Tingo María, Perú—Hace pocos días, me tocó presenciar de cerca, aquí en la selva peruana, un operativo policial que condujo a la muerte de un importante mando de Sendero Luminoso, la organización terrorista que actúa en este país desde 1980, y a la captura de otro. Ambos eran fichas clave del pelotón de seguridad de “Artemio”, el líder senderista escondido en la región del Alto Huallaga.
Tras entrevistar al Presidente Alan García en relación con una serie de documentales que estoy realizando para una cadena de televisión estadounidense, volé a la zona del Alto Huallaga para conversar con un grupo de cocaleros enfrentados con el gobierno por la política de erradicación de cultivos de coca. El general Edwin Palomino, el hombre encargado del Frente Policial del Huallaga y por tanto de capturar a Artemio, dirigía en ese momento una misión que buscaba reunir información de inteligencia sobre el dirigente de Sendero Luminoso. Me invitó a unírmeles a él y al coronel Luis Valencia. Volamos en un helicóptero MIL de fabricación rusa sobre el área del Alto Huallaga y aterrizamos en Aucayacu, en plena selva. En una rápida maniobra pensada para eludir un eventual ataque contra el helicóptero, recogimos a treinta hombres armados que estaban en ese mismo lugar desde el día anterior y cuyos rostros reflejaban la tensión que habían padecido en las últimas 24 horas.
Un día después, actuando en base a la información recogida en la misión que presencié y que había confirmado que los dos lugartenientes más cercanos de Artemio se encontraban en el área, el mismo equipo atacó exitosamente a algunos de los terroristas más buscados de Sendero Luminoso. El golpe ha dejado a la organización severamente debilitada.
Artemio es el líder de una de las dos facciones de Sendero Luminoso que todavía siguen activas y que reúnen a unas cuantas docenas de individuos. La otra, dirigida por “Alipio”, opera en la zona del valle del Ene. A diferencia de Alipio, Artemio es leal a Abimael Guzmán, el fundador y viejo líder de la organización cuya captura significó un golpe devastador para Sendero Luminoso en 1992.
Sendero Luminoso no es ni la sombra de lo que solía ser, pero la posibilidad de un resurgimiento no puede descartarse. La principal razón es la alianza con los traficantes de drogas. Artemio obtiene dinero de los productores de cocaína que adquieren su coca en el Valle de Monzón, a tres horas de Tingo María. Alipio, por su parte, está directamente involucrado en el narcotráfico y reproduce en cierta forma la situación de Colombia, donde los principales grupos terroristas, incluidas Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, están fuertemente involucrados en el negocio de la droga.
La buena noticia es que los cuadros de Sendero Luminoso ya no están motivados ideológicamente, me explican el general Palomino y el coronel Valencia. Según palomino, “Artemio recluta a sus hombres ofreciéndoles dinero y prometiéndoles pequeñas parcelas de tierra, que él controla mediante la extorsión. El compromiso de sus hombres es mucho más débil que en la época de Abimael Guzmán. Son muchachos de dieciocho años haciéndolo por dinero. Eso nos facilita mucho penetrar sus defensas”.
La mala noticia es que el tráfico de drogas está proporcionando a las columnas restantes de Sendero Luminoso apoyo suficiente como para mantenerlas vivas. El resultado es una creciente impaciencia por parte de muchos peruanos que piden militarizar la respuesta del Estado. Eso sería muy peligroso. En los años 80, tras una serie de masacres llevadas a cabo por Sendero Luminoso, el gobierno del Perú decidió ceder el control político de ciertas áreas del país a los jefes militares. El resultado, a la larga, fue el colapso del gobierno democrático y su reemplazo por un régimen dictatorial y corrupto cuyos miembros están siendo juzgados por atropellos a los derechos humanos.
Las fuerzas armadas ya están parcialmente involucradas en la lucha contra Sendero Luminoso. A menudo realizan misiones conjuntas con la policía. Pero hasta ahora la policía está formalmente a cargo de la lucha antiterrorista. La militarización de la respuesta del Estado a Sendero Luminoso abriría una caja de Pandora. Siempre que se concede a las fuerzas armadas la responsabilidad de librar guerras internas contra grupos criminales, ocurren dos cosas: corrupción y abusos contra civiles. Quienes están comprensiblemente ansiosos por acabar con Artemio y Alipio en un momento en el que el país está progresando económicamente, deben tomar en consideración las lecciones del reciente —y traumático— pasado. Y deben recordar que no fueron los militares sino un grupo de astutos policías quienes capturaron a Guzmán en los años 90.
Ni Artemio ni Alipio suponen un desafío como el que las huestes de Guzman plantearon alguna vez al país. Los recientes éxitos del general Palomino y el coronel Valencia en el Alto Huallaga demuestran que la aplicación de la ley debería ser llevada a cabo por quienes están entrenados para combatir al enemigo mediante el uso de la inteligencia antes que el exterminio indiscriminado.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
En busca de Artemio
Tingo María, Perú—Hace pocos días, me tocó presenciar de cerca, aquí en la selva peruana, un operativo policial que condujo a la muerte de un importante mando de Sendero Luminoso, la organización terrorista que actúa en este país desde 1980, y a la captura de otro. Ambos eran fichas clave del pelotón de seguridad de “Artemio”, el líder senderista escondido en la región del Alto Huallaga.
Tras entrevistar al Presidente Alan García en relación con una serie de documentales que estoy realizando para una cadena de televisión estadounidense, volé a la zona del Alto Huallaga para conversar con un grupo de cocaleros enfrentados con el gobierno por la política de erradicación de cultivos de coca. El general Edwin Palomino, el hombre encargado del Frente Policial del Huallaga y por tanto de capturar a Artemio, dirigía en ese momento una misión que buscaba reunir información de inteligencia sobre el dirigente de Sendero Luminoso. Me invitó a unírmeles a él y al coronel Luis Valencia. Volamos en un helicóptero MIL de fabricación rusa sobre el área del Alto Huallaga y aterrizamos en Aucayacu, en plena selva. En una rápida maniobra pensada para eludir un eventual ataque contra el helicóptero, recogimos a treinta hombres armados que estaban en ese mismo lugar desde el día anterior y cuyos rostros reflejaban la tensión que habían padecido en las últimas 24 horas.
Un día después, actuando en base a la información recogida en la misión que presencié y que había confirmado que los dos lugartenientes más cercanos de Artemio se encontraban en el área, el mismo equipo atacó exitosamente a algunos de los terroristas más buscados de Sendero Luminoso. El golpe ha dejado a la organización severamente debilitada.
Artemio es el líder de una de las dos facciones de Sendero Luminoso que todavía siguen activas y que reúnen a unas cuantas docenas de individuos. La otra, dirigida por “Alipio”, opera en la zona del valle del Ene. A diferencia de Alipio, Artemio es leal a Abimael Guzmán, el fundador y viejo líder de la organización cuya captura significó un golpe devastador para Sendero Luminoso en 1992.
Sendero Luminoso no es ni la sombra de lo que solía ser, pero la posibilidad de un resurgimiento no puede descartarse. La principal razón es la alianza con los traficantes de drogas. Artemio obtiene dinero de los productores de cocaína que adquieren su coca en el Valle de Monzón, a tres horas de Tingo María. Alipio, por su parte, está directamente involucrado en el narcotráfico y reproduce en cierta forma la situación de Colombia, donde los principales grupos terroristas, incluidas Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, están fuertemente involucrados en el negocio de la droga.
La buena noticia es que los cuadros de Sendero Luminoso ya no están motivados ideológicamente, me explican el general Palomino y el coronel Valencia. Según palomino, “Artemio recluta a sus hombres ofreciéndoles dinero y prometiéndoles pequeñas parcelas de tierra, que él controla mediante la extorsión. El compromiso de sus hombres es mucho más débil que en la época de Abimael Guzmán. Son muchachos de dieciocho años haciéndolo por dinero. Eso nos facilita mucho penetrar sus defensas”.
La mala noticia es que el tráfico de drogas está proporcionando a las columnas restantes de Sendero Luminoso apoyo suficiente como para mantenerlas vivas. El resultado es una creciente impaciencia por parte de muchos peruanos que piden militarizar la respuesta del Estado. Eso sería muy peligroso. En los años 80, tras una serie de masacres llevadas a cabo por Sendero Luminoso, el gobierno del Perú decidió ceder el control político de ciertas áreas del país a los jefes militares. El resultado, a la larga, fue el colapso del gobierno democrático y su reemplazo por un régimen dictatorial y corrupto cuyos miembros están siendo juzgados por atropellos a los derechos humanos.
Las fuerzas armadas ya están parcialmente involucradas en la lucha contra Sendero Luminoso. A menudo realizan misiones conjuntas con la policía. Pero hasta ahora la policía está formalmente a cargo de la lucha antiterrorista. La militarización de la respuesta del Estado a Sendero Luminoso abriría una caja de Pandora. Siempre que se concede a las fuerzas armadas la responsabilidad de librar guerras internas contra grupos criminales, ocurren dos cosas: corrupción y abusos contra civiles. Quienes están comprensiblemente ansiosos por acabar con Artemio y Alipio en un momento en el que el país está progresando económicamente, deben tomar en consideración las lecciones del reciente —y traumático— pasado. Y deben recordar que no fueron los militares sino un grupo de astutos policías quienes capturaron a Guzmán en los años 90.
Ni Artemio ni Alipio suponen un desafío como el que las huestes de Guzman plantearon alguna vez al país. Los recientes éxitos del general Palomino y el coronel Valencia en el Alto Huallaga demuestran que la aplicación de la ley debería ser llevada a cabo por quienes están entrenados para combatir al enemigo mediante el uso de la inteligencia antes que el exterminio indiscriminado.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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