Washington, DC—Tengo cierta fascinación por las similitudes entre Rusia y América Latina. La más reciente oleada de represión contra los críticos del Presidente Vladimir Putin en Rusia y la victoria del Presidente ecuatoriano, Rafael Correa, en el referendo que abre las puertas a una asamblea constituyente que le conferirá facultades autoritarias nos recuerda lo vivo que está el despotismo populista.
El mes pasado, fui invitado a co-presidir un seminario en el Centro Davis de la Universidad de Harvard con la académica rusa Tatiana Vorozheykina, experta en estudios comparativos sobe Rusia y Latinoamérica. Su visión de América Latina es más optimista que la mía. Para ella, no obstante el autoritarismo subsistente en América Latina, Rusia es menos libre porque carece del tipo de sociedad civil que bulle en muchas de las naciones latinoamericanas, facilitando el control asfixiante de Putin.
Las detenciones del fin de semana pasado —en Moscú y San Petersburgo— de miembros de la Otra Rusia, organización opositora que incluye al ex campeón de ajedrez Garry Kasparov entre sus dirigentes, es un nuevo recordatorio de que Rusia es una implacable autocracia. Bajo el gobierno de Putin, hemos visto la continuación de las brutales embestidas contra Chechenia, el reemplazo de los gobiernos regionales con amigotes nombrados a dedo, la persecución de empresarios vinculados a grupos de la oposición, la captura estatal de gigantes privados en el sector energético, el amordazamiento de los medios de difusión audiovisuales, los misteriosos asesinatos de periodistas y espías, la supresión de manifestaciones callejeras y movidas iniciales tendientes a designar al sucesor preferido por el Presidente.
Con excepción de Venezuela, las instituciones autoritarias que funcionan bajo gobiernos democráticamente elegidos en América Latina no son tan verticales como las rusas. Es cierto que el poder está más descentralizado en América Latina, donde los gobiernos no han sido capaces o no han querido arrebatar el poder económico a los intereses privados que surgieron durante las reformas de mercado de los años 90, y donde las instituciones del Estado son demasiado débiles para suprimir las asociaciones voluntarias y la actividad cívica.
Si comparamos a México y Rusia, los puntos de vista de Tatiana parecerían confirmados. México también estuvo dominado por un Estado-partido durante gran parte del siglo 20 y en la década de 1990 experimentó un proceso de reformas tendiente a fomentar la democracia liberal y privatizar gran parte de la economía. A pesar de sus muchas fallas, las reformas mejoraron el ambiente político y económico. En Rusia, la democracia liberal nunca cristalizó y, según Tatiana, las “reformas económicas no implicaron la transferencia de activos del Estado al sector privado sino de manos privadas a manos privadas bajo la marca registrada del Estado”. En otras palabras, al colapso de la Unión Soviética siguió la captura del Estado por ciertas facciones. Más adelante, Putin reaccionó contra la oligarquía de los 90 estableciendo su propia oligarquía. En México, en cambio, a pesar de que las reformas no produjeron, precisamente, un sistema de equilibrios y contrapesos jeffersonianos o un capitalismo limpio, el sistema es más libre.
Quisiera señalar, sin embargo, que gracias al regreso del populismo, un buen número de países latinoamericanos se encaminan en la dirección de Rusia, aunque con menos peso geopolítico. La fórmula suele ser: origen democrático, destrucción de las instituciones republicanas desde adentro y aprovechamiento de recursos naturales con mucha demanda internacional. El domingo pasado, los ecuatorianos votaron abrumadoramente a favor de elaborar una nueva constitución. En esto, Correa, que desea reemplazar a la democracia por un régimen autoritario, sigue el ejemplo de su amigo Hugo Chavez y del boliviano Evo Morales. Si los actuales gobiernos de México y el Perú no brindan resultados, podríamos fácilmente ver a los populistas tomar las riendas del poder también allí.
Hay diferencias de grado y los contextos son disímiles, pero Rusia y América Latina son producto de historias dominadas por la ausencia de derechos civiles y derechos de propiedad. En Rusia, toda la tierra perteneció al Zar o a la nobleza hasta el siglo 19; los campesinos, la mayor parte de la población, estaban sujetos al Estado o a terratenientes privados. Luego, los comunistas reemplazaron al Zar. La ausencia de una tradición liberal arruinó la transición a la democracia y la economía de mercado en los años 90; de allí la Rusia de Putin. En América Latina, las repúblicas del siglo 19 preservaron la estructura oligárquica de la colonia. En el siglo 20, oscilaron entre la democracia populista y la dictadura militar, un tipo de tiranía menos perfecta que el comunismo ruso. Lo cual explica el surgimiento de lo que Tatiana llama una “sociedad civil más vibrante” en América Latina.
Los acontecimientos recientes muestran que la república populista no es cosa del pasado en América Latina. Y la república populista –esa combinación de apariencias democráticas y controles autocráticos sostenida por la venta de petróleo y minerales— tiene mucho en común con la Rusia de Putin.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
La república populista
Washington, DC—Tengo cierta fascinación por las similitudes entre Rusia y América Latina. La más reciente oleada de represión contra los críticos del Presidente Vladimir Putin en Rusia y la victoria del Presidente ecuatoriano, Rafael Correa, en el referendo que abre las puertas a una asamblea constituyente que le conferirá facultades autoritarias nos recuerda lo vivo que está el despotismo populista.
El mes pasado, fui invitado a co-presidir un seminario en el Centro Davis de la Universidad de Harvard con la académica rusa Tatiana Vorozheykina, experta en estudios comparativos sobe Rusia y Latinoamérica. Su visión de América Latina es más optimista que la mía. Para ella, no obstante el autoritarismo subsistente en América Latina, Rusia es menos libre porque carece del tipo de sociedad civil que bulle en muchas de las naciones latinoamericanas, facilitando el control asfixiante de Putin.
Las detenciones del fin de semana pasado —en Moscú y San Petersburgo— de miembros de la Otra Rusia, organización opositora que incluye al ex campeón de ajedrez Garry Kasparov entre sus dirigentes, es un nuevo recordatorio de que Rusia es una implacable autocracia. Bajo el gobierno de Putin, hemos visto la continuación de las brutales embestidas contra Chechenia, el reemplazo de los gobiernos regionales con amigotes nombrados a dedo, la persecución de empresarios vinculados a grupos de la oposición, la captura estatal de gigantes privados en el sector energético, el amordazamiento de los medios de difusión audiovisuales, los misteriosos asesinatos de periodistas y espías, la supresión de manifestaciones callejeras y movidas iniciales tendientes a designar al sucesor preferido por el Presidente.
Con excepción de Venezuela, las instituciones autoritarias que funcionan bajo gobiernos democráticamente elegidos en América Latina no son tan verticales como las rusas. Es cierto que el poder está más descentralizado en América Latina, donde los gobiernos no han sido capaces o no han querido arrebatar el poder económico a los intereses privados que surgieron durante las reformas de mercado de los años 90, y donde las instituciones del Estado son demasiado débiles para suprimir las asociaciones voluntarias y la actividad cívica.
Si comparamos a México y Rusia, los puntos de vista de Tatiana parecerían confirmados. México también estuvo dominado por un Estado-partido durante gran parte del siglo 20 y en la década de 1990 experimentó un proceso de reformas tendiente a fomentar la democracia liberal y privatizar gran parte de la economía. A pesar de sus muchas fallas, las reformas mejoraron el ambiente político y económico. En Rusia, la democracia liberal nunca cristalizó y, según Tatiana, las “reformas económicas no implicaron la transferencia de activos del Estado al sector privado sino de manos privadas a manos privadas bajo la marca registrada del Estado”. En otras palabras, al colapso de la Unión Soviética siguió la captura del Estado por ciertas facciones. Más adelante, Putin reaccionó contra la oligarquía de los 90 estableciendo su propia oligarquía. En México, en cambio, a pesar de que las reformas no produjeron, precisamente, un sistema de equilibrios y contrapesos jeffersonianos o un capitalismo limpio, el sistema es más libre.
Quisiera señalar, sin embargo, que gracias al regreso del populismo, un buen número de países latinoamericanos se encaminan en la dirección de Rusia, aunque con menos peso geopolítico. La fórmula suele ser: origen democrático, destrucción de las instituciones republicanas desde adentro y aprovechamiento de recursos naturales con mucha demanda internacional. El domingo pasado, los ecuatorianos votaron abrumadoramente a favor de elaborar una nueva constitución. En esto, Correa, que desea reemplazar a la democracia por un régimen autoritario, sigue el ejemplo de su amigo Hugo Chavez y del boliviano Evo Morales. Si los actuales gobiernos de México y el Perú no brindan resultados, podríamos fácilmente ver a los populistas tomar las riendas del poder también allí.
Hay diferencias de grado y los contextos son disímiles, pero Rusia y América Latina son producto de historias dominadas por la ausencia de derechos civiles y derechos de propiedad. En Rusia, toda la tierra perteneció al Zar o a la nobleza hasta el siglo 19; los campesinos, la mayor parte de la población, estaban sujetos al Estado o a terratenientes privados. Luego, los comunistas reemplazaron al Zar. La ausencia de una tradición liberal arruinó la transición a la democracia y la economía de mercado en los años 90; de allí la Rusia de Putin. En América Latina, las repúblicas del siglo 19 preservaron la estructura oligárquica de la colonia. En el siglo 20, oscilaron entre la democracia populista y la dictadura militar, un tipo de tiranía menos perfecta que el comunismo ruso. Lo cual explica el surgimiento de lo que Tatiana llama una “sociedad civil más vibrante” en América Latina.
Los acontecimientos recientes muestran que la república populista no es cosa del pasado en América Latina. Y la república populista –esa combinación de apariencias democráticas y controles autocráticos sostenida por la venta de petróleo y minerales— tiene mucho en común con la Rusia de Putin.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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