Hace una semana, dos hombres fueron ejecutados en los Estados Unidos: Troy Davis en Georgia y Lawrence Brewer en Texas. Troy Davis podría haber sido inocente del delito por el que fue sentenciado y condenado a muerte; Lawrence Brewer era sin duda culpable. Aunque todo el mundo se centró en el destino de Davis, mientras la Corte Suprema de los EE.UU. consideraba un recurso de último minuto interpuesto por sus abogados, Brewer, un fanático impenitente, era tranquilamente ejecutado. Prácticamente no se dijo palabra sobre la ejecución de Brewer, y las palabras que se expusieron fueron en su mayoría de pasada.
Los activistas por los derechos civiles y analistas jurídicos declaran que hay muchas lecciones importantes que aprender de la ejecución de Davis, y las hay. Pero la mayor lección que debemos aprender del horror del miércoles no ha de ser encontrada en el caso de Troy Davis, sino en las circunstancias que rodearon a la ejecución de Lawrence Brewer.
El autoproclamado supremacista blanco Lawrence Brewer y dos amigos ofrecieron llevar en su vehículo a James Byrd, Jr., un hombre negro, en Jasper, Texas. Sin embargo, en lugar de llevarlo a casa, Brewer y sus compinches golpearon sin piedad a Byrd, lo encadenaron por los tobillos a la parte trasera de una camioneta y lo arrastraron hasta su muerte, esparciendo partes de su cuerpo por el camino. Si alguna vez una muerte pareció clamar por una justicia al estilo de la de Texas, esta sería una. Este no fue un crimen pasional, sino una matanza a sangre fría y calculada de un hombre negro por parte de blancos en el Sur. Los sureños saben de linchamientos.
Brewer y uno de sus cómplices, John William King, fueron ambos condenados a muerte. El tercer acusado, Shawn Berry, recibió una condena a cadena perpetua. Después de leer el relato de la muerte de Byrd una o dos veces, se torna más y más difícil incluso echar un vistazo a la página impresa. Palabras como golpear, orinar, arrastrar, decapitar, instantáneamente evocan horribles imágenes aun cuando la mente se esfuerse por apartarlas. Comenzar a entender lo que debe significar cada día visualizar esta muerte una y otra vez, como los miembros de la familia de James Byrd deben haber hecho, desafía la imaginación. Lawrence Brewer no fue solo impenitente, fue también vil. Se habría jactado delante de cualquiera que quisiera escuchar del asesinato que cometió. Estaba orgulloso. El día antes de su ejecución le dijo a un reportero de televisión, “En lo que atañe a algún remordimiento, no, no tengo remordimientos. No, lo volvería a hacer nuevamente, para decirle la verdad”. Parecía todo un hombre sin esperanza alguna de redención.
Sin embargo, una puerta fue abierta a su redención, y fue abierta por la propia familia de Byrd.
“No puedes combatir el asesinato con un asesinato”, dijo a Reuters el martes Ross Byrd de 32 años, hijo de la víctima. “La cadena perpetua hubiese estado bien. Sé que él ya no puede más dañar a mi papá. Desearía que el Estado tomase en cuenta que esto no es lo que queremos”.
“He perdonado a Lawrence Brewer porque odiarlo es hacer exactamente lo que pasó con mi papá”, dijo Renee Mullins, la hija de Byrd.
La hermana de Byrd, Betty Byrd-Boatner afirmó: “Mis padres nos enseñaron a perdonar, y por ello lo perdonamos”.
“Lo siento por Brewer porque tiene mucho odio dentro suyo”, dijo ella, “y no supo cómo sacárselo, y tomó el camino equivocado”.
“Lo perdonamos. No lo condenamos”. Hablando de su madre Stella, quien falleció el año pasado, Byrd-Boatner dijo: “Ella tenía todo el derecho de estar enojada, pero sus palabras fueron “los perdono” y eso fue profundo. Incluso cuando nos enteramos de que la muerte fue más violenta, se mantuvo incólume y dijo: “Los perdono y deseamos la paz”.
A medida que se aproximaba su ejecución, la hermana de Byrd se lamentó de que Brewer “no tenga ningún remordimiento y me siento mal por él, pero el perdón trae la sanación. Habíamos comenzado a sanar hace mucho tiempo. Estamos rezando por su familia así como por la nuestra, y por los ciudadanos de la ciudad de Jasper. Ya hemos hecho las paces con ela hace mucho tiempo”.
The Byrds han descubierto algo que lamentablemente ha sido difícil para la familia de Mark MacPhail, la víctima del asesinato de Georgia por el cual Troy Davis fue condenado a muerte. Lo que los Byrds descubrieron es una sabiduría que tiene miles de años—sabiduría que parece ser perdida y encontrada en reiteradas ocasiones. Ellos descubrieron el tremendo poder de la misericordia. A pesar de la escandalosa falta de remordimiento de Brewer por sus atroces actos, la familia Byrd había dejado marchar a su ira hace muchos años, y sabiendo que si se le diese la posibilidad cometería los mismos crímenes una vez más, le ofrecieron los únicos regalos que le podían dar: la misericordia y el perdón. Lucharon para detener la ejecución de un hombre que le ha causado a cada uno de ellos más congoja que la que la mayoría de las personas sufriría en un centenar de vidas.
La familia Byrd aprendió que aquellos que la encuentran en su corazón para perdonar incluso a los que menos se merecen el perdón ganan la paz más profunda y más duradera.
El camino hacia la paz nunca será a través del asesinato. El camino hacia la paz es la misericordia. El camino hacia la paz es el entendimiento de que perdonar los pecados de aquellos que pecan contra usted es un requisito para un mundo civilizado y pacífico. Si nosotros, como sociedad, nos alejamos demasiado de este entendimiento, inevitablemente caeremos en la barbarie. ¿Es ya demasiado tarde?
John Donne escribió:
“Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, cada hombre es un fragmento del continente, una parte del todo; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, tanto si fuera un promontorio, como si fuera la casa de uno de tus amigos o la tuya propia, la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy unido a toda la humanidad, y por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Soy Troy Davis. También soy Brewer Lawrence. Las campanas doblan por mí. Doblan por todos nosotros.
Traducido por Gabriel Gasave.
Encontrando la sabiduría en medio de la tragedia
Hace una semana, dos hombres fueron ejecutados en los Estados Unidos: Troy Davis en Georgia y Lawrence Brewer en Texas. Troy Davis podría haber sido inocente del delito por el que fue sentenciado y condenado a muerte; Lawrence Brewer era sin duda culpable. Aunque todo el mundo se centró en el destino de Davis, mientras la Corte Suprema de los EE.UU. consideraba un recurso de último minuto interpuesto por sus abogados, Brewer, un fanático impenitente, era tranquilamente ejecutado. Prácticamente no se dijo palabra sobre la ejecución de Brewer, y las palabras que se expusieron fueron en su mayoría de pasada.
Los activistas por los derechos civiles y analistas jurídicos declaran que hay muchas lecciones importantes que aprender de la ejecución de Davis, y las hay. Pero la mayor lección que debemos aprender del horror del miércoles no ha de ser encontrada en el caso de Troy Davis, sino en las circunstancias que rodearon a la ejecución de Lawrence Brewer.
El autoproclamado supremacista blanco Lawrence Brewer y dos amigos ofrecieron llevar en su vehículo a James Byrd, Jr., un hombre negro, en Jasper, Texas. Sin embargo, en lugar de llevarlo a casa, Brewer y sus compinches golpearon sin piedad a Byrd, lo encadenaron por los tobillos a la parte trasera de una camioneta y lo arrastraron hasta su muerte, esparciendo partes de su cuerpo por el camino. Si alguna vez una muerte pareció clamar por una justicia al estilo de la de Texas, esta sería una. Este no fue un crimen pasional, sino una matanza a sangre fría y calculada de un hombre negro por parte de blancos en el Sur. Los sureños saben de linchamientos.
Brewer y uno de sus cómplices, John William King, fueron ambos condenados a muerte. El tercer acusado, Shawn Berry, recibió una condena a cadena perpetua. Después de leer el relato de la muerte de Byrd una o dos veces, se torna más y más difícil incluso echar un vistazo a la página impresa. Palabras como golpear, orinar, arrastrar, decapitar, instantáneamente evocan horribles imágenes aun cuando la mente se esfuerse por apartarlas. Comenzar a entender lo que debe significar cada día visualizar esta muerte una y otra vez, como los miembros de la familia de James Byrd deben haber hecho, desafía la imaginación. Lawrence Brewer no fue solo impenitente, fue también vil. Se habría jactado delante de cualquiera que quisiera escuchar del asesinato que cometió. Estaba orgulloso. El día antes de su ejecución le dijo a un reportero de televisión, “En lo que atañe a algún remordimiento, no, no tengo remordimientos. No, lo volvería a hacer nuevamente, para decirle la verdad”. Parecía todo un hombre sin esperanza alguna de redención.
Sin embargo, una puerta fue abierta a su redención, y fue abierta por la propia familia de Byrd.
“No puedes combatir el asesinato con un asesinato”, dijo a Reuters el martes Ross Byrd de 32 años, hijo de la víctima. “La cadena perpetua hubiese estado bien. Sé que él ya no puede más dañar a mi papá. Desearía que el Estado tomase en cuenta que esto no es lo que queremos”.
“He perdonado a Lawrence Brewer porque odiarlo es hacer exactamente lo que pasó con mi papá”, dijo Renee Mullins, la hija de Byrd.
La hermana de Byrd, Betty Byrd-Boatner afirmó: “Mis padres nos enseñaron a perdonar, y por ello lo perdonamos”.
“Lo siento por Brewer porque tiene mucho odio dentro suyo”, dijo ella, “y no supo cómo sacárselo, y tomó el camino equivocado”.
“Lo perdonamos. No lo condenamos”. Hablando de su madre Stella, quien falleció el año pasado, Byrd-Boatner dijo: “Ella tenía todo el derecho de estar enojada, pero sus palabras fueron “los perdono” y eso fue profundo. Incluso cuando nos enteramos de que la muerte fue más violenta, se mantuvo incólume y dijo: “Los perdono y deseamos la paz”.
A medida que se aproximaba su ejecución, la hermana de Byrd se lamentó de que Brewer “no tenga ningún remordimiento y me siento mal por él, pero el perdón trae la sanación. Habíamos comenzado a sanar hace mucho tiempo. Estamos rezando por su familia así como por la nuestra, y por los ciudadanos de la ciudad de Jasper. Ya hemos hecho las paces con ela hace mucho tiempo”.
The Byrds han descubierto algo que lamentablemente ha sido difícil para la familia de Mark MacPhail, la víctima del asesinato de Georgia por el cual Troy Davis fue condenado a muerte. Lo que los Byrds descubrieron es una sabiduría que tiene miles de años—sabiduría que parece ser perdida y encontrada en reiteradas ocasiones. Ellos descubrieron el tremendo poder de la misericordia. A pesar de la escandalosa falta de remordimiento de Brewer por sus atroces actos, la familia Byrd había dejado marchar a su ira hace muchos años, y sabiendo que si se le diese la posibilidad cometería los mismos crímenes una vez más, le ofrecieron los únicos regalos que le podían dar: la misericordia y el perdón. Lucharon para detener la ejecución de un hombre que le ha causado a cada uno de ellos más congoja que la que la mayoría de las personas sufriría en un centenar de vidas.
La familia Byrd aprendió que aquellos que la encuentran en su corazón para perdonar incluso a los que menos se merecen el perdón ganan la paz más profunda y más duradera.
El camino hacia la paz nunca será a través del asesinato. El camino hacia la paz es la misericordia. El camino hacia la paz es el entendimiento de que perdonar los pecados de aquellos que pecan contra usted es un requisito para un mundo civilizado y pacífico. Si nosotros, como sociedad, nos alejamos demasiado de este entendimiento, inevitablemente caeremos en la barbarie. ¿Es ya demasiado tarde?
John Donne escribió:
“Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, cada hombre es un fragmento del continente, una parte del todo; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, tanto si fuera un promontorio, como si fuera la casa de uno de tus amigos o la tuya propia, la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy unido a toda la humanidad, y por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Soy Troy Davis. También soy Brewer Lawrence. Las campanas doblan por mí. Doblan por todos nosotros.
Traducido por Gabriel Gasave.
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