Después de la histérica respuesta inicial en materia de seguridad a los ataques del 11 de septiembre—absurdas medidas que incluyeron apostar a miembros de la Guardia Nacional de tan solo 19 años de edad con armas automáticas en aeropuertos repletos de gente y la suspensión temporal de los boletos electrónicos—una ampliación duradera de la seguridad implicó el fortalecimiento de las puertas de las cabinas de los pilotos en las aeronaves y un refuerzo en el monitoreo de los pasajeros en los aeropuertos. Esto último ha continuado después de cada subsiguiente complot terrorista frustrado y actualmente ha alcanzado proporciones absurdas.
Tras el fracaso del terrorista que transportaba explosivos en su calzado, se nos exigió comenzar a descalzarnos al pasar por la seguridad del aeropuerto. Con posterioridad al malogrado intento de ensamblar una bomba líquida en un avión, nos limitaron a transportar abordo tres onzas de líquido por botella. Después del atacante que acarreaba una bomba entre su ropa interior, empezamos a quedar sujetos a escaneos pornográficos de nuestros cuerpos, los cuales mostraban genitales, senos, etc.
Y tras el último intento de colocar bombas en los compartimentos de carga de una aeronave, nos encontramos ahora sometidos al abuso y la agresión sexual por parte del gobierno—es decir, cacheos agresivos efectuados por personal encargado de la seguridad aeroportuaria, que realmente llegan a palpar los órganos genitales y los pechos.
El público, al que se le infundió un temor irracional tras el 11/09/01 de ser asesinado por un terrorista (la posibilidad real del estadounidense promedio de morir a manos de un terrorista internacional es un minúsculo uno en 80.000), ha refunfuñado y tolerado la mayor parte de estas “ampliaciones” en materia de seguridad. Sin embargo, las escandalosas caricias de los empleados gubernamentales han provocado una creciente ola de indignación pública y pueden ser la gota que colme el vaso.
Por ejemplo, el Washington Post citó a un viajero, Marc Moniz de Poway, California, quejándose respecto de tal abuso deshonesto, “Es muy intrusivo y muy insano. Yo no dejaría que nadie tocase así a mi hija. No somos delincuentes comunes”.
Y el gobierno no tiene causa probable para creer que todos los viajeros son terroristas criminales, por lo que cualquiera de las medidas de seguridad aeroportuaria que registre a cada viajero viola la Cuarta Enmienda de la Constitución. Esta enmienda exige que el gobierno tenga una causa probable de que un crimen ha sido cometido antes de que la requisa sea llevada a cabo.
Asimismo, la acumulación anteriormente mencionada de procedimientos de seguridad después de cada ataque frustrado debería plantear interrogantes sobre la última moda inconstitucional. Después de todo, cada ataque fue frustrado antes de la institución de la medida de seguridad adicional, y el gobierno siempre nos está protegiendo contra una amenaza pasada, mientras los agiles terroristas tratan de engatusar a las enormes y voluminosas burocracias gubernamentales. De hecho, los funcionarios del gobierno a menudo instituyen medidas de seguridad meramente para “tranquilizar al público”—léase: simular estar haciendo algo acerca de un problema percibido.
Pero la respuesta del gobierno al reciente intento de un atentado con explosivos entre la carga debería hacer que el público sea aún más suspicaz respecto de las acciones del gobierno. Después de todo, ¿qué tienen que ver los cacheos agresivos de los pasajeros con la amenaza de bombas que están siendo colocadas en los compartimentos de carga? El gobierno está empleando la ya consagrada tradición burocrática de utilizar una crisis para conseguir la aceptación pública para alguna preferencia política gubernamental no relacionada—¿Se acuerda de la invasión de Irak después de los ataques del 11 de septiembre? Además, estos nuevos cacheos agresivos son más útiles para descubrir cuchillos y otras armas de mano que representan una amenaza menor que para la detección de explosivos químicos.
Otra extraña adición de seguridad que he experimentado recientemente es la jaula de plástico. La semana pasada viajaba por avión cuando fui seleccionado al azar para la temida “inspección secundaria” (suena accesoria, pero es sólo fastidiosa). La mujer de seguridad me puso en la jaula (por suerte tenía agujeros por donde entraba aire), la cerró, y me dijo que yo no iba a salir hasta que ella estregara mis manos (presumiblemente por potenciales residuos químicos originados en la fabricación de bombas).
Para demostrar cuánta fuerza innecesaria el gobierno ha aplicado sobre el público viajero en las líneas de seguridad de los pasajeros, hagamos un ejercicio mental. Después del 11/09, aunque el gobierno no hubiese establecido ninguna medida de seguridad adicional, volar habría sido mucho más seguro. ¿Por qué? Debido a que anteriormente, los pasajeros y las tripulaciones fueron instruidas para cooperar con cualquier secuestrador de aviones porque la mayoría de los individuos abordo del avión por lo general sobrevivían a esas experiencias. Durante y después de los ataques del 11/09, sin embargo, este paradigma cambió abruptamente en la medida en que los viajeros aéreos se volvieron ariscos cuando vislumbran que todos morirán y que también lo harán personas en tierra. Tales viajeros enfurecidos probablemente frustraron el ataque con el cuarto avión el 11/09, y ni los pasajeros ni la tripulación se quedaron de brazos cruzados durante los intentos de atentados con bombas ocultas en el calzado y en la ropa interior.
Así que, con viajeros actualmente alertas y agresivos como la primera línea de defensa, la revisión gubernamental intrusiva de los pasajeros—anteriormente molesta y actualmente deshumanizante—difícilmente sea vital para la seguridad aérea.
Traducido por Gabriel Gasave
El abuso sexual gubernamental en los aeropuertos es excesivo
Después de la histérica respuesta inicial en materia de seguridad a los ataques del 11 de septiembre—absurdas medidas que incluyeron apostar a miembros de la Guardia Nacional de tan solo 19 años de edad con armas automáticas en aeropuertos repletos de gente y la suspensión temporal de los boletos electrónicos—una ampliación duradera de la seguridad implicó el fortalecimiento de las puertas de las cabinas de los pilotos en las aeronaves y un refuerzo en el monitoreo de los pasajeros en los aeropuertos. Esto último ha continuado después de cada subsiguiente complot terrorista frustrado y actualmente ha alcanzado proporciones absurdas.
Tras el fracaso del terrorista que transportaba explosivos en su calzado, se nos exigió comenzar a descalzarnos al pasar por la seguridad del aeropuerto. Con posterioridad al malogrado intento de ensamblar una bomba líquida en un avión, nos limitaron a transportar abordo tres onzas de líquido por botella. Después del atacante que acarreaba una bomba entre su ropa interior, empezamos a quedar sujetos a escaneos pornográficos de nuestros cuerpos, los cuales mostraban genitales, senos, etc.
Y tras el último intento de colocar bombas en los compartimentos de carga de una aeronave, nos encontramos ahora sometidos al abuso y la agresión sexual por parte del gobierno—es decir, cacheos agresivos efectuados por personal encargado de la seguridad aeroportuaria, que realmente llegan a palpar los órganos genitales y los pechos.
El público, al que se le infundió un temor irracional tras el 11/09/01 de ser asesinado por un terrorista (la posibilidad real del estadounidense promedio de morir a manos de un terrorista internacional es un minúsculo uno en 80.000), ha refunfuñado y tolerado la mayor parte de estas “ampliaciones” en materia de seguridad. Sin embargo, las escandalosas caricias de los empleados gubernamentales han provocado una creciente ola de indignación pública y pueden ser la gota que colme el vaso.
Por ejemplo, el Washington Post citó a un viajero, Marc Moniz de Poway, California, quejándose respecto de tal abuso deshonesto, “Es muy intrusivo y muy insano. Yo no dejaría que nadie tocase así a mi hija. No somos delincuentes comunes”.
Y el gobierno no tiene causa probable para creer que todos los viajeros son terroristas criminales, por lo que cualquiera de las medidas de seguridad aeroportuaria que registre a cada viajero viola la Cuarta Enmienda de la Constitución. Esta enmienda exige que el gobierno tenga una causa probable de que un crimen ha sido cometido antes de que la requisa sea llevada a cabo.
Asimismo, la acumulación anteriormente mencionada de procedimientos de seguridad después de cada ataque frustrado debería plantear interrogantes sobre la última moda inconstitucional. Después de todo, cada ataque fue frustrado antes de la institución de la medida de seguridad adicional, y el gobierno siempre nos está protegiendo contra una amenaza pasada, mientras los agiles terroristas tratan de engatusar a las enormes y voluminosas burocracias gubernamentales. De hecho, los funcionarios del gobierno a menudo instituyen medidas de seguridad meramente para “tranquilizar al público”—léase: simular estar haciendo algo acerca de un problema percibido.
Pero la respuesta del gobierno al reciente intento de un atentado con explosivos entre la carga debería hacer que el público sea aún más suspicaz respecto de las acciones del gobierno. Después de todo, ¿qué tienen que ver los cacheos agresivos de los pasajeros con la amenaza de bombas que están siendo colocadas en los compartimentos de carga? El gobierno está empleando la ya consagrada tradición burocrática de utilizar una crisis para conseguir la aceptación pública para alguna preferencia política gubernamental no relacionada—¿Se acuerda de la invasión de Irak después de los ataques del 11 de septiembre? Además, estos nuevos cacheos agresivos son más útiles para descubrir cuchillos y otras armas de mano que representan una amenaza menor que para la detección de explosivos químicos.
Otra extraña adición de seguridad que he experimentado recientemente es la jaula de plástico. La semana pasada viajaba por avión cuando fui seleccionado al azar para la temida “inspección secundaria” (suena accesoria, pero es sólo fastidiosa). La mujer de seguridad me puso en la jaula (por suerte tenía agujeros por donde entraba aire), la cerró, y me dijo que yo no iba a salir hasta que ella estregara mis manos (presumiblemente por potenciales residuos químicos originados en la fabricación de bombas).
Para demostrar cuánta fuerza innecesaria el gobierno ha aplicado sobre el público viajero en las líneas de seguridad de los pasajeros, hagamos un ejercicio mental. Después del 11/09, aunque el gobierno no hubiese establecido ninguna medida de seguridad adicional, volar habría sido mucho más seguro. ¿Por qué? Debido a que anteriormente, los pasajeros y las tripulaciones fueron instruidas para cooperar con cualquier secuestrador de aviones porque la mayoría de los individuos abordo del avión por lo general sobrevivían a esas experiencias. Durante y después de los ataques del 11/09, sin embargo, este paradigma cambió abruptamente en la medida en que los viajeros aéreos se volvieron ariscos cuando vislumbran que todos morirán y que también lo harán personas en tierra. Tales viajeros enfurecidos probablemente frustraron el ataque con el cuarto avión el 11/09, y ni los pasajeros ni la tripulación se quedaron de brazos cruzados durante los intentos de atentados con bombas ocultas en el calzado y en la ropa interior.
Así que, con viajeros actualmente alertas y agresivos como la primera línea de defensa, la revisión gubernamental intrusiva de los pasajeros—anteriormente molesta y actualmente deshumanizante—difícilmente sea vital para la seguridad aérea.
Traducido por Gabriel Gasave
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