Washington, DC—El comandante general del Ejército peruano, el general Otto Guibovich, ha hecho un importante gesto en favor de unas relaciones éticas entre militares y civiles en su país. Llamándolo un acto de “reconciliación”, ha ofrecido su cooperación al Lugar de la Memoria que honrará a las víctimas de la guerra que la organización terrorista “Sendero Luminoso” libró contra el Perú en los años 80 y 90, durante la cual asesinó a miles de personas, la democracia sucumbió y el Estado cometió crueles abusos.
El valiente paso del general Guibovich hacia la curación de las heridas encierra una lección para los civiles lo mismo que para los soldados.
Durante el régimen de Alberto Fujimori en los años 90´, Vladimiro Montesinos, un capitán que había sido condenado por traidor en los años 70´, asumió el poder detrás del trono y el control de todas las instituciones, incluidas las Fuerzas Armadas. Infligió a los máximos oficiales, a quienes sobornó, un documento por el cual juraban defender a los golpistas y a los acusados de violar los derechos humanos, una protección indiscriminada que se extendía al infame escuadrón de la muerte “Colina”.
Las actuales Fuerzas Armadas recuerdan aquella época con desprecio por quienes les impusieron semejante degradación moral. Pero los esfuerzos por reconciliar a militares y civiles alrededor de los valores de la libertad y el Estado de Derecho siguen teniendo enemigos. Entre ellos, diversos paniaguados políticos y periodísticos de la dictadura que tratan de minar la democracia a pesar de que un abrumador número de ciudadanos de a pie repudian el legado de Fujimori.
Por ello, Guibovich, interesado en exorcizar el doloroso pasado y modernizar la mentalidad, la estructura y el modus operandi del Ejército, es una figura clave para el avance del país. En la década transcurrida desde que el Perú se liberó de la dictadura, ha surgido en algunas áreas, particularmente la economía, una dinámica de primer mundo. Pero en lo que respecta a las instituciones del Estado y la calidad del debate público, ha habido una penosa degeneración. El reconocimiento del general a la importancia de la reconciliación marca un elevado contraste.
Pregunté al general Douglas Fraser, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, y a Claudio Bisogniero, “número 2” de la OTAN, qué precedentes existen para casos de militares que obran por la reconciliación en sus países. Citaron diversos ejemplos.
En 2004, el general Juan Emilio Cheyre, Comandante en Jefe del Ejército chileno, reconoció el sufrimiento de las víctimas del gobierno de Pinochet, declarando en un documento público que “las violaciones a los derechos humanos nunca y para nadie pueden tener justificación”. En 1995, el Teniente General Martín Balza, Jefe del Estado Mayor del Ejército argentino, sacudió la conciencia de sus compatriotas al condenar los crímenes cometidos por la dictadura de 1976 -1983.
Pero la historia ha reservado un sitial especialmente honroso, en la transición española a la democracia que siguió al régimen de Franco, para el general Gutiérrez Mellado, Jefe del Estado Mayor del Ejército. A pesar de que había ascendido de rango bajo el franquismo, su liderazgo resultó crucial, más tarde, para inculcar en los soldados los valores que dieron a España lo que hoy se elogia como un modelo de relaciones entre militares y civiles en el mundo.
Un famoso artículo del académico Dankwart Rustow, “Transitions to Democracy”, publicado en la revista “Comparative Politics”, mereció a su autor el título de “transitólogo”. En aquel ensayo, Rustow desacreditó la idea de que ninguna transición política es posible sin dos requisitos: el desarrollo cultural y el económico. Estudiando a Turquía y Suecia, sostuvo que el factor indispensable es el consenso de las elites. La transición, concluyó, finaliza cuando la población se habitúa a las nuevas reglas y valores.
Las transiciones exitosas de España, Portugal y Grecia, que se dieron poco después de que Rustow publicara su ensayo, parecieron validar esas aseveraciones. Lo mismo Chile algunos años después. En todos los casos, el consenso de los dirigentes no habría sido posible sin generales que tuvieron el coraje de enfrentar al pasado y comprender que su desafío consistía en integrar a las Fuerzas Armadas con la sociedad civil cuanto fuese posible.
Narcís Serra, que fue Ministro de Defensa de España durante ocho años y luego consejero de gobiernos latinoamericanos, explica algo similar en su libro “La transición militar”. Allí afirma que la relación moderna entre las Fuerzas Armadas y la civilidad exige que los militares actúen no como una entidad autónoma que dialoga con el Estado sino como parte plena de la Administración, y no como una fortaleza aislada de la sociedad civil sino como una organización que adopta sus valores y métodos. Sólo entonces puede ser contestada la satírica pregunta planteada por el poeta latino Juvenal hace dos mil años: “¿quién vigila a los vigilantes?”
El Ejército peruano parece haber encontrado en el general Guibovich a alguien que comprende que la mayor guerra que un soldado debe ganar es la de la civilización si las palabras “patria”, “honor” y “gloria” han de cargarse de significado.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
El gesto del General
Washington, DC—El comandante general del Ejército peruano, el general Otto Guibovich, ha hecho un importante gesto en favor de unas relaciones éticas entre militares y civiles en su país. Llamándolo un acto de “reconciliación”, ha ofrecido su cooperación al Lugar de la Memoria que honrará a las víctimas de la guerra que la organización terrorista “Sendero Luminoso” libró contra el Perú en los años 80 y 90, durante la cual asesinó a miles de personas, la democracia sucumbió y el Estado cometió crueles abusos.
El valiente paso del general Guibovich hacia la curación de las heridas encierra una lección para los civiles lo mismo que para los soldados.
Durante el régimen de Alberto Fujimori en los años 90´, Vladimiro Montesinos, un capitán que había sido condenado por traidor en los años 70´, asumió el poder detrás del trono y el control de todas las instituciones, incluidas las Fuerzas Armadas. Infligió a los máximos oficiales, a quienes sobornó, un documento por el cual juraban defender a los golpistas y a los acusados de violar los derechos humanos, una protección indiscriminada que se extendía al infame escuadrón de la muerte “Colina”.
Las actuales Fuerzas Armadas recuerdan aquella época con desprecio por quienes les impusieron semejante degradación moral. Pero los esfuerzos por reconciliar a militares y civiles alrededor de los valores de la libertad y el Estado de Derecho siguen teniendo enemigos. Entre ellos, diversos paniaguados políticos y periodísticos de la dictadura que tratan de minar la democracia a pesar de que un abrumador número de ciudadanos de a pie repudian el legado de Fujimori.
Por ello, Guibovich, interesado en exorcizar el doloroso pasado y modernizar la mentalidad, la estructura y el modus operandi del Ejército, es una figura clave para el avance del país. En la década transcurrida desde que el Perú se liberó de la dictadura, ha surgido en algunas áreas, particularmente la economía, una dinámica de primer mundo. Pero en lo que respecta a las instituciones del Estado y la calidad del debate público, ha habido una penosa degeneración. El reconocimiento del general a la importancia de la reconciliación marca un elevado contraste.
Pregunté al general Douglas Fraser, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, y a Claudio Bisogniero, “número 2” de la OTAN, qué precedentes existen para casos de militares que obran por la reconciliación en sus países. Citaron diversos ejemplos.
En 2004, el general Juan Emilio Cheyre, Comandante en Jefe del Ejército chileno, reconoció el sufrimiento de las víctimas del gobierno de Pinochet, declarando en un documento público que “las violaciones a los derechos humanos nunca y para nadie pueden tener justificación”. En 1995, el Teniente General Martín Balza, Jefe del Estado Mayor del Ejército argentino, sacudió la conciencia de sus compatriotas al condenar los crímenes cometidos por la dictadura de 1976 -1983.
Pero la historia ha reservado un sitial especialmente honroso, en la transición española a la democracia que siguió al régimen de Franco, para el general Gutiérrez Mellado, Jefe del Estado Mayor del Ejército. A pesar de que había ascendido de rango bajo el franquismo, su liderazgo resultó crucial, más tarde, para inculcar en los soldados los valores que dieron a España lo que hoy se elogia como un modelo de relaciones entre militares y civiles en el mundo.
Un famoso artículo del académico Dankwart Rustow, “Transitions to Democracy”, publicado en la revista “Comparative Politics”, mereció a su autor el título de “transitólogo”. En aquel ensayo, Rustow desacreditó la idea de que ninguna transición política es posible sin dos requisitos: el desarrollo cultural y el económico. Estudiando a Turquía y Suecia, sostuvo que el factor indispensable es el consenso de las elites. La transición, concluyó, finaliza cuando la población se habitúa a las nuevas reglas y valores.
Las transiciones exitosas de España, Portugal y Grecia, que se dieron poco después de que Rustow publicara su ensayo, parecieron validar esas aseveraciones. Lo mismo Chile algunos años después. En todos los casos, el consenso de los dirigentes no habría sido posible sin generales que tuvieron el coraje de enfrentar al pasado y comprender que su desafío consistía en integrar a las Fuerzas Armadas con la sociedad civil cuanto fuese posible.
Narcís Serra, que fue Ministro de Defensa de España durante ocho años y luego consejero de gobiernos latinoamericanos, explica algo similar en su libro “La transición militar”. Allí afirma que la relación moderna entre las Fuerzas Armadas y la civilidad exige que los militares actúen no como una entidad autónoma que dialoga con el Estado sino como parte plena de la Administración, y no como una fortaleza aislada de la sociedad civil sino como una organización que adopta sus valores y métodos. Sólo entonces puede ser contestada la satírica pregunta planteada por el poeta latino Juvenal hace dos mil años: “¿quién vigila a los vigilantes?”
El Ejército peruano parece haber encontrado en el general Guibovich a alguien que comprende que la mayor guerra que un soldado debe ganar es la de la civilización si las palabras “patria”, “honor” y “gloria” han de cargarse de significado.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
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