oferta monetaria se encuentra generada por el sistema bancario comercial.
Con la dolarización, los depósitos, los préstamos, los activos, los pasivos y el capital de los bancos en pesos pasan a denominarse en dólares al tipo de conversión, que, a efectos ilustrativos, supongamos que es de 350:1. De golpe, las empresas y los hogares argentinos tendrán otros 95.000 millones de dólares en depósitos, además de los 17.000 millones que ya poseen. Aquellos que estaban obligados a pagar el capital y los intereses en pesos estarán ahora obligados a hacerlo en dólares, y potencialmente a tasas mucho más bajas.
Estas nuevas deudas denominadas en dólares resultan pagables porque los ingresos locales se obtienen ahora en dólares. Los bancos liquidarán fácilmente entre ellos estos pagos en dólares por bienes, servicios, salarios y servicios de la deuda porque el stock de las reservas bancarias ahora denominadas en dólares permite que las compensaciones interbancarias funcionen igual que antes. En la medida en que la economía utilizaba el dinero bancario antes de la dolarización, puede seguir utilizando el dinero bancario después de la dolarización. El BCRA no precisa contar con liquidez para lograr esta conversión.
Además de las reservas bancarias, los otros pasivos del BCRA son los pesos en efectivo (15.100 millones de dólares) y una variedad de instrumentos a corto plazo en los que el BCRA mantiene deuda pública a corto plazo en manos del sistema bancario (61.000 millones de dólares). Hay reservas más que suficientes para redimir los pesos en efectivo. No se necesita liquidez adicional para pasar a dólares los créditos sobre la deuda pública.
Luego de estas operaciones, el banco central que subsiste será una entidad que posea activos denominados en dólares y pasivos denominados en dólares. El sistema bancario no enfrenta obstáculos para expandir la oferta monetaria: su actividad como prestamista crea ahora depósitos en dólares, los que salen de circulación cuando los saldos de capital en dólares son amortizados.
No obstante, si el volumen de los pagos interbancarios se expande junto con la oferta de dinero bancario, un aumento de la demanda de dinero de reserva incrementará las tasas de interés en el corto plazo, a menos que la oferta de dinero de reserva se expanda.
Si los bancos argentinos estuviesen conectados al mercado interbancario estadounidense – como ocurre en Panamá, por ejemplo – el problema se autocorrige. Las altas tasas de interés a corto plazo en Argentina ofrecen una oportunidad para que los bancos estadounidenses con exceso de reservas realicen préstamos. Por consiguiente, una importante función del BCRA tras la dolarización es operar como un conducto hacia el sistema de liquidación interbancario estadounidense que actúe como una especie de contraparte central que brinde confianza. La Reserva Federal sólo necesita asegurarse de la solvencia crediticia del BCRA, mientras que recae sobre el BCRA la tarea de supervisar la solvencia de los bancos con los que se encuentra conectado a nivel nacional.
A nivel macroeconómico, estos flujos entre los sistemas bancarios lucen como cambios en la balanza de pagos. Cuando los bancos estadounidenses prestan reservas a los bancos argentinos, esos bancos renuncian a un activo nacional a cambio de un activo extranjero, lo que se asemeja a un flujo de inversiones hacia la Argentina. El BCRA, que se interpone entre los sistemas bancarios, recibe un activo de reserva extranjero contra el cual emite dinero de reserva nacional. Así, los cambios en la base monetaria corresponden a cambios en los activos externos netos del banco central, que a su vez corresponden a cambios en la balanza de pagos. Los flujos de reservas externas no son un problema a ser resueltos en un régimen dolarizado, sino que son, en cambio, la consecuencia mecánica de conectar dos mercados interbancarios.
Con los mercados interbancarios conectados, la demanda de reservas de los bancos argentinos se satisface con la oferta monopólica de dinero de reserva por parte de la Reserva Federal. En el fondo, esto no difiere de lo que ocurre con los bancos en los Estados Unidos. De esta forma, una Argentina dolarizada «importa» la tasa interbancaria de los EE.UU., lo que esencialmente implica importar la política monetaria de la Reserva Federal. Las mismas conexiones con la oferta de dinero de reserva en dólares permiten la convertibilidad bidireccional entre las reservas por efectivo en dólares para los bancos argentinos y sus clientes.
En esta foto está ausente el gobierno, que ahora gasta dólares, recauda impuestos en dólares y pide prestado en dólares para cubrir sus déficits. Su situación es similar a la de un estado o municipio de los Estados Unidos porque carece de la capacidad de crear dinero por decreto, incluso cuando su presupuesto se convierte en dólares. En la medida en que el sistema bancario preste al gobierno – es decir, adquiera deuda pública – la oferta de dinero puede expandirse para apoyar el gasto público. De lo contrario, la capacidad del gobierno para gastar está estrictamente limitada por su capacidad para recaudar impuestos, y al apetito de los mercados internacionales de capitales para financiar su gasto deficitario.
La dolarización en Argentina no sólo es factible, sino deseable. Aunque las restricciones fiscales impuestas por la dolarización pudiesen ser motivo de consternación para los políticos argentinos, son un pequeño precio a pagar por la estabilidad monetaria que ha eludido al país durante todo el siglo XXI.
Traducido por Gabriel Gasave
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