Las elecciones presidenciales del próximo domingo son la última oportunidad de Argentina en una generación de comenzar el arduo proceso de desmantelamiento del sistema populista de izquierda que ha convertido a esta otrora próspera nación en un caso perdido tanto económico como político.
La mala noticia es que luce muy difícil para el único hombre que podría acometer tamaña empresa. El alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, está unos diez puntos detrás de Daniel Scioli, el candidato del gobernante partido peronista.
En Argentina, el candidato ganador puede evitar una segunda vuelta al obtener el 45 por ciento de los votos o el 40 por ciento más una ventaja de diez puntos sobre el segundo. Pero incluso si Macri logra forzar una segunda vuelta, no está claro si atraerá los votos suficientes entre los seguidores de Sergio Massa, un peronista disidente que se encuentra tercero y cuyos seguidores desconfían de Macri aún más de lo que desconfían de la actual presidenta Cristina Kirchner, a quien consideran un egoísta descarriado.
Durante esta campaña Macri ha tenido que hacer concesiones al populismo en un intento desesperado por impedir la victoria de Scioli en la primera vuelta y sustraer votos de Massa (o por lo menos para empezar a adular a los partidarios de Massa con el fin de ganar su voto en una segunda vuelta). Para hacer las cosas aún más dramáticas: Para nada es seguro que Macri estará en condiciones de transformar este país si gana.
La presidenta Kirchner, quien ha estado en el cargo durante ocho años y logró suceder a su propio marido, detenta un desconcertante 50 por ciento de aprobación a pesar de un legado que es un cuento de terror político — cero por ciento de crecimiento económico este año, una tasa de pobreza que se acerca al 30 por ciento, un déficit fiscal del 7 por ciento, inflación de dos dígitos, disminución de las reservas de divisas extranjeras a pesar de los asfixiantes controles de cambios que hacen que sea una pesadilla importar algo, y un total de casi catorce millones de argentinos que son dependientes del gobierno para su subsistencia (en comparación con sólo nueve millones de personas que se ganan la vida en la actividad privada).
Kirchner ha logrado paralizar la industria de la energía a través de los controles de precios y las nacionalizaciones pese a las vastas reservas de esquisto del país, mientras que la agricultura reposa en la actualidad en un solo cultivo — la soja. ¡La superficie total de cultivo de trigo, alguna vez un producto argentino esencial, se ha reducido a lo que era hace cien años!
Varias cosas hacen a la popularidad de la presidenta. Los argentinos recuerdan dolorosamente el incumplimiento de los pagos de la deuda de 100 mil millones de dólares a comienzos del siglo 21 y las graves consecuencias sociales que llevaron al ascenso al poder de Kirchner. Y elogian a su gobierno por convertir el auge de los commodities durante casi una década en una fiesta de subsidios populistas y consumo artificial. Kirchner también cuenta con el apoyo de muchos de sus compatriotas debido a una cultura del populismo izquierda profundamente arraigada. Ella controla lo que promete ser una poderosa fuerza contra el cambio, sin importar quién se convierta en el próximo presidente.
La esperanza es que si Scioli gana, al igual que muchos peronistas en el pasado, traicionará a Kirchner y construirá una coalición para la reforma. Pero su temperamento, sus propias convicciones, y las muchas restricciones que Kirchner ha puesto sobre el próximo presidente — incluidas las leyes que prohíben la venta de acciones de empresas de propiedad estatal — hacen de Scioli un poco probable traidor al legado. Además, ha prometido mantener muchos de los controles económicos e impuestos que provocan que sea imposible volver a dinamizar el comercio exterior, una de las pocas formas en que Argentina puede hacer que su maquinaria económica se mueva de manera relativamente rápida.
Para empeorar las cosas, la promesa de Scioli de acceder al crédito externo depende de su capacidad para alcanzar un acuerdo con los acreedores que han mantenido a Argentina fuera de los mercados de capitales desde que el gobierno infligió una poda del 70 por ciento sobre los bonos soberanos. Una tarea hercúlea, por decir lo menos.
Si Macri gana, por el contrario, su mayor reto será evitar el destino de los pocos presidentes no peronistas que Argentina ha tenido en las últimas décadas: sobrevivir a la embestida de un movimiento cuyas facciones están en desacuerdo respecto de casi todo, excepto la voluntad de tornar ingobernable al país para alguien más.
Se precisará un táctico extremadamente capaz así como un estratega visionario para llevarlo a cabo. Y cantidades colosales de buena suerte.
Traducido por Gabriel Gasave
La última oportunidad de Argentina
Las elecciones presidenciales del próximo domingo son la última oportunidad de Argentina en una generación de comenzar el arduo proceso de desmantelamiento del sistema populista de izquierda que ha convertido a esta otrora próspera nación en un caso perdido tanto económico como político.
La mala noticia es que luce muy difícil para el único hombre que podría acometer tamaña empresa. El alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, está unos diez puntos detrás de Daniel Scioli, el candidato del gobernante partido peronista.
En Argentina, el candidato ganador puede evitar una segunda vuelta al obtener el 45 por ciento de los votos o el 40 por ciento más una ventaja de diez puntos sobre el segundo. Pero incluso si Macri logra forzar una segunda vuelta, no está claro si atraerá los votos suficientes entre los seguidores de Sergio Massa, un peronista disidente que se encuentra tercero y cuyos seguidores desconfían de Macri aún más de lo que desconfían de la actual presidenta Cristina Kirchner, a quien consideran un egoísta descarriado.
Durante esta campaña Macri ha tenido que hacer concesiones al populismo en un intento desesperado por impedir la victoria de Scioli en la primera vuelta y sustraer votos de Massa (o por lo menos para empezar a adular a los partidarios de Massa con el fin de ganar su voto en una segunda vuelta). Para hacer las cosas aún más dramáticas: Para nada es seguro que Macri estará en condiciones de transformar este país si gana.
La presidenta Kirchner, quien ha estado en el cargo durante ocho años y logró suceder a su propio marido, detenta un desconcertante 50 por ciento de aprobación a pesar de un legado que es un cuento de terror político — cero por ciento de crecimiento económico este año, una tasa de pobreza que se acerca al 30 por ciento, un déficit fiscal del 7 por ciento, inflación de dos dígitos, disminución de las reservas de divisas extranjeras a pesar de los asfixiantes controles de cambios que hacen que sea una pesadilla importar algo, y un total de casi catorce millones de argentinos que son dependientes del gobierno para su subsistencia (en comparación con sólo nueve millones de personas que se ganan la vida en la actividad privada).
Kirchner ha logrado paralizar la industria de la energía a través de los controles de precios y las nacionalizaciones pese a las vastas reservas de esquisto del país, mientras que la agricultura reposa en la actualidad en un solo cultivo — la soja. ¡La superficie total de cultivo de trigo, alguna vez un producto argentino esencial, se ha reducido a lo que era hace cien años!
Varias cosas hacen a la popularidad de la presidenta. Los argentinos recuerdan dolorosamente el incumplimiento de los pagos de la deuda de 100 mil millones de dólares a comienzos del siglo 21 y las graves consecuencias sociales que llevaron al ascenso al poder de Kirchner. Y elogian a su gobierno por convertir el auge de los commodities durante casi una década en una fiesta de subsidios populistas y consumo artificial. Kirchner también cuenta con el apoyo de muchos de sus compatriotas debido a una cultura del populismo izquierda profundamente arraigada. Ella controla lo que promete ser una poderosa fuerza contra el cambio, sin importar quién se convierta en el próximo presidente.
La esperanza es que si Scioli gana, al igual que muchos peronistas en el pasado, traicionará a Kirchner y construirá una coalición para la reforma. Pero su temperamento, sus propias convicciones, y las muchas restricciones que Kirchner ha puesto sobre el próximo presidente — incluidas las leyes que prohíben la venta de acciones de empresas de propiedad estatal — hacen de Scioli un poco probable traidor al legado. Además, ha prometido mantener muchos de los controles económicos e impuestos que provocan que sea imposible volver a dinamizar el comercio exterior, una de las pocas formas en que Argentina puede hacer que su maquinaria económica se mueva de manera relativamente rápida.
Para empeorar las cosas, la promesa de Scioli de acceder al crédito externo depende de su capacidad para alcanzar un acuerdo con los acreedores que han mantenido a Argentina fuera de los mercados de capitales desde que el gobierno infligió una poda del 70 por ciento sobre los bonos soberanos. Una tarea hercúlea, por decir lo menos.
Si Macri gana, por el contrario, su mayor reto será evitar el destino de los pocos presidentes no peronistas que Argentina ha tenido en las últimas décadas: sobrevivir a la embestida de un movimiento cuyas facciones están en desacuerdo respecto de casi todo, excepto la voluntad de tornar ingobernable al país para alguien más.
Se precisará un táctico extremadamente capaz así como un estratega visionario para llevarlo a cabo. Y cantidades colosales de buena suerte.
Traducido por Gabriel Gasave
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