La Cuarta Cumbre de las Américas—una reunión de treinta y cuatro jefes de estado—tendrá lugar este próximo fin de semana en el balneario argentino de Mar del Plata. ¿Con qué se encontrará exactamente el Presidente George W. Bush en la Cumbre y cómo debería responder?
Se encontrará con tres América Latinas muy disímiles. Una está signada por el regreso del populismo, un movimiento que guarda poca similitud con el populismo jeffersoniano. Una segunda está marcada por una inercia dirigencial y la tercera implica algún progreso a costa del aislamiento.
El regreso del populismo a América Latina, el acontecimiento más significativo de los últimos años, combina el autoritarismo de las grandes clientelas dependientes de las limosnas gubernamentales, el resurgimiento de los conglomerados de propiedad estatal, una guerra de clases contra las empresas privadas y algo de inflación. Esta es la recreación de una tendencia que ha marcado de manera intermitente a la región desde la revolución mejicana. Con variada intensidad, es personificada por Hugo Chávez de Venezuela, Néstor Kirchner de Argentina, y el aspirante a presidente Evo Morales de Bolivia.
Chávez se encuentra actualmente expropiando fábricas y fincas agrícolas en Venezuela a las que considera “improductivas”. Kirchner está inflando la moneda argentina; en los últimos veintidós meses, la tasa de inflación ha sido más alta que en los ocho años previos. Como se vio en las elecciones legislativas de la semana pasada, ha construido una clientela local en la importantísima provincia de Buenos Aires mediante la masiva distribución de alimentos y de artefactos para el hogar, y sus dádivas mensuales en efectivo a millones de personas. Por su parte, Morales, quien está empatado por el primer lugar en Bolivia, está haciendo campaña sobre la base de prometer la nacionalización de las segundas reservas petrolíferas más grandes del continente.
Sabemos a donde conduce todo esto. Estas mismas políticas consolidaron el retroceso de América Latina en la segunda mitad del siglo 20. En las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la agricultura creció a la mitad de la tasa que la industria debido al ataque contra la propiedad privada en el campo en beneficio de la burocracia. El resultado económico puede ser resumido con un ejemplo: entre los años 70 y los 90, el ingreso per cápita de Argentina se redujo en un cuarto.
Luego, hay un segundo grupo de países al que se enfrentará Bush en Mar del Plata—tales como México, Perú, y Brasil-, caracterizado por la ausencia de reformas. Bajo la apariencia de tasas de crecimiento razonables debidas a los altos precios (temporales) de los productos primarios, el status quo implica un sistema de privilegios. Por ejemplo, tres millones de pequeñas y medianas empresas peruanas-el 98 por ciento de todas las empresas del país-no son capaces de producir más del 38 por ciento de la riqueza en razón de las barreras a la competencia y las restricciones legales. Los populistas hacen su agosto contra esta clase de status quo.
Finalmente, existe un tercer grupo más pequeño de países que están haciendo las cosas un poco mejor pero que viven en un relativo aislamiento. Chile y Colombia son dos ejemplos. Chile ha anunciado recientemente la firma inminente de su enésimo acuerdo de libre comercio—esta vez con China—mientras que Colombia es el único país en el cual ha habido un significativo incremento en el número de nuevas empresas, gracias a la eliminación de algunos trámites burocráticos y barreras legales.
Pero estos dos países tienen limitaciones. Los colombianos están ocupados en una guerra contra los narco-guerrilleros y Chile tiene, por razones históricas, relaciones difíciles con sus vecinos, lo que limita su capacidad de influir en el área. Y tampoco Chile está interesado en exportar su modelo. A juzgar por el reciente debate entre los candidatos a la presidencia que competirán en los comicios de diciembre próximo, ese país se encuentra atrapado en cierta retórica populista. Los cuatro candidatos, por ejemplo, prometieron reformar el exitoso sistema privado de jubilaciones no mediante la remoción de las restricciones sobrevivientes a la competencia ni el tránsito hacia acuerdos más voluntarios, sino mediante el fortalecimiento del rol del Estado.
Por lo tanto, ¿qué debería hacer el Presidente de los Estados Unidos respecto de un continente en el cual el populismo está llevando las de ganar a través de la acción o de la omisión? Aunque parezca extraño, lo mejor es no hacer nada deliberado. Cualquier acción forzada solamente jugará a favor de los populistas, quienes siempre han alimentado los sentimientos anti-estadounidenses gracias en parte a los errores de la política exterior de los EE.UU..
Esto no significa que los Estados Unidos no puedan hacer algo para alentar las buenas tendencias en la región. La remoción de los obstáculos al comercio aún existentes, la eliminación de los subsidios a los agricultores y a las industrias, y comenzar a “desnarcotizar” el enfoque de los asuntos andinos—del cual Evo Morales es de alguna forma un epifenómeno—ayudará en el largo plazo. No resolverá el problema porque el problema solamente puede ser resuelto desde adentro. Pero hará que la tarea de aquellos que tratan de contener a la marea populista sea menos hercúlea.
El precio para el libre comercio del populismo
La Cuarta Cumbre de las Américas—una reunión de treinta y cuatro jefes de estado—tendrá lugar este próximo fin de semana en el balneario argentino de Mar del Plata. ¿Con qué se encontrará exactamente el Presidente George W. Bush en la Cumbre y cómo debería responder?
Se encontrará con tres América Latinas muy disímiles. Una está signada por el regreso del populismo, un movimiento que guarda poca similitud con el populismo jeffersoniano. Una segunda está marcada por una inercia dirigencial y la tercera implica algún progreso a costa del aislamiento.
El regreso del populismo a América Latina, el acontecimiento más significativo de los últimos años, combina el autoritarismo de las grandes clientelas dependientes de las limosnas gubernamentales, el resurgimiento de los conglomerados de propiedad estatal, una guerra de clases contra las empresas privadas y algo de inflación. Esta es la recreación de una tendencia que ha marcado de manera intermitente a la región desde la revolución mejicana. Con variada intensidad, es personificada por Hugo Chávez de Venezuela, Néstor Kirchner de Argentina, y el aspirante a presidente Evo Morales de Bolivia.
Chávez se encuentra actualmente expropiando fábricas y fincas agrícolas en Venezuela a las que considera “improductivas”. Kirchner está inflando la moneda argentina; en los últimos veintidós meses, la tasa de inflación ha sido más alta que en los ocho años previos. Como se vio en las elecciones legislativas de la semana pasada, ha construido una clientela local en la importantísima provincia de Buenos Aires mediante la masiva distribución de alimentos y de artefactos para el hogar, y sus dádivas mensuales en efectivo a millones de personas. Por su parte, Morales, quien está empatado por el primer lugar en Bolivia, está haciendo campaña sobre la base de prometer la nacionalización de las segundas reservas petrolíferas más grandes del continente.
Sabemos a donde conduce todo esto. Estas mismas políticas consolidaron el retroceso de América Latina en la segunda mitad del siglo 20. En las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la agricultura creció a la mitad de la tasa que la industria debido al ataque contra la propiedad privada en el campo en beneficio de la burocracia. El resultado económico puede ser resumido con un ejemplo: entre los años 70 y los 90, el ingreso per cápita de Argentina se redujo en un cuarto.
Luego, hay un segundo grupo de países al que se enfrentará Bush en Mar del Plata—tales como México, Perú, y Brasil-, caracterizado por la ausencia de reformas. Bajo la apariencia de tasas de crecimiento razonables debidas a los altos precios (temporales) de los productos primarios, el status quo implica un sistema de privilegios. Por ejemplo, tres millones de pequeñas y medianas empresas peruanas-el 98 por ciento de todas las empresas del país-no son capaces de producir más del 38 por ciento de la riqueza en razón de las barreras a la competencia y las restricciones legales. Los populistas hacen su agosto contra esta clase de status quo.
Finalmente, existe un tercer grupo más pequeño de países que están haciendo las cosas un poco mejor pero que viven en un relativo aislamiento. Chile y Colombia son dos ejemplos. Chile ha anunciado recientemente la firma inminente de su enésimo acuerdo de libre comercio—esta vez con China—mientras que Colombia es el único país en el cual ha habido un significativo incremento en el número de nuevas empresas, gracias a la eliminación de algunos trámites burocráticos y barreras legales.
Pero estos dos países tienen limitaciones. Los colombianos están ocupados en una guerra contra los narco-guerrilleros y Chile tiene, por razones históricas, relaciones difíciles con sus vecinos, lo que limita su capacidad de influir en el área. Y tampoco Chile está interesado en exportar su modelo. A juzgar por el reciente debate entre los candidatos a la presidencia que competirán en los comicios de diciembre próximo, ese país se encuentra atrapado en cierta retórica populista. Los cuatro candidatos, por ejemplo, prometieron reformar el exitoso sistema privado de jubilaciones no mediante la remoción de las restricciones sobrevivientes a la competencia ni el tránsito hacia acuerdos más voluntarios, sino mediante el fortalecimiento del rol del Estado.
Por lo tanto, ¿qué debería hacer el Presidente de los Estados Unidos respecto de un continente en el cual el populismo está llevando las de ganar a través de la acción o de la omisión? Aunque parezca extraño, lo mejor es no hacer nada deliberado. Cualquier acción forzada solamente jugará a favor de los populistas, quienes siempre han alimentado los sentimientos anti-estadounidenses gracias en parte a los errores de la política exterior de los EE.UU..
Esto no significa que los Estados Unidos no puedan hacer algo para alentar las buenas tendencias en la región. La remoción de los obstáculos al comercio aún existentes, la eliminación de los subsidios a los agricultores y a las industrias, y comenzar a “desnarcotizar” el enfoque de los asuntos andinos—del cual Evo Morales es de alguna forma un epifenómeno—ayudará en el largo plazo. No resolverá el problema porque el problema solamente puede ser resuelto desde adentro. Pero hará que la tarea de aquellos que tratan de contener a la marea populista sea menos hercúlea.
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