Washington, DC—Casi cualquier forma de incorrección política posee una cualidad seductora, incluso si lo que se dice o escribe resulta escandaloso y ofensivo. Pero cuando arroja luz sobre algunas verdades importantes, y cuando la persona que las profiere tiene una vasta audiencia, ella asume una significación subversiva. Ese fue el caso del discurso sobre el asunto de la raza pronunciado por Barack Obama en Filadelfia el 18 de marzo.
Elogio ese discurso con la salvedad de que no comparto muchas de las ideas del candidato sobre el rol del Estado. Al igual que buena parte de la izquierda, no ve la contradicción entre denunciar la intromisión del Estado en el cuerpo, el dormitorio o la conciencia de una persona y querer corregir los males de la sociedad gastando más dinero del pueblo —y por tanto cobrándole más impuestos— y limitando su libertad de elección.
En cualquier caso, el discurso hizo más que ofrecer un contexto histórico y rescatar los matices: fue al meollo de la cuestión racial en los Estados Unidos.
La corrección política exige que hablemos de la comunidad negra como víctima, y sólo como víctima, de los blancos. Pero lo cierto es que existen también razones endógenas que explican el relativo fracaso económico de los estadounidenses de color en las últimas décadas. Esas razones tienen que ver con el victimismo y la transferencia de la culpa por la condición propia a fuerzas que escapan al control de uno. Esta visión maniquea ignora los logros de muchos negros en los negocios, las artes, el deporte y otros quehaceres.
El hecho de que —como lo destacó Obama al criticar la visión anquilosada del Reverendo Jeremiah Wright— muchos negros hayan progresado en los Estados Unidos da fe de las oportunidades para la movilidad social que las instituciones contemporáneas ofrecen a los hijos y nietos de la esclavitud.
La corrección política exige que los autoproclamados voceros de las minorías no pregonen valores “blancos” porque al hacerlo traicionan a su gente (razón por la cual se ha atacado despiadadamente al actor negro Bill Cosby por criticar las costumbres sociales del gueto). Obama trascendió no sólo las fronteras raciales sino también las ideológicas cuando elogió el valor de la responsabilidad individual, refiriéndose a él como un valor “conservador” —con lo cual quiso decir que no tenía ningún complejo a la hora de valorar lo que es una piedra angular de la visión social del adversario.
La corrección política exige que nadie reconozca la existencia del temor que se tienen unos y otros porque la violencia se alimenta de ese instinto primitivo. Pero suprimir ese temor a la hora de expresarse, que es lo que hace la corrección política, no es lo mismo que superarlo: apenas garantiza que “ese encono [no sea] expresado en público, en frente de compañeros de trabajo o amigos blancos. Pero se expresa en la peluquería o en la mesa de la cocina”.
Algunos le han recriminado a Obama equiparar distintas formas de desconfianza racial en el tramo más personal de su discurso. Refiriéndose a Wright, dijo: “No puedo repudiarlo él como no puedo hacerlo con mi abuela blanca, una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó una y otra vez por mí …pero una mujer que una vez confesó su miedo a los hombres de raza negra que pasaban cerca suyo en la calle”.
Como Christopher Caldwell, un editor de “The Weekly Standard”, una publicación no precisamente de izquierda, escribió recientemente en el “Financial Times”, “aquí es realmente donde reside la sutileza del argumento de Obama”. La columna vertebral de todas sus políticas relacionadas con la raza, continúa argumentando Caldwell, ha sido que el progreso negro significa, en palabras del propio Obama, “unir nuestras reivindicaciones particulares —por una mejor atención médica, mejores escuelas, y mejores empleos— a las aspiraciones más amplias de todos los estadounidenses”.
El discurso nos induce a creer que eso solamente podrá ocurrir si se dan dos condiciones: que los negros dejen de verse a sí mismos como un enclave defensivo dentro de una sociedad estadounidense más amplia y que los blancos dejen de enmascarar sus prejuicios aún no resueltos en contra de los negros con el eufemismo de la corrección política.
Tengo para mí que sólo los poderes de mestizaje y transformación de la sociedad libre —política, económica y moralmente libre— disolverán el temor y las recriminaciones mutuas en algo que se aproxime a un país sin prejuicios raciales. Eso significa, en mi opinión, que algunas de las políticas proteccionistas e intervencionistas que Obama propugna no alcanzarán el objetivo que él fijó con tanta elocuencia. Pero el mero hecho de que un hombre con posibilidades reales de llegar a la Presidencia esté dispuesto a tratar en público estas verdades inefables ha convertido a esta campaña presidencial, por un breve instante, en algo muy significativo.
Su historia personal y sus talentos oratorios lo situaban en una posición excepcional para pronunciar aquel discurso. Es admirable que, teniendo tanto que perder, escogiera hacerlo.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
Aquel discurso
Washington, DC—Casi cualquier forma de incorrección política posee una cualidad seductora, incluso si lo que se dice o escribe resulta escandaloso y ofensivo. Pero cuando arroja luz sobre algunas verdades importantes, y cuando la persona que las profiere tiene una vasta audiencia, ella asume una significación subversiva. Ese fue el caso del discurso sobre el asunto de la raza pronunciado por Barack Obama en Filadelfia el 18 de marzo.
Elogio ese discurso con la salvedad de que no comparto muchas de las ideas del candidato sobre el rol del Estado. Al igual que buena parte de la izquierda, no ve la contradicción entre denunciar la intromisión del Estado en el cuerpo, el dormitorio o la conciencia de una persona y querer corregir los males de la sociedad gastando más dinero del pueblo —y por tanto cobrándole más impuestos— y limitando su libertad de elección.
En cualquier caso, el discurso hizo más que ofrecer un contexto histórico y rescatar los matices: fue al meollo de la cuestión racial en los Estados Unidos.
La corrección política exige que hablemos de la comunidad negra como víctima, y sólo como víctima, de los blancos. Pero lo cierto es que existen también razones endógenas que explican el relativo fracaso económico de los estadounidenses de color en las últimas décadas. Esas razones tienen que ver con el victimismo y la transferencia de la culpa por la condición propia a fuerzas que escapan al control de uno. Esta visión maniquea ignora los logros de muchos negros en los negocios, las artes, el deporte y otros quehaceres.
El hecho de que —como lo destacó Obama al criticar la visión anquilosada del Reverendo Jeremiah Wright— muchos negros hayan progresado en los Estados Unidos da fe de las oportunidades para la movilidad social que las instituciones contemporáneas ofrecen a los hijos y nietos de la esclavitud.
La corrección política exige que los autoproclamados voceros de las minorías no pregonen valores “blancos” porque al hacerlo traicionan a su gente (razón por la cual se ha atacado despiadadamente al actor negro Bill Cosby por criticar las costumbres sociales del gueto). Obama trascendió no sólo las fronteras raciales sino también las ideológicas cuando elogió el valor de la responsabilidad individual, refiriéndose a él como un valor “conservador” —con lo cual quiso decir que no tenía ningún complejo a la hora de valorar lo que es una piedra angular de la visión social del adversario.
La corrección política exige que nadie reconozca la existencia del temor que se tienen unos y otros porque la violencia se alimenta de ese instinto primitivo. Pero suprimir ese temor a la hora de expresarse, que es lo que hace la corrección política, no es lo mismo que superarlo: apenas garantiza que “ese encono [no sea] expresado en público, en frente de compañeros de trabajo o amigos blancos. Pero se expresa en la peluquería o en la mesa de la cocina”.
Algunos le han recriminado a Obama equiparar distintas formas de desconfianza racial en el tramo más personal de su discurso. Refiriéndose a Wright, dijo: “No puedo repudiarlo él como no puedo hacerlo con mi abuela blanca, una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó una y otra vez por mí …pero una mujer que una vez confesó su miedo a los hombres de raza negra que pasaban cerca suyo en la calle”.
Como Christopher Caldwell, un editor de “The Weekly Standard”, una publicación no precisamente de izquierda, escribió recientemente en el “Financial Times”, “aquí es realmente donde reside la sutileza del argumento de Obama”. La columna vertebral de todas sus políticas relacionadas con la raza, continúa argumentando Caldwell, ha sido que el progreso negro significa, en palabras del propio Obama, “unir nuestras reivindicaciones particulares —por una mejor atención médica, mejores escuelas, y mejores empleos— a las aspiraciones más amplias de todos los estadounidenses”.
El discurso nos induce a creer que eso solamente podrá ocurrir si se dan dos condiciones: que los negros dejen de verse a sí mismos como un enclave defensivo dentro de una sociedad estadounidense más amplia y que los blancos dejen de enmascarar sus prejuicios aún no resueltos en contra de los negros con el eufemismo de la corrección política.
Tengo para mí que sólo los poderes de mestizaje y transformación de la sociedad libre —política, económica y moralmente libre— disolverán el temor y las recriminaciones mutuas en algo que se aproxime a un país sin prejuicios raciales. Eso significa, en mi opinión, que algunas de las políticas proteccionistas e intervencionistas que Obama propugna no alcanzarán el objetivo que él fijó con tanta elocuencia. Pero el mero hecho de que un hombre con posibilidades reales de llegar a la Presidencia esté dispuesto a tratar en público estas verdades inefables ha convertido a esta campaña presidencial, por un breve instante, en algo muy significativo.
Su historia personal y sus talentos oratorios lo situaban en una posición excepcional para pronunciar aquel discurso. Es admirable que, teniendo tanto que perder, escogiera hacerlo.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
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