Los angelinos se encuentran entre los estadounidenses que más impuestos pagan. A cambio, reciben servicios públicos que en el mejor de los casos son mediocres. El desempeño de las escuelas de Los Angeles, del departamento de policía, y de las agencia de transporte no son nada acerca de lo cual se pueda alardear. El proceso para aprobar nuevos desarrollos en Los Angeles es bizarro y probablemente responsable de los problemas para costear una vivienda.
De forma muy predecible, muchos angelinos—particularmente aquellos que residen en el Valle de San Fernando y en Hollywood—están echándole un ojo envidioso a algunas de las bien gobernadas ciudades más pequeñas del área (Culver City, Hermosa Beach, Burbank, South Pasadena y otras) y preguntándose si la secesión de la Ciudad de Los Angeles no vale el intento.
Sus oponentes están sacudidos, y acusan a los secesionistas de “desguazar” a Los Angeles (confundiendo al gobierno de la ciudad con la idea más profunda de la ciudad y de la condición de habitante; ej.: pertenecer a un grupo cuyos miembros comparten ciertas presunciones de civilidad). Otros se encuentran amenazados porque ven a Los Angeles como un no-tan-pequeño estado de bienestar. Parece que ambas partes concuerdan acerca de que la Ciudad de Los Angeles se ha apartado de sus funciones básicas de gobierno local.
¿Qué es lo que sabemos? Existe un consenso emergente entre aquellos quienes han estudiado el problema de que—en materia de gobierno—más pequeño significa a menudo que es mejor. En la vida, el suministro privado es usualmente mejor que la alternativa politizada. ¿Pueden los secesionistas, y aquellos que permanecen detrás, beneficiarse tanto del gobierno más chico como de la provisión privada de algunos servicios tradicionalmente municipales?
En las incontables actividades en las que la mayoría de nosotros nos involucramos de manera cotidiana, hay probabilidades de que seamos mejor atendidos cuando individuos y firmas privadas nos sirven, por la sencilla razón de que los proveedores que buscan beneficios poseen un intenso interés en mejorar al conjunto de sus clientes. Esto es cómo y por qué los mercados han sido responsables de excepcionales mejoras en la condición material de la humanidad.
Allí donde los mercados se encuentran ausentes es que las condiciones se deterioran; todos, incluyendo al pobre, se vuelven más pobres. Esto explica el motivo para el movimiento nacional por la privatización.
Para ser ciertos, el progreso en el mercado acontece a tontas y a locas. Y existen muchos individuos inspiradores e heroicos en el sector público, tales como los maestros de escuela, los policías, los bomberos, y los carteros quienes van más allá de sus tareas para ser serviciales. Existen también fraudes en el sector privado.
No obstante, los mercados son diligentes para castigar los fracasos y a los malvados. Los fracasos privados—allí donde existan—son autocorrectivos. Pero si bien la disciplina del mercado cierra las empresas malamente conducidas, lo mismo no puede decirse de las agencias gubernamentales. Las entidades públicas de pobre desempeño se encuentran sujetas a poca disciplina. Cuando el Servicio Postal de los EE.UU. o Amtrak operan mal, demandan descaradamente (y usualmente lo obtienen) aún más apoyo público.
No resulta sorprendente que, allí donde la opción es ofrecida, gran parte de los consumidores opten por el transporte privado, por las escuelas privadas, por el cuidado médico privado, por el despacho de correspondencia privado, etcétera. Hacemos esto no obstante que ya hemos pagado por los servicios públicos a los que evitamos. (¡Imagínese como sería el balance si, como Milton Friedman lo ha sugerido, los consumidores que escogen no utilizar los servicios gubernamentales recibiesen un reembolso de lo que pagaron de impuestos para solventar a esos servicios!) La mayoría de las personas conocen el cálculo.
Es extraño que cuando se trata de discusiones sobre la administración, exista aún la esperanza de que una ronda más de reformas de arriba hacia abajo finalmente proporcionarán un “buen gobierno.” Esta era la esencia del movimiento Progresivo que se esparció a través de los EE.UU. hace más de 100 años atrás.
No obstante, es difícil encontrar evidencia de que dichas reformas hayan estado a la altura de la facturación. Quién puede contar el número de esfuerzos para reformar el gobierno. Las cosas que son fácilmente contables—las páginas del Registro Federal de las leyes y reglamentos, la carga del código tributario del IRS (siglas en inglés para el Servicio de Ingresos Internos) y el tamaño escarpado del gobierno (federal, estadual y local)—no ofrecen basamentos para el optimismo. Es tiempo para enfoques más audaces.
Cuando se trata del gobierno local, muchas personas simplemente se desentienden. La mayoría no vota en los comicios municipales. Sin embargo, muchos “votan con sus pies” mudándose a remotas ciudades más nuevas donde los grupos de intereses especiales se encuentran menos atrincherados.
Desde comienzos de los 70, más de 40 millones de estadounidenses han optado por vivir en alguna especie de cooperativa de vivienda donde los reglamentos de administración superan un examen del mercado. La mayoría de nosotros compramos en los más de 45.000 centros comerciales de la nación, los cuales son operados también como comunidades privadas.
La mayoría de las personas buscan su propio interés tanto como son altruistas. Forman empresas que prosperan cuando los extraños son bien atendidos; escogen también involucrarse en actividades caritativas y en asociaciones benevolentes. Hacen mejor ambas cosas cuando no están limitados por la política.
Pese a la percepción común de que los servicios pueden ser divididos fácilmente entre aquellos que pueden (o debieran) ser suministrados por entidades privadas y públicas, la división no es tan simple.
Estamos encontrando que muchas funciones presumiblemente “municipales” han sido en el pasado exitosamente administradas de manera privada, pero fueron desplazadas cuando los intereses especiales lograron alcanzar los estratos del gobierno. Un ejemplo auspicioso es el de las vivienda de bajo costo, alguna vez bien ofrecidas en el mercado pero ahora una provincia del estado en la mayoría de los lugares—y escasas.
Una exitosa secesión del Valle de San Fernando enviará una señal a nivel nacional de que los gobiernos tienen que competir. El mensaje será doblemente poderoso si las recién formadas Ciudad de San Fernando y Ciudad de Hollywood y una más pequeña Ciudad de Los Angeles compiten ofreciendo la clase de iniciativa privada y sin fines de lucro y de innovación que han históricamente beneficiado a sus ciudadanos.
Traducido por Gabriel Gasave
La Secesión, la competencia y la acción privada
Los angelinos se encuentran entre los estadounidenses que más impuestos pagan. A cambio, reciben servicios públicos que en el mejor de los casos son mediocres. El desempeño de las escuelas de Los Angeles, del departamento de policía, y de las agencia de transporte no son nada acerca de lo cual se pueda alardear. El proceso para aprobar nuevos desarrollos en Los Angeles es bizarro y probablemente responsable de los problemas para costear una vivienda.
De forma muy predecible, muchos angelinos—particularmente aquellos que residen en el Valle de San Fernando y en Hollywood—están echándole un ojo envidioso a algunas de las bien gobernadas ciudades más pequeñas del área (Culver City, Hermosa Beach, Burbank, South Pasadena y otras) y preguntándose si la secesión de la Ciudad de Los Angeles no vale el intento.
Sus oponentes están sacudidos, y acusan a los secesionistas de “desguazar” a Los Angeles (confundiendo al gobierno de la ciudad con la idea más profunda de la ciudad y de la condición de habitante; ej.: pertenecer a un grupo cuyos miembros comparten ciertas presunciones de civilidad). Otros se encuentran amenazados porque ven a Los Angeles como un no-tan-pequeño estado de bienestar. Parece que ambas partes concuerdan acerca de que la Ciudad de Los Angeles se ha apartado de sus funciones básicas de gobierno local.
¿Qué es lo que sabemos? Existe un consenso emergente entre aquellos quienes han estudiado el problema de que—en materia de gobierno—más pequeño significa a menudo que es mejor. En la vida, el suministro privado es usualmente mejor que la alternativa politizada. ¿Pueden los secesionistas, y aquellos que permanecen detrás, beneficiarse tanto del gobierno más chico como de la provisión privada de algunos servicios tradicionalmente municipales?
En las incontables actividades en las que la mayoría de nosotros nos involucramos de manera cotidiana, hay probabilidades de que seamos mejor atendidos cuando individuos y firmas privadas nos sirven, por la sencilla razón de que los proveedores que buscan beneficios poseen un intenso interés en mejorar al conjunto de sus clientes. Esto es cómo y por qué los mercados han sido responsables de excepcionales mejoras en la condición material de la humanidad.
Allí donde los mercados se encuentran ausentes es que las condiciones se deterioran; todos, incluyendo al pobre, se vuelven más pobres. Esto explica el motivo para el movimiento nacional por la privatización.
Para ser ciertos, el progreso en el mercado acontece a tontas y a locas. Y existen muchos individuos inspiradores e heroicos en el sector público, tales como los maestros de escuela, los policías, los bomberos, y los carteros quienes van más allá de sus tareas para ser serviciales. Existen también fraudes en el sector privado.
No obstante, los mercados son diligentes para castigar los fracasos y a los malvados. Los fracasos privados—allí donde existan—son autocorrectivos. Pero si bien la disciplina del mercado cierra las empresas malamente conducidas, lo mismo no puede decirse de las agencias gubernamentales. Las entidades públicas de pobre desempeño se encuentran sujetas a poca disciplina. Cuando el Servicio Postal de los EE.UU. o Amtrak operan mal, demandan descaradamente (y usualmente lo obtienen) aún más apoyo público.
No resulta sorprendente que, allí donde la opción es ofrecida, gran parte de los consumidores opten por el transporte privado, por las escuelas privadas, por el cuidado médico privado, por el despacho de correspondencia privado, etcétera. Hacemos esto no obstante que ya hemos pagado por los servicios públicos a los que evitamos. (¡Imagínese como sería el balance si, como Milton Friedman lo ha sugerido, los consumidores que escogen no utilizar los servicios gubernamentales recibiesen un reembolso de lo que pagaron de impuestos para solventar a esos servicios!) La mayoría de las personas conocen el cálculo.
Es extraño que cuando se trata de discusiones sobre la administración, exista aún la esperanza de que una ronda más de reformas de arriba hacia abajo finalmente proporcionarán un “buen gobierno.” Esta era la esencia del movimiento Progresivo que se esparció a través de los EE.UU. hace más de 100 años atrás.
No obstante, es difícil encontrar evidencia de que dichas reformas hayan estado a la altura de la facturación. Quién puede contar el número de esfuerzos para reformar el gobierno. Las cosas que son fácilmente contables—las páginas del Registro Federal de las leyes y reglamentos, la carga del código tributario del IRS (siglas en inglés para el Servicio de Ingresos Internos) y el tamaño escarpado del gobierno (federal, estadual y local)—no ofrecen basamentos para el optimismo. Es tiempo para enfoques más audaces.
Cuando se trata del gobierno local, muchas personas simplemente se desentienden. La mayoría no vota en los comicios municipales. Sin embargo, muchos “votan con sus pies” mudándose a remotas ciudades más nuevas donde los grupos de intereses especiales se encuentran menos atrincherados.
Desde comienzos de los 70, más de 40 millones de estadounidenses han optado por vivir en alguna especie de cooperativa de vivienda donde los reglamentos de administración superan un examen del mercado. La mayoría de nosotros compramos en los más de 45.000 centros comerciales de la nación, los cuales son operados también como comunidades privadas.
La mayoría de las personas buscan su propio interés tanto como son altruistas. Forman empresas que prosperan cuando los extraños son bien atendidos; escogen también involucrarse en actividades caritativas y en asociaciones benevolentes. Hacen mejor ambas cosas cuando no están limitados por la política.
Pese a la percepción común de que los servicios pueden ser divididos fácilmente entre aquellos que pueden (o debieran) ser suministrados por entidades privadas y públicas, la división no es tan simple.
Estamos encontrando que muchas funciones presumiblemente “municipales” han sido en el pasado exitosamente administradas de manera privada, pero fueron desplazadas cuando los intereses especiales lograron alcanzar los estratos del gobierno. Un ejemplo auspicioso es el de las vivienda de bajo costo, alguna vez bien ofrecidas en el mercado pero ahora una provincia del estado en la mayoría de los lugares—y escasas.
Una exitosa secesión del Valle de San Fernando enviará una señal a nivel nacional de que los gobiernos tienen que competir. El mensaje será doblemente poderoso si las recién formadas Ciudad de San Fernando y Ciudad de Hollywood y una más pequeña Ciudad de Los Angeles compiten ofreciendo la clase de iniciativa privada y sin fines de lucro y de innovación que han históricamente beneficiado a sus ciudadanos.
Traducido por Gabriel Gasave
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