Es septiembre, y se avecina la época de elecciones. Marchando al ritmo de la retórica política basada en las clases sociales del presidente Obama, algunos candidatos al Congreso están haciendo campaña con promesas de aumentar de manera significativa los impuestos que pagan los sectores que electoralmente no son un problema.
El listado de las víctimas de este año incluye a “los ricos”, Wall Street y las compañías petroleras de los Estados Unidos.
Esos tres grupos están en la mira de Washington porque los políticos necesitan formas de generar más ingresos—sin echar a perder sus posibilidades en las urnas—para pagar el derroche que han venido realizando desde por lo menos la administración de George W. Bush.
Según la Oficina de Presupuesto del Congreso, los desembolsos federales habituales han aumentado en 4.4 billones de dólares (sí, ¡billones de dólares!) tan sólo en los últimos 31 meses.
La demonización de la riqueza
Los ricos y Wall Street son un blanco fácil. La riqueza dispara imágenes de Hollywood y del exceso corporativo. Paris Hilton y Bernie Madoff, al igual que María Antonieta [cuando el pueblo se quejaba porque no había pan], probablemente nos aconsejarían comer pastel. En contraste, la mayoría de los estadounidenses celebra con algarabía los logros económicos genuinos.
Sin embargo, los relatos individuales de quienes se enriquecieron en base al trabajo duro y la innovación rara vez alcanzan la portada de los periódicos.
Así que cuando escuchamos que Washington está considerando dejar que a fin de año expiren los recortes impositivos de la era Bush, aumentando la carga sobre los grupos familiares que ganan más de 250.000 dólares anuales, muchos piensan: “¿Por qué no?”.
Pero la evidencia muestra que el 5% de quienes más ganan contribuye actualmente con más del 50% del total del impuesto a las ganancias recaudado por el Internal Revenue Service (IRS es su sigla en inglés).
Los hogares que reportan ingresos superiores a 1 millón de dólares por año también aportan más de la mitad de todo el dinero donado a organizaciones sin fines de lucro.
Asimismo, esos mismos estadounidenses ricos a menudo fundan o dirigen empresas que alientan el crecimiento económico. Nos encanta una buena historia como la de “Horatio Alger”—individuos dispuestos a asumir riesgos, emprender nuevos negocios, crear oportunidades de empleo y obtener ganancias si es que tienen éxito. El proceso es admirado, pero Washington desea ahora castigar a los resultados.
La industria petrolera y gasífera de los Estados Unidos es otro saco de boxeo político, que se remonta a la administración Carter e incluso antes, reforzado por el reciente desastre de la plataforma Deepwater Horizon.
Renuente a romper con la tradición de Washington D.C., el actual Congreso (el Nº 111) propone que se añada a la carga fiscal de las grandes petroleras, entre otras cosas, el hecho de no permitirles deducciones por impuestos pagados a gobiernos extranjeros.
A pesar de que ya están siendo gravadas con una tasa efectiva del impuesto a las ganancias corporativas del 48,4%, pagándole en consecuencia más al Tesoro de lo que ganan por cada dólar de ventas, el petróleo y el gas de los Estados Unidos sumaron al menos 1 billón de dólares al PIB estadounidense y emplean a más de 9 millones de trabajadores.
El desafío de la industria del petróleo y el gas es extraer los recursos naturales en cantidades suficientes, y de un modo lo suficientemente barato, como para ser capaz de suministrar de manera rentable energía a precios asequibles, la cual es un insumo fundamental para casi toda la actividad económica. Se trata de una emprendimiento arriesgado y muy caro, pero que no es más rentable que la empresa comercial privada promedio.
Castigo a las grandes petroleras
Gravar con impuestos adicionales a este sector se traducirá en una pérdida de muchos empleos bien remunerados y mayores costos de energía para los consumidores industriales y domésticos. La suspensión del presidente Obama de la perforación en aguas profundas ya ha dado lugar a la pérdida de 27.000 puestos de trabajo.
El aumento de la presión fiscal sobre uno de los segmentos más críticos de nuestra economía será padecido por todos, incluidos los dueños de empresas tanto grandes como pequeñas, los propietarios de automóviles y camiones, y los dueños de viviendas, a medida que las inversiones en la exploración y desarrollo de energía disminuyan y los precios aumenten.
La asunción de riesgos es esencial para el crecimiento económico. Los inversores que apuestan a proyectos empresariales proporcionan a los emprendedores el capital necesario para iniciar y ampliar sus empresas. El gobierno es incapaz de hacerlo ya que debe destruir empleos en el sector privado a fin de financiar sus programas de gasto, ya sea mediante impuestos, endeudamiento o imprimiendo dinero.
Al pasar de un sistema capitalista a uno socialista, no debería sorprender que el empleo en el sector público sea el único lugar donde actualmente la demanda de trabajo se esté expandiendo.
Traducido por Gabriel Gasave
Subir los impuestos no es la forma de estimular la economía
Es septiembre, y se avecina la época de elecciones. Marchando al ritmo de la retórica política basada en las clases sociales del presidente Obama, algunos candidatos al Congreso están haciendo campaña con promesas de aumentar de manera significativa los impuestos que pagan los sectores que electoralmente no son un problema.
El listado de las víctimas de este año incluye a “los ricos”, Wall Street y las compañías petroleras de los Estados Unidos.
Esos tres grupos están en la mira de Washington porque los políticos necesitan formas de generar más ingresos—sin echar a perder sus posibilidades en las urnas—para pagar el derroche que han venido realizando desde por lo menos la administración de George W. Bush.
Según la Oficina de Presupuesto del Congreso, los desembolsos federales habituales han aumentado en 4.4 billones de dólares (sí, ¡billones de dólares!) tan sólo en los últimos 31 meses.
La demonización de la riqueza
Los ricos y Wall Street son un blanco fácil. La riqueza dispara imágenes de Hollywood y del exceso corporativo. Paris Hilton y Bernie Madoff, al igual que María Antonieta [cuando el pueblo se quejaba porque no había pan], probablemente nos aconsejarían comer pastel. En contraste, la mayoría de los estadounidenses celebra con algarabía los logros económicos genuinos.
Sin embargo, los relatos individuales de quienes se enriquecieron en base al trabajo duro y la innovación rara vez alcanzan la portada de los periódicos.
Así que cuando escuchamos que Washington está considerando dejar que a fin de año expiren los recortes impositivos de la era Bush, aumentando la carga sobre los grupos familiares que ganan más de 250.000 dólares anuales, muchos piensan: “¿Por qué no?”.
Pero la evidencia muestra que el 5% de quienes más ganan contribuye actualmente con más del 50% del total del impuesto a las ganancias recaudado por el Internal Revenue Service (IRS es su sigla en inglés).
Los hogares que reportan ingresos superiores a 1 millón de dólares por año también aportan más de la mitad de todo el dinero donado a organizaciones sin fines de lucro.
Asimismo, esos mismos estadounidenses ricos a menudo fundan o dirigen empresas que alientan el crecimiento económico. Nos encanta una buena historia como la de “Horatio Alger”—individuos dispuestos a asumir riesgos, emprender nuevos negocios, crear oportunidades de empleo y obtener ganancias si es que tienen éxito. El proceso es admirado, pero Washington desea ahora castigar a los resultados.
La industria petrolera y gasífera de los Estados Unidos es otro saco de boxeo político, que se remonta a la administración Carter e incluso antes, reforzado por el reciente desastre de la plataforma Deepwater Horizon.
Renuente a romper con la tradición de Washington D.C., el actual Congreso (el Nº 111) propone que se añada a la carga fiscal de las grandes petroleras, entre otras cosas, el hecho de no permitirles deducciones por impuestos pagados a gobiernos extranjeros.
A pesar de que ya están siendo gravadas con una tasa efectiva del impuesto a las ganancias corporativas del 48,4%, pagándole en consecuencia más al Tesoro de lo que ganan por cada dólar de ventas, el petróleo y el gas de los Estados Unidos sumaron al menos 1 billón de dólares al PIB estadounidense y emplean a más de 9 millones de trabajadores.
El desafío de la industria del petróleo y el gas es extraer los recursos naturales en cantidades suficientes, y de un modo lo suficientemente barato, como para ser capaz de suministrar de manera rentable energía a precios asequibles, la cual es un insumo fundamental para casi toda la actividad económica. Se trata de una emprendimiento arriesgado y muy caro, pero que no es más rentable que la empresa comercial privada promedio.
Castigo a las grandes petroleras
Gravar con impuestos adicionales a este sector se traducirá en una pérdida de muchos empleos bien remunerados y mayores costos de energía para los consumidores industriales y domésticos. La suspensión del presidente Obama de la perforación en aguas profundas ya ha dado lugar a la pérdida de 27.000 puestos de trabajo.
El aumento de la presión fiscal sobre uno de los segmentos más críticos de nuestra economía será padecido por todos, incluidos los dueños de empresas tanto grandes como pequeñas, los propietarios de automóviles y camiones, y los dueños de viviendas, a medida que las inversiones en la exploración y desarrollo de energía disminuyan y los precios aumenten.
La asunción de riesgos es esencial para el crecimiento económico. Los inversores que apuestan a proyectos empresariales proporcionan a los emprendedores el capital necesario para iniciar y ampliar sus empresas. El gobierno es incapaz de hacerlo ya que debe destruir empleos en el sector privado a fin de financiar sus programas de gasto, ya sea mediante impuestos, endeudamiento o imprimiendo dinero.
Al pasar de un sistema capitalista a uno socialista, no debería sorprender que el empleo en el sector público sea el único lugar donde actualmente la demanda de trabajo se esté expandiendo.
Traducido por Gabriel Gasave
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