La introspección nacional en el 25 aniversario de la finalización de la Guerra de Vietnam era inevitable (pese a que debería haber tenido lugar dos años antes, en el aniversario de plata del retiro de las fuerzas de los EE.UU., el cual selló el destino de la nación del sudeste asiático). No obstante, la reciente cobertura de los medios de ese examen de conciencia–incluyendo los editoriales en los periódicos y los ensayos–ha sido extraña y peligrosa. Esa cobertura está procurando rescribir la historia.
La guerra en Vietnam fue un puro fracaso para los Estados Unidos en todos los aspectos. Sin embargo, el Washington Post sostuvo en un editorial del 30 de abril («Recordando Vietnam») que, en ese entonces, «era enteramente razonable hablar de comunismo en marcha». El Post también observó que «por el bien de los 58.000 estadounidenses que perdieron sus vidas en Vietnam, es importante recordar la causa grande y justa por la cual hicieron sus sacrificios.»
Sin denigrar los sacrificios de los valientes soldados que enfrentaron un enorme peligro para hacer lo que su gobierno les pedía, mucho desdén debería tenerse por ese gobierno que envió a aquellas tropas a su muerte sin ninguna razón válida. Es importante recordar claramente qué sucedió en Vietnam para poder evitar tal pérdida de vida insustancial en futuras guerras susceptibles de expandirse rápido.
Aunque el liderazgo político de los EE.UU. chapuceó la guerra política y militarmente (un hecho evidente que tiene que ser reconocido incluso por aquellos que intentan rescribir la historia), su mayor error fue en primer lugar verse envuelto en ella. El Post–y otros que reinventan la historia–parecen sostener que la causa era noble pero que el gobierno de los EE.UU. simplemente obró a tientas en la ejecución. El Post parece perdonar a los líderes de los EE.UU. por ver una marea roja surgir debido a la invasión de Corea del Norte de Corea del Sur; la fuerza de los partidos pro-soviéticos en Japón, Francia, e Italia; y la supresión soviética de la rebelión húngara y la tentativa de instalar los misiles en Cuba.
Sin embargo, se debería haber esperado que la administración Johnson exhibiese un poco de sentido común. No se equivoque, el comunismo totalitario era y es una absoluta abominación, pero a comienzos de los años 60 la fractura del monolítico bloque comunista era evidente para todos. El paisaje geopolítico en el mundo comenzaba a inclinarse a favor de los EE.UU. a medida que las dos más grandes y más poderosas naciones comunistas–la Unión Soviética y China–se convertían en enemigos acérrimos. Además, los Estados Unidos triunfaron en la Crisis de los Misiles Cubanos, y el brutal aplastamiento por parte de la Unión Soviética de la sublevación húngara fue más un acto que afectó a su propia esfera de influencia antes que un acto que amplió las fronteras del comunismo. Preocuparse respecto de la sobredimensionada fortaleza de los partidos pro-soviéticos en Italia, Francia y Japón no servía a la seguridad de los EE.UU. sino que reflejaba simplemente una inseguridad de que los sistemas superiores del capitalismo de mercado y de la democracia en esas naciones no podrían finalmente triunfar.
También estuvo ausente una clara definición de los intereses estadounidenses vitales. Poco antes la Guerra de Corea, el Pentágono consideraba a Corea del Sur de «interés poco estratégico» y predijo que esa nación terminaría eventualmente siendo dominada por la Unión Soviética. El Presidente Truman parece haber desatendido a la opinión del Pentágono cuando envió fuerzas para hacer retroceder a la invasión norcoreana. Si Corea del Sur–con su proximidad a Japón–no fue vista por el Pentágono como estratégica, ¿por qué creyó la administración Johnson que el remoto Vietnam del Sur era vital a la seguridad de los EE.UU.? El propio Presidente Johnson se preguntaba porqué los Estados Unidos se estaban implicando en una lejana nación como Vietnam. No obstante ello, se hundió en el lodazal con ambos pies.
El rescribir de la historia por parte de los medios, refleja un deseo nacional de negar que 58.000 estadounidenses perdieron sus vidas en vano. Pero el hecho frío y cruel es que lo hicieron, y que el gobierno de los EE.UU. es responsable de esta pérdida completa de vidas humanas. Además, Lyndon Johnson y Richard Nixon son responsables, respectivamente, de mentirle al pueblo estadounidense acerca del progreso de la guerra y del deseo de concluirla. Fueron también responsables de minar la confianza del público en el sistema político estadounidense y la prosperidad económica que lo aseguraba.
Otro razón por la cual los medios cambiaron de opinión 25 años después de la guerra, es por su necesidad de justificar el actual «liberalismo muscular» en política exterior. La contradicción de criticar la Guerra de Vietnam pero aplaudir el envío de tropas a Kosovo, Bosnia, Haití y Somalia en misiones «humanitarias» es demasiado evidente. Si los medios rescriben la historia de modo tal que Vietnam sea «una causa grande y justa» que tan solo salió mal en la ejecución, la disonancia cognoscitiva insidiosa es borrada. Los medios le dedicaron incluso tiempo a la defensa absurda del «Alamo»: que la ignominiosa derrota de los EE.UU. en Vietnam compró tiempo para que el resto del sudeste asiático escapara del comunismo.
Pero como con el Holocausto, deberíamos recordar a Vietnam en todo su horror de modo tal que no ocurra otra vez. Con el tiempo, nuestros recuerdos de Vietnam se están descolorando y se están retorciendo. Rescribir la historia para hacer que la gente se sienta mejor o para justificar la mala política podría hacer que el horror se repita–por ejemplo, mucho después de la Guerra Fría, la participación de los EE.UU. en la guerra civil colombiana para combatir a los comunistas de la nación se encuentra ya extendiéndose siniestramente.
Traducido por Gabriel Gasave
La cobertura de los medios del 25º aniversario de la caída de Vietnam rescribe la historia
La introspección nacional en el 25 aniversario de la finalización de la Guerra de Vietnam era inevitable (pese a que debería haber tenido lugar dos años antes, en el aniversario de plata del retiro de las fuerzas de los EE.UU., el cual selló el destino de la nación del sudeste asiático). No obstante, la reciente cobertura de los medios de ese examen de conciencia–incluyendo los editoriales en los periódicos y los ensayos–ha sido extraña y peligrosa. Esa cobertura está procurando rescribir la historia.
La guerra en Vietnam fue un puro fracaso para los Estados Unidos en todos los aspectos. Sin embargo, el Washington Post sostuvo en un editorial del 30 de abril («Recordando Vietnam») que, en ese entonces, «era enteramente razonable hablar de comunismo en marcha». El Post también observó que «por el bien de los 58.000 estadounidenses que perdieron sus vidas en Vietnam, es importante recordar la causa grande y justa por la cual hicieron sus sacrificios.»
Sin denigrar los sacrificios de los valientes soldados que enfrentaron un enorme peligro para hacer lo que su gobierno les pedía, mucho desdén debería tenerse por ese gobierno que envió a aquellas tropas a su muerte sin ninguna razón válida. Es importante recordar claramente qué sucedió en Vietnam para poder evitar tal pérdida de vida insustancial en futuras guerras susceptibles de expandirse rápido.
Aunque el liderazgo político de los EE.UU. chapuceó la guerra política y militarmente (un hecho evidente que tiene que ser reconocido incluso por aquellos que intentan rescribir la historia), su mayor error fue en primer lugar verse envuelto en ella. El Post–y otros que reinventan la historia–parecen sostener que la causa era noble pero que el gobierno de los EE.UU. simplemente obró a tientas en la ejecución. El Post parece perdonar a los líderes de los EE.UU. por ver una marea roja surgir debido a la invasión de Corea del Norte de Corea del Sur; la fuerza de los partidos pro-soviéticos en Japón, Francia, e Italia; y la supresión soviética de la rebelión húngara y la tentativa de instalar los misiles en Cuba.
Sin embargo, se debería haber esperado que la administración Johnson exhibiese un poco de sentido común. No se equivoque, el comunismo totalitario era y es una absoluta abominación, pero a comienzos de los años 60 la fractura del monolítico bloque comunista era evidente para todos. El paisaje geopolítico en el mundo comenzaba a inclinarse a favor de los EE.UU. a medida que las dos más grandes y más poderosas naciones comunistas–la Unión Soviética y China–se convertían en enemigos acérrimos. Además, los Estados Unidos triunfaron en la Crisis de los Misiles Cubanos, y el brutal aplastamiento por parte de la Unión Soviética de la sublevación húngara fue más un acto que afectó a su propia esfera de influencia antes que un acto que amplió las fronteras del comunismo. Preocuparse respecto de la sobredimensionada fortaleza de los partidos pro-soviéticos en Italia, Francia y Japón no servía a la seguridad de los EE.UU. sino que reflejaba simplemente una inseguridad de que los sistemas superiores del capitalismo de mercado y de la democracia en esas naciones no podrían finalmente triunfar.
También estuvo ausente una clara definición de los intereses estadounidenses vitales. Poco antes la Guerra de Corea, el Pentágono consideraba a Corea del Sur de «interés poco estratégico» y predijo que esa nación terminaría eventualmente siendo dominada por la Unión Soviética. El Presidente Truman parece haber desatendido a la opinión del Pentágono cuando envió fuerzas para hacer retroceder a la invasión norcoreana. Si Corea del Sur–con su proximidad a Japón–no fue vista por el Pentágono como estratégica, ¿por qué creyó la administración Johnson que el remoto Vietnam del Sur era vital a la seguridad de los EE.UU.? El propio Presidente Johnson se preguntaba porqué los Estados Unidos se estaban implicando en una lejana nación como Vietnam. No obstante ello, se hundió en el lodazal con ambos pies.
El rescribir de la historia por parte de los medios, refleja un deseo nacional de negar que 58.000 estadounidenses perdieron sus vidas en vano. Pero el hecho frío y cruel es que lo hicieron, y que el gobierno de los EE.UU. es responsable de esta pérdida completa de vidas humanas. Además, Lyndon Johnson y Richard Nixon son responsables, respectivamente, de mentirle al pueblo estadounidense acerca del progreso de la guerra y del deseo de concluirla. Fueron también responsables de minar la confianza del público en el sistema político estadounidense y la prosperidad económica que lo aseguraba.
Otro razón por la cual los medios cambiaron de opinión 25 años después de la guerra, es por su necesidad de justificar el actual «liberalismo muscular» en política exterior. La contradicción de criticar la Guerra de Vietnam pero aplaudir el envío de tropas a Kosovo, Bosnia, Haití y Somalia en misiones «humanitarias» es demasiado evidente. Si los medios rescriben la historia de modo tal que Vietnam sea «una causa grande y justa» que tan solo salió mal en la ejecución, la disonancia cognoscitiva insidiosa es borrada. Los medios le dedicaron incluso tiempo a la defensa absurda del «Alamo»: que la ignominiosa derrota de los EE.UU. en Vietnam compró tiempo para que el resto del sudeste asiático escapara del comunismo.
Pero como con el Holocausto, deberíamos recordar a Vietnam en todo su horror de modo tal que no ocurra otra vez. Con el tiempo, nuestros recuerdos de Vietnam se están descolorando y se están retorciendo. Rescribir la historia para hacer que la gente se sienta mejor o para justificar la mala política podría hacer que el horror se repita–por ejemplo, mucho después de la Guerra Fría, la participación de los EE.UU. en la guerra civil colombiana para combatir a los comunistas de la nación se encuentra ya extendiéndose siniestramente.
Traducido por Gabriel Gasave
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