Los arquitectos originales del imperio estadounidense—mucho antes de su celebración por parte de los conservadores de la actualidad—entendieron la importancia de la legitimidad en la empresa neo-colonialista.
A fin de alcanzar algún grado de legitimidad, era importante crear un chiflado nativo—lo que algunos llaman un “comprador”—que dependiera fuertemente del poder estadounidense para gobernar según los intereses del gobierno de los EE.UU..
En Irak hemos tenido a los proverbiales “Tres Chiflados,” como en las películas, a menudo golpeándose entre sí. El primero de ellos fue Saddam Hussein, quien resultó esencial para ayudar a desalojar a los británicos del control de Irak y luego para atacar a Irán, pero quien se volvió tan sólo demasiado grande para sus mentores. Él ha sido seguido de lejos, con menos éxito, por Ahmed Chalabi y actualmente por Iyad Allawi.
Con toda la atención puesta sobre Irak y Afganistán, y con las elecciones tanto las de esas naciones como así también las de los Estados Unidos, ocupando gran parte de los noticiosos, es fácil perder de vista a las políticas de largo plazo de los EE.UU. tal como fueran proyectadas recientemente por la administración Bush y los planificadores militares estadounidenses.
El Ejemplo Filipino
En los preparativos para la guerra contra Irak, los neoconservadores emplearon el caso de las Filipinas de hace un siglo atrás, como un ejemplo de una guerra de contrainsurgencia exitosa y luego de la edificación de una nación.
El defensor primario de esta estrategia fue Max Boot, cuyo capitulo sobre las Filipinas en su libro The Savage Wars of Peace: Small Wars and the Rise of American Power—basado en unas pocas fuentes secundarias estadounidenses y que ignoraba totalmente la erudición filipina—lo convirtió en un “experto” instantáneo sobre dichos temas, haciéndolo saltar desde el Wall Street Journal hasta el Consejo de Relaciones Exteriores.
Sin embargo, al igual que con la guerra en las Filipinas, Irak no es una “guerra pequeña,” y el juicio desacertado del Sr. Boot y de otros demuestra cuan patéticamente pequeñas y maleducadas en historia son en verdad las “elites” neoconservadoras—en la medida que han estado equivocadas de manera reiterada y consistente.
Si uno ignora a un número de líderes indios estadounidenses acomodaticios durante la marcha expansionista de los Estados Unidos a través del continente, el primer chiflado de los EE.UU. fue probablemente Emilio Aguinaldo en las Filipinas. Su liderazgo de la subsecuente insurgencia filipina ha oscurecido esta circunstancia, así como la ulterior confrontación de Saddam con los EE.UU. ha sumergido al recuerdo de la ayuda que le brindara la CIA para gobernar y del suministro por parte de los EE.UU. de armas químicas en su guerra contra Irán.
La Insurgencia Emergente
Cuando el Admirante George Dewey arribó a Hong Kong en 1898, Aguinaldo y varios de sus compatriotas estaban en camino hacia Europa, llevando con ellos varios cientos de miles de dólares que les habían dado los españoles como parte de la tregua negociada algunos años antes. El exilio filipino veía ahora la oportunidad de emplear el apoyo estadounidense en su esfuerzo por obtener el poder en las islas.
Aguinaldo le hubiese concedido prestamente a los Estados Unidos las estaciones petroleras filipinas y otros bienes que los mismos buscaban. Consciente de las ambiciones tanto alemanas como japonesas respecto de las islas, Aguinaldo buscó la “independencia” bajo la forma de una protección multilateral de las Filipinas, conducida por los EE.UU., contra aquellas dos naciones.
Lo que él puede no haber sabido, sin embargo, era que las autoridades de los Estados Unidos ya se habían desencantado con el “multilateralismo” respecto del Pacto Tripartito de casi tres décadas de duración con Gran Bretaña y Alemania sobre Samoa, y que se encontraban procurando ahora una política “unilateral” en las Filipinas, intentando anexar a las islas para sí mismos.
En las tensiones que emergieron entre las fuerzas estadounidenses y las filipinas, Aguinaldo perdió pronto su “chifladura,” algo que tomó un par de décadas o más para que ocurriera con Saddam Hussein.
Cuando el primer procónsul estadounidense del tipo “Paul Bremer” arribó en las islas, Jacob Gould Schurman, el Presidente de la Cornell University, se hizo evidente que fueron los filipinos menos nacionalistas y los más conservadores los que habían colaborado con los españoles y quienes podían estar mejor capacitados para desempeñar el rol del comprador/chiflado. (Fue Schurman, incidentalmente, quien aparentemente acuñó por vez primera aquella frase, muy repetida desde hace un siglo por los liberales, de que los Estados Unidos son un “imperialista reticente.”)
Aguinaldo pasó luego de chiflado a líder de una insurgencia contra la ocupación estadounidense, en gran medida similar a lo que han efectuado los iraquíes desilusionados de la actualidad.
El segundo procónsul de los Estados Unidos para las Filipinas, William Howard Taft, arribó prestamente a las islas al enfurecerse la insurgencia. Taft era una criatura política quien podría ser comparada de la mejor manera con John Negroponte, el nuevo embajador estadounidense en Irak, quien desarrolló sus habilidades trabajando con los chiflados de los EE.UU. en América Central.
Observemos entonces al supuesto “éxito” estadounidense en las Filipinas durante el siglo pasado como un “modelo”para Irak, especialmente en las dos áreas claves que son la de las tácticas de contra insurgencia y la de la edificación de naciones.
A pesar del título del libro del Sr. Boot, el fiasco filipino, como actualmente en Irak, difícilmente pueda ser descrito como una “guerra pequeña,” a menos que el numero de filipinos muertos—más de 200.000—sea simplemente ignorado.
A la luz de las recientes conversaciones sobre cómo aprender nuevas tácticas para lidiar con la llamada “Cuarta Generación de Guerras”, la experiencia estadounidenses en las Filipinas fue algo muy básico:
- Igual de evidente que en el acuerdo celebrado con los españoles en 1896, el nacionalismo filipino en esa época no se encontraba muy plenamente desarrollado, y las fisuras en el seno de la naciente coalición revolucionaria dieron a Taft la oportunidad para desarrollar relaciones con aquellos conservadores a los que uno podría describir como del tipo “Chalabi/Allawi.”
- Los filipinos carecían de capacidad de fuego y emprendieron demasiado tarde la guerra de guerrillas de cualquier clase de nivel generacional. La presión de los EE.UU., por ejemplo, fue capaz de frenar el suministro de 5.000 rifles prometidos por los japoneses.
- Los Estados Unidos emplearon básicamente las mismas tácticas desarrolladas para ser usadas contra los indios estadounidenses en las Grandes Planicies y que los británicos emplearan contra los Boers en Sudáfrica—y exactamente las mismos reservaciones / reconcentradas empleadas anteriormente por los españoles en las Filipinas para matar a civiles filipinos a gran escala.
- Contra tal rudimentaria fuerza revolucionaria, los exploradores filipinos—de manera muy similar a la de los indios exploradores estadounidenses tiempo antes, y de forma parecida a lo que las fuerzas de los EE.UU. están tratando hoy día de constituir en Irak—fueron capaces de capturar a Aguinaldo. (Fue al parecer una unidad de las fuerzas especiales kurdas la que en verdad atrapó a Saddam.)
Y así, dada la menos que subdesarrollada naturaleza de la revolución en las Filipinas, la captura de su conducción le quebró la espalda a la insurgencia, a pesar de que brotes esporádicos continuaron durante años. La firma por parte de Aguinaldo de un juramento de lealtad a los Estados Unidos—otros revolucionarios filipinos se negaron a firmarla—fue un factor clave.
Cuando Taft era Presidente, el Capitán de los EE.UU. John R. M. Taylor completó una obra de cinco tomos intitulada History of the Philippine Insurrection. Taft, que no deseaba abochornar a los chiflados filipinos que le habían dado legitimidad a los estadounidenses, bloqueó su publicación.
Hasta su muerte en los años ’30, Taylor procuró lograr que su estudio fuese publicado pare el caso de que alguna vez el Ejército de los Estados Unidos se encontrase nuevamente involucrado en otra guerra de guerrillas. (Las pruebas de galera permanecen en la actualidad en los National Archives, aunque una edición limitada fue publicada en las Filipinas algunos años atrás.*)
Lo irónico, por supuesto, es que la represión de la obra por parte de Taft privó al Ejército estadounidense del conocimiento que le hubiese ayudado a aprender de su experiencia en esta primera confrontación real con una rudimentaria revolución que empleaba la guerra de guerrillas. A la fecha, las claras lecciones de la insurgencia filipina deben ser aún aprendidas en los círculos estadounidenses de la defensa y las guerras en Vietnam y en Irak son el resultado.
La Edificación de Naciones en las Filipinas
La noción de que los Estados Unidos poseen alguna habilidad especial en la edificación de naciones, algún don único y una habilidad excepcional para conferir las “bendiciones de la democracia” sobre los demás, deriva no en una parte pequeña de la mitología de la guerra estadounidense en las Filipinas.
Los funcionarios militares en la emergente burocracia imperial de los EE.UU., el Bureau of Insular Affairs (B.I.A. son sus siglas en inglés para el Departamento de Asuntos Insulares), tuvieron poca dificultad en trabajar con la elite filipina que había colaborado antes con los españoles. No había nada muy revolucionario en la edificación de naciones de los Estados Unidos -ni de economía de mercado, reforma agraria o democracia social.
Cuando el Presidente Taft se perturbó por varias declaraciones más nacionalistas de parte de algunos conservadores, el B.I.A. le explicó que esto era necesario para asegurar su legitimidad frente algunos políticos emergentes más nacionalistas tales como Manuel Quezon. Pero tanto Taft como el B.I.A. entendían los limites puestos sobre los compradores dentro del imperio estadounidense.
¿Qué puede decirse hoy día acerca del “éxito” estadounidense en la edificación de naciones? Con la confusión en Irak, los defensores de la intervención de los Estados Unidos allí admiten que la misma podría insumir décadas para llevar la democracia a esa nación, como si el tiempo fuese el ingrediente crucial. Han pasado hasta el momento 106 años desde que los Estados Unidos intervinieron en las islas filipinas—¿Cómo el desarrollo económico y la democracia allí se compadecen con las promesas estadounidenses?
Las Filipinas Hoy
El periódico Asia Times ha publicado recientemente un extenso editorial y una serie de cinco partes, “The Philippines: Disgraceful State,” (“Las Filipinas: Un Estado Desgraciado”) por Pepe Escobar. La serie cuestiona por completo la historia revisionista de los neoconservadores, revelando el completo fracaso de la intervención estadounidense en las Filipinas durante el siglo pasado.
Como actualmente en Irak, los resultados en las Filipinas han sido una enorme perdida de vidas, un desarrollo económico extremadamente pobre (con una población que se espera se incremente desde los 84 millones que son hoy día hasta los 200 millones en el año 2050), una masiva corrupción política y abusos de los derechos humanos, y un sistema político que difícilmente encarna a la autodeterminación, para no mencionar a la democracia. Quizás sea el momento de dejar que el mito descanse y de reemplazarlo con los verdaderos antecedentes históricos.
* El Profesor Marina fue responsable de la creación de un índice de 96 rollos de microfilm, los que constituyen los Philippine Insurgent Records (Registros de la Insurgencia Filipina) en los National Archives, organizados por el Capitán estadounidense John R. M. Taylor y que fueran empleados en la preparación de su obra de cinco tomos intitulada History of the Philippine Insurrection.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Tres Chiflados en Irak y el primer chiflado de los Estados Unidos
Los arquitectos originales del imperio estadounidense—mucho antes de su celebración por parte de los conservadores de la actualidad—entendieron la importancia de la legitimidad en la empresa neo-colonialista.
A fin de alcanzar algún grado de legitimidad, era importante crear un chiflado nativo—lo que algunos llaman un “comprador”—que dependiera fuertemente del poder estadounidense para gobernar según los intereses del gobierno de los EE.UU..
En Irak hemos tenido a los proverbiales “Tres Chiflados,” como en las películas, a menudo golpeándose entre sí. El primero de ellos fue Saddam Hussein, quien resultó esencial para ayudar a desalojar a los británicos del control de Irak y luego para atacar a Irán, pero quien se volvió tan sólo demasiado grande para sus mentores. Él ha sido seguido de lejos, con menos éxito, por Ahmed Chalabi y actualmente por Iyad Allawi.
Con toda la atención puesta sobre Irak y Afganistán, y con las elecciones tanto las de esas naciones como así también las de los Estados Unidos, ocupando gran parte de los noticiosos, es fácil perder de vista a las políticas de largo plazo de los EE.UU. tal como fueran proyectadas recientemente por la administración Bush y los planificadores militares estadounidenses.
El Ejemplo Filipino
En los preparativos para la guerra contra Irak, los neoconservadores emplearon el caso de las Filipinas de hace un siglo atrás, como un ejemplo de una guerra de contrainsurgencia exitosa y luego de la edificación de una nación.
El defensor primario de esta estrategia fue Max Boot, cuyo capitulo sobre las Filipinas en su libro The Savage Wars of Peace: Small Wars and the Rise of American Power—basado en unas pocas fuentes secundarias estadounidenses y que ignoraba totalmente la erudición filipina—lo convirtió en un “experto” instantáneo sobre dichos temas, haciéndolo saltar desde el Wall Street Journal hasta el Consejo de Relaciones Exteriores.
Sin embargo, al igual que con la guerra en las Filipinas, Irak no es una “guerra pequeña,” y el juicio desacertado del Sr. Boot y de otros demuestra cuan patéticamente pequeñas y maleducadas en historia son en verdad las “elites” neoconservadoras—en la medida que han estado equivocadas de manera reiterada y consistente.
Si uno ignora a un número de líderes indios estadounidenses acomodaticios durante la marcha expansionista de los Estados Unidos a través del continente, el primer chiflado de los EE.UU. fue probablemente Emilio Aguinaldo en las Filipinas. Su liderazgo de la subsecuente insurgencia filipina ha oscurecido esta circunstancia, así como la ulterior confrontación de Saddam con los EE.UU. ha sumergido al recuerdo de la ayuda que le brindara la CIA para gobernar y del suministro por parte de los EE.UU. de armas químicas en su guerra contra Irán.
La Insurgencia Emergente
Cuando el Admirante George Dewey arribó a Hong Kong en 1898, Aguinaldo y varios de sus compatriotas estaban en camino hacia Europa, llevando con ellos varios cientos de miles de dólares que les habían dado los españoles como parte de la tregua negociada algunos años antes. El exilio filipino veía ahora la oportunidad de emplear el apoyo estadounidense en su esfuerzo por obtener el poder en las islas.
Aguinaldo le hubiese concedido prestamente a los Estados Unidos las estaciones petroleras filipinas y otros bienes que los mismos buscaban. Consciente de las ambiciones tanto alemanas como japonesas respecto de las islas, Aguinaldo buscó la “independencia” bajo la forma de una protección multilateral de las Filipinas, conducida por los EE.UU., contra aquellas dos naciones.
Lo que él puede no haber sabido, sin embargo, era que las autoridades de los Estados Unidos ya se habían desencantado con el “multilateralismo” respecto del Pacto Tripartito de casi tres décadas de duración con Gran Bretaña y Alemania sobre Samoa, y que se encontraban procurando ahora una política “unilateral” en las Filipinas, intentando anexar a las islas para sí mismos.
En las tensiones que emergieron entre las fuerzas estadounidenses y las filipinas, Aguinaldo perdió pronto su “chifladura,” algo que tomó un par de décadas o más para que ocurriera con Saddam Hussein.
Cuando el primer procónsul estadounidense del tipo “Paul Bremer” arribó en las islas, Jacob Gould Schurman, el Presidente de la Cornell University, se hizo evidente que fueron los filipinos menos nacionalistas y los más conservadores los que habían colaborado con los españoles y quienes podían estar mejor capacitados para desempeñar el rol del comprador/chiflado. (Fue Schurman, incidentalmente, quien aparentemente acuñó por vez primera aquella frase, muy repetida desde hace un siglo por los liberales, de que los Estados Unidos son un “imperialista reticente.”)
Aguinaldo pasó luego de chiflado a líder de una insurgencia contra la ocupación estadounidense, en gran medida similar a lo que han efectuado los iraquíes desilusionados de la actualidad.
El segundo procónsul de los Estados Unidos para las Filipinas, William Howard Taft, arribó prestamente a las islas al enfurecerse la insurgencia. Taft era una criatura política quien podría ser comparada de la mejor manera con John Negroponte, el nuevo embajador estadounidense en Irak, quien desarrolló sus habilidades trabajando con los chiflados de los EE.UU. en América Central.
Observemos entonces al supuesto “éxito” estadounidense en las Filipinas durante el siglo pasado como un “modelo”para Irak, especialmente en las dos áreas claves que son la de las tácticas de contra insurgencia y la de la edificación de naciones.
A pesar del título del libro del Sr. Boot, el fiasco filipino, como actualmente en Irak, difícilmente pueda ser descrito como una “guerra pequeña,” a menos que el numero de filipinos muertos—más de 200.000—sea simplemente ignorado.
A la luz de las recientes conversaciones sobre cómo aprender nuevas tácticas para lidiar con la llamada “Cuarta Generación de Guerras”, la experiencia estadounidenses en las Filipinas fue algo muy básico:
Y así, dada la menos que subdesarrollada naturaleza de la revolución en las Filipinas, la captura de su conducción le quebró la espalda a la insurgencia, a pesar de que brotes esporádicos continuaron durante años. La firma por parte de Aguinaldo de un juramento de lealtad a los Estados Unidos—otros revolucionarios filipinos se negaron a firmarla—fue un factor clave.
Cuando Taft era Presidente, el Capitán de los EE.UU. John R. M. Taylor completó una obra de cinco tomos intitulada History of the Philippine Insurrection. Taft, que no deseaba abochornar a los chiflados filipinos que le habían dado legitimidad a los estadounidenses, bloqueó su publicación.
Hasta su muerte en los años ’30, Taylor procuró lograr que su estudio fuese publicado pare el caso de que alguna vez el Ejército de los Estados Unidos se encontrase nuevamente involucrado en otra guerra de guerrillas. (Las pruebas de galera permanecen en la actualidad en los National Archives, aunque una edición limitada fue publicada en las Filipinas algunos años atrás.*)
Lo irónico, por supuesto, es que la represión de la obra por parte de Taft privó al Ejército estadounidense del conocimiento que le hubiese ayudado a aprender de su experiencia en esta primera confrontación real con una rudimentaria revolución que empleaba la guerra de guerrillas. A la fecha, las claras lecciones de la insurgencia filipina deben ser aún aprendidas en los círculos estadounidenses de la defensa y las guerras en Vietnam y en Irak son el resultado.
La Edificación de Naciones en las Filipinas
La noción de que los Estados Unidos poseen alguna habilidad especial en la edificación de naciones, algún don único y una habilidad excepcional para conferir las “bendiciones de la democracia” sobre los demás, deriva no en una parte pequeña de la mitología de la guerra estadounidense en las Filipinas.
Los funcionarios militares en la emergente burocracia imperial de los EE.UU., el Bureau of Insular Affairs (B.I.A. son sus siglas en inglés para el Departamento de Asuntos Insulares), tuvieron poca dificultad en trabajar con la elite filipina que había colaborado antes con los españoles. No había nada muy revolucionario en la edificación de naciones de los Estados Unidos -ni de economía de mercado, reforma agraria o democracia social.
Cuando el Presidente Taft se perturbó por varias declaraciones más nacionalistas de parte de algunos conservadores, el B.I.A. le explicó que esto era necesario para asegurar su legitimidad frente algunos políticos emergentes más nacionalistas tales como Manuel Quezon. Pero tanto Taft como el B.I.A. entendían los limites puestos sobre los compradores dentro del imperio estadounidense.
¿Qué puede decirse hoy día acerca del “éxito” estadounidense en la edificación de naciones? Con la confusión en Irak, los defensores de la intervención de los Estados Unidos allí admiten que la misma podría insumir décadas para llevar la democracia a esa nación, como si el tiempo fuese el ingrediente crucial. Han pasado hasta el momento 106 años desde que los Estados Unidos intervinieron en las islas filipinas—¿Cómo el desarrollo económico y la democracia allí se compadecen con las promesas estadounidenses?
Las Filipinas Hoy
El periódico Asia Times ha publicado recientemente un extenso editorial y una serie de cinco partes, “The Philippines: Disgraceful State,” (“Las Filipinas: Un Estado Desgraciado”) por Pepe Escobar. La serie cuestiona por completo la historia revisionista de los neoconservadores, revelando el completo fracaso de la intervención estadounidense en las Filipinas durante el siglo pasado.
Como actualmente en Irak, los resultados en las Filipinas han sido una enorme perdida de vidas, un desarrollo económico extremadamente pobre (con una población que se espera se incremente desde los 84 millones que son hoy día hasta los 200 millones en el año 2050), una masiva corrupción política y abusos de los derechos humanos, y un sistema político que difícilmente encarna a la autodeterminación, para no mencionar a la democracia. Quizás sea el momento de dejar que el mito descanse y de reemplazarlo con los verdaderos antecedentes históricos.
* El Profesor Marina fue responsable de la creación de un índice de 96 rollos de microfilm, los que constituyen los Philippine Insurgent Records (Registros de la Insurgencia Filipina) en los National Archives, organizados por el Capitán estadounidense John R. M. Taylor y que fueran empleados en la preparación de su obra de cinco tomos intitulada History of the Philippine Insurrection.
Traducido por Gabriel Gasave
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