Una tormenta política han despertado en Bolivia las declaraciones del embajador venezolano en La Paz, Julio Montes, quien afirmó que Venezuela estaría dispuesta a enviar tropas a Bolivia si éste país así lo solicitaba. Existe un acuerdo de cooperación militar entre ambas naciones andinas que permite este tipo de movimientos de tropas, y ya el presidente Chávez, de Venezuela, ha manifestado que “no permanecerá de brazos cruzados” si se produce un intento de derrocar a su aliado Evo Morales, actual presidente de Bolivia. Este, por su parte, ha alertado a las fuerzas armadas sobre posibles intentos separatistas de cuatro de los nueve departamentos en que se divide el país, pues en ellos existe un creciente descontento ante el rumbo que está tomando la nación.
La gestión de Evo Morales ha sido conflictiva, sin duda alguna, desde su mismo comienzo. No sólo se ha enfrentado –de un modo bastante agresivo- a las compañías extranjeras que extraen el gas de Bolivia, obligándolas a una renegociación que resultó realmente muy dura, sino que ha avanzado su intención de concretar varios proyectos que crean mucho malestar entre quienes no comparten su intento de llevar a Bolivia al socialismo. Ha tratado de imponer mayores restricciones a la educación privada y ha logrado aprobar, hace pocas semanas, una modificación a la ley vigente de Reforma Agraria, que pasa al control del estado, “sin indemnización alguna, las tierras cuyo uso perjudique al interés colectivo”.
Pero el problema principal, el que divide hoy con más intensidad a la nación boliviana, se refiere al control de la Asamblea Constituyente que está reunida desde hace ya unos meses en la sureña ciudad de Sucre. La ley con la que se convocó a elecciones contenía una cláusula explícita en la que se establecía que todas las decisiones de la asamblea deberían ser aprobadas con una mayoría calificada de dos tercios. Los partidarios de Morales aceptaron esta restricción pensando que obtendrían una amplia votación en las elecciones para la constituyente, pero no lo lograron. Con el 51% de los votos no pueden ahora imponer una constitución que resulte de su agrado y, en vez de aceptarlo, insisten en que la constituyente decida el nuevo texto legal por mayoría simple. Este es el motivo de las amplias protestas que han aparecido en todas partes del país y que han apelado, entre otros, al recurso de las huelgas de hambre, en las que ahora participan más de 2.000 bolivianos de toda condición.
Una de las principales decisiones que debe tomar la constituyente es la que se refiere a las autonomías departamentales, a las que se oponen el partido de Evo, el MAS, pero que cuenta con un amplísimo apoyo en Santa Cruz, y otros departamentos del oriente, los más ricos del país. Estos amenazan ahora, en un ambiente de creciente tensión, con declarar sus autonomías de facto, pues desconfían de la capacidad de la constituyente para satisfacer sus reclamos.
Lo que puede suceder en Bolivia en las próximas semanas es impredecible, pero lo más probable es que se acentúe la confrontación que hoy reina en el país. Si el presidente decide enviar tropas a los departamentos en rebeldía pronto podrían aparecer fisuras en las fuerzas armadas, o acciones de fuerza contra los manifestantes, lo que podría dar pie a una escalada de violencia que crearía las condiciones para la intervención de tropas venezolanas. Ya el senador Oscar Ortiz, uno de los líderes de la oposición, ha rechazado cualquier tipo de intervención extranjera, puntualizando que las tropas foráneas vendrían, en última instancia, “a ejercer la violencia contra nuestro pueblo y a matar bolivianos”.
Lo que está en juego hoy en la nación andina es mucho más de lo que se ve a primera vista. Es, nada menos, que el proyecto de expansión continental de Hugo Chávez quien, retomando las banderas de la Revolución Cubana, quiere imponer ahora el socialismo por cualquier método que esté a su alcance en todos los países de la región. Si los bolivianos terminan cediendo a la voluntad del presidente Morales se encontrarán viviendo una tiranía de las mayorías que, hasta con apoyo extranjero, les impedirá vivir en libertad; la democracia se convertirá en una simple fachada, detrás de la cual se podrán cometer los mayores abusos. Si continúan la lucha, como todo parece ahora indicar, continuarán las tensiones y es muy posible que éstas desemboquen en la violencia.
Las naciones de nuestra región no han entendido, todavía, que gobiernos como los de Chávez y Hugo Morales son una verdadera amenaza contra la paz de toda la América Latina. No porque haya surgido de una coyuntural mayoría popular debieran aceptarse todas sus acciones -algunas francamente desestabilizadoras- ni tolerarse sus ambiciones de imponer sus trasnochados modelos políticos a todos los países vecinos. Esperemos que pronto lo hagan, ante que se desate la violencia en el corazón de nuestro continente.
Lo que se está jugando en Bolivia
Una tormenta política han despertado en Bolivia las declaraciones del embajador venezolano en La Paz, Julio Montes, quien afirmó que Venezuela estaría dispuesta a enviar tropas a Bolivia si éste país así lo solicitaba. Existe un acuerdo de cooperación militar entre ambas naciones andinas que permite este tipo de movimientos de tropas, y ya el presidente Chávez, de Venezuela, ha manifestado que “no permanecerá de brazos cruzados” si se produce un intento de derrocar a su aliado Evo Morales, actual presidente de Bolivia. Este, por su parte, ha alertado a las fuerzas armadas sobre posibles intentos separatistas de cuatro de los nueve departamentos en que se divide el país, pues en ellos existe un creciente descontento ante el rumbo que está tomando la nación.
La gestión de Evo Morales ha sido conflictiva, sin duda alguna, desde su mismo comienzo. No sólo se ha enfrentado –de un modo bastante agresivo- a las compañías extranjeras que extraen el gas de Bolivia, obligándolas a una renegociación que resultó realmente muy dura, sino que ha avanzado su intención de concretar varios proyectos que crean mucho malestar entre quienes no comparten su intento de llevar a Bolivia al socialismo. Ha tratado de imponer mayores restricciones a la educación privada y ha logrado aprobar, hace pocas semanas, una modificación a la ley vigente de Reforma Agraria, que pasa al control del estado, “sin indemnización alguna, las tierras cuyo uso perjudique al interés colectivo”.
Pero el problema principal, el que divide hoy con más intensidad a la nación boliviana, se refiere al control de la Asamblea Constituyente que está reunida desde hace ya unos meses en la sureña ciudad de Sucre. La ley con la que se convocó a elecciones contenía una cláusula explícita en la que se establecía que todas las decisiones de la asamblea deberían ser aprobadas con una mayoría calificada de dos tercios. Los partidarios de Morales aceptaron esta restricción pensando que obtendrían una amplia votación en las elecciones para la constituyente, pero no lo lograron. Con el 51% de los votos no pueden ahora imponer una constitución que resulte de su agrado y, en vez de aceptarlo, insisten en que la constituyente decida el nuevo texto legal por mayoría simple. Este es el motivo de las amplias protestas que han aparecido en todas partes del país y que han apelado, entre otros, al recurso de las huelgas de hambre, en las que ahora participan más de 2.000 bolivianos de toda condición.
Una de las principales decisiones que debe tomar la constituyente es la que se refiere a las autonomías departamentales, a las que se oponen el partido de Evo, el MAS, pero que cuenta con un amplísimo apoyo en Santa Cruz, y otros departamentos del oriente, los más ricos del país. Estos amenazan ahora, en un ambiente de creciente tensión, con declarar sus autonomías de facto, pues desconfían de la capacidad de la constituyente para satisfacer sus reclamos.
Lo que puede suceder en Bolivia en las próximas semanas es impredecible, pero lo más probable es que se acentúe la confrontación que hoy reina en el país. Si el presidente decide enviar tropas a los departamentos en rebeldía pronto podrían aparecer fisuras en las fuerzas armadas, o acciones de fuerza contra los manifestantes, lo que podría dar pie a una escalada de violencia que crearía las condiciones para la intervención de tropas venezolanas. Ya el senador Oscar Ortiz, uno de los líderes de la oposición, ha rechazado cualquier tipo de intervención extranjera, puntualizando que las tropas foráneas vendrían, en última instancia, “a ejercer la violencia contra nuestro pueblo y a matar bolivianos”.
Lo que está en juego hoy en la nación andina es mucho más de lo que se ve a primera vista. Es, nada menos, que el proyecto de expansión continental de Hugo Chávez quien, retomando las banderas de la Revolución Cubana, quiere imponer ahora el socialismo por cualquier método que esté a su alcance en todos los países de la región. Si los bolivianos terminan cediendo a la voluntad del presidente Morales se encontrarán viviendo una tiranía de las mayorías que, hasta con apoyo extranjero, les impedirá vivir en libertad; la democracia se convertirá en una simple fachada, detrás de la cual se podrán cometer los mayores abusos. Si continúan la lucha, como todo parece ahora indicar, continuarán las tensiones y es muy posible que éstas desemboquen en la violencia.
Las naciones de nuestra región no han entendido, todavía, que gobiernos como los de Chávez y Hugo Morales son una verdadera amenaza contra la paz de toda la América Latina. No porque haya surgido de una coyuntural mayoría popular debieran aceptarse todas sus acciones -algunas francamente desestabilizadoras- ni tolerarse sus ambiciones de imponer sus trasnochados modelos políticos a todos los países vecinos. Esperemos que pronto lo hagan, ante que se desate la violencia en el corazón de nuestro continente.
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