En “Los intelectuales y el socialismo”*, el premio Nobel F.A Hayek muestra cómo las ideas ganan aceptación en la sociedad moderna. Y lo que es más importante, muestra cómo ganar la batalla de las ideas contra los partidarios del gran gobierno. Sus pensamientos nos proporcionan una meditación en el Día de la Independencia.
En el largo plazo, los intelectuales públicos -Hayek los llamó "distribuidores profesionales de ideas de segunda mano"- ejercen una influencia "omnipresente" en los manejos públicos y en la actividad política al moldear a la opinión pública.
Un intelectual público no precisa ser un pensador original, un académico o un experto en alguna materia. No necesita tener conocimientos especiales ni ser especialmente inteligente. Pero un intelectual público puede hablar y escribir con facilidad sobre una amplia gama de temas y se familiariza con nuevas ideas antes que otros. Sirven de intermediarios en la difusión de las ideas.
Esta clase de intelectuales incluye periodistas, profesores, ministros, conferenciantes, publicistas; comentaristas de radio, televisión y online; escritores de ficción, caricaturistas, artistas, actores e incluso científicos y médicos que hablan fuera de sus campos de especialización. “En este sentido, son los intelectuales los que deciden qué puntos de vista y opiniones deben llegarnos”, escribió Hayek, “qué hechos son lo suficientemente importantes como para que nos los cuenten, y en qué forma y desde qué ángulo han de ser presentados. El que lleguemos a conocer los resultados del trabajo del experto y del pensador original depende principalmente de su decisión”.
“No es exagerado afirmar que, una vez que la parte más activa de los intelectuales se ha convencido de una serie de creencias, el proceso por el cual éstas se vuelven generalmente aceptadas es casi automático e irresistible. . . . Son sus convicciones y opiniones las que operan como el tamiz a través del cual deben pasar todas las nuevas concepciones antes de que puedan llegar a las masas”.
Los verdaderos académicos, científicos y expertos consideran que esos intelectuales no entienden “nada en particular especialmente bien", pero es un gran error descartarlos porque “es su juicio el que determina primordialmente las opiniones sobre las que actuará la sociedad en un futuro no muy lejano”. Así que hay que ganarse a los intelectuales, no ignorarlos, pero ¿cómo?
Dado que un intelectual público no suele ser un experto en un tema concreto, juzga las nuevas ideas "por la facilidad con que encajan en sus concepciones generales, en la imagen del mundo que considera moderna o avanzada”. En la actividad política y los manejos públicos actuales, la idea preconcebida que guía a los intelectuales es que la planificación y el control centralizados son siempre mejores que los enfoques descentralizados e individualizados. Para el intelectual moderno: "El control deliberado o la organización consciente es en los asuntos sociales siempre superior a los resultados de los procesos espontáneos que no están dirigidos por una mente humana; o que cualquier orden basado en un plan establecido con antelación debe ser mejor que uno formado por el equilibrio de fuerzas opuestas”.
Entonces, ¿cómo cambiar las ideas preconcebidas de los intelectuales que están socavando los cimientos de una sociedad libre? Hayek sostenía que, principalmente, no es el interés propio o las malas intenciones, sino "mayormente las convicciones honestas y las buenas intenciones las que determinan las opiniones del intelectual". Hayek aconsejó a los amantes de la libertad que aprovecharan esas buenas intenciones y tomaran prestada una página del manual de estrategias de los socialistas.
"El intelectual, por su entera disposición, no está interesado en los detalles técnicos ni en las dificultades prácticas. Lo que le atrae son las visiones amplias, la espaciosa comprensión del orden social como un todo que promete un sistema planificado”. Por lo tanto, los amantes de la libertad deben aprovechar este carácter visionario y tener el "coraje de entregarse al pensamiento utópico".
Hayek les advirtió a los amantes de la libertad que no sean consumidos por completo por los debates políticos actuales, sino que también se sumergieran en la especulación a largo plazo, que es el fuerte de los socialistas y lo que atrae a los intelectuales. Los liberales clásicos deben estar dispuestos a ser vistos como "poco prácticos" y "poco realistas" por los actuales dirigentes políticos a fin de captar la imaginación de los intelectuales, que son esenciales para la difusión de las ideas.
En lugar de centrarse exclusivamente en una mejora paulatina de la legislación actual, los amantes de la libertad deben ofrecer grandes reconstrucciones y abstracciones que atraerán la imaginación y el ingenio de los intelectuales. Deben ofrecer una imagen clara de la sociedad futura a la que aspiran, sin exageraciones ni extravagancias, pero que inspire la imaginación de los intelectuales.
Para cambiar los puntos de vista de los intelectuales, uno debe demostrar los límites de la planificación y el control gubernamental y por qué se vuelve positivamente perjudicial si se extiende más allá de estos límites, tan perjudicial que socava los propios ideales que los intelectuales aprecian. La clave es centrarse en los ideales, porque los ideales despiertan la imaginación de los intelectuales. Por ejemplo, la "libertad de oportunidades" es un ideal. La "relajación de los controles sobre las oportunidades" es un compromiso político y es mejor dejárselo a los políticos. La "igualdad ante la ley" es un ideal. "Un paso importante hacia la igualdad" es un compromiso político.
Hayek era realista sobre los desafíos que se avecinan: “Puede ser que una sociedad libre, tal como la hemos conocido, lleve en sí misma las fuerzas de su propia destrucción, que una vez que la libertad ha sido alcanzada se la dé por sentada y deje de ser valorada, y que el libre crecimiento de las ideas, que es la esencia de una sociedad libre, provoque la destrucción de los fundamentos de los que depende”. Para evitarlo, debemos hacer que la tarea de edificar una sociedad libre sea tan "emocionante y fascinante" como cualquier esquema socialista, convirtiéndola en una aventura intelectual basada en ideales duraderos que, cuando los ponemos en práctica, mejoran el bienestar humano. Esto llevará tiempo.
“El socialismo no ha sido nunca ni en ninguna parte un movimiento de la clase obrera. Es una construcción de los teóricos” y difundida por los intelectuales, escribió Hayek.
Los intelectuales tardaron mucho tiempo en persuadir a las clases obreras para que aceptaran esta construcción y los amantes de la libertad también deben adoptar una visión a largo plazo, con los ojos puestos en el premio. Si tienen el "coraje de ser utópicos" y siguen con audacia el plan de batalla de Hayek, el camino hacia la servidumbre podría invertir su curso. Algo para reflexionar en el Día de la Independencia.
Notas
* Publicado por vez primera en 1949 en la University of Chicago Law Review cuando el totalitarismo socialista, encabezado por la Unión Soviética estalinista y la China maoísta, estaba en marcha en todo el mundo.
Traducido por Gabriel Gasave
El coraje de ser utópico
En “Los intelectuales y el socialismo”*, el premio Nobel F.A Hayek muestra cómo las ideas ganan aceptación en la sociedad moderna. Y lo que es más importante, muestra cómo ganar la batalla de las ideas contra los partidarios del gran gobierno. Sus pensamientos nos proporcionan una meditación en el Día de la Independencia.
En el largo plazo, los intelectuales públicos -Hayek los llamó "distribuidores profesionales de ideas de segunda mano"- ejercen una influencia "omnipresente" en los manejos públicos y en la actividad política al moldear a la opinión pública.
Un intelectual público no precisa ser un pensador original, un académico o un experto en alguna materia. No necesita tener conocimientos especiales ni ser especialmente inteligente. Pero un intelectual público puede hablar y escribir con facilidad sobre una amplia gama de temas y se familiariza con nuevas ideas antes que otros. Sirven de intermediarios en la difusión de las ideas.
Esta clase de intelectuales incluye periodistas, profesores, ministros, conferenciantes, publicistas; comentaristas de radio, televisión y online; escritores de ficción, caricaturistas, artistas, actores e incluso científicos y médicos que hablan fuera de sus campos de especialización. “En este sentido, son los intelectuales los que deciden qué puntos de vista y opiniones deben llegarnos”, escribió Hayek, “qué hechos son lo suficientemente importantes como para que nos los cuenten, y en qué forma y desde qué ángulo han de ser presentados. El que lleguemos a conocer los resultados del trabajo del experto y del pensador original depende principalmente de su decisión”.
“No es exagerado afirmar que, una vez que la parte más activa de los intelectuales se ha convencido de una serie de creencias, el proceso por el cual éstas se vuelven generalmente aceptadas es casi automático e irresistible. . . . Son sus convicciones y opiniones las que operan como el tamiz a través del cual deben pasar todas las nuevas concepciones antes de que puedan llegar a las masas”.
Los verdaderos académicos, científicos y expertos consideran que esos intelectuales no entienden “nada en particular especialmente bien", pero es un gran error descartarlos porque “es su juicio el que determina primordialmente las opiniones sobre las que actuará la sociedad en un futuro no muy lejano”. Así que hay que ganarse a los intelectuales, no ignorarlos, pero ¿cómo?
Dado que un intelectual público no suele ser un experto en un tema concreto, juzga las nuevas ideas "por la facilidad con que encajan en sus concepciones generales, en la imagen del mundo que considera moderna o avanzada”. En la actividad política y los manejos públicos actuales, la idea preconcebida que guía a los intelectuales es que la planificación y el control centralizados son siempre mejores que los enfoques descentralizados e individualizados. Para el intelectual moderno: "El control deliberado o la organización consciente es en los asuntos sociales siempre superior a los resultados de los procesos espontáneos que no están dirigidos por una mente humana; o que cualquier orden basado en un plan establecido con antelación debe ser mejor que uno formado por el equilibrio de fuerzas opuestas”.
Entonces, ¿cómo cambiar las ideas preconcebidas de los intelectuales que están socavando los cimientos de una sociedad libre? Hayek sostenía que, principalmente, no es el interés propio o las malas intenciones, sino "mayormente las convicciones honestas y las buenas intenciones las que determinan las opiniones del intelectual". Hayek aconsejó a los amantes de la libertad que aprovecharan esas buenas intenciones y tomaran prestada una página del manual de estrategias de los socialistas.
"El intelectual, por su entera disposición, no está interesado en los detalles técnicos ni en las dificultades prácticas. Lo que le atrae son las visiones amplias, la espaciosa comprensión del orden social como un todo que promete un sistema planificado”. Por lo tanto, los amantes de la libertad deben aprovechar este carácter visionario y tener el "coraje de entregarse al pensamiento utópico".
Hayek les advirtió a los amantes de la libertad que no sean consumidos por completo por los debates políticos actuales, sino que también se sumergieran en la especulación a largo plazo, que es el fuerte de los socialistas y lo que atrae a los intelectuales. Los liberales clásicos deben estar dispuestos a ser vistos como "poco prácticos" y "poco realistas" por los actuales dirigentes políticos a fin de captar la imaginación de los intelectuales, que son esenciales para la difusión de las ideas.
En lugar de centrarse exclusivamente en una mejora paulatina de la legislación actual, los amantes de la libertad deben ofrecer grandes reconstrucciones y abstracciones que atraerán la imaginación y el ingenio de los intelectuales. Deben ofrecer una imagen clara de la sociedad futura a la que aspiran, sin exageraciones ni extravagancias, pero que inspire la imaginación de los intelectuales.
Para cambiar los puntos de vista de los intelectuales, uno debe demostrar los límites de la planificación y el control gubernamental y por qué se vuelve positivamente perjudicial si se extiende más allá de estos límites, tan perjudicial que socava los propios ideales que los intelectuales aprecian. La clave es centrarse en los ideales, porque los ideales despiertan la imaginación de los intelectuales. Por ejemplo, la "libertad de oportunidades" es un ideal. La "relajación de los controles sobre las oportunidades" es un compromiso político y es mejor dejárselo a los políticos. La "igualdad ante la ley" es un ideal. "Un paso importante hacia la igualdad" es un compromiso político.
Hayek era realista sobre los desafíos que se avecinan: “Puede ser que una sociedad libre, tal como la hemos conocido, lleve en sí misma las fuerzas de su propia destrucción, que una vez que la libertad ha sido alcanzada se la dé por sentada y deje de ser valorada, y que el libre crecimiento de las ideas, que es la esencia de una sociedad libre, provoque la destrucción de los fundamentos de los que depende”. Para evitarlo, debemos hacer que la tarea de edificar una sociedad libre sea tan "emocionante y fascinante" como cualquier esquema socialista, convirtiéndola en una aventura intelectual basada en ideales duraderos que, cuando los ponemos en práctica, mejoran el bienestar humano. Esto llevará tiempo.
“El socialismo no ha sido nunca ni en ninguna parte un movimiento de la clase obrera. Es una construcción de los teóricos” y difundida por los intelectuales, escribió Hayek.
Los intelectuales tardaron mucho tiempo en persuadir a las clases obreras para que aceptaran esta construcción y los amantes de la libertad también deben adoptar una visión a largo plazo, con los ojos puestos en el premio. Si tienen el "coraje de ser utópicos" y siguen con audacia el plan de batalla de Hayek, el camino hacia la servidumbre podría invertir su curso. Algo para reflexionar en el Día de la Independencia.
Notas
* Publicado por vez primera en 1949 en la University of Chicago Law Review cuando el totalitarismo socialista, encabezado por la Unión Soviética estalinista y la China maoísta, estaba en marcha en todo el mundo.
Traducido por Gabriel Gasave
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