El National Bureau of Economic Research ha confirmado oficialmente lo que ya todos sabían: La economía de los EE.UU. ha estado en recesión durante varios meses. El interrogante es ahora si puede hacerse algo constructivo al respecto.
Históricamente han habido dos tipos de respuestas públicas muy disímiles ante una seria reducción de la actividad económica. La primera—la del laissez-faire—consiste simplemente en permitir que los precios del mercado se ajusten a la nueva realidad económica. Dado que la mayor parte de las crisis económicas son causadas por una declinación de la demanda asociada con el estallido de la burbuja del crédito y el dinero, los precios tienden a ajustarse a la baja bastante rápidamente. Hemos visto algo de esto en la crisis actual con los precios de los inmuebles, las acciones y los “commodities” (especialmente el petróleo crudo) cayendo dramáticamente. Este proceso de caída de los precios tiende a “limpiar” al mercado de las malas inversiones realizadas durante el auge crediticio y eventualmente sienta las bases para una recuperación económica sustentable.
Este proceso de ajuste de precios, si bien resulta eficiente, es doloroso. Y cuanto mayor sea la burbuja crediticia inicial, más pronunciado y doloroso será el colapso. Varios miles de hipotecas hogareñas serán ejecutadas, los bancos y los fondos de riesgo caerán, las industrias de bienes de capital se verán especialmente afectadas y la recesión normalmente durará entre 11 y 14 meses. Las tasas de interés más bajas y los modestos beneficios por desempleo tienden a morigerar de alguna manera las dificultades económicas. Hemos tenido 10 recesiones desde 1948 y logramos sobrevivir a todas ellas.
Un enfoque político alternativo, que ha sido ensayado en esta oportunidad, consiste en tratar a la recesión con una dosis de intervención gubernamental casi sin precedentes. En este escenario, el Tesoro y la Reserva Federal se involucran en políticas destinadas a volver a inflar a la burbuja crediticia que se encuentra estallando. La Reserva Federal baja las tasas de interés dramáticamente e infla la oferta de dinero mediante la adquisición de deuda del gobierno e inclusive de deuda comercial. Y el Tesoro obtiene la facultad legal para gastar por encima de los 700 mil millones de dólares (billones en ingles) para rescatar a Fannie and Freddie, bancos comerciales, bancos de inversión, compañías de seguros y a cualquier otra empresa privada demasiado grande como para caer.
Al menos hasta ahora, los resultados de este enfoque no son promisorios.
El ultimo zapato de políticas públicas que se arrojará a comienzos del próximo año será probablemente el de los masivos programas de obras públicas (gasto en infraestructura) destinados a generar “empleos”. El equipo económico del presidente electo Obama y el economista Paul Krugman han salido ya a la palestra a favorecer dicha propuesta. Parecerían apoyar también otra ronda aún mayor de los denominados gastos de “estímulo” para los consumidores, financiados mediante devoluciones de impuestos.
¿Pero servirá algo de todo esto para hacer que la recesión sea más breve? Un argumento decente puede hacerse de que todas estas respuestas de políticas públicas tan solo empeorarán las cosas y prolongarán la crisis.
La más prolongada recesión de los tiempos modernos es la que se inició en 1929. Duró un total de 43 meses y fue seguida rápidamente por la recesión de 1937 que duró otros 13 meses. Casi la mitad de los meses transcurridos entre 1929 y 1939 fueron de recesión. Y entre 1929 y 1939, la tasa de desocupación anual en los Estados Unidos fue de un asombroso 16,9%.
A pesar de que los presidentes Hoover y Franklin Delano Roosevelt desequilibraron el presupuesto federal, crearon la Corporación para la Reconstrucción Financiera (a fin de rescatar bancos y empresas), promulgaron la Ley para la Recuperación de la Industria Nacional, se involucraron en masivos proyectos de obras públicas (WPA era la sigla con la que se los conocía en inglés) e inflaron abruptamente la oferta de dinero después de 1934, nada de eso en verdad funcionó. Tras 10 años de desasosiego e incertidumbre política y económica, la tasa de desocupación era aún del 17,2% en vísperas del ingreso en la Segunda Guerra Mundial.
Las ideas económicas de Laissez-faire (desreglamentación, recortes impositivos) actualmente no cuentan con el apoyo de la gente pero el hecho sigue siendo que las políticas de Krugman y keynesianas de salvatajes, déficits financieros y obras públicas nunca en verdad han funcionado. No funcionaron en los Estados Unidos en la década de 1930 y no lo hicieron en la década de 1990 en Japón.
No funcionaron porque apuntalan inversiones no sustentables en el sector privado en vez de allanarle el camino a los nuevos emprendimientos. Y no funcionan porque la planificación del gobierno es perdidamente ingenua (incluso tiene problemas para enviar por correo los cheques con los reembolsos de impuestos). En ocasiones en economía (como en la medicina) no hacer “nada” (permitir que el sistema se cure solo) funciona mejor que los medicamentos con desagradables efectos secundarios o los intentos burocráticos de cirugía reparadora.
Traducido por Gabriel Gasave>
El gasto gubernamental empeora las recesiones
El National Bureau of Economic Research ha confirmado oficialmente lo que ya todos sabían: La economía de los EE.UU. ha estado en recesión durante varios meses. El interrogante es ahora si puede hacerse algo constructivo al respecto.
Históricamente han habido dos tipos de respuestas públicas muy disímiles ante una seria reducción de la actividad económica. La primera—la del laissez-faire—consiste simplemente en permitir que los precios del mercado se ajusten a la nueva realidad económica. Dado que la mayor parte de las crisis económicas son causadas por una declinación de la demanda asociada con el estallido de la burbuja del crédito y el dinero, los precios tienden a ajustarse a la baja bastante rápidamente. Hemos visto algo de esto en la crisis actual con los precios de los inmuebles, las acciones y los “commodities” (especialmente el petróleo crudo) cayendo dramáticamente. Este proceso de caída de los precios tiende a “limpiar” al mercado de las malas inversiones realizadas durante el auge crediticio y eventualmente sienta las bases para una recuperación económica sustentable.
Este proceso de ajuste de precios, si bien resulta eficiente, es doloroso. Y cuanto mayor sea la burbuja crediticia inicial, más pronunciado y doloroso será el colapso. Varios miles de hipotecas hogareñas serán ejecutadas, los bancos y los fondos de riesgo caerán, las industrias de bienes de capital se verán especialmente afectadas y la recesión normalmente durará entre 11 y 14 meses. Las tasas de interés más bajas y los modestos beneficios por desempleo tienden a morigerar de alguna manera las dificultades económicas. Hemos tenido 10 recesiones desde 1948 y logramos sobrevivir a todas ellas.
Un enfoque político alternativo, que ha sido ensayado en esta oportunidad, consiste en tratar a la recesión con una dosis de intervención gubernamental casi sin precedentes. En este escenario, el Tesoro y la Reserva Federal se involucran en políticas destinadas a volver a inflar a la burbuja crediticia que se encuentra estallando. La Reserva Federal baja las tasas de interés dramáticamente e infla la oferta de dinero mediante la adquisición de deuda del gobierno e inclusive de deuda comercial. Y el Tesoro obtiene la facultad legal para gastar por encima de los 700 mil millones de dólares (billones en ingles) para rescatar a Fannie and Freddie, bancos comerciales, bancos de inversión, compañías de seguros y a cualquier otra empresa privada demasiado grande como para caer.
Al menos hasta ahora, los resultados de este enfoque no son promisorios.
El ultimo zapato de políticas públicas que se arrojará a comienzos del próximo año será probablemente el de los masivos programas de obras públicas (gasto en infraestructura) destinados a generar “empleos”. El equipo económico del presidente electo Obama y el economista Paul Krugman han salido ya a la palestra a favorecer dicha propuesta. Parecerían apoyar también otra ronda aún mayor de los denominados gastos de “estímulo” para los consumidores, financiados mediante devoluciones de impuestos.
¿Pero servirá algo de todo esto para hacer que la recesión sea más breve? Un argumento decente puede hacerse de que todas estas respuestas de políticas públicas tan solo empeorarán las cosas y prolongarán la crisis.
La más prolongada recesión de los tiempos modernos es la que se inició en 1929. Duró un total de 43 meses y fue seguida rápidamente por la recesión de 1937 que duró otros 13 meses. Casi la mitad de los meses transcurridos entre 1929 y 1939 fueron de recesión. Y entre 1929 y 1939, la tasa de desocupación anual en los Estados Unidos fue de un asombroso 16,9%.
A pesar de que los presidentes Hoover y Franklin Delano Roosevelt desequilibraron el presupuesto federal, crearon la Corporación para la Reconstrucción Financiera (a fin de rescatar bancos y empresas), promulgaron la Ley para la Recuperación de la Industria Nacional, se involucraron en masivos proyectos de obras públicas (WPA era la sigla con la que se los conocía en inglés) e inflaron abruptamente la oferta de dinero después de 1934, nada de eso en verdad funcionó. Tras 10 años de desasosiego e incertidumbre política y económica, la tasa de desocupación era aún del 17,2% en vísperas del ingreso en la Segunda Guerra Mundial.
Las ideas económicas de Laissez-faire (desreglamentación, recortes impositivos) actualmente no cuentan con el apoyo de la gente pero el hecho sigue siendo que las políticas de Krugman y keynesianas de salvatajes, déficits financieros y obras públicas nunca en verdad han funcionado. No funcionaron en los Estados Unidos en la década de 1930 y no lo hicieron en la década de 1990 en Japón.
No funcionaron porque apuntalan inversiones no sustentables en el sector privado en vez de allanarle el camino a los nuevos emprendimientos. Y no funcionan porque la planificación del gobierno es perdidamente ingenua (incluso tiene problemas para enviar por correo los cheques con los reembolsos de impuestos). En ocasiones en economía (como en la medicina) no hacer “nada” (permitir que el sistema se cure solo) funciona mejor que los medicamentos con desagradables efectos secundarios o los intentos burocráticos de cirugía reparadora.
Traducido por Gabriel Gasave>
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