En América Latina un país tras otro ha caído bajo el hechizo de la extrema izquierda. El resultado de las elecciones presidenciales de Chile, que han coronado a Gabriel Boric, un agitador de 35 años con nula comprensión de lo que ha llevado a su país al éxito en las últimas décadas, confirma la tendencia que ha colocado a gran parte de la región bajo gobiernos antiliberales, antioccidentales y anticapitalistas. Puede que Boric resulte ser un moderado, pero su demonización del exitoso modelo socioeconómico chileno, su apoyo a los violentos disturbios de los dos últimos años y su alianza con el Partido Comunista indican que precisará dar un giro espectacular para que esto ocurra.
Colombia, donde Gustavo Petro encabeza las encuestas, y el poderoso Brasil, donde Lula da Silva está liderando con un 45%, podrían emular su ejemplo el año que viene, al igual que Costa Rica, dejando a un pequeño número de países -República Dominicana, Uruguay, Ecuador- del otro lado. De aquellos líderes que se oponen a la izquierda dura, algunos, como Guillermo Lasso de Ecuador, están sufriendo la embestida de esfuerzos bien organizados para destruirlos.
Varios factores explican esta marea: la cultura política de la región no ha superado su centenaria tradición populista, y la pandemia ha hecho retroceder a millones de personas que se habían incorporado a la clase media-baja. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, en 2020 la pobreza y la pobreza extrema alcanzaron niveles no vistos en los últimos doce y veinte años, respectivamente. Además, los gobiernos de centro-derecha no han emprendido reformas de libre mercado significativas, a menudo obstaculizadas por poderosos movimientos populistas de izquierda, lo que, unido al fracaso de los gobiernos de izquierda, mantuvo el crecimiento promedio del PBI en un 0,3% anual entre 2014 y 2019. Por último, en la era de las comunicaciones globales instantáneas, la desigualdad se ha convertido en una fuente de resentimiento y frustración: El índice de Gini, que mide las disparidades de ingresos, aumentó casi un 6 por ciento en 2020.
No estamos hablando de que el péndulo pase del conservadurismo de centro-derecha a la socialdemocracia de centro-izquierda al estilo europeo. Hemos visto diversas formas de asalto al orden constitucional, desde líderes deseosos de cambiar las reglas del juego (incluidas las constituciones de sus países); subvertir el Estado de Derecho y la democracia liberal; y mantenerse en el poder mediante el clientelismo, la redistribución, la violencia y la propaganda destinada a tachar a los oponentes de «fascistas». Estos líderes se oponen abierta o hipócritamente a la influencia y el capital occidentales, avivan el resentimiento social y racial y consideran traidores a los gobiernos de centro-izquierda que han desempeñado un papel constructivo en la región desde la década de 1990. En estos últimos 30 años, los partidos de centro-izquierda, antes conocidos como la «Concertación», han estado en el poder mucho más tiempo que los partidos de centro-derecha; han sido tan o más difamados que los conservadores por los izquierdistas duros que vituperan la era post-Pinochet.
Si Lula da Silva -el ex presidente brasileño que pasó un tiempo en la cárcel por cargos de corrupción y, junto con su sucesora Dilma Rousseff, sumió al país en una de sus peores crisis políticas y económicas- gana en 2022, se consumará la toma de posesión de América Latina por parte de la izquierda populista. Lula apoya a todas las dictaduras de izquierda y ha justificado las groseras violaciones de los derechos humanos en Cuba y Nicaragua. (Recientemente preguntó por qué el mundo cuestiona el hecho de que el nicaragüense Daniel Ortega lleve casi 16 años en el poder, mientras que no objeta que la alemana Angela Merkel gobierne durante un periodo equivalente).
Cuando Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela en 1999, el precio del barril de petróleo era de 8 dólares; con el tiempo superó la marca de los 100 dólares, alimentando su régimen populista y facilitando la destrucción del Estado de Derecho. Ahora estamos ingresando, por lo que parece, en un nuevo boom de las materias primas que beneficiará a muchos países que producen minerales, hidrocarburos y productos agrícolas. A excepción de México, donde los bienes industriales juegan un papel más importante en la economía, esto ayudará a la causa de los países más grandes de América Latina, varios de los cuales se encuentran en manos de demagogos y el resto podría estar en manos similares a finales de 2022 o principios de 2023. No es una imagen bonita.
Traducido por Gabriel Gasave
El regreso de la izquierda dura latinoamericana
Fotos TVN / Flickr
En América Latina un país tras otro ha caído bajo el hechizo de la extrema izquierda. El resultado de las elecciones presidenciales de Chile, que han coronado a Gabriel Boric, un agitador de 35 años con nula comprensión de lo que ha llevado a su país al éxito en las últimas décadas, confirma la tendencia que ha colocado a gran parte de la región bajo gobiernos antiliberales, antioccidentales y anticapitalistas. Puede que Boric resulte ser un moderado, pero su demonización del exitoso modelo socioeconómico chileno, su apoyo a los violentos disturbios de los dos últimos años y su alianza con el Partido Comunista indican que precisará dar un giro espectacular para que esto ocurra.
Colombia, donde Gustavo Petro encabeza las encuestas, y el poderoso Brasil, donde Lula da Silva está liderando con un 45%, podrían emular su ejemplo el año que viene, al igual que Costa Rica, dejando a un pequeño número de países -República Dominicana, Uruguay, Ecuador- del otro lado. De aquellos líderes que se oponen a la izquierda dura, algunos, como Guillermo Lasso de Ecuador, están sufriendo la embestida de esfuerzos bien organizados para destruirlos.
Varios factores explican esta marea: la cultura política de la región no ha superado su centenaria tradición populista, y la pandemia ha hecho retroceder a millones de personas que se habían incorporado a la clase media-baja. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, en 2020 la pobreza y la pobreza extrema alcanzaron niveles no vistos en los últimos doce y veinte años, respectivamente. Además, los gobiernos de centro-derecha no han emprendido reformas de libre mercado significativas, a menudo obstaculizadas por poderosos movimientos populistas de izquierda, lo que, unido al fracaso de los gobiernos de izquierda, mantuvo el crecimiento promedio del PBI en un 0,3% anual entre 2014 y 2019. Por último, en la era de las comunicaciones globales instantáneas, la desigualdad se ha convertido en una fuente de resentimiento y frustración: El índice de Gini, que mide las disparidades de ingresos, aumentó casi un 6 por ciento en 2020.
No estamos hablando de que el péndulo pase del conservadurismo de centro-derecha a la socialdemocracia de centro-izquierda al estilo europeo. Hemos visto diversas formas de asalto al orden constitucional, desde líderes deseosos de cambiar las reglas del juego (incluidas las constituciones de sus países); subvertir el Estado de Derecho y la democracia liberal; y mantenerse en el poder mediante el clientelismo, la redistribución, la violencia y la propaganda destinada a tachar a los oponentes de «fascistas». Estos líderes se oponen abierta o hipócritamente a la influencia y el capital occidentales, avivan el resentimiento social y racial y consideran traidores a los gobiernos de centro-izquierda que han desempeñado un papel constructivo en la región desde la década de 1990. En estos últimos 30 años, los partidos de centro-izquierda, antes conocidos como la «Concertación», han estado en el poder mucho más tiempo que los partidos de centro-derecha; han sido tan o más difamados que los conservadores por los izquierdistas duros que vituperan la era post-Pinochet.
Si Lula da Silva -el ex presidente brasileño que pasó un tiempo en la cárcel por cargos de corrupción y, junto con su sucesora Dilma Rousseff, sumió al país en una de sus peores crisis políticas y económicas- gana en 2022, se consumará la toma de posesión de América Latina por parte de la izquierda populista. Lula apoya a todas las dictaduras de izquierda y ha justificado las groseras violaciones de los derechos humanos en Cuba y Nicaragua. (Recientemente preguntó por qué el mundo cuestiona el hecho de que el nicaragüense Daniel Ortega lleve casi 16 años en el poder, mientras que no objeta que la alemana Angela Merkel gobierne durante un periodo equivalente).
Cuando Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela en 1999, el precio del barril de petróleo era de 8 dólares; con el tiempo superó la marca de los 100 dólares, alimentando su régimen populista y facilitando la destrucción del Estado de Derecho. Ahora estamos ingresando, por lo que parece, en un nuevo boom de las materias primas que beneficiará a muchos países que producen minerales, hidrocarburos y productos agrícolas. A excepción de México, donde los bienes industriales juegan un papel más importante en la economía, esto ayudará a la causa de los países más grandes de América Latina, varios de los cuales se encuentran en manos de demagogos y el resto podría estar en manos similares a finales de 2022 o principios de 2023. No es una imagen bonita.
Traducido por Gabriel Gasave
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