Nuestro pasado económico: El ascenso de occidente

1 de julio, 2002

A lo largo de la historia humana, la privación material y la inseguridad crónica fueron la norma. Ni aun aquellos en la cima del status social y del poder político, podían disfrutar de las comodidades y de los placeres del consumidor que la gente “pobre” da por sentados hoy día en occidente. Ocasionalmente, ciertas poblaciones la pasaron algo mejor—en Grecia y Roma antiguas, quizás, y en China durante la Dinastía Sung (960–1279)—pero aquellos fueron casos excepcionales.

Recién en el siglo catorce, el pueblo chino disfrutó probablemente del mayor nivel de vida de cualquier gran población. Recuérdese el asombro con el cual los europeos recibieron la descripción de Marco Polo sobre China a finales del siglo trece, aunque, como Polo declarara en su lecho de muerte, él no había descrito ni la mitad de lo que había visto. [1]

A medida que la Edad Media se extinguía, los europeos comenzaron a generar un más rápido progreso económico, mientras que los chinos caían en un estancamiento económico. Aún más notable, la energía económica de Europa comenzó a desplazarse desde los grandes centros comerciales de Italia del norte hacia la periferia de la civilización en el noroeste de Europa. Los bárbaros, parecía, habían dado de alguna manera con el secreto del progreso económico. De ahí en más, a pesar de muchos reveses, los europeos occidentales—y más adelante sus primas colonias en Norteamérica—hicieron que los humanos se destacaran constantemente. Hacia el siglo dieciocho habían superado estrechamente a los chinos, para no mencionar a los pueblos más atrasados del mundo, y hasta fines del siglo veinte la brecha continuó ampliándose.

¿Cómo occidente tuvo éxito en la generación de un progreso económico sostenido? Los historiadores y los científicos sociales han ofrecido varias hipótesis, y ninguna explicación ha alcanzado hasta ahora la aceptación general. Sin embargo, ciertos aspectos de una respuesta han recibido un amplio consenso. El creciente individualismo de la cultura occidental, enraizado en la doctrina cristiana, parece haber contribuido significativamente. [2] Además, la fragmentación política de los pueblos europeos en la alta Edad Media y comienzos del periodo moderno—un pluralismo político con centenares de jurisdicciones separadas—fomentó la experimentación institucional y tecnológica mediante la cual los empresarios podían descubrir cómo tornar más productivos al trabajo y al capital.

Fundamental para ése dinamismo sostenido fue la condición de los derechos de propiedad privada, la que gradualmente mejoraba. Mientras la gente no pueda contar con una perspectiva razonable de cosechar los frutos de sus esfuerzos e inversiones, tiene poco o nada de incentivo para trabajar duramente o para acumular capital físico, humano, e intelectual. Y sin tal acumulación, no hay progreso económico en curso que sea posible. Sin embargo, unos derechos de propiedad privada más confiables no caen simplemente del cielo. Para la mayoría, los comerciantes adquirieron la protección de las tales derechos pagándole a los barones ladrones y a los aspirantes a reyes, quienes constituían el fragmentado estrato dominante de la Europa occidental.

En el extremo, los comerciantes establecieron la independencia política en las ciudades- estado donde podían ejercitar un completo control sobre las instituciones legales que resguardaban sus actividades económicas.”El hecho de que la civilización europea haya pasado a través de una fase de la ciudad-estado es,” según Sir John Hicks, “la clave principal de la divergencia entre la historia de Europa y la historia de Asia.” [3] A fines de la era medieval, Venecia, Génova, Pisa, y Florencia lideraron el camino. Más adelante, Brujas, Amberes, Amsterdam, y Londres tomaron la delantera. Las propias milicias citadinas estaban listas para defenderlas contra las amenazas a su autonomías político -económicas.

Para facilitar su negocio, los comerciantes desarrollaron su propio sistema legal. Se buscó proporcionar una rápida, barata, y justa resolución de los conflictos comerciales. Esta lex mercatoria estableció instituciones y precedentes que han sobrevivido hasta el presente, y ahora encuentran su expresión en un extenso sistema de resolución alternativa (no estatal) de conflictos en los procedimientos de arbitraje. [4] En algunos países, los comerciantes y los productores utilizaron en última instancia, su influencia política, para incorporar sus propias instituciones legales en la ley estatal. Debido a la fragmentación política de Europea, los gobiernos que le hacían la vida demasiado difícil a los mercaderes, tendieron a alejar a los comerciantes y a sus negocios—y por lo tanto a su base tributaria—hacia las jurisdicciones competitivas, y la perspectiva de tales pérdidas motivó a los reguladores a frenar su depredación y concederle a los hombres de negocios espacio para maniobrar. [5]

En contraste con los comerciantes de Europa (y más tarde de los Estados Unidos), que podían emplear a un gobierno contra otro en su búsqueda por afianzar los derechos de propiedad privada, los hombres de negocios de China sufrieron una ineludible represión por parte de su omnicomprensivo gobierno imperial. “Para el año 1500 el Gobierno había considerado una ofensa capital el hecho de construir un barco con más de dos mástiles, y en 1525 el Gobierno ordenó la destrucción de todas las naves oceánicas.” Así, China, cuyo comercio exterior había sido extenso y de gran envergadura durante siglos, “se fija a si misma un camino que la conducirá a la pobreza, a la derrota y a la declinación.” [6] Entre muchas otras acciones adversas, el gobierno dominado por los Mandarines “detuvo el desarrollo de los relojes y de la maquinaria industrial operada con agua a través de China.” [7] En el mundo Islámico, a su vez, un gobierno imperial anuló al progreso económico al fracasar en la protección de los derechos de propiedad privada e imponer reglas arbitrarias e impuestos. [8]

En el siglo veinte, el imperio soviético abrazó además la política de imponer una gran mala idea—la de la economía centralmente planificada—que suprimió por completo la libertad económica necesaria para un progreso económico sostenido. Desafortunadamente, los comunistas chinos, los europeos del este, y muchos de los gobiernos postcoloniales del Tercer Mundo siguieron a la URSS a lo largo de ese camino hacia la ruina económica.

Hoy en día, finalmente, parece que casi todos han logrado comprender el nexo entre la libertad económica y el desarrollo económico y apreciar la vital importancia de los derechos de propiedad privada. No obstante, en todas partes, los gobiernos continúan concediéndole a los buscadores de privilegios incontables barreras sobre la economía. Mientras tanto, la historia confirma que los derechos de propiedad privada requieren de una constante defensa a efectos de que la condición previa de todo el progreso económico no sea debilitada y destruida.

1. John Hubbard, “Marco Polo’s Asia,” en www.tk421.net/essay/polo.shtml.

2. Deepak Lal, Unintended Consequences: The Impact of Factor Endowments, Culture, and Politics on Long-Run Economic Performance (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1998), pp. 75–97; Michael Novak, “How Christianity Created Capitalism,” Wall Street Journal, 23 de diciembre de 1999.

3. John Hicks, A Theory of Economic History (London: Oxford University Press, 1969), p. 38.

4. Ver, por ejemplo, Cámara Internacional de Comercio, “Corte Internacional de Arbitraje: Servicios de Resolución de Disputas Internacionales,” en www.iccwbo.org/court/english/intro_court/introduction.asp.

5. Nathan Rosenberg y L. E. Birdzell, Jr., How the West Grew Rich: The Economic Transformation of the Industrial World (New York: Basic Books, 1986), pp. 114–15, 121–23, 136–39.

6. Nicholas D. Kristof, “1492: The Prequel,” New York Times Magazine, 6 de junio, 1999, p. 85.

7. Jared Diamond, “The Ideal Form of Organization,” Wall Street Journal, 12 de diciembre de 2000.

8. Lal, pp. 49–67.

Traducido por Gabriel Gasave

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