Uno de los argumentos más comunes en apoyo de la Seguridad Social es que ésta reduce la pobreza entre los mayores. La semana pasada, Barack Obama declaró que, “La Seguridad Social ha sacado a millones de ancianos y a sus familias de la pobreza. Sin ella, prácticamente el 50 por ciento de los adultos mayores viviría por debajo de la línea de pobreza.” Esto es casi con certeza falso.
La Seguridad Social afecta a la pobreza entre los adultos mayores de dos maneras que se contrarrestan. Si bien reduce la pobreza al proporcionarle ingresos a las personas jubiladas, desalienta el ahorro privado durante los años laborales; disminuyendo en definitiva los activos privados que la gente tiene al momento de jubilarse. El efecto neto de esto es una mayor pobreza entre la población jubilada.
Para comprender esta conclusión, es importante comparar a la tasa de retorno sobre los impuestos pagados que es generada por la Seguridad Social con la tasa de retorno que la gente recibiría por sus ahorros privados. Para quienes se jubilen en 2008, el promedio de la tasa de retorno implícita real (ajustada por inflación) sobre los aportes efectuados a la Seguridad Social estuvo ligeramente por debajo del 3 por ciento—y está previsto que caiga por debajo del 2 por ciento en los próximos cuarenta años. En contraste, si las personas que se jubilan en 2008 hubiesen invertido los aportes que pagaron a la Seguridad Social en una cartera de inversiones equilibrada (60 por ciento en acciones y 40 por ciento en bonos), habrían obtenido un retorno del 5,5 por ciento.
La diferencia entre un retorno del 5,5 por ciento y otro del 3,0 puede no parecer muy grande, pero en rendimientos anuales compuestos a lo largo de toda una vida, esta diferencia tiene una enorme influencia en el ingreso disponible durante el retiro. De hecho, el ingreso de retiro anual que proporciona un rendimiento del 5,5 por ciento es el doble que el provisto por el rendimiento del 3,0 por ciento de la Seguridad Social. Aún más convincente, una inversión en la bolsa de valores promedia un 7 por ciento de rendimiento real, lo que significaría un ingreso anual tres veces mayor al que proporciona la Seguridad Social.
Resumiendo, es probable que fuesen menos los pobres entre los adultos mayores si hubieran sido libres de invertir sus impuestos en activos privados. Una vez que la tasa de retorno de la Seguridad Social caiga por debajo del 2 por ciento, solamente seguirá agravando la pobreza en el futuro.
Si bien esta simple comparación resulta contundente, no contempla los enormes costos ocultos de este sistema. Al reducir los incentivos para que los trabajadores ahorren privadamente para su propio retiro, reducimos el ahorro y la inversión de la economía en activos productivos. Esto significa que la economía crece más despacio a causa de la Seguridad Social y que la gente termina con ingresos menores aún antes de abonar sus impuestos. Cuando este costo es tomado en consideración, el rendimiento real de la Seguridad Social para aquellos que se están jubilando en la actualidad, ¡es en verdad negativo!
Y las cosas solamente empeorarán. A pesar de que Obama nos asegura que “el sistema [de Seguridad Social] subyacente es sólido”, los economistas han enfatizado durante años que este no es el caso. Hoy día, los desembolsos gubernamentales en la Seguridad Social y el programa de retiro que lo acompaña, el Medicare, son el 7,3 por ciento del PBI. Sin embargo, los Consejos de Administración de la Seguridad Social y el Medicare nos dicen que esa cifra se elevará al 15,2 por ciento en 2040 si no modificamos las reglas para la determinación de las prestaciones.
En última instancia eso significa que tendremos que más que duplicar las tasas impositivas para pagar los beneficios que el Congreso ha legislado imprudentemente. O tendremos que recortar los beneficios a la mitad, o alguna combinación. Un aumento de los impuestos sería desastroso—imagínese una tasa impositiva sobre la nomina salarial del 35 por ciento (comparada con la actual del 15,3 por ciento) así como también mayores tasas del impuesto a las ganancias. Y dado que el Medicare está financiado en parte por el impuesto a las ganancias federal, sus tasas también tendrían que subir.
Ninguna de las opciones es atractiva, pero el recorte de los beneficios es claramente preferible dado que entonces la gente dependería más del ahorro privado. La mayor parte de economistas es partidaria de incrementar gradualmente la edad jubilatoria como la manera menos dolorosa de recortar las prestaciones. Pero cuanto más esperemos, más difícil será implementar esta opción y es más probable que nos veamos forzados a aceptar impuestos sustancialmente más altos.
Los adultos pobres, así como el resto de nosotros, somos mal atendidos por políticos que de manera sistemática subestiman a los altos costos de la Seguridad Social y demoran hacer frente a la que en verdad es una auténtica crisis.
Traducido por Gabriel Gasave
Este artículo fue adaptado de una versión más extensa publicada en The Independent Review.
La Seguridad Social aumenta la pobreza
Uno de los argumentos más comunes en apoyo de la Seguridad Social es que ésta reduce la pobreza entre los mayores. La semana pasada, Barack Obama declaró que, “La Seguridad Social ha sacado a millones de ancianos y a sus familias de la pobreza. Sin ella, prácticamente el 50 por ciento de los adultos mayores viviría por debajo de la línea de pobreza.” Esto es casi con certeza falso.
La Seguridad Social afecta a la pobreza entre los adultos mayores de dos maneras que se contrarrestan. Si bien reduce la pobreza al proporcionarle ingresos a las personas jubiladas, desalienta el ahorro privado durante los años laborales; disminuyendo en definitiva los activos privados que la gente tiene al momento de jubilarse. El efecto neto de esto es una mayor pobreza entre la población jubilada.
Para comprender esta conclusión, es importante comparar a la tasa de retorno sobre los impuestos pagados que es generada por la Seguridad Social con la tasa de retorno que la gente recibiría por sus ahorros privados. Para quienes se jubilen en 2008, el promedio de la tasa de retorno implícita real (ajustada por inflación) sobre los aportes efectuados a la Seguridad Social estuvo ligeramente por debajo del 3 por ciento—y está previsto que caiga por debajo del 2 por ciento en los próximos cuarenta años. En contraste, si las personas que se jubilan en 2008 hubiesen invertido los aportes que pagaron a la Seguridad Social en una cartera de inversiones equilibrada (60 por ciento en acciones y 40 por ciento en bonos), habrían obtenido un retorno del 5,5 por ciento.
La diferencia entre un retorno del 5,5 por ciento y otro del 3,0 puede no parecer muy grande, pero en rendimientos anuales compuestos a lo largo de toda una vida, esta diferencia tiene una enorme influencia en el ingreso disponible durante el retiro. De hecho, el ingreso de retiro anual que proporciona un rendimiento del 5,5 por ciento es el doble que el provisto por el rendimiento del 3,0 por ciento de la Seguridad Social. Aún más convincente, una inversión en la bolsa de valores promedia un 7 por ciento de rendimiento real, lo que significaría un ingreso anual tres veces mayor al que proporciona la Seguridad Social.
Resumiendo, es probable que fuesen menos los pobres entre los adultos mayores si hubieran sido libres de invertir sus impuestos en activos privados. Una vez que la tasa de retorno de la Seguridad Social caiga por debajo del 2 por ciento, solamente seguirá agravando la pobreza en el futuro.
Si bien esta simple comparación resulta contundente, no contempla los enormes costos ocultos de este sistema. Al reducir los incentivos para que los trabajadores ahorren privadamente para su propio retiro, reducimos el ahorro y la inversión de la economía en activos productivos. Esto significa que la economía crece más despacio a causa de la Seguridad Social y que la gente termina con ingresos menores aún antes de abonar sus impuestos. Cuando este costo es tomado en consideración, el rendimiento real de la Seguridad Social para aquellos que se están jubilando en la actualidad, ¡es en verdad negativo!
Y las cosas solamente empeorarán. A pesar de que Obama nos asegura que “el sistema [de Seguridad Social] subyacente es sólido”, los economistas han enfatizado durante años que este no es el caso. Hoy día, los desembolsos gubernamentales en la Seguridad Social y el programa de retiro que lo acompaña, el Medicare, son el 7,3 por ciento del PBI. Sin embargo, los Consejos de Administración de la Seguridad Social y el Medicare nos dicen que esa cifra se elevará al 15,2 por ciento en 2040 si no modificamos las reglas para la determinación de las prestaciones.
En última instancia eso significa que tendremos que más que duplicar las tasas impositivas para pagar los beneficios que el Congreso ha legislado imprudentemente. O tendremos que recortar los beneficios a la mitad, o alguna combinación. Un aumento de los impuestos sería desastroso—imagínese una tasa impositiva sobre la nomina salarial del 35 por ciento (comparada con la actual del 15,3 por ciento) así como también mayores tasas del impuesto a las ganancias. Y dado que el Medicare está financiado en parte por el impuesto a las ganancias federal, sus tasas también tendrían que subir.
Ninguna de las opciones es atractiva, pero el recorte de los beneficios es claramente preferible dado que entonces la gente dependería más del ahorro privado. La mayor parte de economistas es partidaria de incrementar gradualmente la edad jubilatoria como la manera menos dolorosa de recortar las prestaciones. Pero cuanto más esperemos, más difícil será implementar esta opción y es más probable que nos veamos forzados a aceptar impuestos sustancialmente más altos.
Los adultos pobres, así como el resto de nosotros, somos mal atendidos por políticos que de manera sistemática subestiman a los altos costos de la Seguridad Social y demoran hacer frente a la que en verdad es una auténtica crisis.
Traducido por Gabriel Gasave
Este artículo fue adaptado de una versión más extensa publicada en The Independent Review.
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