Durante muchos años, los expertos en los EE.UU. se han referido con pesar al supuesto auge de un sentimiento anti-estadounidense en el exterior.
No soy consciente de que exista tal sentimiento en contra de los Estados Unidos. Lo que ha estado creciendo es un resentimiento y una oposición a ciertas políticas del actual gobierno estadounidense. Los Estados Unidos aun se yerguen con la frente en alto a los ojos internacionales como un baluarte de los valores democráticos y los ideales de la libertad individual. Lo que resta es que los ciudadanos informados se pongan de pie en noviembre y lleven nuevamente al país a sus raíces.
¿Cómo logra una nación un cambio así?
Hace una década, Sudáfrica completó un transición similar cuando resolvió los horrores del apartheid. En esa época, una reconciliación pacífica entre negros y blancos-entre la mayoría negra largamente oprimida y la minoría blanca dominante-era totalmente incierta. Los escépticos observaban a nuestro primer gobierno liderado por los negros con preocupación e incertidumbre, preguntándose sí los naturales reclamos de revancha y redistribución desgarrarían al país. Esa ya había ocurrido otras veces a través del continente africano, tal como hoy día acontece en Zimbabwe y otras partes.
Fue así que con asombro el mundo fue testigo de la tranquila transición de Sudáfrica. La nueva democracia no descendió al previsible foso de la venganza ni quedó entrampada en años de una burocracia frustrante con espectáculos al estilo de Nuremberg respecto de los juicios a los acusados.
Al mismo tiempo, Pretoria también rechazó el manto de una amnistía, la cual hubiese profundizado la herida nacional al lesionar a las victimas por segunda vez.
En su lugar, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que nos guió a través de esos difíciles momentos, proporcionó una tercera alternativa: la de la justicia restaurativa.
La comisión escogió conceder la amnistía a cambio de toda la verdad: una completa divulgación de todos los hechos relevantes relacionados con las ofensas respecto de las que se pretendía la amnistía. Un autor confeso soportaba el estigma de la vergüenza y la humillación pública por su crimen, el cual con frecuencia alcanzaba a su propia familia y tenía consecuencias respecto de su carrera.
La comisión creó también los medios mediante los cuales fue posible una rehabilitación y readmisión en la comunidad, proporcionando cura y reconciliación tanto para las victimas de los crímenes como para sus autores.
Las victimas tuvieron la posibilidad de compartir sus relatos en un foro cordial y comprensivo, confirmando que no habían luchado en vano, mientras que a los autores auténticamente arrepentidos se les dio la oportunidad de defenderse y en ultima instancia de reintegrarse a la comunidad. Al ofrecer una amnistía a cambio de un alto precio, la comisión logró reconciliar a las victimas con los victimarios.
La historia mundial ha demostrado que el perdón nunca resulta barato o fácil. Incluso en Sudáfrica, existieron personas que afirmaron que la verdad les hacía desear ver a los perpetradores enfrentando un juicio y otros que se negaron a perdonar, a menudo porque sostenían que los que pidieron la amnistía no habían dicho toda al verdad. Pero las raras historias exitosas como la de Sudáfrica demuestran que la reconciliación puede tener lugar sobre la base de la verdad y que no puede haber futuro alguno sin perdón. La revancha solamente trae aparejada más violencia. Al final, lo de un ojo por ojo deja a todo el mundo ciego.
Los electores estadounidenses harían bien en tener presentes a las lecciones de Sudáfrica cuando se dirijan a las urnas en noviembre. Las tensas relaciones de los Estados Unidos con la comunidad global se deben en gran medida al temor y a la mentalidad de asedio que imperó después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, que hicieron que muchos a ambos lados del espectro político en Washington rechacen ciertas libertades civiles consideradas centrales para los valores estadounidenses.
Si al próximo presidente de los EE.UU. le preocupa la reconciliación global, entonces defenderá estos valores y rechazará aquellas políticas que han debilitado o socavado la libertad individual. Al respecto, intuyo que vuestro nuevo presidente se sorprendería ante la reacción mundial si le dijese al mundo, «Cometimos grandes errores respecto de Irak». Y al mismo tiempo, procediese a clausurar la prisión de Guantánamo. Y al igual que en Sudáfrica hace una década, nunca hiere decir «Lo siento».
Con honestidad, humildad y el perdón internacional, los Estados Unidos pueden y deberían seguir siendo un faro para la libertad del mundo por mucho tiempo en el futuro.
Traducido por Gabriel Gasave
Recomendaciones para el próximo presidente de los EE.UU.
Durante muchos años, los expertos en los EE.UU. se han referido con pesar al supuesto auge de un sentimiento anti-estadounidense en el exterior.
No soy consciente de que exista tal sentimiento en contra de los Estados Unidos. Lo que ha estado creciendo es un resentimiento y una oposición a ciertas políticas del actual gobierno estadounidense. Los Estados Unidos aun se yerguen con la frente en alto a los ojos internacionales como un baluarte de los valores democráticos y los ideales de la libertad individual. Lo que resta es que los ciudadanos informados se pongan de pie en noviembre y lleven nuevamente al país a sus raíces.
¿Cómo logra una nación un cambio así?
Hace una década, Sudáfrica completó un transición similar cuando resolvió los horrores del apartheid. En esa época, una reconciliación pacífica entre negros y blancos-entre la mayoría negra largamente oprimida y la minoría blanca dominante-era totalmente incierta. Los escépticos observaban a nuestro primer gobierno liderado por los negros con preocupación e incertidumbre, preguntándose sí los naturales reclamos de revancha y redistribución desgarrarían al país. Esa ya había ocurrido otras veces a través del continente africano, tal como hoy día acontece en Zimbabwe y otras partes.
Fue así que con asombro el mundo fue testigo de la tranquila transición de Sudáfrica. La nueva democracia no descendió al previsible foso de la venganza ni quedó entrampada en años de una burocracia frustrante con espectáculos al estilo de Nuremberg respecto de los juicios a los acusados.
Al mismo tiempo, Pretoria también rechazó el manto de una amnistía, la cual hubiese profundizado la herida nacional al lesionar a las victimas por segunda vez.
En su lugar, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que nos guió a través de esos difíciles momentos, proporcionó una tercera alternativa: la de la justicia restaurativa.
La comisión escogió conceder la amnistía a cambio de toda la verdad: una completa divulgación de todos los hechos relevantes relacionados con las ofensas respecto de las que se pretendía la amnistía. Un autor confeso soportaba el estigma de la vergüenza y la humillación pública por su crimen, el cual con frecuencia alcanzaba a su propia familia y tenía consecuencias respecto de su carrera.
La comisión creó también los medios mediante los cuales fue posible una rehabilitación y readmisión en la comunidad, proporcionando cura y reconciliación tanto para las victimas de los crímenes como para sus autores.
Las victimas tuvieron la posibilidad de compartir sus relatos en un foro cordial y comprensivo, confirmando que no habían luchado en vano, mientras que a los autores auténticamente arrepentidos se les dio la oportunidad de defenderse y en ultima instancia de reintegrarse a la comunidad. Al ofrecer una amnistía a cambio de un alto precio, la comisión logró reconciliar a las victimas con los victimarios.
La historia mundial ha demostrado que el perdón nunca resulta barato o fácil. Incluso en Sudáfrica, existieron personas que afirmaron que la verdad les hacía desear ver a los perpetradores enfrentando un juicio y otros que se negaron a perdonar, a menudo porque sostenían que los que pidieron la amnistía no habían dicho toda al verdad. Pero las raras historias exitosas como la de Sudáfrica demuestran que la reconciliación puede tener lugar sobre la base de la verdad y que no puede haber futuro alguno sin perdón. La revancha solamente trae aparejada más violencia. Al final, lo de un ojo por ojo deja a todo el mundo ciego.
Los electores estadounidenses harían bien en tener presentes a las lecciones de Sudáfrica cuando se dirijan a las urnas en noviembre. Las tensas relaciones de los Estados Unidos con la comunidad global se deben en gran medida al temor y a la mentalidad de asedio que imperó después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, que hicieron que muchos a ambos lados del espectro político en Washington rechacen ciertas libertades civiles consideradas centrales para los valores estadounidenses.
Si al próximo presidente de los EE.UU. le preocupa la reconciliación global, entonces defenderá estos valores y rechazará aquellas políticas que han debilitado o socavado la libertad individual. Al respecto, intuyo que vuestro nuevo presidente se sorprendería ante la reacción mundial si le dijese al mundo, «Cometimos grandes errores respecto de Irak». Y al mismo tiempo, procediese a clausurar la prisión de Guantánamo. Y al igual que en Sudáfrica hace una década, nunca hiere decir «Lo siento».
Con honestidad, humildad y el perdón internacional, los Estados Unidos pueden y deberían seguir siendo un faro para la libertad del mundo por mucho tiempo en el futuro.
Traducido por Gabriel Gasave
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