Hay una solución a la tragedia social y económica de Venezuela: El referéndum revocatorio, un mecanismo constitucionalmente santificado que permite a los votantes remover al presidente. La oposición está tratando de forzar un revocatorio, pero el autocrático presidente Nicolás Maduro y los militares “chavistas”, que perdieron las elecciones a la Asamblea Nacional en diciembre, no lo permitirán porque el Sr. Maduro perdería.
En su lugar, se empeñan en eliminar toda resistencia civil y oposición política. El resultado es una potencial pesadilla humanitaria para el hemisferio occidental. En una semana, 400.000 venezolanos cruzaron en masa la reabierta frontera con Colombia en busca de alimentos y medicinas; algunos incluso están huyendo a Guyana, un país muy pobre.
Cuanto más se hunde el país en la desesperación, peor es la represión y la militarización. La condena de 14 años a Leopoldo López, un conocido preso político venezolano que ha sido gravemente maltratado en la prisión de Ramo Verde, ha sido ratificada por un tribunal de apelación a pesar de que el fiscal admitió que la prueba era falsa.
Los militares, que ya controlan más de la mitad de los ministerios, el gigante petrolero PDVSA y un banco, comandan actualmente la deteriorada economía. El Sr. Maduro ha conferido poderes excepcionales al General y Ministro de Defensa Vladimir Padrino López, quien está a cargo de la distribución de alimentos. El gobierno, que ya había reducido a la impotencia a la mayoría opositora en la Asamblea Nacional, ha excluido ahora del cargo a todo funcionario electo que firmó a favor del revocatorio al Sr. Maduro.
Todo esto tiene lugar en medio de un desastre económico. Dado que el país produce casi nada, y su alguna vez próspera industria petrolera se encuentra en un estado calamitoso, el Sr. Maduro no tiene dinero para los acreedores internacionales. Por lo que ha reducido drásticamente las importaciones, incluidas las de alimentos y otros productos básicos, para ahorrar divisas. Considera que si el gobierno declara la cesación de pagos la revolución se derrumbará—de ahí su voluntad de presidir escenas cotidianas de hambre y desesperación.
El PIB del país ha tenido 10 trimestres consecutivos de crecimiento negativo (La tasa anualizada es ahora de -12%). La inversión se ha reducido un 26 por ciento desde 2015. El consumo, que había caído en picada, se ha reducido otro 16 por ciento este año.
El gobierno, cuyo gasto se ha reducido en un 50 por ciento, no puede mitigar el desastre con el dinero del petróleo porque, además de remitir gran parte de los reducidos ingresos a los acreedores o aliados, ha descapitalizado la industria. En 2015, los ingresos petroleros ascendieron a 915 mil millones de bolívares (119 mil millones de dólares); en los primeros cinco meses de este año, la cifra era de unos míseros 159 mil millones de bolívares. A pesar de tener ocho veces las reservas de los Estados Unidos, Venezuela ha tenido que importar petróleo, que es más barato que refinar su propio crudo pesado.
Dejar morir de hambre a los venezolanos, desatando una feroz campaña de intimidación contra los críticos y buscando desesperadamente dólares estadounidenses son las únicas respuestas que puede elucubrar el Sr. Maduro (Sin ninguna información pública, está ahora otorgando concesiones a las empresas mineras a las que solía llamar tiburones imperialistas en el ambientalmente sensible “Arco del Orinoco”).
La situación se ha tornado tan grave que 15 gobiernos del hemisferio—no conocidos por su disposición a provocar la ira del Sr. Maduro—han urgido a Caracas a celebrar el referendo revocatorio este año. El secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, quien ha tomado un admirable liderazgo en la denuncia tanto de la ausencia del estado de derecho como de los abusos contra los derechos humanos en Venezuela, ha sumado su voz a la protesta internacional.
La coalición opositora, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), ha venido instando a las autoridades a iniciar la segunda fase del proceso revocatorio, el cual requiere la recolección de unos cuatro millones de firmas, pero el Consejo Nacional Electoral se ha negado. La MUD ha convocado a una gigantesca marcha el 1 de septiembre para presionar a las autoridades. Es vista como la última oportunidad para una salida del infierno este año. En virtud de la ley – un concepto optimista – si el referéndum se lleva a cabo este año y el Sr. Maduro pierde, se iría y serían convocadas nuevas elecciones. Pero si se lleva a cabo el próximo año, el Sr. Maduro sería meramente reemplazado por su vicepresidente “chavista”, Aristóbulo Istúriz, hasta el fin de su mandato y los nuevos comicios se realizarían en 2018 – una eternidad para un país que actualmente entierra a sus muertos en ataúdes de cartón.
Hace al interés de todos en el hemisferio occidental que los venezolanos fuercen al gobierno a obedecer a su propia constitución y celebre un referéndum este año. La marcha del 1 de septiembre podría ser el principio del fin del régimen del Sr. Maduro.
Traducido por Gabriel Gasave
Mientras cunde la desesperación en Venezuela, Maduro dobla la apuesta
Hay una solución a la tragedia social y económica de Venezuela: El referéndum revocatorio, un mecanismo constitucionalmente santificado que permite a los votantes remover al presidente. La oposición está tratando de forzar un revocatorio, pero el autocrático presidente Nicolás Maduro y los militares “chavistas”, que perdieron las elecciones a la Asamblea Nacional en diciembre, no lo permitirán porque el Sr. Maduro perdería.
En su lugar, se empeñan en eliminar toda resistencia civil y oposición política. El resultado es una potencial pesadilla humanitaria para el hemisferio occidental. En una semana, 400.000 venezolanos cruzaron en masa la reabierta frontera con Colombia en busca de alimentos y medicinas; algunos incluso están huyendo a Guyana, un país muy pobre.
Cuanto más se hunde el país en la desesperación, peor es la represión y la militarización. La condena de 14 años a Leopoldo López, un conocido preso político venezolano que ha sido gravemente maltratado en la prisión de Ramo Verde, ha sido ratificada por un tribunal de apelación a pesar de que el fiscal admitió que la prueba era falsa.
Los militares, que ya controlan más de la mitad de los ministerios, el gigante petrolero PDVSA y un banco, comandan actualmente la deteriorada economía. El Sr. Maduro ha conferido poderes excepcionales al General y Ministro de Defensa Vladimir Padrino López, quien está a cargo de la distribución de alimentos. El gobierno, que ya había reducido a la impotencia a la mayoría opositora en la Asamblea Nacional, ha excluido ahora del cargo a todo funcionario electo que firmó a favor del revocatorio al Sr. Maduro.
Todo esto tiene lugar en medio de un desastre económico. Dado que el país produce casi nada, y su alguna vez próspera industria petrolera se encuentra en un estado calamitoso, el Sr. Maduro no tiene dinero para los acreedores internacionales. Por lo que ha reducido drásticamente las importaciones, incluidas las de alimentos y otros productos básicos, para ahorrar divisas. Considera que si el gobierno declara la cesación de pagos la revolución se derrumbará—de ahí su voluntad de presidir escenas cotidianas de hambre y desesperación.
El PIB del país ha tenido 10 trimestres consecutivos de crecimiento negativo (La tasa anualizada es ahora de -12%). La inversión se ha reducido un 26 por ciento desde 2015. El consumo, que había caído en picada, se ha reducido otro 16 por ciento este año.
El gobierno, cuyo gasto se ha reducido en un 50 por ciento, no puede mitigar el desastre con el dinero del petróleo porque, además de remitir gran parte de los reducidos ingresos a los acreedores o aliados, ha descapitalizado la industria. En 2015, los ingresos petroleros ascendieron a 915 mil millones de bolívares (119 mil millones de dólares); en los primeros cinco meses de este año, la cifra era de unos míseros 159 mil millones de bolívares. A pesar de tener ocho veces las reservas de los Estados Unidos, Venezuela ha tenido que importar petróleo, que es más barato que refinar su propio crudo pesado.
Dejar morir de hambre a los venezolanos, desatando una feroz campaña de intimidación contra los críticos y buscando desesperadamente dólares estadounidenses son las únicas respuestas que puede elucubrar el Sr. Maduro (Sin ninguna información pública, está ahora otorgando concesiones a las empresas mineras a las que solía llamar tiburones imperialistas en el ambientalmente sensible “Arco del Orinoco”).
La situación se ha tornado tan grave que 15 gobiernos del hemisferio—no conocidos por su disposición a provocar la ira del Sr. Maduro—han urgido a Caracas a celebrar el referendo revocatorio este año. El secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, quien ha tomado un admirable liderazgo en la denuncia tanto de la ausencia del estado de derecho como de los abusos contra los derechos humanos en Venezuela, ha sumado su voz a la protesta internacional.
La coalición opositora, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), ha venido instando a las autoridades a iniciar la segunda fase del proceso revocatorio, el cual requiere la recolección de unos cuatro millones de firmas, pero el Consejo Nacional Electoral se ha negado. La MUD ha convocado a una gigantesca marcha el 1 de septiembre para presionar a las autoridades. Es vista como la última oportunidad para una salida del infierno este año. En virtud de la ley – un concepto optimista – si el referéndum se lleva a cabo este año y el Sr. Maduro pierde, se iría y serían convocadas nuevas elecciones. Pero si se lleva a cabo el próximo año, el Sr. Maduro sería meramente reemplazado por su vicepresidente “chavista”, Aristóbulo Istúriz, hasta el fin de su mandato y los nuevos comicios se realizarían en 2018 – una eternidad para un país que actualmente entierra a sus muertos en ataúdes de cartón.
Hace al interés de todos en el hemisferio occidental que los venezolanos fuercen al gobierno a obedecer a su propia constitución y celebre un referéndum este año. La marcha del 1 de septiembre podría ser el principio del fin del régimen del Sr. Maduro.
Traducido por Gabriel Gasave
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