A pesar de su discurso revolucionario durante la campaña, Donald Trump, al igual que otros presidentes antes que él, ha sido cooptado por el establishment de la política exterior estadounidense para llevar a cabo más o menos la misma estrategia de seguridad nacional que sus predecesores. Esto se debe a que los nuevos presidentes, la mayoría de ellos exgobernadores, han sido elegidos por cuestiones domesticas y tienen poca experiencia en política exterior cuando asumen el cargo (la única excepción reciente fue George H. W. Bush), por lo tanto, confían en aquellos que el establishment recomienda dentro de su partido político. En el caso de Trump—que tuvo algunos buenos instintos de sentido común en la campaña que prometían una política exterior más restringida—es una lástima que los generales intervencionistas que tiene a su alrededor se hayan asegurado en gran medida el éxito por encima de esa loable intuición.
Provocando gran alarma a las cifras del establishment, Trump inicialmente se mostró reacio a aceptar la promesa del Artículo V de la Alianza de la OTAN de que los Estados Unidos defienda a las ricas naciones europeas mucho después de que la Guerra Fría finalizara. Aún más espeluznante para la élite, agitó a los aliados de Asia oriental para que hicieran más por su propia defensa, incluida posiblemente la adquisición de armas nucleares. Trump ha sido reducido por los generales a simplemente enorgullecerse de que los aliados estadounidenses han acordado pagar un poco más de la factura de la defensa.
Sin embargo, incluso aquí, si los tradicionalmente tacaños aliados fuesen un poco más desprendidos y los Estados Unidos procuran mantenerse fuera de atolladeros en el extranjero, como Trump insinuó durante la campaña, porqué el plan de Trump solicita un gran aumento en el presupuesto de defensa. En cambio, el gasto en defensa podría reducirse si los aliados hacen más y los Estados Unidos abandonan su papel exorbitantemente costoso como policía del mundo. Además, después de ser el único departamento federal que no pudo aprobar una auditoría, el hinchado y derrochador Departamento de Defensa finalmente puede estar poniéndose serio acerca de llevar a cabo una.
En ciertos casos, los Estados Unidos podrían incluso confiar en lo que la nueva estrategia denomina las potencias “revisionistas”—Rusia y China—para asegurar la estabilidad mediante la vigilancia de las regiones cercanas a ellas. Por ejemplo, se podría permitir a Rusia vigilar una modesta esfera de influencia en su “exterior cercano” en Europa Oriental, da la misma manera que los Estados Unidos vigilan su propia esfera de influencia en todo el hemisferio occidental. Aunque a la élite de la política exterior estadounidense le gusta fingir que las esferas de influencia son “vetustas”, este razonamiento por lo general sólo se aplica a las de países extranjeros, no a las de los Estados Unidos. Y si los Estados Unidos no pueden vivir con una Corea del Norte nuclear y disuadirla con el arsenal nuclear más poderoso del planeta (algo que pueden hacer), tal como lo hizo cuando el radical Mao Zedong obtuvo armas nucleares en la década de 1960, entonces en lugar de atacar al norte—como parece cada vez más probable—¿por qué no dar una velada aprobación a una invasión terrestre china por sorpresa del Reino Ermitaño? Una invasión relámpago de Corea del Norte es la única manera de asegurarse que todas las armas nucleares del norte sean recolectadas antes de que puedan ser utilizadas. Y China, el aparentemente aliado de Corea del Norte con una frontera común, es el único país que podría llevar a cabo un ataque sorpresivo a esa nación. China podría entonces instalar un gobierno amistoso en el norte. Sin embargo, el establishment de la política exterior estadounidense estaría horrorizado con la idea de cualquiera de estos escenarios, porque a pesar de la severa sobre extensión estadounidense en el exterior, en su opinión, los Estados Unidos deben seguir siendo la hegemonía global.
Esta sobre extensión estadounidense se ve mejor ilustrada por el hecho de que los Estados Unidos actualmente representan el 37 por ciento del gasto militar del mundo, pero sólo el 22 por ciento de su poder económico. Si la seguridad nacional estadounidense depende de una economía fuerte, lo cual Trump sostiene correctamente en la nueva estrategia, una reducción del gasto en defensa—además de la reforma de los beneficios sociales, que Trump ha rechazado—ayudaría con la descomunal carga de la deuda de 20,6 billones de dólares (trillones en inglés) que el gobierno de Estados Unidos ya ha acumulado y que los republicanos están inflando en 1,45 billones de dólares (trillones en inglés) con su innecesario recorte de impuestos en una economía actualmente venturosa. Si los republicanos no están impresionados con las actuales tasas de crecimiento económico, deberían eliminar el freno que la deuda actual impone sobre ellas, en lugar de generar el espasmo de los recortes de impuestos que hacen que la carga de la deuda empeore. Por una buena razón, el General Mike Mullen, ex jefe del estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, sostuvo convincentemente que la deuda de la nación era el mayor problema de seguridad nacional que enfrenta el país, pero Trump y los parlamentarios republicanos no parecen captar la desconexión entre la estrategia de seguridad nacional de Trump y su política económica.
Otra contradicción en la estrategia de Trump es que su “comercio justo”, es decir un velado proteccionismo económico tornará a la economía estadounidense, y por lo tanto a la seguridad nacional, más débil. En cambio, el libre comercio y los flujos de capital garantizarían una economía estadounidense más sana a largo plazo. Por lo tanto, contra la intuición, la seguridad nacional de Estados Unidos a largo plazo depende de la reducción de los gastos de defensa, el gasto en subsidios y la deuda—no de recortar los impuestos hasta que estas difíciles tareas se completen—y permitir el comercio libre y los flujos de capital para fortalecer más a la economía.
Traducido por Gabriel Gasave
Las contradicciones en la estrategia de seguridad nacional de Trump
A pesar de su discurso revolucionario durante la campaña, Donald Trump, al igual que otros presidentes antes que él, ha sido cooptado por el establishment de la política exterior estadounidense para llevar a cabo más o menos la misma estrategia de seguridad nacional que sus predecesores. Esto se debe a que los nuevos presidentes, la mayoría de ellos exgobernadores, han sido elegidos por cuestiones domesticas y tienen poca experiencia en política exterior cuando asumen el cargo (la única excepción reciente fue George H. W. Bush), por lo tanto, confían en aquellos que el establishment recomienda dentro de su partido político. En el caso de Trump—que tuvo algunos buenos instintos de sentido común en la campaña que prometían una política exterior más restringida—es una lástima que los generales intervencionistas que tiene a su alrededor se hayan asegurado en gran medida el éxito por encima de esa loable intuición.
Provocando gran alarma a las cifras del establishment, Trump inicialmente se mostró reacio a aceptar la promesa del Artículo V de la Alianza de la OTAN de que los Estados Unidos defienda a las ricas naciones europeas mucho después de que la Guerra Fría finalizara. Aún más espeluznante para la élite, agitó a los aliados de Asia oriental para que hicieran más por su propia defensa, incluida posiblemente la adquisición de armas nucleares. Trump ha sido reducido por los generales a simplemente enorgullecerse de que los aliados estadounidenses han acordado pagar un poco más de la factura de la defensa.
Sin embargo, incluso aquí, si los tradicionalmente tacaños aliados fuesen un poco más desprendidos y los Estados Unidos procuran mantenerse fuera de atolladeros en el extranjero, como Trump insinuó durante la campaña, porqué el plan de Trump solicita un gran aumento en el presupuesto de defensa. En cambio, el gasto en defensa podría reducirse si los aliados hacen más y los Estados Unidos abandonan su papel exorbitantemente costoso como policía del mundo. Además, después de ser el único departamento federal que no pudo aprobar una auditoría, el hinchado y derrochador Departamento de Defensa finalmente puede estar poniéndose serio acerca de llevar a cabo una.
En ciertos casos, los Estados Unidos podrían incluso confiar en lo que la nueva estrategia denomina las potencias “revisionistas”—Rusia y China—para asegurar la estabilidad mediante la vigilancia de las regiones cercanas a ellas. Por ejemplo, se podría permitir a Rusia vigilar una modesta esfera de influencia en su “exterior cercano” en Europa Oriental, da la misma manera que los Estados Unidos vigilan su propia esfera de influencia en todo el hemisferio occidental. Aunque a la élite de la política exterior estadounidense le gusta fingir que las esferas de influencia son “vetustas”, este razonamiento por lo general sólo se aplica a las de países extranjeros, no a las de los Estados Unidos. Y si los Estados Unidos no pueden vivir con una Corea del Norte nuclear y disuadirla con el arsenal nuclear más poderoso del planeta (algo que pueden hacer), tal como lo hizo cuando el radical Mao Zedong obtuvo armas nucleares en la década de 1960, entonces en lugar de atacar al norte—como parece cada vez más probable—¿por qué no dar una velada aprobación a una invasión terrestre china por sorpresa del Reino Ermitaño? Una invasión relámpago de Corea del Norte es la única manera de asegurarse que todas las armas nucleares del norte sean recolectadas antes de que puedan ser utilizadas. Y China, el aparentemente aliado de Corea del Norte con una frontera común, es el único país que podría llevar a cabo un ataque sorpresivo a esa nación. China podría entonces instalar un gobierno amistoso en el norte. Sin embargo, el establishment de la política exterior estadounidense estaría horrorizado con la idea de cualquiera de estos escenarios, porque a pesar de la severa sobre extensión estadounidense en el exterior, en su opinión, los Estados Unidos deben seguir siendo la hegemonía global.
Esta sobre extensión estadounidense se ve mejor ilustrada por el hecho de que los Estados Unidos actualmente representan el 37 por ciento del gasto militar del mundo, pero sólo el 22 por ciento de su poder económico. Si la seguridad nacional estadounidense depende de una economía fuerte, lo cual Trump sostiene correctamente en la nueva estrategia, una reducción del gasto en defensa—además de la reforma de los beneficios sociales, que Trump ha rechazado—ayudaría con la descomunal carga de la deuda de 20,6 billones de dólares (trillones en inglés) que el gobierno de Estados Unidos ya ha acumulado y que los republicanos están inflando en 1,45 billones de dólares (trillones en inglés) con su innecesario recorte de impuestos en una economía actualmente venturosa. Si los republicanos no están impresionados con las actuales tasas de crecimiento económico, deberían eliminar el freno que la deuda actual impone sobre ellas, en lugar de generar el espasmo de los recortes de impuestos que hacen que la carga de la deuda empeore. Por una buena razón, el General Mike Mullen, ex jefe del estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, sostuvo convincentemente que la deuda de la nación era el mayor problema de seguridad nacional que enfrenta el país, pero Trump y los parlamentarios republicanos no parecen captar la desconexión entre la estrategia de seguridad nacional de Trump y su política económica.
Otra contradicción en la estrategia de Trump es que su “comercio justo”, es decir un velado proteccionismo económico tornará a la economía estadounidense, y por lo tanto a la seguridad nacional, más débil. En cambio, el libre comercio y los flujos de capital garantizarían una economía estadounidense más sana a largo plazo. Por lo tanto, contra la intuición, la seguridad nacional de Estados Unidos a largo plazo depende de la reducción de los gastos de defensa, el gasto en subsidios y la deuda—no de recortar los impuestos hasta que estas difíciles tareas se completen—y permitir el comercio libre y los flujos de capital para fortalecer más a la economía.
Traducido por Gabriel Gasave
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