Un relato de dos Brain Trusts
“Una guerra política,” dijo Raymond Moley, “es una en la cual cada uno tira del labio.” ).1 El sabía de lo que estaba hablando. Moley fue el organizador y el líder oficioso del brain trust de Franklin Delano Roosevelt, el selecto grupo de consejeros cercanos y de redactores de discursos que ayudaron a FDR a triunfar en la elección de 1932 y lo asistieron en formular muchas de las políticas del New Deal. (El término «brain trust,» acuñado por el periodista James Kieran, tuvo eco inmediatamente, pero el plural «cerebros» (brains) pronto se convirtió en “cerebro” (brain) en singular).2 y la expresión evolucionó en un término genérico para los consejeros expertos de un político.)
Como lo señalara John T. Flynn, las palabras “brain trust” “tenían en ellas la clara implicancia de que el grupo se encontraba compuesto de seres que poseían grandes intelectos. Había en ellas la sugerencia de laboriosos caballos de fuerza intelectuales. Aquí existía una máquina pensante dentro de la cual Roosevelt podía arrojar cualquier problema y observarlo pasar sin piedad a través de los engranajes cognitivos para emerger maravillosamente desdoblados en todos sus componentes fundamentales. Aquí estaba el propio Gran Cerebro rodeado por todas estas frentes protuberantes que manipulaban fácilmente los problemas más difíciles, que habían desorientado a los débiles intelectos de los banqueros, de los magnates, y de los políticos.” 3
Lo suficientemente seguro, Roosevelt, guiado por su brain trust y asistido por la llegada a millones de hogares de las transmisiones radiales de sus tranquilizadoras Charlas Familiares, ganó la guerra política de las palabras. Sin embargo los partidarios del New Deal perdieron la guerra económica de los hechos. A pesar de una campaña sin precedentes de seis años de intervenciones legislativamente autorizadas, la economía todavía no se había recuperado completamente de la depresión cuando el New Deal se quedó sin vapor a fines de los años 30.)4 Resumiendo, los consejeros de Roosevelt habían fallado en proveerle de una comprensión de cómo restaurar la prosperidad. Mucho para su supuesta intelectualidad.
Poseían credenciales impresionantes. El propio Moley había recibido un doctorado de la Columbia University en 1918, y más tarde había enseñado ciencias políticas y derecho público allí. Aunque su maestría era atinente a la justicia criminal, se avocó a aconsejar a FDR sobre diversas cuestiones económico-políticas respecto de las cuales tenía en el mejor de los casos la comprensión de un aficionado. Como los otros principales miembros del brain trust, se oponía al laissez faire y favorecía la cooperación empresarial-gubernamental–la clase de colusión oficial que había florecido durante la Primera Guerra Mundial.
El profesor de economía de Columbia Rexford Guy Tugwell, otro miembro trascendental del brain trust, era un soñador, pese a que poseía una necesidad mundana por el poder. Detentaba un Doctorado de la University of Pennsylvania. Al igual que Moley, admiraba la planificación económica que la Junta de las Industrias de Guerra había practicado en 1918, y anhelaba reinstituir dicho gerenciamiento económico centralizado, incluyendo el control gubernamental de toda la tierra. “Hemos dependido largamente de la esperanza de que la propiedad y el control privados operarían de alguna manera en beneficio de la sociedad en su conjunto,”)5 declaró en 1934–difícilmente una idea extraña para alguien que había visitado la Unión Soviética en los años 20 y había escrito admirablemente sobre el experimento comunista allí. En 1933 este colectivista participó en el anteproyecto de la Ley para la Recuperación de la Industrial Nacional (NIRA es la sigla con la cual se la conoce en inglés) y de la Ley del Ajuste de la Agricultura (AAA en inglés.) Designado en las altas oficinas del Departamento de Agricultura, contribuyó a un flujo constante de malas ideas para el New Deal.
Un tercer miembro del brain trust, el profesor de leyes de Columbia Adolf A. Berle Jr., había adquirido temprana notoriedad mediante la co-autoría junto a Gardiner C. Means del libro The Modern Corporation and Private Property (1932), cuya tesis era la de que las grandes corporaciones comerciales ya no servían más al interés público y que por lo tanto el gobierno debía controlarlas. En memos dirigidos a Roosevelt en 1932, Berle “enfatizaba que la competencia y el individualismo del siglo diecinueve eran anacronismos.”)6 Pese a que no ocupó ninguna posición de tiempo completo en la Administración Roosevelt hasta que se convirtiera en Secretario de Estado en 1938, influenció las políticas del New Deal para las actividades bancarias, el mercado de valores, los ferrocarriles, y muchas otras cuestiones. Personificaba, como el título de la biografía de Jordan Schwarz lo indica, a la quintaesencia “liberal” en el sentido moderno, izquierdista y de corazón sanguinario. Su política, según lo descrito por el historiador izquierdista-liberal William E. Leuchtenburg, «reflejaba la esperanza del Evangelio Social de crear un Reino de Dios en la tierra.”)7 ¡Cielo ayúdanos!
Una Era Diferente
Cuán diferente la situación había sido 40 años antes, cuando una severa depresión económica coincidió con el segundo periodo presidencial de Grover Cleveland. Por entonces, también, mucha gente había invitado al gobierno nacional a que interveniese en la economía para asistir al angustiado y para reestructurar a las principales instituciones económicas. El brain trust de Cleveland, sin embargo, no consistía en colectivistas poseedores de Doctorados y en profesores de leyes demasiado listos por mitades, sino en hombres dedicados al liberalismo clásico.
Por lo tanto, cuando el ministro ruso en Washington propuso en 1896 que las principales naciones exportadoras de trigo formasen un cártel internacional, el Secretario de Agricultura J. Sterling Morton respondió: «A mi juicio, no es de la incumbencia del gobierno procurar, mediante estatutos o acuerdos internacionales, eliminar las leyes fijas de la economía, ni puede el gobierno derogar, enmendar, o atenuar el funcionamiento de esas leyes.”)8 El Secretario del Tesoro John G. Carlisle y el propio Cleveland trabajaron incansablemente y con un gran costo político para salvar al patrón oro, el cual se encontraba bajo ataque de los especuladores, y en última instancia tuvieron éxito. El Procurador General Richard Olney aceleró la represión de los matones que estaban destruyendo la propiedad y bloqueando el comercio interestatal durante las grandes huelgas del ferrocarril de 1894.)9
Cuánto mejor hubiese estado servido el país si FDR hubiese sido aconsejado por hombres tales como Morton, Carlisle, y Olney en vez de por Moley, Tugwell, y Berle. Es triste decirlo, pero los estadounidenses han estado pagando el precio la arrogancia intelectual y del grado de ineptitud del segundo de los grupos durante los últimos 70 años.
Notas:
1. Cita de Moley de www.discover.net/~dansyr/quotes5.html.
2. William E. Leuchtenburg, Franklin D. Roosevelt and the New Deal, 1932-1940 (New York: Harper Colophon Books, 1963), p. 32.
3. John T. Flynn, The Roosevelt Myth (Garden City, N.Y.: Garden City Books, 1949), p. 34.
4. Robert Higgs, “Regime Uncertainty: Why the Great Depression Lasted So Long and Why Prosperity Resumed after the War,” The Independent Review, Primavera 1997, pp. 561-90.
5. “Tugwell Predicts New Regulations for Land With Federal Control,” Phillip County News (Malta, Mont.), 4 de enero, 1934.
6. Jordan A. Schwarz, Liberal: Adolf A. Berle and the Vision of an American Era(New York: Free Press, 1987), p. 77.
7. Leuchtenburg, p. 33.
8. Morton al Procurador General Richard Olney, tal como es citado en J. D. Whelpley, “An International Wheat Corner,” McClure»»s Magazine, agosto 1900, p. 364.
9. Sobre los acontecimientos de los años 1890, véase a Robert Higgs, Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American Government (New York: Oxford University Press, 1987), pp. 84-97.
Traducido por Gabriel Gasave
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