Los responsables de la política estadounidense adoran ver grandilocuentes gestos de aprobación en el mundo subdesarrollado, especialmente en países en los que los Estados Unidos han emprendido proyectos de “edificación de una nación” (léase: invasiones y ocupaciones). Los recientes comicios parlamentarios afganos son un ejemplo de ello. Sin embargo, las elecciones en el mundo en desarrollo no suelen ser lo que se esperaba y pueden resultar francamente desestabilizadoras.
Muchos déspotas en el mundo subdesarrollado se han dado cuenta de que los Estados Unidos se encuentran obsesionados con el hecho de exportar la democracia al mundo (al menos en teoría hasta que los intereses del gobierno estadounidense exijan el derrocamiento de los líderes elegidos democráticamente a favor de marionetas más dóciles—como en Irán, Guatemala, República Dominicana y Chile). De modo tal que los autócratas de hoy en día son lo suficientemente sofisticados como para llevar a cabo plebiscitos sesgados que les permitan exhibir ante los medios de comunicación internacionales y el gobierno de los EE.UU. que han sido “elegidos”. Y mientras las políticas de dichos regímenes autoritarios no se aparten demasiado de lo que quieren los Estados Unidos—como lo han hecho en Irán, Siria, Corea del Norte, y Saddam Hussein en Irak—a los dictadores “elegidos” se los dejará tranquilos.
El presidente Hamid Karzai también se hubiese salido con la suya en Afganistán durante las elecciones presidenciales del año pasado, si no hubiese habido un fraude tan grande y evidente. Si Karzai hubiese escogido una forma más sofisticada y sutil para robar la elección, los Estados Unidos podrían haber hecho la vista gorda mientras su régimen clientelar se comportaba inapropiadamente. Pero el hecho de que el principal oponente de Karzai abandonase la carrera presidencial antes de la ronda final porque consideraba que la votación final sería manipulada tan sólo amplificó los informes acerca de un fraude masivo. Esta elección meramente tornó al gobierno de Karzai más ilegítimo para muchos afganos, incrementó la inestabilidad, y trabajó a favor de los insurgentes talibanes.
Un año después, probablemente suceda lo mismo con las elecciones afganas para elegir a los miembros del parlamento. El reciente plebiscito también ha sido víctima del fraude, la intimidación y la violencia. Una vez más, la legitimidad de aquellos elegidos se verá socavada y el Talibán probablemente se beneficiará con la debacle.
En Irak, las elecciones suelen reforzar las fisuras etno-sectarias en el país y pueden durar seis meses o más. En 2005, el voto etno-sectario en los últimos comicios parlamentarios desestabilizó al país y llevó a una escalada de la violencia. Después de la elección, insumió seis meses alcanzar un acuerdo tras bambalinas, llevando al actual primer ministro, Nouri al-Maliki, al poder. Después de una elección inconclusa a comienzos de este año, la parálisis electoral ha durado incluso más que el punto muerto de la maratón de 2005. Casi nadie fuera de la coalición chiíta de Maliki quiere que regrese al poder. Su principal rival, Ayad Allawi—quien es un ex colaborador de la CIA, estimado por los árabes sunitas, y cuya coalición ganó dos escaños más que la de Maliki—no ha sido más afortunado en la formación de un gobierno.
Las elecciones de este año dividieron a la opinión pública iraquí respecto de si el país se encaminaba en la dirección correcta o no. En diciembre de 2009, según un sondeo de opinión realizado por el International Republican Institute de la National Endowment for Democracy y publicado en el New York Times, el 51 por ciento de los iraquíes pensaba que el país se encaminaba en la dirección correcta. Otra encuesta realizada por la misma organización seis meses más tarde, en junio de 2010, reflejaba una caída de la confianza del público y demostraba que el 59 por ciento de los iraquíes consideraba que el país iba por el camino equivocado. El estancamiento electoral y la violencia continua sin duda tuvieron mucho que ver con este grado de desplome de la confianza pública.
A medida que se reduce la presencia militar estadounidense, muchos iraquíes sienten que sus políticos están tocando la lira mientras Roma— bueno, Bagdad—se incendia. Por supuesto, incluso cuando el país tiene un primer ministro no-provisional y un parlamento que sesiona de verdad (en lugar de uno que actúa como una farsa), las cuestiones importantes que deberían ser abordadas—por ejemplo, la necesidad de una ley que regule el petróleo, el estatus potencialmente peligroso de la ciudad de Kirkuk, y el reintegro de los sunitas al gobierno iraquí y las fuerzas armadas—se encuentran estancadas por las fisuras etno-sectarias que todo lo abarcan en la sociedad. Por lo tanto, una sensación de desastre inminente invade al país—no un sentimiento irracional por parte de los iraquíes.
Y la política de los EE.UU. probablemente está empeorando las cosas. Los Estados Unidos han estado presionando a Maliki y Allawi para que formen una gran coalición de gobierno, de modo tal que los perdedores resentidos no recurran a la violencia. Sin embargo, los líderes del partido, con la esperanza de esa coalición, siguen bloqueando una sesión real del parlamento porque temen que sus miembros votarán por alguien más. Además, también cabría preguntarse, ¿para qué celebrar elecciones en una democracia si todo el mundo gana?
Por supuesto, incluso si una genuina democracia—es decir, la supremacía de la voluntad mayoritaria—fuese instituida en el mundo en desarrollo (una ardua tarea), la creación de la democracia liberal es aún más difícil. Evitar la tiranía de la mayoría al inculcar respeto por las minorías y los derechos humanos—es decir, la libertad—es aún más importante que la adopción de la democracia. Pero en absoluto estamos cerca de este estado de nirvana político en Afganistán, Irak, y en muchas otras naciones subdesarrolladas y deberíamos dejar de intentar exportar esas fantasías a punta de pistola.
Traducido por Gabriel Gasave
La democracia se encuentra sobrevalorada
Los responsables de la política estadounidense adoran ver grandilocuentes gestos de aprobación en el mundo subdesarrollado, especialmente en países en los que los Estados Unidos han emprendido proyectos de “edificación de una nación” (léase: invasiones y ocupaciones). Los recientes comicios parlamentarios afganos son un ejemplo de ello. Sin embargo, las elecciones en el mundo en desarrollo no suelen ser lo que se esperaba y pueden resultar francamente desestabilizadoras.
Muchos déspotas en el mundo subdesarrollado se han dado cuenta de que los Estados Unidos se encuentran obsesionados con el hecho de exportar la democracia al mundo (al menos en teoría hasta que los intereses del gobierno estadounidense exijan el derrocamiento de los líderes elegidos democráticamente a favor de marionetas más dóciles—como en Irán, Guatemala, República Dominicana y Chile). De modo tal que los autócratas de hoy en día son lo suficientemente sofisticados como para llevar a cabo plebiscitos sesgados que les permitan exhibir ante los medios de comunicación internacionales y el gobierno de los EE.UU. que han sido “elegidos”. Y mientras las políticas de dichos regímenes autoritarios no se aparten demasiado de lo que quieren los Estados Unidos—como lo han hecho en Irán, Siria, Corea del Norte, y Saddam Hussein en Irak—a los dictadores “elegidos” se los dejará tranquilos.
El presidente Hamid Karzai también se hubiese salido con la suya en Afganistán durante las elecciones presidenciales del año pasado, si no hubiese habido un fraude tan grande y evidente. Si Karzai hubiese escogido una forma más sofisticada y sutil para robar la elección, los Estados Unidos podrían haber hecho la vista gorda mientras su régimen clientelar se comportaba inapropiadamente. Pero el hecho de que el principal oponente de Karzai abandonase la carrera presidencial antes de la ronda final porque consideraba que la votación final sería manipulada tan sólo amplificó los informes acerca de un fraude masivo. Esta elección meramente tornó al gobierno de Karzai más ilegítimo para muchos afganos, incrementó la inestabilidad, y trabajó a favor de los insurgentes talibanes.
Un año después, probablemente suceda lo mismo con las elecciones afganas para elegir a los miembros del parlamento. El reciente plebiscito también ha sido víctima del fraude, la intimidación y la violencia. Una vez más, la legitimidad de aquellos elegidos se verá socavada y el Talibán probablemente se beneficiará con la debacle.
En Irak, las elecciones suelen reforzar las fisuras etno-sectarias en el país y pueden durar seis meses o más. En 2005, el voto etno-sectario en los últimos comicios parlamentarios desestabilizó al país y llevó a una escalada de la violencia. Después de la elección, insumió seis meses alcanzar un acuerdo tras bambalinas, llevando al actual primer ministro, Nouri al-Maliki, al poder. Después de una elección inconclusa a comienzos de este año, la parálisis electoral ha durado incluso más que el punto muerto de la maratón de 2005. Casi nadie fuera de la coalición chiíta de Maliki quiere que regrese al poder. Su principal rival, Ayad Allawi—quien es un ex colaborador de la CIA, estimado por los árabes sunitas, y cuya coalición ganó dos escaños más que la de Maliki—no ha sido más afortunado en la formación de un gobierno.
Las elecciones de este año dividieron a la opinión pública iraquí respecto de si el país se encaminaba en la dirección correcta o no. En diciembre de 2009, según un sondeo de opinión realizado por el International Republican Institute de la National Endowment for Democracy y publicado en el New York Times, el 51 por ciento de los iraquíes pensaba que el país se encaminaba en la dirección correcta. Otra encuesta realizada por la misma organización seis meses más tarde, en junio de 2010, reflejaba una caída de la confianza del público y demostraba que el 59 por ciento de los iraquíes consideraba que el país iba por el camino equivocado. El estancamiento electoral y la violencia continua sin duda tuvieron mucho que ver con este grado de desplome de la confianza pública.
A medida que se reduce la presencia militar estadounidense, muchos iraquíes sienten que sus políticos están tocando la lira mientras Roma— bueno, Bagdad—se incendia. Por supuesto, incluso cuando el país tiene un primer ministro no-provisional y un parlamento que sesiona de verdad (en lugar de uno que actúa como una farsa), las cuestiones importantes que deberían ser abordadas—por ejemplo, la necesidad de una ley que regule el petróleo, el estatus potencialmente peligroso de la ciudad de Kirkuk, y el reintegro de los sunitas al gobierno iraquí y las fuerzas armadas—se encuentran estancadas por las fisuras etno-sectarias que todo lo abarcan en la sociedad. Por lo tanto, una sensación de desastre inminente invade al país—no un sentimiento irracional por parte de los iraquíes.
Y la política de los EE.UU. probablemente está empeorando las cosas. Los Estados Unidos han estado presionando a Maliki y Allawi para que formen una gran coalición de gobierno, de modo tal que los perdedores resentidos no recurran a la violencia. Sin embargo, los líderes del partido, con la esperanza de esa coalición, siguen bloqueando una sesión real del parlamento porque temen que sus miembros votarán por alguien más. Además, también cabría preguntarse, ¿para qué celebrar elecciones en una democracia si todo el mundo gana?
Por supuesto, incluso si una genuina democracia—es decir, la supremacía de la voluntad mayoritaria—fuese instituida en el mundo en desarrollo (una ardua tarea), la creación de la democracia liberal es aún más difícil. Evitar la tiranía de la mayoría al inculcar respeto por las minorías y los derechos humanos—es decir, la libertad—es aún más importante que la adopción de la democracia. Pero en absoluto estamos cerca de este estado de nirvana político en Afganistán, Irak, y en muchas otras naciones subdesarrolladas y deberíamos dejar de intentar exportar esas fantasías a punta de pistola.
Traducido por Gabriel Gasave
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