En un sagaz artículo editorial publicado en el Christian Science Monitor, James Bovard señala que el amor a la libertad por parte de la muchedumbre de seguidores del Tea Party por lo general queda relegado por un odio al presidente Obama y a la izquierda. Después de asistir a un evento del Tea Party en ocasión del día de los impuestos en Rockville, Maryland, un suburbio de la capital de la nación, Bovard informó que los simpatizantes del partido se oponen al gobierno grande de izquierdas pero no de derechas. El gobierno grande de derechas suele involucrar la guerra y los consiguientes poderes de policía ampliados dentro del país, lo que por lo general erosiona gravemente la libertad a la cual los partidarios del té afirman estar defendiendo. Por ejemplo, los sorbedores de té extendieron sus dedos meñiques en un saludo a la tortura, las políticas duras hacia Irán y las guerras en Afganistán e Irak. Parecía no importarles las escuchas e intercepciones de las conversaciones telefónicas de estadounidenses de a pie sin orden judicial por parte de la Agencia Nacional de Seguridad, de acuerdo con Bovard.
Sin embargo, de todas las causas de un gobierno grande en la historia humana, la guerra es la más importante. El Estado-nación originalmente surgió porque las guerras se habían vuelto demasiado costosas para que cualquier reino pudiese manejarlas.
Y luego el Estado de bienestar siguió al Estado beligerante. De hecho, un conservador militarista, Otto von Bismarck creó el primer Estado de bienestar moderno en Alemania en el último tramo del siglo 19.
También en la historia estadounidense, el bienestar ha seguido a la guerra. Las raíces del sistema de Seguridad Social fueron plantadas con las pensiones para los veteranos de la Guerra Civil. El movimiento progresista—con sus contraproducentes regulaciones a las empresas que perjudican a los consumidores a los que intentaba ayudar—siguió a la guerra colonial hispano-estadounidense.
Pero fue la Primera Guerra Mundial la que facilitó al gobierno grande un vasto y permanente punto de apoyo en la sociedad estadounidense. La guerra se había tornado tan costosa y a escala tan grande que el gobierno de los EE.UU. asumió el control de toda la economía para luchar contra ella—históricamente, la primera vez que algo así había ocurrido. Igualmente importante fue el hecho de que el gobierno aplastó el disenso con la peor de las violaciones a las libertades civiles en la historia estadounidense. Los únicos rivales de la guerra que sofocaron el libre discurso político fueron las Leyes sobre los Extranjeros y la Sedición sancionadas a finales del siglo 18—aparentemente necesarias para que el gobierno repeliese a los franceses en la Casi-Guerra, pero en verdad dirigidas a los opositores políticos. Después de la Primera Guerra Mundial, los resultantes sentimientos contra los extranjeros llevaron a un “susto rojo” y a las redadas de Palmer mediante la aplicación de las leyes contra personas inocentes.
Durante la Gran Depresión, Herbert Hoover y Franklin Delano Roosevelt volvieron a implementar muchas de las agencias bélicas de la Primera Guerra Mundial diseñadas para “manejar” la economía, a las que simplemente les cambiaron el nombre. La guerra había sentado el mal precedente de que ningún sector de la economía estadounidense era inmune a la injerencia gubernamental.
La Segunda Guerra Mundial, la guerra más horripilante de la historia mundial, también nos trajo el mayor gobierno. Durante la guerra, el gobierno asumió nuevamente el control sobre la regulación de la economía e incluso llegó a representar más del 40 por ciento de la producción de la economía estadounidense, un máximo histórico. Aunque para la población en general, la erosión de las libertades civiles no fue tan grande como durante la Primera Guerra Mundial, ello era de poco consuelo para los estadounidenses de origen japonés, que sin haber ofrecido ni un solo ejemplo de deslealtad, de todos modos fueron arrojados a inconstitucionales campos de confinamiento.
La Guerra Fría, aunque sólo engendró periódicas guerras acaloradas, corroyó las libertades civiles debido a que duró mucho tiempo. La macartista casería de brujas de comunistas en la década de 1950 y las escuchas telefónicas presidenciales durante la Guerra de Vietnam que llevaron al Watergate, comenzaron ambas por el temor a poner en peligro información ante oídos poco amistosos durante esos períodos.
Y por supuesto, tenemos a George W. Bush, un conservador del gobierno grande, que curiosamente recibe, como señala Bovard, un 57 por ciento de aprobación entre los partidarios del té que apoyan un “gobierno pequeño”. No obstante, en paralelo con su guerra contra el terror, el gasto interno aumentó más que con cualquier otro presidente desde Lyndon Johnson, e incrementó dramáticamente las facultades del poder ejecutivo hasta proporciones casi tiránicas al emplear ilegalmente la tortura, las escuchas telefónicas y las detenciones indefinidas sin juicio previo.
Tal como los señala Bovard, los partidarios del té antes que amantes de la libertad son personas de derechas que odian a Obama. Y al igual que su icono Sarah Palin, parecen ser orgullosamente ignorantes de la historia. Incluso el Tea Party de Boston, del cual supuestamente el movimiento anti-impuestos del Tea Party toma su nombre, a duras penas promovió la libertad. El Tea Party original fue causado por la reducción de impuestos por parte de los británicos, no por su aumento. Los británicos habían reducido el arancel sobre el té, llevando a la ruina el negocio del contrabando al que se dedicaban muchos de los vándalos bostonianos. Después de la violenta e innecesaria destrucción de propiedad privada por parte de una turba—lo que otras ciudades de los Estados Unidos habían evitado y que ningún verdadero defensor de la libertad debería celebrar—los británicos tomaron medidas enérgicas contra Boston. De tal modo, dicha represión eventualmente fue la que provocó la Revolución Americana, la cual probablemente disminuyó la libertad en América. Las guerras casi siempre lo hacen.
Traducido por Gabriel Gasave
Al Tea Party: La guerra y la libertad no son compañeras de viaje
En un sagaz artículo editorial publicado en el Christian Science Monitor, James Bovard señala que el amor a la libertad por parte de la muchedumbre de seguidores del Tea Party por lo general queda relegado por un odio al presidente Obama y a la izquierda. Después de asistir a un evento del Tea Party en ocasión del día de los impuestos en Rockville, Maryland, un suburbio de la capital de la nación, Bovard informó que los simpatizantes del partido se oponen al gobierno grande de izquierdas pero no de derechas. El gobierno grande de derechas suele involucrar la guerra y los consiguientes poderes de policía ampliados dentro del país, lo que por lo general erosiona gravemente la libertad a la cual los partidarios del té afirman estar defendiendo. Por ejemplo, los sorbedores de té extendieron sus dedos meñiques en un saludo a la tortura, las políticas duras hacia Irán y las guerras en Afganistán e Irak. Parecía no importarles las escuchas e intercepciones de las conversaciones telefónicas de estadounidenses de a pie sin orden judicial por parte de la Agencia Nacional de Seguridad, de acuerdo con Bovard.
Sin embargo, de todas las causas de un gobierno grande en la historia humana, la guerra es la más importante. El Estado-nación originalmente surgió porque las guerras se habían vuelto demasiado costosas para que cualquier reino pudiese manejarlas.
Y luego el Estado de bienestar siguió al Estado beligerante. De hecho, un conservador militarista, Otto von Bismarck creó el primer Estado de bienestar moderno en Alemania en el último tramo del siglo 19.
También en la historia estadounidense, el bienestar ha seguido a la guerra. Las raíces del sistema de Seguridad Social fueron plantadas con las pensiones para los veteranos de la Guerra Civil. El movimiento progresista—con sus contraproducentes regulaciones a las empresas que perjudican a los consumidores a los que intentaba ayudar—siguió a la guerra colonial hispano-estadounidense.
Pero fue la Primera Guerra Mundial la que facilitó al gobierno grande un vasto y permanente punto de apoyo en la sociedad estadounidense. La guerra se había tornado tan costosa y a escala tan grande que el gobierno de los EE.UU. asumió el control de toda la economía para luchar contra ella—históricamente, la primera vez que algo así había ocurrido. Igualmente importante fue el hecho de que el gobierno aplastó el disenso con la peor de las violaciones a las libertades civiles en la historia estadounidense. Los únicos rivales de la guerra que sofocaron el libre discurso político fueron las Leyes sobre los Extranjeros y la Sedición sancionadas a finales del siglo 18—aparentemente necesarias para que el gobierno repeliese a los franceses en la Casi-Guerra, pero en verdad dirigidas a los opositores políticos. Después de la Primera Guerra Mundial, los resultantes sentimientos contra los extranjeros llevaron a un “susto rojo” y a las redadas de Palmer mediante la aplicación de las leyes contra personas inocentes.
Durante la Gran Depresión, Herbert Hoover y Franklin Delano Roosevelt volvieron a implementar muchas de las agencias bélicas de la Primera Guerra Mundial diseñadas para “manejar” la economía, a las que simplemente les cambiaron el nombre. La guerra había sentado el mal precedente de que ningún sector de la economía estadounidense era inmune a la injerencia gubernamental.
La Segunda Guerra Mundial, la guerra más horripilante de la historia mundial, también nos trajo el mayor gobierno. Durante la guerra, el gobierno asumió nuevamente el control sobre la regulación de la economía e incluso llegó a representar más del 40 por ciento de la producción de la economía estadounidense, un máximo histórico. Aunque para la población en general, la erosión de las libertades civiles no fue tan grande como durante la Primera Guerra Mundial, ello era de poco consuelo para los estadounidenses de origen japonés, que sin haber ofrecido ni un solo ejemplo de deslealtad, de todos modos fueron arrojados a inconstitucionales campos de confinamiento.
La Guerra Fría, aunque sólo engendró periódicas guerras acaloradas, corroyó las libertades civiles debido a que duró mucho tiempo. La macartista casería de brujas de comunistas en la década de 1950 y las escuchas telefónicas presidenciales durante la Guerra de Vietnam que llevaron al Watergate, comenzaron ambas por el temor a poner en peligro información ante oídos poco amistosos durante esos períodos.
Y por supuesto, tenemos a George W. Bush, un conservador del gobierno grande, que curiosamente recibe, como señala Bovard, un 57 por ciento de aprobación entre los partidarios del té que apoyan un “gobierno pequeño”. No obstante, en paralelo con su guerra contra el terror, el gasto interno aumentó más que con cualquier otro presidente desde Lyndon Johnson, e incrementó dramáticamente las facultades del poder ejecutivo hasta proporciones casi tiránicas al emplear ilegalmente la tortura, las escuchas telefónicas y las detenciones indefinidas sin juicio previo.
Tal como los señala Bovard, los partidarios del té antes que amantes de la libertad son personas de derechas que odian a Obama. Y al igual que su icono Sarah Palin, parecen ser orgullosamente ignorantes de la historia. Incluso el Tea Party de Boston, del cual supuestamente el movimiento anti-impuestos del Tea Party toma su nombre, a duras penas promovió la libertad. El Tea Party original fue causado por la reducción de impuestos por parte de los británicos, no por su aumento. Los británicos habían reducido el arancel sobre el té, llevando a la ruina el negocio del contrabando al que se dedicaban muchos de los vándalos bostonianos. Después de la violenta e innecesaria destrucción de propiedad privada por parte de una turba—lo que otras ciudades de los Estados Unidos habían evitado y que ningún verdadero defensor de la libertad debería celebrar—los británicos tomaron medidas enérgicas contra Boston. De tal modo, dicha represión eventualmente fue la que provocó la Revolución Americana, la cual probablemente disminuyó la libertad en América. Las guerras casi siempre lo hacen.
Traducido por Gabriel Gasave
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