Las crisis monetarias realmente grandes, que afectan a muchos países al mismo tiempo, suelen producirse una vez cada diez años. Aunque en los años 90, ya hemos tenido tres. La primera fue en 1992, cuando los países de Europa Occidental no pudieron mantener la paridad de sus tipos de cambio con el marco alemán. El especulador monetario George Soros ganó más de $1 mil millones en un solo día apostando correctamente a que Gran Bretaña devaluaría la libra. La segunda gran crisis ocurrió en 1994, cuando México devaluó el peso, enviando a su economía a un largo año de depresión y ahuyentando a los inversionistas en otros mercados emergentes. La tercera crisis grande fue la del Este de Asia, que comenzó el pasado mes de julio y la que todavía está causando problemas desde las montañas de Corea del Sur hasta las selvas de Indonesia.
Las crisis monetarias han llegado a ser más y más frecuentes en parte porque los especuladores pueden movilizar más y más dinero. Una generación atrás, los bancos centrales, como el Sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos, tenían más dinero que cualquier otra persona y no temían utilizarlo para castigar a los especuladores. Hoy, los grandes especuladores monetarios como el Sr. Soros pueden pedir prestado más dinero que aquel que los bancos centrales poseen. Pero los especuladores de divisas no provocan que las monedas se devalúen; apenas generan presión. Corresponde a los gobiernos luchar contra esa presión o ceder ante ella. Durante décadas, los bancos centrales han asumido la responsabilidad de manejar las monedas pero, como los grandes fracasos de los años 90 lo demuestran, es una tarea para la que se encuentran mal equipados hoy en día.
Dado la longevidad de los bancos centrales, la mayoría de nosotros da por sentada su necesidad—pocos recuerdan la vida antes de que la Reserva Federal fuera creada en 1914. Pero el de la banca central no es el único sistema monetario posible, ni es el más conducente para la estabilidad del tipo de cambio y el desarrollo económico. Después de que el peso mejicano se derrumbara en 1992, la Argentina sufrió una recesión pero no devaluó. En la crisis monetaria de Asia del Este, solamente Hong Kong ha soportado la presión especulativa para que devaluara. ¿Qué explica la estabilidad relativa del peso argentino y del dólar de Hong Kong? Ambos son manejados no por bancos centrales sino por Juntas Monetarias o Currency Boards.
Una junta monetaria está diseñada para promover la estabilidad monetaria. Mantiene un tipo de cambio fijo con una divisa extranjera que actúa como “ancla”, tal como el dólar de los Estados Unidos en el caso de Hong Kong y la Argentina, y posee reservas extranjeras en un 100 por ciento. Así su base monetaria (billetes, monedas, y depósitos en la junta monetaria) se encuentra completamente respaldada. A diferencia de un banco central típico, que mantiene mucho menos del 100 por ciento de divisas extranjeras en reserva, una junta monetaria posee siempre reservas suficientes para pagarle a cada uno que desee intercambiar sus billetes por la moneda ancla.
No sorprende entonces, que las juntas monetarias (las que han existido en casi 80 países) tengan excelentes antecedentes: nada de devaluaciones, menos crisis monetarias que los bancos centrales, una inflación más baja, y un desarrollo económico promedio más alto que los sistemas de bancas centrales.
Otro sistema alternativo digno de ser considerado—que goza de un renacimiento en cuanto a su interés entre los economistas descontentos con las bancas centrales—es el de la Banca Libre o Free Banking. Bajo un sistema de banca libre, los bancos emiten dinero competitivamente, sin ningún banco central u otra participación gubernamental. Diversas “marcas” de papel moneda pueden circular simultáneamente en el mercado, tal como las diferentes marcas de cheques de viajeros o de tarjetas de crédito lo hacen hoy día. Aunque pueda sonar potencialmente caótico, la banca libre (practicada en algún momento por casi 60 países, pero por ninguno en la actualidad) funcionó mucho mejor que la banca central. Las crisis monetarias fueron pocas y la inflación era más baja.
La banca libre rara vez sobreimprimió billetes de banco porque hacerlo hubiese debilitado su reputación, provocando que sus billetes circulasen con un descuento respecto de su valor nominal y causando riesgosas corridas por parte de los depositantes desconfiados.
Las bancas centrales sustituyeron a las juntas monetarias por razones políticas, no económicas. (en los Estados Unidos, los bancos libres cayeron víctima de los requisitos legales para sostener cantidades de bonos gubernamentales o pagar impuestos prohibitivamente altos sobre el valor nominal de los billetes que imprimían.) Los gobiernos entendían que los bancos centrales les darían mayor poder sobre el dinero, permitiéndoles extraer una especie de impuesto mediante la inflación. Como ha escrito el ex-director de la Reserva Federal Paul Volcker, “Es un hecho grave que la importancia de los bancos centrales en este siglo haya coincidido con una tendencia general hacia más inflación, no menos” Un tercio o más de todos los países con bancas centrales ha experimentado tasas de inflación de al menos un 100 por ciento al año, comparadas a ningún país con juntas monetarias o bancas libres.
Ahora que las economías de Asia del Este (excepto Hong Kong) han devaluado, sus tasas de inflación pasaron de tan solo un dígito al 20 o al 30 por ciento. Pasarán por una versión de lo que experimentaron los Estados Unidos hacia el final de los años 70 y comienzos de los 80: un proceso recesivo para corregir el error de la inflación. Lo que avergüenza es que hubiesen podido evitar gran parte de su sufrimiento. Las políticas de sus bancos centrales convirtieron a lo que debió haber sido tan solo un bache a lo largo del camino del desarrollo económico en una fosa.
Las grandes crisis monetarias proseguirán mientras las bancas centrales continúen difundidas. Apenas hace algunos años, la gente hubiese concluido que no había solución. Hoy se está tornando más evidente que aquellos países en los cuales los bancos centrales se desempeñan pobremente, no necesitan permanecer estancados. Las juntas monetarias y el sistema de banca libre ofrecen una salida.
Traducido por Gabriel Gasave
No más Bancos Centrales
Las crisis monetarias realmente grandes, que afectan a muchos países al mismo tiempo, suelen producirse una vez cada diez años. Aunque en los años 90, ya hemos tenido tres. La primera fue en 1992, cuando los países de Europa Occidental no pudieron mantener la paridad de sus tipos de cambio con el marco alemán. El especulador monetario George Soros ganó más de $1 mil millones en un solo día apostando correctamente a que Gran Bretaña devaluaría la libra. La segunda gran crisis ocurrió en 1994, cuando México devaluó el peso, enviando a su economía a un largo año de depresión y ahuyentando a los inversionistas en otros mercados emergentes. La tercera crisis grande fue la del Este de Asia, que comenzó el pasado mes de julio y la que todavía está causando problemas desde las montañas de Corea del Sur hasta las selvas de Indonesia.
Las crisis monetarias han llegado a ser más y más frecuentes en parte porque los especuladores pueden movilizar más y más dinero. Una generación atrás, los bancos centrales, como el Sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos, tenían más dinero que cualquier otra persona y no temían utilizarlo para castigar a los especuladores. Hoy, los grandes especuladores monetarios como el Sr. Soros pueden pedir prestado más dinero que aquel que los bancos centrales poseen. Pero los especuladores de divisas no provocan que las monedas se devalúen; apenas generan presión. Corresponde a los gobiernos luchar contra esa presión o ceder ante ella. Durante décadas, los bancos centrales han asumido la responsabilidad de manejar las monedas pero, como los grandes fracasos de los años 90 lo demuestran, es una tarea para la que se encuentran mal equipados hoy en día.
Dado la longevidad de los bancos centrales, la mayoría de nosotros da por sentada su necesidad—pocos recuerdan la vida antes de que la Reserva Federal fuera creada en 1914. Pero el de la banca central no es el único sistema monetario posible, ni es el más conducente para la estabilidad del tipo de cambio y el desarrollo económico. Después de que el peso mejicano se derrumbara en 1992, la Argentina sufrió una recesión pero no devaluó. En la crisis monetaria de Asia del Este, solamente Hong Kong ha soportado la presión especulativa para que devaluara. ¿Qué explica la estabilidad relativa del peso argentino y del dólar de Hong Kong? Ambos son manejados no por bancos centrales sino por Juntas Monetarias o Currency Boards.
Una junta monetaria está diseñada para promover la estabilidad monetaria. Mantiene un tipo de cambio fijo con una divisa extranjera que actúa como “ancla”, tal como el dólar de los Estados Unidos en el caso de Hong Kong y la Argentina, y posee reservas extranjeras en un 100 por ciento. Así su base monetaria (billetes, monedas, y depósitos en la junta monetaria) se encuentra completamente respaldada. A diferencia de un banco central típico, que mantiene mucho menos del 100 por ciento de divisas extranjeras en reserva, una junta monetaria posee siempre reservas suficientes para pagarle a cada uno que desee intercambiar sus billetes por la moneda ancla.
No sorprende entonces, que las juntas monetarias (las que han existido en casi 80 países) tengan excelentes antecedentes: nada de devaluaciones, menos crisis monetarias que los bancos centrales, una inflación más baja, y un desarrollo económico promedio más alto que los sistemas de bancas centrales.
Otro sistema alternativo digno de ser considerado—que goza de un renacimiento en cuanto a su interés entre los economistas descontentos con las bancas centrales—es el de la Banca Libre o Free Banking. Bajo un sistema de banca libre, los bancos emiten dinero competitivamente, sin ningún banco central u otra participación gubernamental. Diversas “marcas” de papel moneda pueden circular simultáneamente en el mercado, tal como las diferentes marcas de cheques de viajeros o de tarjetas de crédito lo hacen hoy día. Aunque pueda sonar potencialmente caótico, la banca libre (practicada en algún momento por casi 60 países, pero por ninguno en la actualidad) funcionó mucho mejor que la banca central. Las crisis monetarias fueron pocas y la inflación era más baja.
La banca libre rara vez sobreimprimió billetes de banco porque hacerlo hubiese debilitado su reputación, provocando que sus billetes circulasen con un descuento respecto de su valor nominal y causando riesgosas corridas por parte de los depositantes desconfiados.
Las bancas centrales sustituyeron a las juntas monetarias por razones políticas, no económicas. (en los Estados Unidos, los bancos libres cayeron víctima de los requisitos legales para sostener cantidades de bonos gubernamentales o pagar impuestos prohibitivamente altos sobre el valor nominal de los billetes que imprimían.) Los gobiernos entendían que los bancos centrales les darían mayor poder sobre el dinero, permitiéndoles extraer una especie de impuesto mediante la inflación. Como ha escrito el ex-director de la Reserva Federal Paul Volcker, “Es un hecho grave que la importancia de los bancos centrales en este siglo haya coincidido con una tendencia general hacia más inflación, no menos” Un tercio o más de todos los países con bancas centrales ha experimentado tasas de inflación de al menos un 100 por ciento al año, comparadas a ningún país con juntas monetarias o bancas libres.
Ahora que las economías de Asia del Este (excepto Hong Kong) han devaluado, sus tasas de inflación pasaron de tan solo un dígito al 20 o al 30 por ciento. Pasarán por una versión de lo que experimentaron los Estados Unidos hacia el final de los años 70 y comienzos de los 80: un proceso recesivo para corregir el error de la inflación. Lo que avergüenza es que hubiesen podido evitar gran parte de su sufrimiento. Las políticas de sus bancos centrales convirtieron a lo que debió haber sido tan solo un bache a lo largo del camino del desarrollo económico en una fosa.
Las grandes crisis monetarias proseguirán mientras las bancas centrales continúen difundidas. Apenas hace algunos años, la gente hubiese concluido que no había solución. Hoy se está tornando más evidente que aquellos países en los cuales los bancos centrales se desempeñan pobremente, no necesitan permanecer estancados. Las juntas monetarias y el sistema de banca libre ofrecen una salida.
Traducido por Gabriel Gasave
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