Dos desarrollos recientes deberían hacer despertar a las elites de la política exterior estadounidense del sopor al estilo Rip Van Winkle del que han disfrutado desde la finalización de la Guerra Fría. El mundo ha cambiado dramáticamente, pero los diseñadores de la seguridad nacional de los EE.UU. permanecen peligrosamente inmersos en el modo de pensar de la época de la Guerra Fría.
El primer acontecimiento que debería despertar al establishment de la política exterior es la publicación de un informe de la Comisión Para la Seguridad Nacional en el Siglo 21 (la llamada comisión Hart-Rudman, así denominada por los dos ex senadores que dirigían el cuerpo). La comisión arribó a conclusiones respecto de cómo lucirá el ambiente global de la seguridad en el próximo cuarto de siglo y qué amenazas enfrentarán los Estados Unidos. La comisión–integrada por miembros del establishment de la política exterior–arribó un tanto casualmente a una escalofriante conclusión: «Los estados, los terroristas, y otros grupos desafectos adquirirán armas de destrucción masiva y de interrupción masiva, y algunos las utilizarán. Probablemente morirán estadounidenses en suelo de su país, posiblemente en grandes cantidades.» El informe continuó diciendo que «de aquí en adelante, y durante muchos años, los estadounidenses estarán cada vez menos seguros, y mucho menos seguros de lo que ahora creen que están. . . Mientras que los conflictos convencionales todavía serán posibles, la amenaza más seria para nuestra seguridad puede consistir en ataques sorpresivos contra ciudades estadounidenses por parte de grupos sub-nacionales utilizando patógenos genéticamente dirigidos.»
El segundo desarrollo reciente refuerza al primero. Rusia (en particular Moscú) ha sido aterrorizada por ataques con bombas a edificios de departamentos, los que supuestamente han sido cometidos por chechenios, quienes se encuentran luchando por un estado islámico independiente en Dagestán y están enemistados con Rusia por su brutal intento de reprimir las aspiraciones independentistas chechenias a mediados de los 90. Las bombas son una evidencia de que el campo de juego internacional, dominado durante mucho tiempo por las grandes potencias, pudo haber cambiado a favor de los jugadores más débiles–los estados truhanes o los terroristas. Aunque las bombas utilizadas en territorio ruso eran convencionales, tanto el terror como el daño infligido por la parte más débil hubiese podido ser varias veces magnificado si un arma de destrucción masiva (arma nuclear, biológica, o química) hubiese sido empleada. Sobre el uso de tales armas poderosas contra el territorio de la superpotencia estadounidense es que está advirtiendo la comisión.
En términos de índices de poder convencionales, los Estados Unidos no tienen rival. Sin embargo, la nación puede ser ahora más vulnerable a un ataque contra su territorio con armas de destrucción masiva de lo que era durante la Guerra Fría. Si los conflictos convencionales entre estados poderosos son menos probables–como sostiene la comisión–quizás debemos preocuparnos menos de ellos y más sobre esta más importante amenaza.
Cerca del 40 por ciento de los ataques terroristas perpetrados en todo el mundo han estado dirigidos contra objetivos estadounidenses. Es inusual para un país con vecinos amistosos y ninguna guerra civil o insurrección dentro de su territorio ser un blanco tan prominente para los terroristas. Debemos preguntarnos en primer término qué es lo que motiva a los terroristas–patrocinados por otros estados y a aquellos que actúan independientemente–para apuntarle a los Estados Unidos. La comisión respondió a esta pregunta de un modo algo más honesto que otros en el establishment de la política exterior: «Gran parte del mundo albergará resentimientos contra nosotros y se nos opondrá: si no es por el simple hecho de nuestra preeminencia, será entonces por la circunstancia de que otros a menudo perciben que los Estados Unidos ejercitan su poder con arrogancia y ensimismamiento.»
Pero los grupos terroristas rara vez atacan a los Estados Unidos debido a nuestra superioridad militar, económica, o cultural–es decir, por «quiénes somos.» Por ejemplo, aún en el Irán radical, el más notorio estado patrocinador del terrorismo en el mundo, los personajes de Disney–símbolos de la influencia cultural y económica de los EE.UU.-se encontraban presentes en el vigésimo aniversario de la revolución islámica. En cambio, los terroristas atacan a los Estados Unidos por lo que hacen–ejercitan arrogantemente su poderío político y militar en ultramar para intervenir en los asuntos de otras naciones. He documentado más de 60 incidentes terroristas dirigidos a los Estados Unidos debido a su política exterior intervencionista.
La excesiva intervención estadounidense en un mundo post-Guerra Fría surge del egocentrismo asociado con la circunstancia de ser la “única superpotencia que queda en el mundo» y al miedo de que cualquier conflicto podría salirse de control tornándose una conflagración global, generado por las experiencias de enfrentar a grandes potencias rivales en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría. No obstante ello, la comisión predice que las guerras entre las principales potencias serán más raras y que la mayoría de los conflictos ocurrirán internamente dentro de los estados.
Como la única superpotencia restante sin par alguno en el horizonte por al menos otros 20 o 30 años, los Estados Unidos deberían estar más seguros de sí mismos y delegar el patrullaje de los conflictos amenazantes a los poderes regionales. Pese a que un extendido perímetro de defensa pudo haber tenido cierto valor durante la Guerra Fría, los costos superan por lejos a los beneficios en una era de terrorismo catastrófico. Si la motivación detrás de los ataques terroristas contra los Estados Unidos puede ser removida o atenuada, las oportunidades de un ataque catastrófico serán reducidas.
Dadas las valiosas perspectivas que la comisión proporcionó sobre el principal peligro que enfrentan los Estados Unidos en el ambiente de la seguridad internacional post-Guerra Fría, la misma arribó a una extraña conclusión sobre el papel deseado de los Estados Unidos en ese ambiente. La comisión sostiene que «los Estados Unidos serán frecuentemente convocados para intervenir militarmente. . . Los Estados Unidos deben actuar junto con sus aliados para delinear el futuro del ambiente internacional, empleando todos los instrumentos del poder diplomático, económico, y militar estadounidense.» La calidad de los miembros de la comisión–basada en el establishment de la política exterior de los EE.UU.–la torna –oh sorpresa- incapaz de alcanzar la conclusión obvia: en el nuevo ambiente internacional, la intervención de los EE.UU. en el exterior disminuye-en lugar de realzarla–a la seguridad de la nación.
Traducido por Gabriel Gasave
La arrogante intervención de los EE.UU. alimenta los ataques terroristas anti-estadounidenses
Dos desarrollos recientes deberían hacer despertar a las elites de la política exterior estadounidense del sopor al estilo Rip Van Winkle del que han disfrutado desde la finalización de la Guerra Fría. El mundo ha cambiado dramáticamente, pero los diseñadores de la seguridad nacional de los EE.UU. permanecen peligrosamente inmersos en el modo de pensar de la época de la Guerra Fría.
El primer acontecimiento que debería despertar al establishment de la política exterior es la publicación de un informe de la Comisión Para la Seguridad Nacional en el Siglo 21 (la llamada comisión Hart-Rudman, así denominada por los dos ex senadores que dirigían el cuerpo). La comisión arribó a conclusiones respecto de cómo lucirá el ambiente global de la seguridad en el próximo cuarto de siglo y qué amenazas enfrentarán los Estados Unidos. La comisión–integrada por miembros del establishment de la política exterior–arribó un tanto casualmente a una escalofriante conclusión: «Los estados, los terroristas, y otros grupos desafectos adquirirán armas de destrucción masiva y de interrupción masiva, y algunos las utilizarán. Probablemente morirán estadounidenses en suelo de su país, posiblemente en grandes cantidades.» El informe continuó diciendo que «de aquí en adelante, y durante muchos años, los estadounidenses estarán cada vez menos seguros, y mucho menos seguros de lo que ahora creen que están. . . Mientras que los conflictos convencionales todavía serán posibles, la amenaza más seria para nuestra seguridad puede consistir en ataques sorpresivos contra ciudades estadounidenses por parte de grupos sub-nacionales utilizando patógenos genéticamente dirigidos.»
El segundo desarrollo reciente refuerza al primero. Rusia (en particular Moscú) ha sido aterrorizada por ataques con bombas a edificios de departamentos, los que supuestamente han sido cometidos por chechenios, quienes se encuentran luchando por un estado islámico independiente en Dagestán y están enemistados con Rusia por su brutal intento de reprimir las aspiraciones independentistas chechenias a mediados de los 90. Las bombas son una evidencia de que el campo de juego internacional, dominado durante mucho tiempo por las grandes potencias, pudo haber cambiado a favor de los jugadores más débiles–los estados truhanes o los terroristas. Aunque las bombas utilizadas en territorio ruso eran convencionales, tanto el terror como el daño infligido por la parte más débil hubiese podido ser varias veces magnificado si un arma de destrucción masiva (arma nuclear, biológica, o química) hubiese sido empleada. Sobre el uso de tales armas poderosas contra el territorio de la superpotencia estadounidense es que está advirtiendo la comisión.
En términos de índices de poder convencionales, los Estados Unidos no tienen rival. Sin embargo, la nación puede ser ahora más vulnerable a un ataque contra su territorio con armas de destrucción masiva de lo que era durante la Guerra Fría. Si los conflictos convencionales entre estados poderosos son menos probables–como sostiene la comisión–quizás debemos preocuparnos menos de ellos y más sobre esta más importante amenaza.
Cerca del 40 por ciento de los ataques terroristas perpetrados en todo el mundo han estado dirigidos contra objetivos estadounidenses. Es inusual para un país con vecinos amistosos y ninguna guerra civil o insurrección dentro de su territorio ser un blanco tan prominente para los terroristas. Debemos preguntarnos en primer término qué es lo que motiva a los terroristas–patrocinados por otros estados y a aquellos que actúan independientemente–para apuntarle a los Estados Unidos. La comisión respondió a esta pregunta de un modo algo más honesto que otros en el establishment de la política exterior: «Gran parte del mundo albergará resentimientos contra nosotros y se nos opondrá: si no es por el simple hecho de nuestra preeminencia, será entonces por la circunstancia de que otros a menudo perciben que los Estados Unidos ejercitan su poder con arrogancia y ensimismamiento.»
Pero los grupos terroristas rara vez atacan a los Estados Unidos debido a nuestra superioridad militar, económica, o cultural–es decir, por «quiénes somos.» Por ejemplo, aún en el Irán radical, el más notorio estado patrocinador del terrorismo en el mundo, los personajes de Disney–símbolos de la influencia cultural y económica de los EE.UU.-se encontraban presentes en el vigésimo aniversario de la revolución islámica. En cambio, los terroristas atacan a los Estados Unidos por lo que hacen–ejercitan arrogantemente su poderío político y militar en ultramar para intervenir en los asuntos de otras naciones. He documentado más de 60 incidentes terroristas dirigidos a los Estados Unidos debido a su política exterior intervencionista.
La excesiva intervención estadounidense en un mundo post-Guerra Fría surge del egocentrismo asociado con la circunstancia de ser la “única superpotencia que queda en el mundo» y al miedo de que cualquier conflicto podría salirse de control tornándose una conflagración global, generado por las experiencias de enfrentar a grandes potencias rivales en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría. No obstante ello, la comisión predice que las guerras entre las principales potencias serán más raras y que la mayoría de los conflictos ocurrirán internamente dentro de los estados.
Como la única superpotencia restante sin par alguno en el horizonte por al menos otros 20 o 30 años, los Estados Unidos deberían estar más seguros de sí mismos y delegar el patrullaje de los conflictos amenazantes a los poderes regionales. Pese a que un extendido perímetro de defensa pudo haber tenido cierto valor durante la Guerra Fría, los costos superan por lejos a los beneficios en una era de terrorismo catastrófico. Si la motivación detrás de los ataques terroristas contra los Estados Unidos puede ser removida o atenuada, las oportunidades de un ataque catastrófico serán reducidas.
Dadas las valiosas perspectivas que la comisión proporcionó sobre el principal peligro que enfrentan los Estados Unidos en el ambiente de la seguridad internacional post-Guerra Fría, la misma arribó a una extraña conclusión sobre el papel deseado de los Estados Unidos en ese ambiente. La comisión sostiene que «los Estados Unidos serán frecuentemente convocados para intervenir militarmente. . . Los Estados Unidos deben actuar junto con sus aliados para delinear el futuro del ambiente internacional, empleando todos los instrumentos del poder diplomático, económico, y militar estadounidense.» La calidad de los miembros de la comisión–basada en el establishment de la política exterior de los EE.UU.–la torna –oh sorpresa- incapaz de alcanzar la conclusión obvia: en el nuevo ambiente internacional, la intervención de los EE.UU. en el exterior disminuye-en lugar de realzarla–a la seguridad de la nación.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorTerrorismo y seguridad nacional
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