Aunque en la superficie, las cosas han estado saliendo bien últimamente para el Presidente Bush en Irak—la muerte de Abu Musab al-Zarqawi, la instalación al fin de un gobierno permanente en Irak, y un voto de apoyo en la Cámara de representantes de los Estados Unidos para la política respecto de Irak del Presidente—es fácil olvidarse que aún si los Estados Unidos ganan la guerra en Irak, pierden. Incluso si la administración Bush eventualmente crea, en palabras de la resolución de la Cámara, un “Irak soberano, libre, seguro y unido”, el gran ganador será Irán.
El verdadero motivo detrás de la política estadounidense en Irak todavía permanece sombrío. Ciertamente el mismo no fue el de velar por la voluntad del pueblo en Irak. Si ese fuese el caso, la administración hubiese estado de acuerdo con la propuesta de algunos demócratas de establecer un cronograma para la retirada de las tropas de los EE.UU. de ese país. El presidente y el vicepresidente de Irak han solicitado uno, y el 80 por ciento de los iraquíes desea que las tropas estadounidenses se marchen a casa.
Algunos analistas alegan que los elementos neoconservadores de la administración deseaban eliminar a un enemigo de Israel. Otros alegan que Bush y Cheney querían arreglar asuntos inconclusos de la primera administración Bush y derribar al líder árabe que había supuestamente intentado asesinar al padre de Bush después de la primera Guerra del Golfo. Otra posibilidad es que los Estados Unidos sabían que estaban por perder sus bases militares en Arabia Saudita y necesitaban encontrar—o crear—otro país amistoso cerca del Golfo Pérsico que apoyase tal presencia militar. Pero nada en verdad, nada de esto importa mucho en virtud de que, cualquiera sea la verdadera justificación de la administración, la misma cometió una equivocación herculeana al no concentrarse en los efectos de la invasión sobre un jugador clave en la región—Irán.
Irán ha sido siempre la superpotencia regional el área del Golfo Pérsico. Esta circunstancia causó alarma en occidente cuando Mohammed Mossadegh, el por entonces Primer Ministro iraní, nacionalizó la industria petrolera de Irán en 1953. Un golpe de estado pergeñado por los servicios de inteligencia estadounidense y británico restauró en el poder al más amistoso para con occidente Shah Mohammed Reza Pahlavi. Apoyar a Irán, debido a su enorme población y abundantes reservas de petróleo, fue la clave de la política exterior estadounidense en el Golfo Pérsico durante gran parte de la Guerra Fría hasta que los iraníes se hartaron de la brutalidad y corrupción del Shah y lo destituyeron. Lo reemplazaron con un radical régimen teocrático hostil a los Estados Unidos. Tan alarmado estaba el gobierno estadounidense respecto de este Nuevo régimen iraní que apoyó a Saddam Hussein en la guerra Irak-Irán durante los años 80’. Sin embargo, después de la guerra, Saddam invadió al vecino Kuwait en respuesta a la inclinada perforación de petróleo por parte de Kuwait por debajo del territorio iraquí. En lugar de advertirle a Saddam contra futuros movimientos en contra de Arabia Saudita y de desplegar unos pocos efectivos estadounidenses allí para actuar como una trampa contra dicha futura acción iraquí, el Presidente George H. W. Bush eligió demoler a la mitad del ejército de Saddam y la totalidad de su fuerza aérea en el proceso de liberar a Kuwait.
Por supuesto, la Tormenta del Desierto debilitó a Irak como un contrapeso contra el gorila iraní de 800 libras, pero al menos el padre del actual presidente se percató de que arrasar por completo al régimen de Saddam le hubiese dado a Irán un reinado libre en la región.
Por lo tanto, no se necesita ser un experto para ver que invadir Irak para matar al ya herido ejército iraquí hubiese convertido a Irán—actualmente gobernado por el despótico Ayatollah Khameini—en la potencia dominante en la región en los años venideros. Durante la ocupación, el Presidente Bush probó que ciertamente no era un experto al desmembrar lo que quedaba de las aplastadas fuerzas de seguridad iraquíes.
El General William Odom, ex titular de la Agencia de Seguridad Nacional y un conservador, se opuso a la Guerra de Vietnam porque consideraba que la participación estadounidense allí ayudaba al principal adversario de los EE.UU.—la Unión Soviética. De manera similar, se oponía a la invasión de Irak en razón de que la misma ayudaba al país más hostil a los Estados Unidos en el Golfo Pérsico—Irán. Irán se encuentra actualmente financiando, entrenando, y apoyando a los milicianos chiítas en Irak, algunos de los cuales están masacrando a los árabes sunnitas. Sin un Saddam Hussein que mantenga unido al indócil Irak, la influencia iraní allí se ha incrementado enormemente.
Lamentablemente, la administración Bush, inconsciente a las desoladoras realidades geopolíticas de la región, ha estado desperdiciando vidas y dinero estadounidenses—$320 mil millones hasta ahora—para ayudar a que Irán expanda su rol como una superpotencia regional.
*Nota del Traductor:
George Gipp, el «Gipper,» fue unos de los atletas más famosos de su generación, la gran figura de los años 20. Dicen que era la cabeza, el espinazo y las manos del equipo de la University of Notre Dame. Pescó una neumonía en un partido importante y murió de repente, en plena gloria. Se afirma que el entrenador de Notre Dame, el célebre Knute Rockne, en el primer partido importante tras el deceso del jugador, les pidió a sus pupilos que salieran a ganar, arengándolos al grito de «Win one for the Gipper.»
La anécdota es sentimental pero eficaz, porque la invocación al compañero caído puede convertirse en un toque de clarín. El relato fue llevado al cine con Pat O»Brien en el papel de Rockne y Ronald Reagan en el rol de Gipp. Este último, utilizó la famosa frase en su campaña presidencial, pidiendo que «Voten por el Gipper.»
Ganen por el Gipper* (Ayatollah Khameini)
Aunque en la superficie, las cosas han estado saliendo bien últimamente para el Presidente Bush en Irak—la muerte de Abu Musab al-Zarqawi, la instalación al fin de un gobierno permanente en Irak, y un voto de apoyo en la Cámara de representantes de los Estados Unidos para la política respecto de Irak del Presidente—es fácil olvidarse que aún si los Estados Unidos ganan la guerra en Irak, pierden. Incluso si la administración Bush eventualmente crea, en palabras de la resolución de la Cámara, un “Irak soberano, libre, seguro y unido”, el gran ganador será Irán.
El verdadero motivo detrás de la política estadounidense en Irak todavía permanece sombrío. Ciertamente el mismo no fue el de velar por la voluntad del pueblo en Irak. Si ese fuese el caso, la administración hubiese estado de acuerdo con la propuesta de algunos demócratas de establecer un cronograma para la retirada de las tropas de los EE.UU. de ese país. El presidente y el vicepresidente de Irak han solicitado uno, y el 80 por ciento de los iraquíes desea que las tropas estadounidenses se marchen a casa.
Algunos analistas alegan que los elementos neoconservadores de la administración deseaban eliminar a un enemigo de Israel. Otros alegan que Bush y Cheney querían arreglar asuntos inconclusos de la primera administración Bush y derribar al líder árabe que había supuestamente intentado asesinar al padre de Bush después de la primera Guerra del Golfo. Otra posibilidad es que los Estados Unidos sabían que estaban por perder sus bases militares en Arabia Saudita y necesitaban encontrar—o crear—otro país amistoso cerca del Golfo Pérsico que apoyase tal presencia militar. Pero nada en verdad, nada de esto importa mucho en virtud de que, cualquiera sea la verdadera justificación de la administración, la misma cometió una equivocación herculeana al no concentrarse en los efectos de la invasión sobre un jugador clave en la región—Irán.
Irán ha sido siempre la superpotencia regional el área del Golfo Pérsico. Esta circunstancia causó alarma en occidente cuando Mohammed Mossadegh, el por entonces Primer Ministro iraní, nacionalizó la industria petrolera de Irán en 1953. Un golpe de estado pergeñado por los servicios de inteligencia estadounidense y británico restauró en el poder al más amistoso para con occidente Shah Mohammed Reza Pahlavi. Apoyar a Irán, debido a su enorme población y abundantes reservas de petróleo, fue la clave de la política exterior estadounidense en el Golfo Pérsico durante gran parte de la Guerra Fría hasta que los iraníes se hartaron de la brutalidad y corrupción del Shah y lo destituyeron. Lo reemplazaron con un radical régimen teocrático hostil a los Estados Unidos. Tan alarmado estaba el gobierno estadounidense respecto de este Nuevo régimen iraní que apoyó a Saddam Hussein en la guerra Irak-Irán durante los años 80’. Sin embargo, después de la guerra, Saddam invadió al vecino Kuwait en respuesta a la inclinada perforación de petróleo por parte de Kuwait por debajo del territorio iraquí. En lugar de advertirle a Saddam contra futuros movimientos en contra de Arabia Saudita y de desplegar unos pocos efectivos estadounidenses allí para actuar como una trampa contra dicha futura acción iraquí, el Presidente George H. W. Bush eligió demoler a la mitad del ejército de Saddam y la totalidad de su fuerza aérea en el proceso de liberar a Kuwait.
Por supuesto, la Tormenta del Desierto debilitó a Irak como un contrapeso contra el gorila iraní de 800 libras, pero al menos el padre del actual presidente se percató de que arrasar por completo al régimen de Saddam le hubiese dado a Irán un reinado libre en la región.
Por lo tanto, no se necesita ser un experto para ver que invadir Irak para matar al ya herido ejército iraquí hubiese convertido a Irán—actualmente gobernado por el despótico Ayatollah Khameini—en la potencia dominante en la región en los años venideros. Durante la ocupación, el Presidente Bush probó que ciertamente no era un experto al desmembrar lo que quedaba de las aplastadas fuerzas de seguridad iraquíes.
El General William Odom, ex titular de la Agencia de Seguridad Nacional y un conservador, se opuso a la Guerra de Vietnam porque consideraba que la participación estadounidense allí ayudaba al principal adversario de los EE.UU.—la Unión Soviética. De manera similar, se oponía a la invasión de Irak en razón de que la misma ayudaba al país más hostil a los Estados Unidos en el Golfo Pérsico—Irán. Irán se encuentra actualmente financiando, entrenando, y apoyando a los milicianos chiítas en Irak, algunos de los cuales están masacrando a los árabes sunnitas. Sin un Saddam Hussein que mantenga unido al indócil Irak, la influencia iraní allí se ha incrementado enormemente.
Lamentablemente, la administración Bush, inconsciente a las desoladoras realidades geopolíticas de la región, ha estado desperdiciando vidas y dinero estadounidenses—$320 mil millones hasta ahora—para ayudar a que Irán expanda su rol como una superpotencia regional.
*Nota del Traductor:
George Gipp, el «Gipper,» fue unos de los atletas más famosos de su generación, la gran figura de los años 20. Dicen que era la cabeza, el espinazo y las manos del equipo de la University of Notre Dame. Pescó una neumonía en un partido importante y murió de repente, en plena gloria. Se afirma que el entrenador de Notre Dame, el célebre Knute Rockne, en el primer partido importante tras el deceso del jugador, les pidió a sus pupilos que salieran a ganar, arengándolos al grito de «Win one for the Gipper.»
La anécdota es sentimental pero eficaz, porque la invocación al compañero caído puede convertirse en un toque de clarín. El relato fue llevado al cine con Pat O»Brien en el papel de Rockne y Ronald Reagan en el rol de Gipp. Este último, utilizó la famosa frase en su campaña presidencial, pidiendo que «Voten por el Gipper.»
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