Durante los próximos meses, mientras los votantes estadounidenses se estarán concentrando en sus próximas elecciones, los residentes de siete países latinoamericanos, entre ellos dos de los más populosos -Argentina y México-, también elegirán nuevos líderes. Vale la pena observar los resultados porque existe la posibilidad de que veamos un retroceso del antiamericanismo que ha dominado la política de la región en los últimos años.
Los comicios comienzan con la segunda vuelta presidencial del 15 de octubre en Ecuador, donde se espera que Daniel Noboa, un joven empresario, derrote a Luisa González, un títere del ex presidente Rafael Correa, el autócrata corrupto que huyó a Bélgica para eludir una condena de prisión y posteriormente ayudó a sabotear el gobierno del saliente presidente Guillermo Lasso.
Una semana después, en Argentina, dos candidatos de la oposición -Javier Milei, que combina la ideología libertaria con el populismo de derechas, y Patricia Bullrich, ex ministra de Seguridad del presidente de centro-derecha Mauricio Macri- compiten contra Sergio Massa, el candidato del gobierno peronista. Si ninguno de los candidatos obtiene los votos suficientes como para acceder a la presidencia el 22 de octubre, habrá una segunda vuelta entre los dos más votados. Aunque Massa podría llegar a la segunda vuelta, es muy poco probable que se imponga. Es una carrera a la que hay que observar.
También se espera que los votantes acudan a las urnas en Venezuela el mes que viene en unas primarias para elegir al candidato que se enfrentará al dictador Nicolás Maduro el año próximo. La líder opositora María Corina Machado, miembro fundador de Vente Venezuela, un partido político liberal clásico, es favorita para derrotar a los otros 12 aspirantes y convertirse en la abanderada de una oposición unida.
Los votantes chilenos concurrirán a las urnas en diciembre; los salvadoreños, el próximo febrero; la República Dominicana celebrará elecciones en mayo, y México, donde Xóchitl Gálvez, una empresaria con raíces indígenas, representará a una amplia coalición opositora, votará en junio de 2024.
Todo esto antes de las convenciones nacionales demócrata y republicana.
Nadie puede garantizar que los candidatos que apoyan la democracia constitucional, la libertad de expresión, el Estado de derecho y la economía de libre mercado vayan a ganar alguna de estas próximas elecciones. En Venezuela, las probabilidades de unos comicios justos son casi nulas. Tampoco nadie puede estar seguro de que los «buenos» candidatos, aunque se impongan, gobernarán de modo más eficaz que cualquiera de los otros que en la última década derrotaron a los populistas de izquierda. Pero dada la desastrosa situación general de América Latina (con algunas excepciones), la mera posibilidad de que estas elecciones pudiesen cambiar las cosas es motivo de esperanza.
El desastre actual se ha venido gestando durante mucho tiempo, pero 2015, que marcó el final del auge de las materias primas, fue un año clave.
El auge de las materias primas sacó a millones de latinoamericanos de la pobreza, pero la mayoría de los países que se beneficiaron de él fueron miopes, desaprovechando la oportunidad de diversificar y liberalizar sus economías de modo tal de incrementar la productividad y promover una prosperidad duradera. Cuando los precios se derrumbaron, sobrevino el estancamiento.
Luego vinieron la pandemia, la inflación y las altas tasas de interés y, ahora, un entorno internacional semi recesivo.
Los populistas demagogos y estatistas retornaron al poder en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Honduras, México y Perú. Desestabilizaron al gobierno de Ecuador. Y después de que el presidente marxista de Perú, Pedro Castillo, intentara hacerse de poderes dictatoriales y fuera sustituido por su vicepresidenta, que rechazó sus políticas y a sus aliados, hicieron lo mismo allí. Estos años también trajeron una reacción populista de derechas contra el populismo de izquierdas, en El Salvador, por ejemplo.
Cada resurgimiento populista viene acompañado de nuevos rasgos. El actual está impregnado de las guerras culturales de nuestro tiempo, incluyendo, en la izquierda, el tipo de política identitaria y monotemática que vemos en los Estados Unidos y Europa, y su contraimagen en la derecha.
Claro que últimamente ha habido una especie de reacción. Los chilenos, que votaron a favor de reformar su constitución y eligieron una convención constituyente formada por extremistas para reescribirla, rechazaron después la nueva carta. Ha habido reacciones similares contra el populismo de izquierdas en Colombia, Argentina e incluso México, donde Xóchitl Gálvez parece dispuesta a desbaratar los planes de López Obrador de gobernar tras el trono cuando deje el cargo el año que viene.
¿Es esto realmente una señal de que vendrán cosas mejores? Esperemos que sí.
Las elecciones siguen significando algo para la mayoría de los latinoamericanos y ofrecen al menos la posibilidad de un cambio basado en el Estado de Derecho y los derechos individuales. Es un milagro que más de la mitad (pero no mucho más) de la población de la región siga viviendo bajo democracias liberales, aunque muchos de los países estiren el significado de «Estado de derecho».
Para los optimistas, el próximo ciclo electoral ofrece la promesa de algo mejor. La primera prueba se presenta en Ecuador.
Traducido por Gabriel Gasave
América Latina al filo de la navaja
Durante los próximos meses, mientras los votantes estadounidenses se estarán concentrando en sus próximas elecciones, los residentes de siete países latinoamericanos, entre ellos dos de los más populosos -Argentina y México-, también elegirán nuevos líderes. Vale la pena observar los resultados porque existe la posibilidad de que veamos un retroceso del antiamericanismo que ha dominado la política de la región en los últimos años.
Los comicios comienzan con la segunda vuelta presidencial del 15 de octubre en Ecuador, donde se espera que Daniel Noboa, un joven empresario, derrote a Luisa González, un títere del ex presidente Rafael Correa, el autócrata corrupto que huyó a Bélgica para eludir una condena de prisión y posteriormente ayudó a sabotear el gobierno del saliente presidente Guillermo Lasso.
Una semana después, en Argentina, dos candidatos de la oposición -Javier Milei, que combina la ideología libertaria con el populismo de derechas, y Patricia Bullrich, ex ministra de Seguridad del presidente de centro-derecha Mauricio Macri- compiten contra Sergio Massa, el candidato del gobierno peronista. Si ninguno de los candidatos obtiene los votos suficientes como para acceder a la presidencia el 22 de octubre, habrá una segunda vuelta entre los dos más votados. Aunque Massa podría llegar a la segunda vuelta, es muy poco probable que se imponga. Es una carrera a la que hay que observar.
También se espera que los votantes acudan a las urnas en Venezuela el mes que viene en unas primarias para elegir al candidato que se enfrentará al dictador Nicolás Maduro el año próximo. La líder opositora María Corina Machado, miembro fundador de Vente Venezuela, un partido político liberal clásico, es favorita para derrotar a los otros 12 aspirantes y convertirse en la abanderada de una oposición unida.
Los votantes chilenos concurrirán a las urnas en diciembre; los salvadoreños, el próximo febrero; la República Dominicana celebrará elecciones en mayo, y México, donde Xóchitl Gálvez, una empresaria con raíces indígenas, representará a una amplia coalición opositora, votará en junio de 2024.
Todo esto antes de las convenciones nacionales demócrata y republicana.
Nadie puede garantizar que los candidatos que apoyan la democracia constitucional, la libertad de expresión, el Estado de derecho y la economía de libre mercado vayan a ganar alguna de estas próximas elecciones. En Venezuela, las probabilidades de unos comicios justos son casi nulas. Tampoco nadie puede estar seguro de que los «buenos» candidatos, aunque se impongan, gobernarán de modo más eficaz que cualquiera de los otros que en la última década derrotaron a los populistas de izquierda. Pero dada la desastrosa situación general de América Latina (con algunas excepciones), la mera posibilidad de que estas elecciones pudiesen cambiar las cosas es motivo de esperanza.
El desastre actual se ha venido gestando durante mucho tiempo, pero 2015, que marcó el final del auge de las materias primas, fue un año clave.
El auge de las materias primas sacó a millones de latinoamericanos de la pobreza, pero la mayoría de los países que se beneficiaron de él fueron miopes, desaprovechando la oportunidad de diversificar y liberalizar sus economías de modo tal de incrementar la productividad y promover una prosperidad duradera. Cuando los precios se derrumbaron, sobrevino el estancamiento.
Luego vinieron la pandemia, la inflación y las altas tasas de interés y, ahora, un entorno internacional semi recesivo.
Los populistas demagogos y estatistas retornaron al poder en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Honduras, México y Perú. Desestabilizaron al gobierno de Ecuador. Y después de que el presidente marxista de Perú, Pedro Castillo, intentara hacerse de poderes dictatoriales y fuera sustituido por su vicepresidenta, que rechazó sus políticas y a sus aliados, hicieron lo mismo allí. Estos años también trajeron una reacción populista de derechas contra el populismo de izquierdas, en El Salvador, por ejemplo.
Cada resurgimiento populista viene acompañado de nuevos rasgos. El actual está impregnado de las guerras culturales de nuestro tiempo, incluyendo, en la izquierda, el tipo de política identitaria y monotemática que vemos en los Estados Unidos y Europa, y su contraimagen en la derecha.
Claro que últimamente ha habido una especie de reacción. Los chilenos, que votaron a favor de reformar su constitución y eligieron una convención constituyente formada por extremistas para reescribirla, rechazaron después la nueva carta. Ha habido reacciones similares contra el populismo de izquierdas en Colombia, Argentina e incluso México, donde Xóchitl Gálvez parece dispuesta a desbaratar los planes de López Obrador de gobernar tras el trono cuando deje el cargo el año que viene.
¿Es esto realmente una señal de que vendrán cosas mejores? Esperemos que sí.
Las elecciones siguen significando algo para la mayoría de los latinoamericanos y ofrecen al menos la posibilidad de un cambio basado en el Estado de Derecho y los derechos individuales. Es un milagro que más de la mitad (pero no mucho más) de la población de la región siga viviendo bajo democracias liberales, aunque muchos de los países estiren el significado de «Estado de derecho».
Para los optimistas, el próximo ciclo electoral ofrece la promesa de algo mejor. La primera prueba se presenta en Ecuador.
Traducido por Gabriel Gasave
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