Un reciente ataque aéreo de la OTAN en la provincia de Uruzgán—contra lo que se pensaba era un convoy de los insurgentes talibanes en camino a atacar a las fuerzas militares afganas y extranjeras—mató al menos a 27 civiles afganos, entre ellos cuatro mujeres y un niño. Se cree que durante febrero más de 50 civiles afganos han muerto en más de media docena de operaciones militares de los EE.UU. y la OTAN.
La buena noticia es que el número de víctimas civiles “colaterales” ha disminuido desde que el general Stanley McChrystal asumió el cargo de comandante general en Afganistán, y se ha disculpado públicamente por las víctimas en la televisión nacional afgana. Sin embargo, la mala noticia es que—pese a que son menos que antes—las bajas civiles resultan contraproducentes para la contrainsurgencia.
Aunque existe un componente militar para que la contrainsurgencia sea exitosa, la clave consiste fundamentalmente en ganar los corazones y las mentes. Matar a civiles inocentes—aún sin intención—es una receta para la derrota.
Considérense las consecuencias de un ataque aéreo de los EE.UU. (dirigidas a un presunto líder talibán local) en marzo de 2007 en la provincia de Kapisa. Cuatro generaciones de una misma familia fueron asesinadas, incluido un hombre de 85 años de edad, cuatro mujeres y cuatro niños de edades que iban desde los cinco años a los siete meses. De acuerdo con un aldeano, “Solíamos odiar a los rusos mucho más que a los estadounidenses. Pero ahora cuando vemos todo esto que está aconteciendo, le digo que los rusos se comportan mucho mejor que los estadounidenses”. El niño de 7 años que sobrevivió al bombardeo dijo con claridad meridiana de los estadounidenses: “los odio”.
Dicho odio albergado por un miembro de la familia puede tornarse en el impulso para convertir a alguien en terrorista. Por ejemplo, la atacante suicida responsable de matar a 19 israelíes en Haifa en octubre de 2003 era una abogada principiante de 29 años, Hanadi Jaradat. Jaradat era una mujer educada con un empleo bien pago que comúnmente no encajaría en un perfil terrorista, pero tenía motivos: una medida de fuerza israelí que causó la muerte a balazos de su hermano y su primo.
Según se informa, Jaradat juró venganza parada sobre la tumba de su hermano: “Tu sangre no habrá sido derramada en vano. . . . El asesino pagará el precio, y no seremos los únicos que estarán llorando”. Y tras el ataque con bombas en Haifa, miembros de la familia afirmaron, “Llevó a cabo el ataque en venganza por la muerte de su hermano y su primo por parte de las fuerzas de seguridad israelíes”.
Los israelíes justifican sus acciones porque sienten que deben enfrentarse a una amenaza mortal directa e inminente para la supervivencia de su país. Las acciones de los EE.UU. en Afganistán están más relacionadas con la supervivencia del gobierno creado por los EE.UU. que con la de los propios Estados Unidos. El Talibán de por sí no es una amenaza directa a los Estados Unidos, y las amenazas de la al Qaeda local dentro de Afganistán no son necesariamente las mismas que la amenaza de al Qaeda a los Estados Unidos con anterioridad al 11 de septiembre de 2001. De hecho, incluso Osama bin Laden y lo que queda del liderazgo de al Qaeda, que se cree se encuentran en Pakistán, puede que ya no sean una amenaza operativa.
Lo que Estados Unidos deben reconocer es que las continuas operaciones militares en Afganistán no hacen a nuestros intereses estratégicos más amplios. Debemos entender que la ocupación militar extranjera—por bien intencionada y exitosa que sea en el nivel táctico y operativo—no es la solución, sino parte del problema por el resentimiento que genera (tanto en Afganistán como también en el más amplio mundo musulmán).
Debemos ser fieles a nuestro propio principio de la autodeterminación y permitirle al gobierno afgano ser plenamente soberano y tomar decisiones por sí mismo—incluso si no son las mismas decisiones que nosotros tomaríamos. Nuestro único criterio real debería ser que el gobierno de Kabul—aún si éste incluye a elementos del Talibán—no le brinde apoyo o un refugio seguro a al Qaeda para atacar a los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
Contrainsurgencia contraproducente
Un reciente ataque aéreo de la OTAN en la provincia de Uruzgán—contra lo que se pensaba era un convoy de los insurgentes talibanes en camino a atacar a las fuerzas militares afganas y extranjeras—mató al menos a 27 civiles afganos, entre ellos cuatro mujeres y un niño. Se cree que durante febrero más de 50 civiles afganos han muerto en más de media docena de operaciones militares de los EE.UU. y la OTAN.
La buena noticia es que el número de víctimas civiles “colaterales” ha disminuido desde que el general Stanley McChrystal asumió el cargo de comandante general en Afganistán, y se ha disculpado públicamente por las víctimas en la televisión nacional afgana. Sin embargo, la mala noticia es que—pese a que son menos que antes—las bajas civiles resultan contraproducentes para la contrainsurgencia.
Aunque existe un componente militar para que la contrainsurgencia sea exitosa, la clave consiste fundamentalmente en ganar los corazones y las mentes. Matar a civiles inocentes—aún sin intención—es una receta para la derrota.
Considérense las consecuencias de un ataque aéreo de los EE.UU. (dirigidas a un presunto líder talibán local) en marzo de 2007 en la provincia de Kapisa. Cuatro generaciones de una misma familia fueron asesinadas, incluido un hombre de 85 años de edad, cuatro mujeres y cuatro niños de edades que iban desde los cinco años a los siete meses. De acuerdo con un aldeano, “Solíamos odiar a los rusos mucho más que a los estadounidenses. Pero ahora cuando vemos todo esto que está aconteciendo, le digo que los rusos se comportan mucho mejor que los estadounidenses”. El niño de 7 años que sobrevivió al bombardeo dijo con claridad meridiana de los estadounidenses: “los odio”.
Dicho odio albergado por un miembro de la familia puede tornarse en el impulso para convertir a alguien en terrorista. Por ejemplo, la atacante suicida responsable de matar a 19 israelíes en Haifa en octubre de 2003 era una abogada principiante de 29 años, Hanadi Jaradat. Jaradat era una mujer educada con un empleo bien pago que comúnmente no encajaría en un perfil terrorista, pero tenía motivos: una medida de fuerza israelí que causó la muerte a balazos de su hermano y su primo.
Según se informa, Jaradat juró venganza parada sobre la tumba de su hermano: “Tu sangre no habrá sido derramada en vano. . . . El asesino pagará el precio, y no seremos los únicos que estarán llorando”. Y tras el ataque con bombas en Haifa, miembros de la familia afirmaron, “Llevó a cabo el ataque en venganza por la muerte de su hermano y su primo por parte de las fuerzas de seguridad israelíes”.
Los israelíes justifican sus acciones porque sienten que deben enfrentarse a una amenaza mortal directa e inminente para la supervivencia de su país. Las acciones de los EE.UU. en Afganistán están más relacionadas con la supervivencia del gobierno creado por los EE.UU. que con la de los propios Estados Unidos. El Talibán de por sí no es una amenaza directa a los Estados Unidos, y las amenazas de la al Qaeda local dentro de Afganistán no son necesariamente las mismas que la amenaza de al Qaeda a los Estados Unidos con anterioridad al 11 de septiembre de 2001. De hecho, incluso Osama bin Laden y lo que queda del liderazgo de al Qaeda, que se cree se encuentran en Pakistán, puede que ya no sean una amenaza operativa.
Lo que Estados Unidos deben reconocer es que las continuas operaciones militares en Afganistán no hacen a nuestros intereses estratégicos más amplios. Debemos entender que la ocupación militar extranjera—por bien intencionada y exitosa que sea en el nivel táctico y operativo—no es la solución, sino parte del problema por el resentimiento que genera (tanto en Afganistán como también en el más amplio mundo musulmán).
Debemos ser fieles a nuestro propio principio de la autodeterminación y permitirle al gobierno afgano ser plenamente soberano y tomar decisiones por sí mismo—incluso si no son las mismas decisiones que nosotros tomaríamos. Nuestro único criterio real debería ser que el gobierno de Kabul—aún si éste incluye a elementos del Talibán—no le brinde apoyo o un refugio seguro a al Qaeda para atacar a los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
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