A medida que los Estados Unidos y sus aliados incrementan las sanciones económicas contra Irán en un esfuerzo por hacer que el régimen abandone su programa nuclear, es importante recordar que tales sanciones rara vez funcionan. Es dudoso que sanciones incrementadas contra Irán vayan a resultar mejor.
Los Estados Unidos ya prohíben la mayoría de las transacciones entre las instituciones financieras estadounidenses e iraníes, imponen sanciones a las empresas que prestan asistencia a la industria petrolera iraní y prohíben la mayor parte del comercio con Irán, incluida la importación de productos iraníes, como alfombras, caviar y pistachos.
Temiendo que Irán esté cada vez más cerca de producir un arma nuclear, muchos políticos estadounidenses y europeos desean endurecer las sanciones—cortando las exportaciones de petróleo iraní, por ejemplo—incluso si esto lleva a precios del petróleo más elevados.
Para los Estados Unidos, que ya no importan petróleo de Irán, las nuevas sanciones están destinadas a limitar la capacidad de otros países de adquirir petróleo iraní. Esto se lograría mediante la imposición de sanciones a las entidades de aquellas naciones que realicen transacciones con el banco central de Irán, el cual que proporciona el mecanismo de pago para las compras de petróleo.
Mientras que los partidarios de sanciones más férreas piensan que la medida ejercerá una presión económica adicional sobre el gobierno iraní, a largo plazo las pérdidas de ingresos por exportaciones de petróleo de Irán probablemente serán mínimas. Por ejemplo, a pesar de las sanciones existentes contra el sector petrolero de Irán, el país exportó productos derivados del petróleo por valor de alrededor 71,6 mil millones de dólares (billones en inglés) en 2010 de acuerdo con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). El gobierno iraní informa que 2011 fue aún mejor—considerándolo un año récord de ventas de petróleo.
El problema con todas las sanciones es que éstas se erosionan con el tiempo a medida que la nación objeto de las mismas reencausa sus productos hacia países que no participan de las sanciones o halla la manera de comerciar ilegalmente con entidades de los países sancionadores. Con ese “reordenamiento” del mercado y la completa evasión, el país al que se le aplican las sanciones rara vez se queda totalmente sin los ingresos por exportación.
Las sanciones sobre el petróleo iraní, por ejemplo, están condenadas al fracaso porque los países de rápido crecimiento en el mundo en desarrollo, como China e India, prestan menos atención al programa nuclear de Irán que al hecho de conseguir petróleo barato. Irán probablemente los complacerá vendiéndoles su petróleo con descuento, lo que le permite recuperar las ventas que de otra forma se perderían. Más importantes que los posibles efectos económicos de las sanciones son los efectos políticos probables. Sin embargo, las sanciones son fundamentalmente un instrumento económico para alcanzar fines políticos.
El propósito de las sanciones no sólo es aumentar la presión económica en si misma sino lograr algún objetivo político declarado. Sin embargo, la historia de las sanciones demuestra que ellas por lo general no sólo fracasan en lograr sus objetivos económicos sino también que rara vez logran sus objetivos políticos, tales como hacer que un país abandone su programa nuclear o lograr la caída de un régimen.
Considérese el caso de Corea del Norte e Irak. A pesar de las duras sanciones económicas internacionales, Corea del Norte probablemente ha creado varias armas nucleares. En Irak, las sanciones económicas más universales y severas en la historia del mundo no pudieron inducir a Saddam Hussein a retirar sus fuerzas invasoras de Kuwait a comienzos de los años 90.
El programa nuclear iraní parece haber logrado un amplio apoyo público en todo el espectro político iraní, dado que es visto como una cuestión de prestigio nacional. Además, Irán tiene vecinos hostiles como Israel, que probablemente posea cientos de armas nucleares, y Arabia Saudita, que puede tener un programa nuclear secreto. De modo tal que el gobierno iraní no es probable que abandone su programa nuclear.
De hecho, el gobierno iraní—debilitado por los fraudulentos comicios de 2009—está utilizando el espectro de dificultades económicas causadas por las sanciones impuestas desde el exterior para obtener apoyo del público.
Por lo tanto, las sanciones más severas, incluso en el improbable caso de que pudiesen poner una significativa presión económica a largo plazo sobre el eje económico y principal fuente externa de ingresos de Irán—las exportaciones petroleras—tienen pocas probabilidades de alcanzar los ambiciosos objetivos políticos de poner fin al programa nuclear de Irán o traer aparejado un “cambio de régimen”.
En todo caso, las sanciones es probable que aumenten el apoyo al régimen a medida que los iraníes, al igual que otros pueblos en similares circunstancias de presión externa, se congregan en torno a su bandera.
Traducido por Gabriel Gasave
Las sanciones contra Irán no van a funcionar
A medida que los Estados Unidos y sus aliados incrementan las sanciones económicas contra Irán en un esfuerzo por hacer que el régimen abandone su programa nuclear, es importante recordar que tales sanciones rara vez funcionan. Es dudoso que sanciones incrementadas contra Irán vayan a resultar mejor.
Los Estados Unidos ya prohíben la mayoría de las transacciones entre las instituciones financieras estadounidenses e iraníes, imponen sanciones a las empresas que prestan asistencia a la industria petrolera iraní y prohíben la mayor parte del comercio con Irán, incluida la importación de productos iraníes, como alfombras, caviar y pistachos.
Temiendo que Irán esté cada vez más cerca de producir un arma nuclear, muchos políticos estadounidenses y europeos desean endurecer las sanciones—cortando las exportaciones de petróleo iraní, por ejemplo—incluso si esto lleva a precios del petróleo más elevados.
Para los Estados Unidos, que ya no importan petróleo de Irán, las nuevas sanciones están destinadas a limitar la capacidad de otros países de adquirir petróleo iraní. Esto se lograría mediante la imposición de sanciones a las entidades de aquellas naciones que realicen transacciones con el banco central de Irán, el cual que proporciona el mecanismo de pago para las compras de petróleo.
Mientras que los partidarios de sanciones más férreas piensan que la medida ejercerá una presión económica adicional sobre el gobierno iraní, a largo plazo las pérdidas de ingresos por exportaciones de petróleo de Irán probablemente serán mínimas. Por ejemplo, a pesar de las sanciones existentes contra el sector petrolero de Irán, el país exportó productos derivados del petróleo por valor de alrededor 71,6 mil millones de dólares (billones en inglés) en 2010 de acuerdo con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). El gobierno iraní informa que 2011 fue aún mejor—considerándolo un año récord de ventas de petróleo.
El problema con todas las sanciones es que éstas se erosionan con el tiempo a medida que la nación objeto de las mismas reencausa sus productos hacia países que no participan de las sanciones o halla la manera de comerciar ilegalmente con entidades de los países sancionadores. Con ese “reordenamiento” del mercado y la completa evasión, el país al que se le aplican las sanciones rara vez se queda totalmente sin los ingresos por exportación.
Las sanciones sobre el petróleo iraní, por ejemplo, están condenadas al fracaso porque los países de rápido crecimiento en el mundo en desarrollo, como China e India, prestan menos atención al programa nuclear de Irán que al hecho de conseguir petróleo barato. Irán probablemente los complacerá vendiéndoles su petróleo con descuento, lo que le permite recuperar las ventas que de otra forma se perderían. Más importantes que los posibles efectos económicos de las sanciones son los efectos políticos probables. Sin embargo, las sanciones son fundamentalmente un instrumento económico para alcanzar fines políticos.
El propósito de las sanciones no sólo es aumentar la presión económica en si misma sino lograr algún objetivo político declarado. Sin embargo, la historia de las sanciones demuestra que ellas por lo general no sólo fracasan en lograr sus objetivos económicos sino también que rara vez logran sus objetivos políticos, tales como hacer que un país abandone su programa nuclear o lograr la caída de un régimen.
Considérese el caso de Corea del Norte e Irak. A pesar de las duras sanciones económicas internacionales, Corea del Norte probablemente ha creado varias armas nucleares. En Irak, las sanciones económicas más universales y severas en la historia del mundo no pudieron inducir a Saddam Hussein a retirar sus fuerzas invasoras de Kuwait a comienzos de los años 90.
El programa nuclear iraní parece haber logrado un amplio apoyo público en todo el espectro político iraní, dado que es visto como una cuestión de prestigio nacional. Además, Irán tiene vecinos hostiles como Israel, que probablemente posea cientos de armas nucleares, y Arabia Saudita, que puede tener un programa nuclear secreto. De modo tal que el gobierno iraní no es probable que abandone su programa nuclear.
De hecho, el gobierno iraní—debilitado por los fraudulentos comicios de 2009—está utilizando el espectro de dificultades económicas causadas por las sanciones impuestas desde el exterior para obtener apoyo del público.
Por lo tanto, las sanciones más severas, incluso en el improbable caso de que pudiesen poner una significativa presión económica a largo plazo sobre el eje económico y principal fuente externa de ingresos de Irán—las exportaciones petroleras—tienen pocas probabilidades de alcanzar los ambiciosos objetivos políticos de poner fin al programa nuclear de Irán o traer aparejado un “cambio de régimen”.
En todo caso, las sanciones es probable que aumenten el apoyo al régimen a medida que los iraníes, al igual que otros pueblos en similares circunstancias de presión externa, se congregan en torno a su bandera.
Traducido por Gabriel Gasave
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