Washington, DC—Las elecciones al Parlamento Europeo han asestado un golpe demoledor a la izquierda. Aun cuando algunos de los partidos de derecha que han triunfado vienen dando una respuesta más bien socialista a la debacle económica, los resultados de los comicios expresan desconfianza en el discurso y la capacidad de los socialistas europeos para corregir las supuestas fallas de la libre empresa.
En los países donde los socialistas están en el poder —como España, Portugal, Austria, el Reino Unido o Hungría—, fueron derrotados sin misericordia. En aquellos donde gobiernan los conservadores, como Francia, Italia, Alemania, Polonia, Dinamarca, Holanda, Finlandia o la parte flamenca de Bélgica, los socialistas también recibieron un severo varapalo. Sólo en dos países, Eslovaquia y Grecia, venció la izquierda a la derecha (en el segundo caso debido a un escándalo ético). Los partidos de derecha controlarán aproximadamente el 40 por ciento del Parlamento Europeo contra el 22 por ciento de los socialistas.
El triunfo de la derecha se explica en lo esencial por la inseguridad que sienten los europeos frente a la depresión económica. La respuesta de la gente no ha sido buscar protección contra el “fin del capitalismo” y el “colapso del modelo estadounidense” en la casa socialista, como hubiera cabido esperar tratándose de Europa, sino arrimarse a los partidos conservadores percibidos, correcta o incorrectamente, como timoneles fiables, es decir garantes del sistema de libre mercado.
Aun antes de la crisis, la Unión Europea registraba el ritmo de crecimiento económico más lento del mundo rico. Ahora, vive una catástrofe: la poderosa economía alemana se encogerá más del 6 por ciento este año y España, una de las historias exitosas de la era moderna, ya raspa el 20 por ciento de desocupación. Para no hablar de Europa central, donde el extremismo está en auge desde las primeras manifestaciones de la crisis. Exacerbando un contexto socioeconómico ya sombrío, la brutal recesión ha infundido más temor entre los europeos que cualquier otra época desde los peores días de la Guerra Fría.
Con sus defectos y excesos, a Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y Silvio Berlusconi se los ve como mejores administradores del sistema de libre empresa que sus adversarios. El electorado teme mucho más a los dirigentes y partidos de izquierda, que parecen cuestionar el modelo mismo de libre mercado y bregar por un sustituto.
Que esta sea la actitud de los europeos precisamente cuando sus gobiernos están aplicando costosos estímulos fiscales y monetarios a la moribunda economía parecería una contradicción. Después de todo, la Europa en la que el Estado ha comprometido 2,5 billones (trillones en inglés) de dólares en rescates bancarios, alrededor de tres veces el paquete aprobado el año pasado por el Congreso estadounidense, tiene más gobiernos de derecha que de izquierda. Pero los europeos parecen estar diciendo: si hemos de tener socialismo, mejor que sea aplicado por dirigentes que no tienen mucha fe en él y que en el fondo de su corazón no procuran revertir el sistema.
Merecen destacarse los resultados de Alemania, donde el partido de los liberales, conocidos por sus iniciales FDP, obtuvo el 11 por ciento de los votos, duplicando casi su desempeño en 2004. Su avance significa que, después de los comicios generales programados para septiembre, la actual coalición entre los democristianos y los socialdemócratas probablemente será reemplazada por una nueva coalición entre los democristianos y el FDP.
Las consecuencias podrían ser enormes. En parte por la presión de los socialdemócratas y en parte porque su propio partido (y sus primos, los bávaros socialcristianos) cargan con una herencia estatista, la Canciller Angela Merkel ha tenido que hacer ciertas concesiones al intervencionismo gubernamental. Las autoridades han generado una nueva y abultada deuda, y acudido al rescate de empresas como Opel, Arcandor y Schaeffler. Con el FDP en la coalición gobernante, Alemania podría comenzar a alejar al mundo desarrollado de la manía intervencionista que ha embrujado a sus líderes.
No podemos desentendernos del otro titular importante de la hora: los triunfos logrados por partidos extremistas y xenófobos en Holanda, Austria, Hungría, Eslovaquia, Finlandia y, en menor medida, Gran Bretaña, donde el British National Party obtuvo un escaño.
Ahí está el principal desafío para los partidos victoriosos de la derecha democrática. Son ellos los obligados a marginar a la derecha extremista. El peligro es que los partidos de derecha quieran absorber parte de la plataforma extremista y de ese modo la legitimen. Si sucumbieran a esa tentación, le causarían a Europa un grave perjuicio y resucitarían a los catatónicos socialistas.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
Europa mira a la derecha
Washington, DC—Las elecciones al Parlamento Europeo han asestado un golpe demoledor a la izquierda. Aun cuando algunos de los partidos de derecha que han triunfado vienen dando una respuesta más bien socialista a la debacle económica, los resultados de los comicios expresan desconfianza en el discurso y la capacidad de los socialistas europeos para corregir las supuestas fallas de la libre empresa.
En los países donde los socialistas están en el poder —como España, Portugal, Austria, el Reino Unido o Hungría—, fueron derrotados sin misericordia. En aquellos donde gobiernan los conservadores, como Francia, Italia, Alemania, Polonia, Dinamarca, Holanda, Finlandia o la parte flamenca de Bélgica, los socialistas también recibieron un severo varapalo. Sólo en dos países, Eslovaquia y Grecia, venció la izquierda a la derecha (en el segundo caso debido a un escándalo ético). Los partidos de derecha controlarán aproximadamente el 40 por ciento del Parlamento Europeo contra el 22 por ciento de los socialistas.
El triunfo de la derecha se explica en lo esencial por la inseguridad que sienten los europeos frente a la depresión económica. La respuesta de la gente no ha sido buscar protección contra el “fin del capitalismo” y el “colapso del modelo estadounidense” en la casa socialista, como hubiera cabido esperar tratándose de Europa, sino arrimarse a los partidos conservadores percibidos, correcta o incorrectamente, como timoneles fiables, es decir garantes del sistema de libre mercado.
Aun antes de la crisis, la Unión Europea registraba el ritmo de crecimiento económico más lento del mundo rico. Ahora, vive una catástrofe: la poderosa economía alemana se encogerá más del 6 por ciento este año y España, una de las historias exitosas de la era moderna, ya raspa el 20 por ciento de desocupación. Para no hablar de Europa central, donde el extremismo está en auge desde las primeras manifestaciones de la crisis. Exacerbando un contexto socioeconómico ya sombrío, la brutal recesión ha infundido más temor entre los europeos que cualquier otra época desde los peores días de la Guerra Fría.
Con sus defectos y excesos, a Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y Silvio Berlusconi se los ve como mejores administradores del sistema de libre empresa que sus adversarios. El electorado teme mucho más a los dirigentes y partidos de izquierda, que parecen cuestionar el modelo mismo de libre mercado y bregar por un sustituto.
Que esta sea la actitud de los europeos precisamente cuando sus gobiernos están aplicando costosos estímulos fiscales y monetarios a la moribunda economía parecería una contradicción. Después de todo, la Europa en la que el Estado ha comprometido 2,5 billones (trillones en inglés) de dólares en rescates bancarios, alrededor de tres veces el paquete aprobado el año pasado por el Congreso estadounidense, tiene más gobiernos de derecha que de izquierda. Pero los europeos parecen estar diciendo: si hemos de tener socialismo, mejor que sea aplicado por dirigentes que no tienen mucha fe en él y que en el fondo de su corazón no procuran revertir el sistema.
Merecen destacarse los resultados de Alemania, donde el partido de los liberales, conocidos por sus iniciales FDP, obtuvo el 11 por ciento de los votos, duplicando casi su desempeño en 2004. Su avance significa que, después de los comicios generales programados para septiembre, la actual coalición entre los democristianos y los socialdemócratas probablemente será reemplazada por una nueva coalición entre los democristianos y el FDP.
Las consecuencias podrían ser enormes. En parte por la presión de los socialdemócratas y en parte porque su propio partido (y sus primos, los bávaros socialcristianos) cargan con una herencia estatista, la Canciller Angela Merkel ha tenido que hacer ciertas concesiones al intervencionismo gubernamental. Las autoridades han generado una nueva y abultada deuda, y acudido al rescate de empresas como Opel, Arcandor y Schaeffler. Con el FDP en la coalición gobernante, Alemania podría comenzar a alejar al mundo desarrollado de la manía intervencionista que ha embrujado a sus líderes.
No podemos desentendernos del otro titular importante de la hora: los triunfos logrados por partidos extremistas y xenófobos en Holanda, Austria, Hungría, Eslovaquia, Finlandia y, en menor medida, Gran Bretaña, donde el British National Party obtuvo un escaño.
Ahí está el principal desafío para los partidos victoriosos de la derecha democrática. Son ellos los obligados a marginar a la derecha extremista. El peligro es que los partidos de derecha quieran absorber parte de la plataforma extremista y de ese modo la legitimen. Si sucumbieran a esa tentación, le causarían a Europa un grave perjuicio y resucitarían a los catatónicos socialistas.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
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