Una controversia en Eugene, Oregón, sobre si se debe recitar el juramento a la bandera antes de las reuniones del consejo de la ciudad ha revivido una vez más esta trillada cuestión de cultura de la guerra. Los socialistas han criticado el juramento, especialmente su frase “bajo Dios”. Los conservadores tratan al juramento como si fuese sagrado y condenan cualquier intento de alterar la práctica.
La mayoría olvida los orígenes del juramento. Los izquierdistas podrían enorgullecerse de la promesa, y muchos lo hacen, pero aquellos que aprecian la libertad individual deberían ser mucho más escépticos. Fue un socialista, Francis Bellamy, el autor del juramento a la bandera en 1892. El objetivo era inculcar a los inmigrantes y a los niños la religión cívica del nacionalismo, a efectos de unificar las clases y promover al Estado por encima del individuo.
Bellamy estuvo también detrás de la presión para colocar banderas en cada escuela. Su primo, Edward Bellamy, escribió la novela socialista utópica Looking Backwards. Ambos consideraban que el Estado debería redistribuir la riqueza por igual entre los trabajadores. Francis originalmente deseaba que el juramento remedara los principios de “igualdad» y «fraternidad” de la Revolución Francesa, pero al final decidió que no se haría popular en los Estados Unidos.
La revolución de Bellamy mayormente ha tenido éxito, aunque no siempre de manera pacífica. En la década de 1940, turbas arremetieron contra testigos de Jehová que disentían del juramento, viéndolo como idolátrico. En un primer momento, la Corte Suprema confirmó incluso las recitaciones involuntarias en las aulas de los Estados Unidos, antes de rectificarse en 1943, considerando que interpretaciones forzadas equivalen a una inconstitucional “unificación obligatoria de la opinión”.
El colectivista y anti-estadounidense legado del juramento ha sido endulzado mediante modificaciones de la práctica original. Los Estados Unidos abandonaron el “saludo Bellamy”—el gesto ideado por Bellamy para acompañar el juramento. Consistía en estirar el brazo hacia arriba en dirección a la bandera. Escolares en todos los Estados Unidos solían realizar este ritual antes de que sus similitudes con el saludo nazi en la década de 1940 tornó al gesto insostenible. Por lo tanto, fue sustituido por la simple mano sobre el corazón.
Durante la Guerra Fría, el temor al comunismo ateo inspiró a que la administración Eisenhower insertara “bajo Dios” en el juramento. Desde entonces, gran parte de la controversia ha rondado sobre estas dos palabras, pero ya sea que el gobierno de los EE.UU. sea visto, tal como algunos liberales lo ven, como un sustituto de Dios, o, como algunos conservadores lo ven, como una extensión de la voluntad de Dios, es el significado general del resto del juramento el que resulta más preocupante.
El juramento es, después de todo, una promesa de lealtad a la república—al gobierno estadounidense—no sólo en la medida en que obedece la Constitución y cumple con sus obligaciones con el pueblo, sino simplemente como una cuestión corriente. El gobierno es descripto como “indivisible”, una idea totalmente contraria al ideal de que la existencia del gobierno depende del consentimiento de los gobernados, y que cuando se vuelve tiránico la gente tiene el derecho de alterarlo y suprimirlo—los mismos principios articulados en la Declaración de la Independencia y que animaron la Revolución Americana.
Los Estados Unidos comenzaron como una república constitucional limitada. El gobierno federal tenía unas pocas facultades enumeradas, pero la mayoría de los asuntos—la caridad, la religión, el cuidado de la salud, la agricultura, la infraestructura civil, la inmigración, la moralidad, el comercio y la justicia penal—fueron dejados a los estados, las comunidades y el sector privado. Con la Guerra Civil y especialmente la llegada del siglo 20, un leviatán nacional creció. La mayor parte de aquello a lo que hoy día los conservadores dicen oponerse en Washington, DC, surgió a medida que la cultura nacional abandonó el constitucionalismo de los albores de los Estados Unidos para adoptar los principios del militarismo nacional, la social democracia y el Estado de Bienestar del Viejo Mundo.
Este abandono de los principios estadounidenses tempranos ha coincidido con las lecciones colectivistas que se enseñan en las escuelas públicas. Pero esto no comenzó con Obama, ni incluso Clinton o Lyndon B. Johnson. Se inició hace un siglo, con tradiciones socialistas como el juramento a la bandera.
Un juramento a la bandera se ajusta mejor a un régimen totalitario como el Corea del Norte que a cualquier nación considerada la tierra del libre. Aquellos que rechazan el juramento están del lado de los principios fundacionales de los Estados Unidos de la libertad y el gobierno constitucionalmente limitado, lo sepan o no. Aquellos que lo colocan en un pedestal están sin saberlo abrazando la foránea ideología del estatismo nacionalista.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Debieran los patriotas amar el juramento a la bandera de los Estados Unidos?
Una controversia en Eugene, Oregón, sobre si se debe recitar el juramento a la bandera antes de las reuniones del consejo de la ciudad ha revivido una vez más esta trillada cuestión de cultura de la guerra. Los socialistas han criticado el juramento, especialmente su frase “bajo Dios”. Los conservadores tratan al juramento como si fuese sagrado y condenan cualquier intento de alterar la práctica.
La mayoría olvida los orígenes del juramento. Los izquierdistas podrían enorgullecerse de la promesa, y muchos lo hacen, pero aquellos que aprecian la libertad individual deberían ser mucho más escépticos. Fue un socialista, Francis Bellamy, el autor del juramento a la bandera en 1892. El objetivo era inculcar a los inmigrantes y a los niños la religión cívica del nacionalismo, a efectos de unificar las clases y promover al Estado por encima del individuo.
Bellamy estuvo también detrás de la presión para colocar banderas en cada escuela. Su primo, Edward Bellamy, escribió la novela socialista utópica Looking Backwards. Ambos consideraban que el Estado debería redistribuir la riqueza por igual entre los trabajadores. Francis originalmente deseaba que el juramento remedara los principios de “igualdad» y «fraternidad” de la Revolución Francesa, pero al final decidió que no se haría popular en los Estados Unidos.
La revolución de Bellamy mayormente ha tenido éxito, aunque no siempre de manera pacífica. En la década de 1940, turbas arremetieron contra testigos de Jehová que disentían del juramento, viéndolo como idolátrico. En un primer momento, la Corte Suprema confirmó incluso las recitaciones involuntarias en las aulas de los Estados Unidos, antes de rectificarse en 1943, considerando que interpretaciones forzadas equivalen a una inconstitucional “unificación obligatoria de la opinión”.
El colectivista y anti-estadounidense legado del juramento ha sido endulzado mediante modificaciones de la práctica original. Los Estados Unidos abandonaron el “saludo Bellamy”—el gesto ideado por Bellamy para acompañar el juramento. Consistía en estirar el brazo hacia arriba en dirección a la bandera. Escolares en todos los Estados Unidos solían realizar este ritual antes de que sus similitudes con el saludo nazi en la década de 1940 tornó al gesto insostenible. Por lo tanto, fue sustituido por la simple mano sobre el corazón.
Durante la Guerra Fría, el temor al comunismo ateo inspiró a que la administración Eisenhower insertara “bajo Dios” en el juramento. Desde entonces, gran parte de la controversia ha rondado sobre estas dos palabras, pero ya sea que el gobierno de los EE.UU. sea visto, tal como algunos liberales lo ven, como un sustituto de Dios, o, como algunos conservadores lo ven, como una extensión de la voluntad de Dios, es el significado general del resto del juramento el que resulta más preocupante.
El juramento es, después de todo, una promesa de lealtad a la república—al gobierno estadounidense—no sólo en la medida en que obedece la Constitución y cumple con sus obligaciones con el pueblo, sino simplemente como una cuestión corriente. El gobierno es descripto como “indivisible”, una idea totalmente contraria al ideal de que la existencia del gobierno depende del consentimiento de los gobernados, y que cuando se vuelve tiránico la gente tiene el derecho de alterarlo y suprimirlo—los mismos principios articulados en la Declaración de la Independencia y que animaron la Revolución Americana.
Los Estados Unidos comenzaron como una república constitucional limitada. El gobierno federal tenía unas pocas facultades enumeradas, pero la mayoría de los asuntos—la caridad, la religión, el cuidado de la salud, la agricultura, la infraestructura civil, la inmigración, la moralidad, el comercio y la justicia penal—fueron dejados a los estados, las comunidades y el sector privado. Con la Guerra Civil y especialmente la llegada del siglo 20, un leviatán nacional creció. La mayor parte de aquello a lo que hoy día los conservadores dicen oponerse en Washington, DC, surgió a medida que la cultura nacional abandonó el constitucionalismo de los albores de los Estados Unidos para adoptar los principios del militarismo nacional, la social democracia y el Estado de Bienestar del Viejo Mundo.
Este abandono de los principios estadounidenses tempranos ha coincidido con las lecciones colectivistas que se enseñan en las escuelas públicas. Pero esto no comenzó con Obama, ni incluso Clinton o Lyndon B. Johnson. Se inició hace un siglo, con tradiciones socialistas como el juramento a la bandera.
Un juramento a la bandera se ajusta mejor a un régimen totalitario como el Corea del Norte que a cualquier nación considerada la tierra del libre. Aquellos que rechazan el juramento están del lado de los principios fundacionales de los Estados Unidos de la libertad y el gobierno constitucionalmente limitado, lo sepan o no. Aquellos que lo colocan en un pedestal están sin saberlo abrazando la foránea ideología del estatismo nacionalista.
Traducido por Gabriel Gasave
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