El vincular a Saddam con al Qaeda ha fracasado y ningún arma nuclear, biológica o química ha sido desenterrada en la post-invasión de Irak. De modo tal que la retirada de la administración Bush, la justificación ex post facto para invadir Irak, es la de que el país se encuentra mejor sin Saddam. Pero el gobierno iraquí respaldado por los EE.UU. parece estar gobernando cada día más al estilo de Saddam.
El Primer Ministro Iraquí Ayad Allawi ha ordenado recientemente el arresto de los opositores políticos, cerrado una prominente agencia de medios que difundía historias que estaban avergonzando al gobierno iraquí, y ha implementado tácticas agresivas vis-a-vis a la de los guerrilleros de la oposición, incluyendo la restitución de la pena de muerte contra los mismos.
Tras el cosmético traspaso de poder de la ocupación estadounidense a un Primer Ministro Iraquí escogido a mano, el comportamiento de Allawi es predecible. Con un guante iraquí en el puño del poder estadounidense, los iraquíes pueden aplicar políticas mucho más severas hacia otros iraquíes que lo que podría hacerlo un ocupante extranjero—especialmente el líder del mundo libre, el cual ha vendido a su invasión como un traer la democracia a un país autocrático. Así, el gobierno estadounidense, como lo ha hecho en numerosas oportunidades durante la Guerra Fría, y después de la misma, se encuentra enmascarando con una retórica democrática de alto vuelo la sustitución de un dictador poco amistoso por uno que sí lo es.
El gobierno iraquí ha ordenado el arresto de los opositores políticos Ahmed Chalabi y su Sobrino Salem, quien está liderando el enjuiciamiento de Saddam. Originalmente eran apreciados por el Pentágono y los neo-conservadores estadounidenses, pero han perdido el favor de la administración Bush. Los Chalabis coincidían demasiado con los teocrátas en Irán para el estomago de las autoridades estadounidenses.
En otra movida a lo Saddam, Allawi ha cerrado la oficina en Irak de la cadena árabe de televisión Al Jazeera, por transmitir imágenes que abochornaron al gobierno iraquí. Aparentemente, la cobertura de la cadena estaba poniendo demasiado énfasis en los rampantes secuestros que recientemente han paralizado a Irak.
Finalmente, Allawi se encuentra intentando demostrar que será agresivo contra los guerrilleros de la oposición. Ha juramentado que continuará sin ningún cese del fuego la férrea ofensiva contra los milicianos del clérigo Moktada al-Sadr en la ciudad santa de Najaf por parte de los efectivos estadounidenses y de las fuerzas de seguridad iraquíes. Dado el lamentable estado de las fuerzas de seguridad iraquíes, los militares estadounidenses son en verdad los que han decidido que ningún cuartel le será otorgado a los insurgentes.
Y las tácticas agresivas continuarán incluso después de que los guerrilleros sean capturados. Tras la invasión, para dar la señal de que una nueva y benevolente era había arribado en Irak, la autoridad de la ocupación estadounidense bajo L. Paul Bremer III suspendió la pena de muerte. Por supuesto, “suspendió” es la palabra clave. Una suspensión, en vez de la eliminación, le permitiría a un futuro gobierno iraquí implementar nuevamente la pena capital si las cosas se complicaban. Y las cosas se complicaron.
Allawi ha aplicado a la pena de muerte tan ampliamente que la misma alcanza a prácticamente cualquier clase de ataque guerrillero. La pena de muerte puede ser aplicada a los iraquíes que se involucran en emboscadas, secuestros de aviones, raptos, ataques contra la infraestructura y asesinatos. Por supuesto, el matar a alguien cuando se defiende al propio país de una invasión y de una ocupación foránea no provocada e innecesaria es definido como un asesinato. Incluso en la Segunda Guerra Mundial cuando las apuestas eran mucho más altas, los Estados Unidos no ejecutaron a los soldados alemanes o japoneses capturados por defender su patria. En verdad, después de la guerra, la gran mayoría de ellos fueron liberados. Además, pese a que los funcionarios iraquíes han sostenido que la lista de comportamientos que merecen la pena capital excluye cualquier posibilidad de que la pena de muerte sea nuevamente empleada por razones políticas, la sentencia final puede ser aplicada por la vaga ofensa de “poner en peligro la seguridad nacional.” Tal fraseo orwelliano tiene que poner a los iraquíes -acostumbrados al terror de Saddam—muy nerviosos respecto de la dirección que está tomando el nuevo gobierno de Allawi.
Los estadounidenses también tendrían que estar nerviosos. Uno de los muchos paralelismos que están surgiendo entre el actual desastre mesopotámico y la Guerra de Vietnam es la utilización de tácticas autocráticas por parte de los gobiernos títere instalados por los EE.UU. que carecieron de legitimidad popular. La estrategia fracasó en Vietnam y es probable que fracase en Irak. La única salida para los Estados Unidos es la de permitirle a los iraquíes tener pronto su auto-determinación.
Traducido por Gabriel Gasave
Retornando a Saddam (casi)
El vincular a Saddam con al Qaeda ha fracasado y ningún arma nuclear, biológica o química ha sido desenterrada en la post-invasión de Irak. De modo tal que la retirada de la administración Bush, la justificación ex post facto para invadir Irak, es la de que el país se encuentra mejor sin Saddam. Pero el gobierno iraquí respaldado por los EE.UU. parece estar gobernando cada día más al estilo de Saddam.
El Primer Ministro Iraquí Ayad Allawi ha ordenado recientemente el arresto de los opositores políticos, cerrado una prominente agencia de medios que difundía historias que estaban avergonzando al gobierno iraquí, y ha implementado tácticas agresivas vis-a-vis a la de los guerrilleros de la oposición, incluyendo la restitución de la pena de muerte contra los mismos.
Tras el cosmético traspaso de poder de la ocupación estadounidense a un Primer Ministro Iraquí escogido a mano, el comportamiento de Allawi es predecible. Con un guante iraquí en el puño del poder estadounidense, los iraquíes pueden aplicar políticas mucho más severas hacia otros iraquíes que lo que podría hacerlo un ocupante extranjero—especialmente el líder del mundo libre, el cual ha vendido a su invasión como un traer la democracia a un país autocrático. Así, el gobierno estadounidense, como lo ha hecho en numerosas oportunidades durante la Guerra Fría, y después de la misma, se encuentra enmascarando con una retórica democrática de alto vuelo la sustitución de un dictador poco amistoso por uno que sí lo es.
El gobierno iraquí ha ordenado el arresto de los opositores políticos Ahmed Chalabi y su Sobrino Salem, quien está liderando el enjuiciamiento de Saddam. Originalmente eran apreciados por el Pentágono y los neo-conservadores estadounidenses, pero han perdido el favor de la administración Bush. Los Chalabis coincidían demasiado con los teocrátas en Irán para el estomago de las autoridades estadounidenses.
En otra movida a lo Saddam, Allawi ha cerrado la oficina en Irak de la cadena árabe de televisión Al Jazeera, por transmitir imágenes que abochornaron al gobierno iraquí. Aparentemente, la cobertura de la cadena estaba poniendo demasiado énfasis en los rampantes secuestros que recientemente han paralizado a Irak.
Finalmente, Allawi se encuentra intentando demostrar que será agresivo contra los guerrilleros de la oposición. Ha juramentado que continuará sin ningún cese del fuego la férrea ofensiva contra los milicianos del clérigo Moktada al-Sadr en la ciudad santa de Najaf por parte de los efectivos estadounidenses y de las fuerzas de seguridad iraquíes. Dado el lamentable estado de las fuerzas de seguridad iraquíes, los militares estadounidenses son en verdad los que han decidido que ningún cuartel le será otorgado a los insurgentes.
Y las tácticas agresivas continuarán incluso después de que los guerrilleros sean capturados. Tras la invasión, para dar la señal de que una nueva y benevolente era había arribado en Irak, la autoridad de la ocupación estadounidense bajo L. Paul Bremer III suspendió la pena de muerte. Por supuesto, “suspendió” es la palabra clave. Una suspensión, en vez de la eliminación, le permitiría a un futuro gobierno iraquí implementar nuevamente la pena capital si las cosas se complicaban. Y las cosas se complicaron.
Allawi ha aplicado a la pena de muerte tan ampliamente que la misma alcanza a prácticamente cualquier clase de ataque guerrillero. La pena de muerte puede ser aplicada a los iraquíes que se involucran en emboscadas, secuestros de aviones, raptos, ataques contra la infraestructura y asesinatos. Por supuesto, el matar a alguien cuando se defiende al propio país de una invasión y de una ocupación foránea no provocada e innecesaria es definido como un asesinato. Incluso en la Segunda Guerra Mundial cuando las apuestas eran mucho más altas, los Estados Unidos no ejecutaron a los soldados alemanes o japoneses capturados por defender su patria. En verdad, después de la guerra, la gran mayoría de ellos fueron liberados. Además, pese a que los funcionarios iraquíes han sostenido que la lista de comportamientos que merecen la pena capital excluye cualquier posibilidad de que la pena de muerte sea nuevamente empleada por razones políticas, la sentencia final puede ser aplicada por la vaga ofensa de “poner en peligro la seguridad nacional.” Tal fraseo orwelliano tiene que poner a los iraquíes -acostumbrados al terror de Saddam—muy nerviosos respecto de la dirección que está tomando el nuevo gobierno de Allawi.
Los estadounidenses también tendrían que estar nerviosos. Uno de los muchos paralelismos que están surgiendo entre el actual desastre mesopotámico y la Guerra de Vietnam es la utilización de tácticas autocráticas por parte de los gobiernos títere instalados por los EE.UU. que carecieron de legitimidad popular. La estrategia fracasó en Vietnam y es probable que fracase en Irak. La única salida para los Estados Unidos es la de permitirle a los iraquíes tener pronto su auto-determinación.
Traducido por Gabriel Gasave
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