Al igual que el asesinato de JFK en 1963 y la llegada a la luna en 1969, la gente recuerda donde se encontraba y que estaba haciendo el 11 de septiembre de 2001. En mi caso, apenas pocas horas antes del ataque, caminaba por uno de los pasillos del Pentágono que más tarde resultó destruido por la aeronave secuestrada. Tras el ataque, el 11/09, luego de que la gran mayoría de los habitantes de Washington, D.C. regresaron temprano a sus casas del trabajo, recorrí las calles de una ciudad fantasma en mi camino a realizar una entrevista periodística tras otra sobre los ataques. Admito que estas experiencias son insignificantes en comparación con la pérdida de amigos y familiares ese día. Aprecio la necesidad de los sobrevivientes de recordar a los seres queridos perdidos. Pero el duelo colectivo nacional generado por los medios en ocasión de cada aniversario del ataque le está haciendo a muy pocas personas, incluidos los sobrevivientes, escaso bien.
Cuando me desempeñaba como consejero voluntario de crisis, una terapeuta en sufrimiento profesional me suministró en una ocasión un breve compendio sobre técnicas de consultoría para emplear cuando hablase con parientes o amigos de alguien que falleció. Luego ella destacó que las personas atribuladas atraviesan distintas etapas de angustia respecto de una pérdida, la primera de las cuales es una negación mental de que el ser querido ha fallecido. La terapeuta concluyó que el único problema con la etapa de negación es que la misma no dura lo suficiente. La negación es un mecanismo de defensa congénito que evita que la intensa congoja se torne agobiante y peligrosa.
Obviamente, la nación hace rato que superó la etapa de la negación, pero uno puede cuestionar la salubridad de desenterrar la interminable cobertura del incidente del 11/09 y la repetición de evocaciones colectivas presentadas por personas que no han perdido a seres queridos en los ataques. Esta efusión de congoja nacional les da a los medios de comunicación algo que hacer durante algunos días todos los años, pero probablemente resulte muy difícil de sobrellevar para los sobrevivientes.
Los únicos beneficiados con este dolor exhibicionista por los muertos son los políticos y los monstruosos terroristas que perpetraron los ataques. Por ejemplo, el Presidente Bush estaba en Nueva York el 11/09 para aprovecharse políticamente de las evocaciones. El presidente y su partido—ambos hundiéndose en las encuestas antes de una importante elección de mitad de mandato en virtud del fracaso de la Guerra de Irak de su administración—están desesperados por hacer hincapié en que estaban al mando cuando aconteció el ataque del 11/09. El presidente y los republicanos desean explotar la exhibición pública del dolor colectivo debido a que el único tema en el cual los sondeos los muestran mejor que a los demócratas es el de la lucha contra el terrorismo.>/p>
El resultado de estas encuestas, sin embargo, siempre ha sido un misterio. El presidente echó a perder una oportunidad de capturar o matar a Osama bin Laden en Tora Bora, Afganistán al depender de las milicias locales—las que podían ser, y evidentemente lo fueron, sobornadas—para que fuesen tras él en lugar de arriesgarse a utilizar a las fuerzas estadounidenses de Operaciones Especiales por entonces en ese país. Cinco años más tarde, este más bien conspicuo líder terrorista y su importante compinche, Ayman al-Zawahiri, todavía no han sido aprehendidos. Después del 11/09, el número de ataques terroristas y de ataques terroristas suicidas en todo el mundo se ha incrementado drásticamente. Y la inconexa e innecesaria guerra en Irak sin lugar a dudas jugó un papel importante en incentivar más ataques al actuar como motivadora e incubadora del terrorismo yihadista radical.
Al Presidente Bush y otros políticos republicanos les gusta tenerlo de las dos maneras. Se jactan acerca de los esfuerzos en contra del terrorismo al alardear que los Estados Unidos no han tenido otro ataque desde el 11/09, a la vez que mantienen vivo el temor de otro ataque a fin de ganar los comicios. En síntesis, el presidente nos dice que estamos “más seguros pero no a salvo”. Tal alarmismo es exactamente lo que los terroristas desean. Los terroristas pueden ahorrar recursos llevando a cabo ataques importantes solamente de vez en cuando y confiar en que los temores irracionales de la gente y los gobiernos hagan el resto.
John Mueller, un politólogo de la Ohio State University, en un reciente artículo publicado en el journal Foreign Affaires, ilustra cuan rara es la amenaza del terrorismo para el estadounidense medio. Destacaba que las probabilidades de que un estadounidense resulte muerto en un ataque terrorista internacional son de una en 80.000—casi las mismas de ser impactado por un meteoro o un cometa. En razón de que la gran mayoría de los ataques terroristas contra estadounidenses o instalaciones o intereses de los EE.UU. ocurren en ultramar, no obstante, la persona promedio que vive en los Estados Unidos tiene un posibilidad aún menor de ser asesinado que la que Mueller estima. Por lo tanto, las ceremonias colectivas de angustia acerca de 11/09, aprovechadas por los políticos, solamente reavivan los temores excesivos de terrorismo entre los estadounidenses—ayudando de ese modo a que los terroristas alcancen su objetivo con menos gastos de dinero y vidas.
En contraste, el gobierno estadounidense ha despilfarrado $450 mil millones de dólares y consumido las vidas de muchos más soldados estadounidenses y de afganos e iraquíes inocentes en supuestamente combatir al terror que las 2.973 personas que fueron las victimas del 11/09. Las victimas militares de los EE.UU. en Afganistán e Irak recientemente sobrepasaron ese tiste total. Por supuesto, el gobierno de los Estados Unidos no publica información de los civiles afganos e iraquíes muertos, pero las estimaciones en Irak van desde 20.000 hasta 100.000. ¿Dónde están las ceremonias de recordación anuales impulsadas por los medios por todas estas personas?
En el futuro, los seres queridos de las victimas del 9/11 probablemente estarán mejor si nuestra sociedad los deja solos para que lloren en privado sin las fuertes luces de los medios. Y nuestro país ciertamente estará mejor si se libera de la combinación anual de auto-flagelación colectiva y alarmismo oportunista. Solamente los terroristas pierden al terminar con los entretenimientos anuales de los medios.
Traducido por Gabriel Gasave
Alarmismo en el aniversario del 11/09
Al igual que el asesinato de JFK en 1963 y la llegada a la luna en 1969, la gente recuerda donde se encontraba y que estaba haciendo el 11 de septiembre de 2001. En mi caso, apenas pocas horas antes del ataque, caminaba por uno de los pasillos del Pentágono que más tarde resultó destruido por la aeronave secuestrada. Tras el ataque, el 11/09, luego de que la gran mayoría de los habitantes de Washington, D.C. regresaron temprano a sus casas del trabajo, recorrí las calles de una ciudad fantasma en mi camino a realizar una entrevista periodística tras otra sobre los ataques. Admito que estas experiencias son insignificantes en comparación con la pérdida de amigos y familiares ese día. Aprecio la necesidad de los sobrevivientes de recordar a los seres queridos perdidos. Pero el duelo colectivo nacional generado por los medios en ocasión de cada aniversario del ataque le está haciendo a muy pocas personas, incluidos los sobrevivientes, escaso bien.
Cuando me desempeñaba como consejero voluntario de crisis, una terapeuta en sufrimiento profesional me suministró en una ocasión un breve compendio sobre técnicas de consultoría para emplear cuando hablase con parientes o amigos de alguien que falleció. Luego ella destacó que las personas atribuladas atraviesan distintas etapas de angustia respecto de una pérdida, la primera de las cuales es una negación mental de que el ser querido ha fallecido. La terapeuta concluyó que el único problema con la etapa de negación es que la misma no dura lo suficiente. La negación es un mecanismo de defensa congénito que evita que la intensa congoja se torne agobiante y peligrosa.
Obviamente, la nación hace rato que superó la etapa de la negación, pero uno puede cuestionar la salubridad de desenterrar la interminable cobertura del incidente del 11/09 y la repetición de evocaciones colectivas presentadas por personas que no han perdido a seres queridos en los ataques. Esta efusión de congoja nacional les da a los medios de comunicación algo que hacer durante algunos días todos los años, pero probablemente resulte muy difícil de sobrellevar para los sobrevivientes.
Los únicos beneficiados con este dolor exhibicionista por los muertos son los políticos y los monstruosos terroristas que perpetraron los ataques. Por ejemplo, el Presidente Bush estaba en Nueva York el 11/09 para aprovecharse políticamente de las evocaciones. El presidente y su partido—ambos hundiéndose en las encuestas antes de una importante elección de mitad de mandato en virtud del fracaso de la Guerra de Irak de su administración—están desesperados por hacer hincapié en que estaban al mando cuando aconteció el ataque del 11/09. El presidente y los republicanos desean explotar la exhibición pública del dolor colectivo debido a que el único tema en el cual los sondeos los muestran mejor que a los demócratas es el de la lucha contra el terrorismo.>/p>
El resultado de estas encuestas, sin embargo, siempre ha sido un misterio. El presidente echó a perder una oportunidad de capturar o matar a Osama bin Laden en Tora Bora, Afganistán al depender de las milicias locales—las que podían ser, y evidentemente lo fueron, sobornadas—para que fuesen tras él en lugar de arriesgarse a utilizar a las fuerzas estadounidenses de Operaciones Especiales por entonces en ese país. Cinco años más tarde, este más bien conspicuo líder terrorista y su importante compinche, Ayman al-Zawahiri, todavía no han sido aprehendidos. Después del 11/09, el número de ataques terroristas y de ataques terroristas suicidas en todo el mundo se ha incrementado drásticamente. Y la inconexa e innecesaria guerra en Irak sin lugar a dudas jugó un papel importante en incentivar más ataques al actuar como motivadora e incubadora del terrorismo yihadista radical.
Al Presidente Bush y otros políticos republicanos les gusta tenerlo de las dos maneras. Se jactan acerca de los esfuerzos en contra del terrorismo al alardear que los Estados Unidos no han tenido otro ataque desde el 11/09, a la vez que mantienen vivo el temor de otro ataque a fin de ganar los comicios. En síntesis, el presidente nos dice que estamos “más seguros pero no a salvo”. Tal alarmismo es exactamente lo que los terroristas desean. Los terroristas pueden ahorrar recursos llevando a cabo ataques importantes solamente de vez en cuando y confiar en que los temores irracionales de la gente y los gobiernos hagan el resto.
John Mueller, un politólogo de la Ohio State University, en un reciente artículo publicado en el journal Foreign Affaires, ilustra cuan rara es la amenaza del terrorismo para el estadounidense medio. Destacaba que las probabilidades de que un estadounidense resulte muerto en un ataque terrorista internacional son de una en 80.000—casi las mismas de ser impactado por un meteoro o un cometa. En razón de que la gran mayoría de los ataques terroristas contra estadounidenses o instalaciones o intereses de los EE.UU. ocurren en ultramar, no obstante, la persona promedio que vive en los Estados Unidos tiene un posibilidad aún menor de ser asesinado que la que Mueller estima. Por lo tanto, las ceremonias colectivas de angustia acerca de 11/09, aprovechadas por los políticos, solamente reavivan los temores excesivos de terrorismo entre los estadounidenses—ayudando de ese modo a que los terroristas alcancen su objetivo con menos gastos de dinero y vidas.
En contraste, el gobierno estadounidense ha despilfarrado $450 mil millones de dólares y consumido las vidas de muchos más soldados estadounidenses y de afganos e iraquíes inocentes en supuestamente combatir al terror que las 2.973 personas que fueron las victimas del 11/09. Las victimas militares de los EE.UU. en Afganistán e Irak recientemente sobrepasaron ese tiste total. Por supuesto, el gobierno de los Estados Unidos no publica información de los civiles afganos e iraquíes muertos, pero las estimaciones en Irak van desde 20.000 hasta 100.000. ¿Dónde están las ceremonias de recordación anuales impulsadas por los medios por todas estas personas?
En el futuro, los seres queridos de las victimas del 9/11 probablemente estarán mejor si nuestra sociedad los deja solos para que lloren en privado sin las fuertes luces de los medios. Y nuestro país ciertamente estará mejor si se libera de la combinación anual de auto-flagelación colectiva y alarmismo oportunista. Solamente los terroristas pierden al terminar con los entretenimientos anuales de los medios.
Traducido por Gabriel Gasave
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