La macroeconomía, al igual que el clima mundial, es un sistema complejo (muy poco lineal y sacudido por choques aleatorios) que desafía los intentos de incorporarlo a un modelo y predecir su trayectoria futura.
El reto de estimar el PBI, el empleo y los niveles generales de precios y tasas de interés – junto con sus trayectorias, incluso a corto o medio plazo – es bastante desalentador. No obstante, la administración Biden convocó recientemente el primero de una serie de cuatro talleres bajo los auspicios de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina destinados a «incorporar el clima a un modelo macroeconómico«.
A pesar de los errores del pasado -pocos macroeconomistas, si es que hubo alguno, previeron la Gran Depresión, la Gran Recesión o cualquier otra crisis económica-, la Casa Blanca desea ahora adicionar aún más complejidad a los modelos macroeconómicos contabilizando de algún modo las «fricciones» del mercado supuestamente creadas por el cambio climático en los pronósticos económicos.
Sin embargo, el problema va mucho más allá de la especificación y estimación de un modelo. La teoría y la práctica macroeconómicas están basadas en la ficción: en la «ciencia ficción», como a menudo he caracterizado a todo el campo de estudio.
Como ha argumentado de manera contundente el profesor Richard E. Wagner, mi antiguo colega en la George Mason University, los macroeconomistas tratan erróneamente a los agregados macroeconómicos, como el PBI, el empleo, el nivel de precios y las tasas de interés, como objetos explícitos de elección por parte de los responsables de las políticas públicas. Es como si algún político o burócrata -o un grupo de ellos- decidiera cuál será la producción de bienes y servicios finales en un momento dado, cuántas personas estarán empleadas en generar esa producción, qué nivel general de precios o tasas de interés prevalecerán, etc.
Nada podría estar más alejado de la realidad. Los agregados macroeconómicos son fenómenos emergentes de los procesos de mercado que involucran las interacciones de cientos de millones de compradores y vendedores, cada uno de los cuales toma decisiones basadas en su propio conocimiento local y en las circunstancias especiales e idiosincrásicas de tiempo y lugar. Los datos a partir de los cuales las variables macroeconómicas son calculadas a posteriori son generados de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo.
Además, los responsables de las políticas públicas no eligen del mismo modo que los consumidores y productores individuales en el mercado. Por lo general, los procesos de mercado permiten a los agentes económicos aprovechar los beneficios -y los obliga a soportar los costos- de sus propias decisiones personalmente, generando así fuertes incentivos para economizar, canalizando los escasos recursos hacia sus usos más valiosos, satisfaciendo los deseos de los clientes e innovando continuamente. Estos incentivos son mucho más débiles en el sector público porque los beneficios y los costos de la toma de decisiones colectiva son compartidos. Los políticos y los burócratas gastan el dinero de los demás en lugar del suyo propio.
El cambio climático, que ha estado en curso durante toda la historia de la Tierra, evolucionó originalmente en una escala de tiempo geológica, no humana. Los modelos climáticos siguen estando en pañales, en parte por la incapacidad de predecir las coberturas nubosas globales. ¿Cómo van a lidiar con eso quienes elaboren modelos macroeconómicos?
Los creadores de modelos también son confundidos por los cambios imprevistos en las políticas públicas. La propia intervención gubernamental tiene un impacto importante, mayormente negativo, en la macroeconomía.
Un grupo de expertos en salud pública (los firmantes de la Declaración de Great Barrington) advirtió sobre las desastrosas consecuencias económicas de un cierre prolongado de la sociedad durante la pandemia de COVID-19. Pero por muy sofisticadas que sean las técnicas, quienes elaboren los modelos macro sólo pueden tener en cuenta los cambios políticos cuando éstos ya se han producido. Una autentica industria artesanal dedicada a comprender los efectos macro de específicas políticas públicas relacionadas con el COVID-19 se encuentra activa a nivel estatal, regional y nacional; quizás podamos aprender algo sobre las magnitudes de esos efectos a posteriori, pero ellos no fueron (y por definición no pudieron ser) profetizados.
El pronóstico de la trayectoria de la macroeconomía está plagado de errores causados por las diferencias en las suposiciones sobre las condiciones iniciales, las variables incluidas o excluidas de los modelos, la precisión con que son mensuradas las variables incluidas, las especificaciones de los modelos y las técnicas de estimación. Nadie debería esperar que la introducción forzada de un cambio climático poco comprendido en estos análisis mejore las predicciones sobre la trayectoria futura de la economía.
Pero, aunque así fuera, ningún político estaría interesado en ubicar a la economía en una trayectoria óptima. La motivación electoral -el deseo de ser elegido o reelegido- es mucho más importante.
Traducido por Gabriel Gasave
La falacia del cambio climático y los modelos macroeconómicos
La macroeconomía, al igual que el clima mundial, es un sistema complejo (muy poco lineal y sacudido por choques aleatorios) que desafía los intentos de incorporarlo a un modelo y predecir su trayectoria futura.
El reto de estimar el PBI, el empleo y los niveles generales de precios y tasas de interés – junto con sus trayectorias, incluso a corto o medio plazo – es bastante desalentador. No obstante, la administración Biden convocó recientemente el primero de una serie de cuatro talleres bajo los auspicios de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina destinados a «incorporar el clima a un modelo macroeconómico«.
A pesar de los errores del pasado -pocos macroeconomistas, si es que hubo alguno, previeron la Gran Depresión, la Gran Recesión o cualquier otra crisis económica-, la Casa Blanca desea ahora adicionar aún más complejidad a los modelos macroeconómicos contabilizando de algún modo las «fricciones» del mercado supuestamente creadas por el cambio climático en los pronósticos económicos.
Sin embargo, el problema va mucho más allá de la especificación y estimación de un modelo. La teoría y la práctica macroeconómicas están basadas en la ficción: en la «ciencia ficción», como a menudo he caracterizado a todo el campo de estudio.
Como ha argumentado de manera contundente el profesor Richard E. Wagner, mi antiguo colega en la George Mason University, los macroeconomistas tratan erróneamente a los agregados macroeconómicos, como el PBI, el empleo, el nivel de precios y las tasas de interés, como objetos explícitos de elección por parte de los responsables de las políticas públicas. Es como si algún político o burócrata -o un grupo de ellos- decidiera cuál será la producción de bienes y servicios finales en un momento dado, cuántas personas estarán empleadas en generar esa producción, qué nivel general de precios o tasas de interés prevalecerán, etc.
Nada podría estar más alejado de la realidad. Los agregados macroeconómicos son fenómenos emergentes de los procesos de mercado que involucran las interacciones de cientos de millones de compradores y vendedores, cada uno de los cuales toma decisiones basadas en su propio conocimiento local y en las circunstancias especiales e idiosincrásicas de tiempo y lugar. Los datos a partir de los cuales las variables macroeconómicas son calculadas a posteriori son generados de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo.
Además, los responsables de las políticas públicas no eligen del mismo modo que los consumidores y productores individuales en el mercado. Por lo general, los procesos de mercado permiten a los agentes económicos aprovechar los beneficios -y los obliga a soportar los costos- de sus propias decisiones personalmente, generando así fuertes incentivos para economizar, canalizando los escasos recursos hacia sus usos más valiosos, satisfaciendo los deseos de los clientes e innovando continuamente. Estos incentivos son mucho más débiles en el sector público porque los beneficios y los costos de la toma de decisiones colectiva son compartidos. Los políticos y los burócratas gastan el dinero de los demás en lugar del suyo propio.
El cambio climático, que ha estado en curso durante toda la historia de la Tierra, evolucionó originalmente en una escala de tiempo geológica, no humana. Los modelos climáticos siguen estando en pañales, en parte por la incapacidad de predecir las coberturas nubosas globales. ¿Cómo van a lidiar con eso quienes elaboren modelos macroeconómicos?
Los creadores de modelos también son confundidos por los cambios imprevistos en las políticas públicas. La propia intervención gubernamental tiene un impacto importante, mayormente negativo, en la macroeconomía.
Un grupo de expertos en salud pública (los firmantes de la Declaración de Great Barrington) advirtió sobre las desastrosas consecuencias económicas de un cierre prolongado de la sociedad durante la pandemia de COVID-19. Pero por muy sofisticadas que sean las técnicas, quienes elaboren los modelos macro sólo pueden tener en cuenta los cambios políticos cuando éstos ya se han producido. Una autentica industria artesanal dedicada a comprender los efectos macro de específicas políticas públicas relacionadas con el COVID-19 se encuentra activa a nivel estatal, regional y nacional; quizás podamos aprender algo sobre las magnitudes de esos efectos a posteriori, pero ellos no fueron (y por definición no pudieron ser) profetizados.
El pronóstico de la trayectoria de la macroeconomía está plagado de errores causados por las diferencias en las suposiciones sobre las condiciones iniciales, las variables incluidas o excluidas de los modelos, la precisión con que son mensuradas las variables incluidas, las especificaciones de los modelos y las técnicas de estimación. Nadie debería esperar que la introducción forzada de un cambio climático poco comprendido en estos análisis mejore las predicciones sobre la trayectoria futura de la economía.
Pero, aunque así fuera, ningún político estaría interesado en ubicar a la economía en una trayectoria óptima. La motivación electoral -el deseo de ser elegido o reelegido- es mucho más importante.
Traducido por Gabriel Gasave
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