Después de la Cumbre de las Américas, desarrollada hace poco en Mar del Plata, Argentina, muchos analistas coinciden en que se ha producido una división entre dos grandes bloques dentro de nuestro continente: estarían, por un lado, los 29 países que intentan que cobre nueva vida el ALCA, la amplia zona de libre comercio que abarcaría desde Alaska hasta la Patagonia y que parece tener ahora posibilidades de resucitar, y quedarían –en el otro bando- los cuatro países del Mercosur y Venezuela. México, Panamá y los Estados Unidos parecen encabezar el primer grupo, en tanto que Brasil, como socio más poderoso de mercado del sur, sería la nación que lideriza el campo opuesto.
Pero esta visión de las cosas, que tiene algo de verdad, pasa por alto sin embargo algunas circunstancias que, en realidad, apuntan hacia una división continental de una naturaleza diferente. El viaje de Bush a Brasil y el conflicto que ahora se ha abierto entre México y Venezuela indican que estamos ante una realidad más compleja, donde se entrelazan discrepancias comerciales pero también, y de un modo más decisivo, rupturas políticas e ideológicas de fondo.
Lo que desea Brasil, como motor económico del Mercosur, es mantener las ventajas que le proporciona este acuerdo, en el que posee una posición privilegiada gracias a la gran diferencia entre su poderosa economía y las mucho más débiles de Argentina, Uruguay y Paraguay. El Mercosur es un mercado bastante proteccionista, que establece fuertes barreras arancelarias para los países externos al grupo, lo que otorga a Brasil un campo fértil para el desarrollo de sus industrias. Pero no hay detrás de esta dureza brasilera ningún rechazo ideológico de principio al libre comercio: lo que desea Brasil, como país exportador de productos agrícolas, es que los Estados Unidos reduzcan los subsidios que otorgan a sus agricultores, para poder penetrar ese amplio y codiciado mercado con sus productos. Lo que hace el país del sur, en definitiva, es asumir una posición de dureza en las negociaciones para obtener beneficios especiales cuando se alcance un mercado común continental: se trata del viejo proteccionismo de siempre, de un nacionalismo económico que, aunque con cierta cautela, acepta los beneficios de la globalización y desea sin duda incorporarse a ella.
La posición de Venezuela es, en cambio, completamente diferente. Para el mandatario venezolano se trata, ante todo, de mostrarse como el paladín de quienes se oponen, por principio, al libre comercio, mientras se erige a la vez como el contrincante implacable de los Estados Unidos. Por eso Chávez se asume como el representante oficioso de la Cuba de Fidel Castro y por eso ha dirigido sus baterías contra Vicente Fox, el presidente mexicano que puso otra vez sobre el tapete el tema del ALCA en la reunión de Mar del Plata y que le dirigió algunas críticas a sus radicales opiniones. Esto le dio a Chávez la oportunidad que buscaba para mantenerse en la primera plana de los medios de comunicación. Pero se excedió, sin alcanzar a medir las consecuencias: al llamar a Fox “cachorro arrodillado ante el Imperio” el venezolano quebró las normas básicas de la cortesía diplomática, ofendió a una de las más importantes naciones del mundo y terminó por crear un incidente que ha llevado a la práctica ruptura de las relaciones entre ambos países.
Hugo Chávez ha utilizado las armas que acostumbra a emplear contra la oposición local: insultos, diatribas y amenazas que pretenden amedrentar al adversario y que, cuando conviene, son luego cambiadas por una actitud aparentemente conciliatoria, que le sirve para negociar desde una posición de fuerza. Pero, claro está, esta técnica no le ha servido ante México, un país de tradición nacionalista donde este modo de proceder no puede ser aceptado.
De los dos hechos que acabamos de relatar surge, entonces, un el panorama actual de la región: no son 29 sino 33 las naciones que, con mayores o menores reservas, intentan promover el bienestar de sus pueblos mediante ampliados acuerdos comerciales. Sólo Venezuela, en muy estrecha alianza con Cuba, pretende crear un movimiento diferente, que excluya a los Estados Unidos y se encamine directamente hacia el socialismo.
El resto del continente busca la integración. Centroamérica y República Dominicana, ya aprobado el CAFTA, lo pondrán en vigencia a comienzos del próximo año, con lo que en la práctica se integrarán a la zona de libre comercio de América del Norte que de un modo tan señalado ha impulsado la economía mexicana. Chile ya tiene un acuerdo con los Estados Unidos y posee una economía de las más libres de la región, en tanto que Colombia, Perú y Ecuador están negociando ahora un tratado con los países del norte. En resumen, sólo Brasil y el Mercosur manifiestan por ahora ciertas reticencias, que las rondas comerciales que se desarrollan actualmente podrían eliminar casi por completo. Venezuela, lamentablemente, se está quedando sola y es difícil que pueda ampliar mucho su pequeño club socialista, sólo respaldado por ahora por el decano de los dictadores del mundo.
La división de las Américas
Después de la Cumbre de las Américas, desarrollada hace poco en Mar del Plata, Argentina, muchos analistas coinciden en que se ha producido una división entre dos grandes bloques dentro de nuestro continente: estarían, por un lado, los 29 países que intentan que cobre nueva vida el ALCA, la amplia zona de libre comercio que abarcaría desde Alaska hasta la Patagonia y que parece tener ahora posibilidades de resucitar, y quedarían –en el otro bando- los cuatro países del Mercosur y Venezuela. México, Panamá y los Estados Unidos parecen encabezar el primer grupo, en tanto que Brasil, como socio más poderoso de mercado del sur, sería la nación que lideriza el campo opuesto.
Pero esta visión de las cosas, que tiene algo de verdad, pasa por alto sin embargo algunas circunstancias que, en realidad, apuntan hacia una división continental de una naturaleza diferente. El viaje de Bush a Brasil y el conflicto que ahora se ha abierto entre México y Venezuela indican que estamos ante una realidad más compleja, donde se entrelazan discrepancias comerciales pero también, y de un modo más decisivo, rupturas políticas e ideológicas de fondo.
Lo que desea Brasil, como motor económico del Mercosur, es mantener las ventajas que le proporciona este acuerdo, en el que posee una posición privilegiada gracias a la gran diferencia entre su poderosa economía y las mucho más débiles de Argentina, Uruguay y Paraguay. El Mercosur es un mercado bastante proteccionista, que establece fuertes barreras arancelarias para los países externos al grupo, lo que otorga a Brasil un campo fértil para el desarrollo de sus industrias. Pero no hay detrás de esta dureza brasilera ningún rechazo ideológico de principio al libre comercio: lo que desea Brasil, como país exportador de productos agrícolas, es que los Estados Unidos reduzcan los subsidios que otorgan a sus agricultores, para poder penetrar ese amplio y codiciado mercado con sus productos. Lo que hace el país del sur, en definitiva, es asumir una posición de dureza en las negociaciones para obtener beneficios especiales cuando se alcance un mercado común continental: se trata del viejo proteccionismo de siempre, de un nacionalismo económico que, aunque con cierta cautela, acepta los beneficios de la globalización y desea sin duda incorporarse a ella.
La posición de Venezuela es, en cambio, completamente diferente. Para el mandatario venezolano se trata, ante todo, de mostrarse como el paladín de quienes se oponen, por principio, al libre comercio, mientras se erige a la vez como el contrincante implacable de los Estados Unidos. Por eso Chávez se asume como el representante oficioso de la Cuba de Fidel Castro y por eso ha dirigido sus baterías contra Vicente Fox, el presidente mexicano que puso otra vez sobre el tapete el tema del ALCA en la reunión de Mar del Plata y que le dirigió algunas críticas a sus radicales opiniones. Esto le dio a Chávez la oportunidad que buscaba para mantenerse en la primera plana de los medios de comunicación. Pero se excedió, sin alcanzar a medir las consecuencias: al llamar a Fox “cachorro arrodillado ante el Imperio” el venezolano quebró las normas básicas de la cortesía diplomática, ofendió a una de las más importantes naciones del mundo y terminó por crear un incidente que ha llevado a la práctica ruptura de las relaciones entre ambos países.
Hugo Chávez ha utilizado las armas que acostumbra a emplear contra la oposición local: insultos, diatribas y amenazas que pretenden amedrentar al adversario y que, cuando conviene, son luego cambiadas por una actitud aparentemente conciliatoria, que le sirve para negociar desde una posición de fuerza. Pero, claro está, esta técnica no le ha servido ante México, un país de tradición nacionalista donde este modo de proceder no puede ser aceptado.
De los dos hechos que acabamos de relatar surge, entonces, un el panorama actual de la región: no son 29 sino 33 las naciones que, con mayores o menores reservas, intentan promover el bienestar de sus pueblos mediante ampliados acuerdos comerciales. Sólo Venezuela, en muy estrecha alianza con Cuba, pretende crear un movimiento diferente, que excluya a los Estados Unidos y se encamine directamente hacia el socialismo.
El resto del continente busca la integración. Centroamérica y República Dominicana, ya aprobado el CAFTA, lo pondrán en vigencia a comienzos del próximo año, con lo que en la práctica se integrarán a la zona de libre comercio de América del Norte que de un modo tan señalado ha impulsado la economía mexicana. Chile ya tiene un acuerdo con los Estados Unidos y posee una economía de las más libres de la región, en tanto que Colombia, Perú y Ecuador están negociando ahora un tratado con los países del norte. En resumen, sólo Brasil y el Mercosur manifiestan por ahora ciertas reticencias, que las rondas comerciales que se desarrollan actualmente podrían eliminar casi por completo. Venezuela, lamentablemente, se está quedando sola y es difícil que pueda ampliar mucho su pequeño club socialista, sólo respaldado por ahora por el decano de los dictadores del mundo.
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