La revista Parade realizó recientemente una categorización de los veinte peores dictadores actualmente en el poder. Varios de los nombres resultan familiares—Fidel Castro, Muammar Qaddafi, Kim Jong-Il, Robert Mugabe y otros. Todos ellos son culpables de violaciones a los derechos humanos y en algunos casos han cometido un absoluto genocidio. Pero hay otro rasgo en común entre todos estos veinte líderes—cada uno de ellos ha recibido ayuda externa de parte de prósperos países occidentales.
La retórica popular de Washington D.C. sostiene que la ayuda para el desarrollo debería ser dispensada a aquellos países libres de corrupción y que cuenten con leyes y políticas tendientes a apoyar el crecimiento económico sostenido. El Presidente Bush creó las Cuentas de Desafío del Milenio (MCA como se las conoce en inglés) a efectos de encauzar la ayuda a dichos países. Sin embargo, pocas naciones han reunido los requisitos para el programa y poco dinero ha sido en verdad desembolsado. En cambio, encontramos que tanto los Estados Unidos como sus países socios en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD es su sigla en inglés), han contribuido con gran parte de la ayuda a estos regímenes opresivos.
La revista Parade posicionó a Omar al-Bashir de Sudan como el peor dictador del mundo. Durante su reinado, los países de la OECD le otorgaron a su régimen más de $6 mil millones en concepto de asistencia de carácter no militar. Los EE.UU. aportaron más de $1.000 millones de esa ayuda. Kim Jong-Il fue calificado como el segundo peor dictador y recibió un poco más de $1.000 millones en ayuda, procediendo de los Estados Unidos más de la mitad de esa suma. Than Shwe de Myanmar, Robert Mugabe de Zimbabwe, e Islam Karimov de Uzbekistán completan la nómina de los cinco principales dictadores del trabajo realizado por la publicación. Los EE.UU. contribuyeron con $32 millones para Myanmar, $1.100 millones para Zimbabwe, y $385 millones para Uzbekistán.
En conjunto, los países de la OECD contribuyeron con asistencia a todos los 20 peores dictadores de Parade. Combinados, estos líderes recibieron casi $55 mil millones en concepto de ayuda. Los Estados Unidos asistieron a 19 de los 20 peores dictadores; el Rey Abdulla de Arabia Saudita fue por alguna razón dejado fuera del tren de la ganga estadounidense. En total, los EE.UU. contribuyeron con más de $7 mil millones en ayuda a estos dirigentes. En Corea del Norte, Bielorrusia, Etiopía, Suazilandia, Turkmenistán, y Uzbekistán los EE.UU. aportaron más del 20 por ciento del total de la asistencia que estos países recibieron de parte de las naciones de la OECD.
La asistencia gubernamentalmente patrocinada ha fracasado en promover el crecimiento económico en el tercer mundo. De 1970 a 2000, más de $400 mil millones fueron vertidos en los países africanos pobres, los cuales no tienen desarrollo alguno que exhibir a cambio de los mismos. La lista de dictadores de Parade hace que nuestra asistencia externa récord resulte aún más perturbadora. La misma no solamente ha fallado en promover el desarrollo, en muchos casos nuestra ayuda ha apoyado a dictaduras opresivas.
Siguiendo a la reciente victoria de Hamas en las elecciones de Palestina, la Secretaria de Estado Condoleezza Rice amenazó con cancelar la ayuda a Palestina, sosteniendo que, “Los Estados Unidos no están preparados para financiar a una organización que aboga por la destrucción de Israel, que defiende la violencia y que rechaza sus obligaciones”. Quizás los EE.UU. deberían aplicarle también esa política a los dictadores que aparecen en la lista de Parade. Al suministrarle ayuda a estos dictadores los Estados Unidos les han proporcionado una fuente de fondos para que los utilicen a efectos de asegurarse el apoyo político y lograr probablemente así prolongar sus reinados opresivos.
La primera regla de una política de crecimiento debería ser la de que no cause ningún perjuicio. Desdichadamente, la asistencia de la OECD y de los Estados Unidos ha fallado en promover el desarrollo y ha causado activamente un perjuicio al asistir a dictaduras intolerantes. Esta clase de ayuda tiende también lamentablemente a socavar la libertad económica mediante la politización de la vida económica en el país beneficiario y la preservación de regímenes ineficientes. Durante los últimos 30 años la ayuda al desarrollo ha disminuido los índices de libertad económica tanto en las dictaduras como en las democracias. A fin de promover la libertad de la mejor manera, y consecuentemente el crecimiento, deberíamos ponerle fin a la asistencia para el desarrollo tanto para los dictadores como para las democracias por igual.
El dinero estadounidense ayuda a los peores dictadores del mundo
La revista Parade realizó recientemente una categorización de los veinte peores dictadores actualmente en el poder. Varios de los nombres resultan familiares—Fidel Castro, Muammar Qaddafi, Kim Jong-Il, Robert Mugabe y otros. Todos ellos son culpables de violaciones a los derechos humanos y en algunos casos han cometido un absoluto genocidio. Pero hay otro rasgo en común entre todos estos veinte líderes—cada uno de ellos ha recibido ayuda externa de parte de prósperos países occidentales.
La retórica popular de Washington D.C. sostiene que la ayuda para el desarrollo debería ser dispensada a aquellos países libres de corrupción y que cuenten con leyes y políticas tendientes a apoyar el crecimiento económico sostenido. El Presidente Bush creó las Cuentas de Desafío del Milenio (MCA como se las conoce en inglés) a efectos de encauzar la ayuda a dichos países. Sin embargo, pocas naciones han reunido los requisitos para el programa y poco dinero ha sido en verdad desembolsado. En cambio, encontramos que tanto los Estados Unidos como sus países socios en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD es su sigla en inglés), han contribuido con gran parte de la ayuda a estos regímenes opresivos.
La revista Parade posicionó a Omar al-Bashir de Sudan como el peor dictador del mundo. Durante su reinado, los países de la OECD le otorgaron a su régimen más de $6 mil millones en concepto de asistencia de carácter no militar. Los EE.UU. aportaron más de $1.000 millones de esa ayuda. Kim Jong-Il fue calificado como el segundo peor dictador y recibió un poco más de $1.000 millones en ayuda, procediendo de los Estados Unidos más de la mitad de esa suma. Than Shwe de Myanmar, Robert Mugabe de Zimbabwe, e Islam Karimov de Uzbekistán completan la nómina de los cinco principales dictadores del trabajo realizado por la publicación. Los EE.UU. contribuyeron con $32 millones para Myanmar, $1.100 millones para Zimbabwe, y $385 millones para Uzbekistán.
En conjunto, los países de la OECD contribuyeron con asistencia a todos los 20 peores dictadores de Parade. Combinados, estos líderes recibieron casi $55 mil millones en concepto de ayuda. Los Estados Unidos asistieron a 19 de los 20 peores dictadores; el Rey Abdulla de Arabia Saudita fue por alguna razón dejado fuera del tren de la ganga estadounidense. En total, los EE.UU. contribuyeron con más de $7 mil millones en ayuda a estos dirigentes. En Corea del Norte, Bielorrusia, Etiopía, Suazilandia, Turkmenistán, y Uzbekistán los EE.UU. aportaron más del 20 por ciento del total de la asistencia que estos países recibieron de parte de las naciones de la OECD.
La asistencia gubernamentalmente patrocinada ha fracasado en promover el crecimiento económico en el tercer mundo. De 1970 a 2000, más de $400 mil millones fueron vertidos en los países africanos pobres, los cuales no tienen desarrollo alguno que exhibir a cambio de los mismos. La lista de dictadores de Parade hace que nuestra asistencia externa récord resulte aún más perturbadora. La misma no solamente ha fallado en promover el desarrollo, en muchos casos nuestra ayuda ha apoyado a dictaduras opresivas.
Siguiendo a la reciente victoria de Hamas en las elecciones de Palestina, la Secretaria de Estado Condoleezza Rice amenazó con cancelar la ayuda a Palestina, sosteniendo que, “Los Estados Unidos no están preparados para financiar a una organización que aboga por la destrucción de Israel, que defiende la violencia y que rechaza sus obligaciones”. Quizás los EE.UU. deberían aplicarle también esa política a los dictadores que aparecen en la lista de Parade. Al suministrarle ayuda a estos dictadores los Estados Unidos les han proporcionado una fuente de fondos para que los utilicen a efectos de asegurarse el apoyo político y lograr probablemente así prolongar sus reinados opresivos.
La primera regla de una política de crecimiento debería ser la de que no cause ningún perjuicio. Desdichadamente, la asistencia de la OECD y de los Estados Unidos ha fallado en promover el desarrollo y ha causado activamente un perjuicio al asistir a dictaduras intolerantes. Esta clase de ayuda tiende también lamentablemente a socavar la libertad económica mediante la politización de la vida económica en el país beneficiario y la preservación de regímenes ineficientes. Durante los últimos 30 años la ayuda al desarrollo ha disminuido los índices de libertad económica tanto en las dictaduras como en las democracias. A fin de promover la libertad de la mejor manera, y consecuentemente el crecimiento, deberíamos ponerle fin a la asistencia para el desarrollo tanto para los dictadores como para las democracias por igual.
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